Cuando intervienen muchas causas y muchas personas en un proceso social, se dice que se trata de un proceso complejo. De ahí que toda descripción del mismo ha de tener como objetivo orientar al lector en el tema tratado, sin que puedan extraerse conclusiones definitivas. A partir de las opiniones surgidas dentro de la propia Iglesia, puede tenerse una idea aceptable acerca de este proceso. Pío X advertía sobre los peligros dentro de la propia institución: “Los artífices de yerros no hay que buscarlos hoy entre los enemigos declarados. Se ocultan y constituyen una causa de inquietud y de angustia vivísima en el seno mismo de la Iglesia, enemigos tanto más temibles cuanto que lo son menos abiertamente. Nos referimos, Venerables Hermanos, a un gran número de católicos laicos, y, lo que es aún más de deplorar, a ciertos sacerdotes que so capa de amor a la Iglesia, completamente carentes de filosofía y de teología serias, impregnados, por el contrario, hasta la médula de una ponzoña de error extraída de los adversarios de la fe católica, se erigen, con menosprecio de toda modestia, en defensores de la Iglesia…” (Citado en “Los nuevos curas” de Michel de Saint Pierre-Luis de Caralt Editor-Barcelona 1965).
Algunos autores sintetizan la estructura de las diversas religiones bajo tres cuestiones básicas: dogma, culto y moral. De ahí que el proceso de autodestrucción mencionado ha de consistir en el paulatino debilitamiento de esas tres columnas que mantienen la estructura religiosa. Armando Asti Vera escribió: “Desde el punto de vista objetivo, la religión se presenta constituida por tres elementos fundamentales: a) el dogma; b) el culto; y c) la moral. El dogma es la doctrina, es decir, el aspecto intelectual y sistemático. El culto es el conjunto de actos por medio de los cuales se manifiesta la subjetividad religiosa: los ritos, los sacrificios, los sacramentos. Y la moral es la expresión de principios éticos que rigen la conducta del hombre devoto, principios que se basan exclusivamente en la revelación y en la fe” (Del Estudio Preliminar de “El devenir de la religión” de A. N. Whitehead-Editorial Nova-Buenos Aires 1961).
Existen aspectos adicionales que deben tenerse presente, como es el caso del oscurantismo de los escritos religiosos que facilita los procesos destructivos. Los planteamientos de tipo teológico-filosófico comienzan a distanciarse de la realidad hasta llegar a ser conjuntos de palabras de difícil comprensión tanto para el hombre común como para el especialista. Tal es así, que alguna vez el físico Richard P. Feynman comentó irónicamente respecto de un texto filosófico: “Si en lugar de afirmar algo, se lo niega, nadie nota la diferencia”.
La secuencia que resulta más probable, como causante del proceso autodestructivo mencionado, implica una lenta conversión al marxismo de varios sacerdotes jesuitas que intentaban cristianizar a los marxistas. Los predicadores cristianos resultaron conquistados ideológicamente por aquellos a quienes pretendían evangelizar. Luego comienza el proceso de implantación del marxismo en los distintos estamentos de la Iglesia, finalizando el proceso con el ascenso de un jesuita al mando de la Iglesia Católica. Incluso los nuevos marxistas llegan al extremo de descalificar a los que todavía mantienen su adhesión al cristianismo. Giovanni Montini, quien luego se convierte en Pablo VI, escribió: “En lugar de afirmar sus ideas frente a las de los demás toman las ideas de éstos. En lugar de convertir a los demás se dejan convertir. Ocurre exactamente el fenómeno inverso al del apostolado. No conquistan a los otros se rinden ellos”.
“La capitulación está velada por todo un lenguaje, por toda una fraseología. Los antiguos amigos que han permanecido en el camino recto son considerados como reaccionarios, como traidores. No se consideran verdaderos católicos más que a los que son capaces de todas las flaquezas y de todos los compromisos”.
“La apertura a la izquierda acarrea consecuencias muy graves para las almas en lo que respecta a la fe y la vida cristiana, y a las condiciones de la Iglesia en Italia; no se han dado garantías suficientes, a fin de que el peligro de la apertura a la izquierda no se resuelva en perjuicio y en deshonor para la causa católica” (Citado en “Los nuevos curas”).
El ataque en contra de los dogmas de la Iglesia recae esencialmente en la negación de la superioridad y la exclusividad del cristianismo para lograr la salvación personal (evitar el infierno en una vida de ultratumba). En la actualidad puede hablarse con mayor seguridad de una superioridad y exclusividad para el logro de la felicidad individual y la plena adaptación del hombre al orden natural. Y ello se debe a que el mandamiento cristiano del amor al prójimo es el que promueve en el hombre una actitud de cooperación que es la única alternativa para la supervivencia de la humanidad.
Una vez que se ha establecido este mandamiento, se advierte que sólo con su cumplimiento se logran los objetivos implícitos en la aparente finalidad del orden natural. No se descarta, por supuesto, que otras religiones u otras filosofías lleguen a sugerencias similares, por lo que habrían de compartir con el cristianismo ese lugar preeminente. Sin embargo, la validación de cualquier religión, cualquiera sea su contenido, le quita al cristianismo su histórica categoría, se ignoran sus alcances y se la ubica como una más entre muchas religiones.
Es oportuno recordar que el mandamiento mencionado tiende a incluir a todo ser humano bajo un vínculo similar al existente en el ámbito familiar. Así, es propio de una madre que comparta y amplifique el dolor que pueda sentir uno de sus hijos, de la misma manera en que es posible que comparta y amplifique la alegría de uno de ellos. Lo que sugiere el mandamiento cristiano es la generalización a toda la sociedad y a toda la humanidad de ese vínculo familiar. Visto como un objetivo concreto a lograr, resulta irrealizable, mientras que, visto como una tendencia a orientarnos en la vida, resulta muy efectivo.
El proceso que iguala la legitimidad de toda religión, en forma independiente de su contenido moral y de los subsiguientes efectos en el individuo y en la sociedad, indica simplemente que el relativismo moral se instala en la religión. Una vez denigrada la moral cristiana, puesta en una situación de igualdad con “religiones” que proponen combatir a los infieles o a luchar en contra de las clases sociales productivas, se procedió a la destrucción de toda simbología y de toda tradición que recordara el pasado oscuro de la Iglesia, que parcialmente existió. Es decir, los renovadores de la religión, en lugar de intentar subsanar los errores del pasado procedieron a borrar o a destruir todo el simbolismo y todo el ritual católico. Pablo VI expresó: “Desde todas partes se han difundido ideas que contradicen la verdad que fue revelada y que se enseñó siempre. En los dominios del dogma y de la moral se han divulgado verdaderas herejías que suscitan dudas, confusión, rebelión. Hasta la misma liturgia fue violada. Sumergidos en un «relativismo» intelectual y moral, los cristianos se ven tentados por una ilustración vagamente moralista, por un cristianismo sociológico sin dogma definido ni moral objetiva” (Citado en “Carta abierta a los católicos perplejos” de Marcel Lefebvre- Emecé Editores SA-Buenos Aires 1986).
El relativismo moral tiende a suprimir tanto la ética científica como la ética filosófica, y a toda la religión moral. Si no existe el bien ni el mal, en sentido objetivo, ni tampoco un camino objetivo para alcanzar el primero y evitar el segundo, no tiene sentido intentar alcanzarlo por medio de las ciencias sociales, de la filosofía o de la religión. Los relativistas morales han ubicado a la Iglesia en el lugar de un alfil en negro cuando el final de un partido de ajedrez se establece por las casillas blancas. Recordando que el alfil simboliza a un obispo o cardenal de la época medieval, se relega a muchos de ellos, en la actualidad, a observar el desarrollo de la vida social sin poder apenas participar en ella, por cuanto se le ha quitado toda vigencia a la religión cristiana. Tanto la objetividad como la efectividad del mandamiento cristiano del amor al prójimo desmienten totalmente al relativismo moral.
La destrucción de la tradición no podía dejar de estar presente, ya que resultó complementaria a la destrucción antes mencionada. Marcel Lefebvre escribió al respecto: “A medida que transcurrían los años los católicos vieron cómo se transformaban el fondo y la forma de las prácticas religiosas que los adultos habían conocido en la primera parte de su vida. En las iglesias los altares fueron retirados y sustituidos por una mesa, con frecuencia móvil y susceptible de ser escamoteada. El tabernáculo ya no ocupa el lugar de honor y la mayoría de las veces se lo ha disimulado en un pilar, a un costado; en los casos en que todavía permanece en el centro, el sacerdote al decir la misa le vuelve la espalda. El celebrante y los fieles están frente a frente y dialogan. Cualquiera puede tocar los vasos sagrados, frecuentemente reemplazados por cestos, bandejas, vasijas de cerámica; laicos, incluso mujeres, distribuyen la comunión que se recibe en la mano. El cuerpo de Cristo es tratado con una falta de reverencia que suscita dudas sobre la realidad de la transubstanciación”.
La etapa autodestructiva final consiste en el reemplazo de lo bíblico y lo cristiano por lo marxista-leninista, siendo actualmente la Iglesia Católica (posiblemente) la institución más avanzada e influyente en la promoción del socialismo a nivel mundial. Ricardo de la Cierva menciona algunas declaraciones de sacerdotes jesuitas que hacen evidente su adhesión al marxismo-leninismo: “El marxismo proporciona una comprensión científica de los mecanismos de opresión en los niveles mundial, local y nacional; ofrece la visión de un nuevo mundo que debe ser construido como una sociedad socialista, primer paso hacia una sociedad sin clases, donde la fraternidad genuina pueda ser esperanzadamente posible y por la cual merece la pena sacrificarlo todo. (Declaración de la Asociación Teológica de la India, en la revista Vidyajyoti, de la Facultad Teológica de los jesuitas de Delhi, abril 1986)”.
“Así la planificación nacional de la Compañía de Jesús en los EEUU debería, tras el ejemplo de China, convertirse en una planificación internacional. Hacia la convergencia de problemas en todas las zonas del mundo en torno a un tema único: la constitución, en diferentes tiempos y formas, de una sociedad mundial comunista. (Este texto inconcebible, auténtico programa marxista para la actuación mundial de la Compañía de Jesús, fue propuesto por un grupo de jesuitas holandeses –en colaboración internacional con otros jesuitas revolucionarios- y publicado en la revista oficial de la Compañía de Jesús en los EEUU, National Jesuit News, abril 1972)” (De “Las puertas del infierno”-Madrid 1995).
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