Por Ludwig von Mises
LA EXISTENCIA DE CAPITAL Y LA PROSPERIDAD AMERICANA
Uno de los fenómenos asombrosos de la actual campaña electoral [en EEUU, en 1952] es la manera en que oradores y escritores se refieren a la situación de los negocios y a las condiciones económicas de la nación. Elogian al gobierno por la prosperidad y el alto nivel de vida del ciudadano común. «Nunca ha estado usted tan bien», dicen, y «No deje que se lo quiten». Se da a entender que la mayor cantidad y la mejor calidad de los productos disponibles para el consumo son hazañas de un gobierno paternal. Los ingresos de cada ciudadano se miran como dádivas generosamente otorgadas por una benévola burocracia. Se considera que el gobierno de los Estados Unidos es mejor que el de Italia o el de la India, porque pasa a las manos de los ciudadanos más y mejores productos que los gobiernos de estos dos últimos países.
Es casi imposible dar una impresión más falsa de los hechos fundamentales de la economía. El nivel general de la vida es más elevado en los EEUU que en ningún otro país del mundo, no porque los estadistas y políticos norteamericanos sean superiores a los estadistas y políticos extranjeros, sino porque la cuota «per cápita» de capital invertido es mayor en los EEUU que en otros países. La producción por hora-hombre en los EEUU es mayor que en otros países, ya se trate de Inglaterra o India, porque las fábricas norteamericanas están equipadas con herramientas y máquinas más eficientes. El capital es más abundante en los EEUU que en otros países, porque hasta ahora las instituciones y las leyes norteamericanas han puesto menos obstáculos para la acumulación de grandes capitales que los establecidos por la legislación en aquellos otros países.
No es verdad que el atraso económico de países extranjeros se deba a la ignorancia tecnológica de sus pueblos. La tecnología moderna, en términos generales, no es una doctrina esotérica. Se la enseña en muchas universidades tecnológicas, tanto en este país como en el extranjero. Se la describe en muchos textos excelentes y en artículos publicados en revistas científicas. Cientos de extranjeros se gradúan todos los años en institutos tecnológicos norteamericanos. En todas las regiones del mundo hay muchos expertos perfectamente enterados de los últimos progresos de la técnica industrial. No es la falta de «know how» (saber cómo) lo que impide a países extranjeros adoptar plenamente los métodos industriales norteamericanos, sino la insuficiencia de capital disponible.
El mundo dividido en dos campos
El clima de opinión en el cual podía prosperar el capitalismo, estaba caracterizado por la aprobación moral del anhelo del ciudadano individual para proveer a su propio futuro y al de su familia. El ahorro era apreciado como una virtud tan beneficiosa para el ahorrista individual, como para todo el resto de la población.
Si la gente no consume todos sus ingresos, el excedente puede ser invertido, aumenta la cantidad de bienes de capital disponibles y se pueden así iniciar proyectos que antes no podían ser emprendidos. La acumulación progresiva de capital da por resultado un perpetuo adelanto económico. Todos los aspectos de la vida de cada individuo son afectados favorablemente. La tendencia continuada hacia la expansión de las actividades económicas abre un amplio campo para el despliegue de energías de la nueva generación. Mirando atrás, recordando su juventud y las condiciones del hogar de sus padres, el hombre común no puede menos que darse cuenta de que hay un progreso hacia un nivel de vida más satisfactorio.
Tal era la situación en todos los países en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Las circunstancias, por supuesto, no eran iguales en todas partes. Por un lado estaban los países del capitalismo occidental y por el otro, las naciones que no se decidían sino muy lenta y desganadamente a adoptar las ideas y los métodos de los negocios progresistas modernos. Pero estas naciones se beneficiaban ampliamente por las inversiones de capital hechas por los capitalistas de las naciones más avanzadas. El capital extranjero construyó sus ferrocarriles y fábricas y desarrolló sus recursos naturales.
El espectáculo que hoy ofrecer el mundo es muy distinto. Tal como hace 40 años, el mundo está dividido en dos campos. Por un lado está la órbita capitalista, considerablemente reducida en comparación con su extensión en 1914. Incluye hoy a los EEUU y Canadá y algunas de las naciones pequeñas de Europa occidental. La proporción mucho mayor de la población del mundo vive en países que rechazan rigurosamente los métodos de la propiedad, iniciativa y empresa privadas. Estos países o están estancados o enfrentan un progresivo deterioro de sus condiciones económicas.
El contraste de dos ejemplos
Tratemos de ilustrar esta diferencia contrastando, como típica de cada uno de estos dos grupos, la situación de los EEUU y la situación en la India.
En los EEUU, el capitalismo de las grandes empresas privadas, casi todos los años ofrece a las masas algunas novedades: ya sean artículos perfeccionados que reemplazan otros similares usados desde hace mucho, u objetos completamente desconocidos hasta el momento. A estos últimos –como por ejemplo, los aparatos de televisión o las medias de nylon- generalmente se les llama artículos de lujo, porque la gente vivía antes bastante satisfecha sin ellos.
El hombre común goza hoy de un nivel de vida que, hace apenas cincuenta años, sus padres o abuelos hubieran considerado fabuloso. Su hogar está equipado con aparatos y comodidades que los pudientes de otras épocas hubieran envidiado. Su esposa y sus hijos se visten con elegancia y usan cosméticos. Sus hijos, bien alimentados y cuidados, se benefician asistiendo a colegios secundarios y muchos van a la universidad. Si se le observa un fin de semana, saliendo de paseo con su familia, debe admitirse que parece próspero.
Existen también, naturalmente, algunos norteamericanos cuya situación económica parece poco satisfactoria comparada con la de la mayoría de la nación. Ciertos autores de novelas y obras teatrales nos harían creer, por sus lóbregas descripciones, que la suerte de esta minoría desafortunada representa el destino del hombre común en el capitalismo. Están equivocados. La suerte de estos norteamericanos desventurados representa más exactamente las circunstancias que prevalecían en todas partes en épocas precapitalistas y que prevalecen aún en los países a los que el capitalismo no ha afectado o ha rozado apenas.
La desgracia de estas gentes es que aún no han sido integradas en la estructura de la producción capitalista. Su penuria es un remanente del pasado. La progresiva acumulación de nuevo capital y la expansión de la producción en gran escala, borrarán esa miseria mediante los mismos métodos con los cuales ya ha mejorado el nivel de vida de la inmensa mayoría, es decir, elevando la cuota por cabeza de capital invertido y, en consecuencia, la producción marginal del trabajo.
Ahora consideremos el caso de la India. La naturaleza ha dotado a su territorio de valiosos recursos, tan vez aún más abundantemente que el suelo de los EEUU. Por otra parte, las condiciones climáticas hacen posible que el hombre subsista con una dieta más liviana y sin necesitar muchas cosas que los crudos inviernos en la mayor parte de los EEUU hacen indispensables. Sin embargo, las masas de la India están al borde del hambre, mal vestidas, hacinadas en casuchas primitivas, sucias, analfabetas. De año a año las cosas empeoran, pues las cifras de la población aumentan, mientras que el total de capital invertido no aumenta o, lo que es aún más probable, disminuye. De todos modos, hay un descenso progresivo en la cuota por cabeza de capital invertido.
A mediados del siglo XVIII, la situación en Inglaterra era apenas más propicia de lo que es hoy en la India. El sistema tradicional de producción no era adecuado para cubrir las necesidades de una población creciente. Aumentaba rápidamente el número de personas para quienes no quedaba lugar en el rígido sistema de paternalismo y tutela gubernamental del comercio. A pesar de que en aquel tiempo la población de Inglaterra no sobrepasaba en mucho el 15 % de la actual, había varios millones de pobres indigentes. Ni la aristocracia gobernante ni los mismos menesterosos tenían la menor idea de lo que podría hacerse para mejorar la situación material de las masas.
Refutación de las viejas fábulas
El gran cambio que en pocas décadas transformó a Inglaterra en la nación más rica y poderosa del mundo, fue preparado por un pequeño grupo de filósofos y economistas. Éstos arrasaron enteramente la pseudo-filosofía que hasta entonces había servido para orientar la política económica de las naciones. Refutaron las viejas fábulas: que es injusto y vil sobrepasar a un competidor produciendo mercadería mejores y más baratas; que es inicuo desviarse de los tradicionales métodos de producción; que las máquinas economizadoras de trabajo traen la desocupación y, por lo tanto, son perversas; que una de las tareas del gobierno civil es impedir que los comerciantes eficientes se enriquezcan y proteger a los menos eficientes contra la competencia de los más capaces; que restringir la libertad y la iniciativa de los empresarios por la fuerza gubernamental o por la coerción ejercida por otros poderes, es un medio apropiado para promover el bienestar de la nación. En síntesis: estos autores, para rebatir tales fábulas, expusieron la doctrina del comercio libre y del laissez-faire. Facilitaron el camino para una política que ya no obstruyera el esfuerzo del hombre de negocios para mejorar y ampliar sus operaciones.
Lo que engendró la industrialización moderna y el adelanto sin precedentes de las condiciones materiales que dicha industrialización produjo, no fue ni el capital previamente acumulado, ni el conocimiento técnico previamente adquirido. En Inglaterra, lo mismo que en otros países occidentales que la siguieron en el camino del capitalismo, los primeros promotores del capitalismo comenzaron con escaso capital y escasa experiencia tecnológica. Al iniciarse la industrialización, lo que había era la filosofía de la empresa e iniciativa libres, y la aplicación práctica de esta ideología hizo crecer el capital y avanzar y madurar los conocimientos técnicos.
Debe subrayarse este punto porque su olvido induce a error a los estadistas de las naciones poco desarrolladas en sus planes para el progreso económico. Creen que la industrialización significa máquinas y textos de tecnología. En verdad, significa libertad económica que crea a la vez capital y conocimientos tecnológicos.
Consideremos nuevamente el caso de la India. La India carece de capital porque nunca adoptó la filosofía pro-capitalista de Occidente y, por lo tanto, no removió los tradicionales obstáculos institucionales contra la empresa libre y la acumulación de capital en gran escala. El capitalismo llegó a la India como una ideología extranjera importada, que nunca se arraigó en la mentalidad del pueblo. Capital extranjero, británico en su mayor parte, construyó ferrocarriles y fábricas. Los nativos miraron con desconfianza no sólo las actividades de los capitalistas extranjeros, sino también la de sus compatriotas que cooperaban con las empresas capitalistas.
Hoy la situación es esta: gracias a los nuevos métodos terapéuticos, desarrollados por las naciones capitalistas e importadas por los británicos a la India, el término medio de vida se ha prolongado y la población aumenta rápidamente. Como los capitales extranjeros han sido ya virtualmente expropiados o están por serlo en un futuro próximo, no puede haber cuestión de nuevas inversiones de capital extranjero. Por otra parte, la acumulación del capital nacional se ve impedida por la manifiesta hostilidad del aparato gubernamental y el partido que está en el poder.
El gobierno de la India habla mucho de industrialización. Pero en lo que realmente piensa es en la nacionalización de las industrias privadas ya existentes. Para seguir el debate, pasemos por alto el hecho de que esto probablemente dará por resultado un desgaste del capital invertido en esas industrias, como ha ocurrido en la mayor parte de los países que han hecho experimental con la nacionalización. De cualquier modo, la nacionalización de por sí no agrega nada a la medida de las inversiones existentes. El señor Nehru admite que su gobierno no tiene el capital necesario para el establecimiento de nuevas industrias estatales o para la ampliación de tales industrias ya existentes.
Así, pues, declara solemnemente que su gobierno «alentará por todos los medios» a las industrias privadas. Y explica en qué consistirá ese aliento: les prometeremos, dice, «que no las tocaremos por lo menos durante diez años, o tal vez más». Agrega: «No sabemos cuándo las vamos a nacionalizar». Pero los hombres de negocio saben muy bien que las nuevas inversiones serán nacionalizadas en cuanto comiencen a rendir ganancias.
Una política que perpetúa la pobreza
Me he detenido tanto en los asuntos de la India, porque son representativos de lo que ocurre hoy en casi toda el Asia y el África, en gran parte de América Latina y aun en muchos países europeos. En todos estos países está aumentando la población. En todos estos países se están expropiando las inversiones extranjeras, abiertamente o en forma subrepticia, por medio del control de cambios o por impuestos discriminatorios. Al mismo tiempo, su política interna hace lo posible para disuadir la formación de capital nacional. Hay mucha pobreza en el mundo de hoy, y los gobiernos, en este respecto, de completo acuerdo con la opinión pública, perpetúan y agravan esta pobreza con su política.
Tal como esta gente los ve, sus problemas económicos han sido causados, de alguna manera que no se especifica, por los países capitalistas de Occidente. Esta noción (de los países capitalistas de Occidente) incluía hasta hace pocos años, también a las naciones de Europa occidental y, especialmente, al Reino Unido. Con los recientes cambios económicos, el número de naciones a las cuales se refiere se ha restringido más y más; hoy prácticamente significa sólo los EEUU. los habitantes de todas aquellas naciones en las que el ingreso medio es considerablemente más bajo que en los EEUU, miran a este país con los mismos sentimientos de envidia y odio que, dentro de los países capitalistas, los que votan por los diversos partidos comunistas, socialistas e intervencionistas, miran a los empresarios de su propia nación.
Los mismos lemas que se usan en los antagonismos internos de los EEUU, tales como Wall Street, grandes empresas, monopolios, mercaderes de la muerte, se emplean en los discursos y artículos de los políticos antinorteamericanos cuando atacan lo que en América Latina llaman «yanquismo» y en el otro hemisferio «americanismo». En estas efusiones hay poca diferencia entre los nacionalistas más chauvinistas y los más entusiastas adeptos del internacionalismo marxista, entre los que se llaman conservadores, ansiosos de preservar la fe religiosa y las instituciones políticas tradicionales, y los revolucionarios cuya meta es el derrocamiento de todo lo existente.
La popularidad de estas ideas no es de modo alguno un efecto de la propaganda enardecedora de los Soviets. Ocurre precisamente lo contrario: las mentiras y calumnias comunistas logran su éxito persuasivo, cualquiera que sea, por el hecho de que concuerdan con las doctrinas político-sociales enseñadas en la mayor parte de las universidades y sostenidas por los políticos y escritores más influyentes.
Las mismas ideas dominan las mentes de los EEUU y determinan la actitud de los estadistas respecto de todos los problemas que les conciernen. La gente se avergüenza de que capital norteamericano haya desarrollado los recursos naturales de muchos países que carecían tanto de capital como de los especialistas que necesitaban. Cuando diversos gobiernos extranjeros expropiaron inversiones norteamericanas o repudiaron préstamos concedidos por el ahorrista norteamericano, el público permaneció indiferente o hasta simpatizó con los expropiadores. Dadas las ideas en que se apoyan los programas de los grupos políticos más influyentes y que se enseñan en la mayor parte de los institutos educativos, no podría esperarse otra reacción.
En 1948 se reunió en Ámsterdam el Concilio Mundial de Iglesias, una organización que congrega a unas 150 denominaciones religiosas. Leímos en el informe redactado por este cuerpo ecuménico la siguiente declaración: «La justicia exige que los habitantes de Asia y África gocen de los beneficios de más producción mecanizada». Esto implica que el atraso tecnológico de dichas regiones ha sido causado por una injusticia cometida por algunos individuos, grupos de individuos o naciones. No se especifica quienes son los culpables. Pero se sobreentiende que la acusación se refiere a los capitalistas y hombres de negocio del cada vez más reducido número de países capitalistas, es decir, prácticamente los EEUU y Canadá. Tal es la opinión de muy reposados y conservadores eclesiásticos, actuando con plena conciencia de sus responsabilidades.
La misma doctrina es la base de la política de ayuda exterior y el Punto Cuatro de los EEUU. Queda implícito que quienes pagan impuestos en los EEUU tienen la obligación moral de abastecer de capital a las naciones que han expropiado las inversiones extranjeras y por diversos medios impiden la acumulación del capital nacional.
De nada sirve engañarnos con pensamientos ilusorios. En el estado actual de las leyes internacionales, las inversiones extranjeras no tienen resguardo alguno y están a merced del gobierno de cada nación. Se está generalmente de acuerdo en que cada gobierno soberano tiene el derecho de decretar una paridad ficticia de su moneda desvalorizada por la inflación, en relación con el dólar o el oro, y tratar de imponer esta paridad espuria, arbitrariamente fijada, por medio del control de cambios, es decir, virtualmente confiscando las inversiones extranjeras. En cuanto algunos gobiernos extranjeros que aún se abstienen de tales confiscaciones, lo hacen porque esperan convencer a extranjeros que realicen más inversiones y de esta manera estar en posición, más tarde, de quedarse con más.
En las filas de aquellas naciones que hacen todo lo posible para impedir a sus industrias que obtengan un capital necesitado con urgencia, encontramos hoy también a Gran Bretaña, que fue la cuna de la empresa libre y, antes de 1914, el país más rico del mundo o el segundo en riquezas. En un elogio exuberante y enteramente inmerecido de Lord Keynes (fallecido en 1946), un profesor de la Universidad de Harvard encontró sólo un defecto en su héroe. Keynes, dijo, «siempre exaltó lo que en cualquier momento fue verdadero y sensato para Inglaterra como verdadero y sensato para toda época y todo lugar».
Estoy en completo desacuerdo. Justamente, en el momento en que debe haber sido evidente para todo observador reflexivo, que la angustia económica de Inglaterra era causada por una insuficiencia de capital, Keynes enunció su notoria doctrina de los supuestos peligros del ahorro y apasionadamente recomendó mayores gastos. Keynes trató de ofrecer una justificación tardía y espuria de una política que Gran Bretaña había adoptado en contradicción con las enseñanzas de todos sus grandes economistas. La esencia del keynesianismo es su total incomprensión del papel del ahorro y la acumulación del capital desempeñan en el mejoramiento de las condiciones económicas.
Tendencia impositiva que puede llevar a la descapitalización
El principal problema para los EEUU es: ¿seguirá el curso de la política económica adoptada por casi todas las naciones extranjeras, aun por muchas que han sido las más destacadas en la evolución del capitalismo? Hasta ahora, en los EEUU, la suma de ahorros y la formación de nuevos capitales aún exceden la suma del desgaste del capital. ¿Durará ese excedente? Para contestar la pregunta, hay que observar las ideas sobre cuestiones económicas que sostiene la opinión pública. La cuestión es: ¿saben los votantes norteamericanos que la elevación sin precedentes de su nivel de vida en los últimos cien años ha sido el resultado de un constante ascenso de la cuota por cabeza del capital invertido? ¿Se dan cuenta de que cada medida conducente al desgaste del capital amenaza la prosperidad personal? ¿Valoran las condiciones por las cuales sus salarios son tan superiores a los de otros países?
Si pasamos revista a los discursos de los dirigentes políticos, los editoriales de los diarios y los libros de texto de ciencias económicas y finanzas, no podremos dejar de descubrir que poca o ninguna atención se presta a los problemas de abastecimiento de capital. La mayor parte de la gente da por descontado que algún misterioso factor enriquece de año en año a la nación. Los economistas gubernamentales han hecho el cómputo del aumento anual de la renta nacional durante los últimos cincuenta años y suponen alegremente que en el futuro seguirá aumentando en la misma proporción. Discuten los problemas de impuestos sin siquiera mencionar el hecho de que nuestro sistema actual de impuestos cobra grandes sumas que hubieran de otro modo sido ahorradas por el contribuyente y las emplea en cambio para gastos corrientes.
Podemos citar un ejemplo típico de este modo de tratar, o mejor dicho de no tratar, el problema del abastecimiento de capital en los EEUU. Hace poco, la Academia Americana de Ciencias Políticas y Sociales publicó un nuevo volumen de sus Anales, dedicado enteramente a la investigación de problemas vitales para la nación. El título del volumen es: «Meaning of de 1952 Presidential Election» («Significado de la elección presidencial de 1952». En este conjunto de trabajos, el profesor Harold M. Groves, de la Universidad de Wincosin, colaboró con un artículo titulado «Are Taxes Too High?» («¿Son demasiado elevados los impuestos»). El autor ofrece una respuesta «casi negativa». Desde nuestro punto de vista, el aspecto más interesante del artículo es el hecho que llega a esa conclusión sin mencionar siquiera los efectos que los impuestos a los réditos, las corporaciones, las ganancias excesivas y los bienes raíces tienen sobre el mantenimiento y la formación de capital. Cuanto han dicho los economistas sobre estos problemas, o bien lo ignora el autor, o no lo ha considerado digno de respuesta.
No se comete una injusticia respecto de las ideas económicas que determinan el curso de la política norteamericana si se les achaca que no valoran el papel del abastecimiento de nuevo capital desempeña en el mejoramiento y aumento de la producción. Un ejemplo instructivo lo ha dado el conflicto entre el gobierno y las empresas particulares respecto de si son adecuadas o no las cuotas de amortización bajo condiciones inflacionistas. En todos los agitados debates sobre ganancias, impuestos y escalas de salarios, el abastecimiento de capital se menciona apenas o nada. Al comparar la escala de salarios y el nivel de vida en los EEUU con los países extranjeros, la mayor parte de los autores y políticos no destacan las diferencias en las cuotas por cabeza del capital invertido.
Cada vez más, en los últimos cuarenta años, el sistema impositivo norteamericano ha adoptado métodos que han retardado considerablemente el ritmo de la acumulación de capital. Si se continúa en esta tendencia, llegará el día en que no será posible aumento alguno del capital o hasta comenzará la descapitalización. Hay sólo una manera de detener esta evolución a tiempo y evitar que los EEUU corran la misma suerte que Inglaterra y Francia. Hay que descartar las fábulas e ilusiones y sustituirlas por ideas económicas sanas y sensatas.
Consecuencias de la escasez de capital
Hasta este punto he empleado los términos falta de capital y escasez de capital, sin mayor explicación y definición. Era suficiente mientras me ocupaba primordialmente de las condiciones reinantes en los países en los que el suministro de capital parece inadecuado cuando se lo compara con el disponible en países más adelantados, especialmente en el país más adelantado económicamente: los EEUU. Pero al examinar los problemas norteamericanos, se hace necesaria una interpretación más penetrante de los términos empleados.
Estrictamente hablando, el capital siempre ha sido escaso y siempre lo será. El monto de bienes de capital disponibles nunca podrá ser tan abundante como para que pudieran emprenderse todos los proyectos cuya ejecución mejoraría el bienestar material del pueblo. Si fuera de otra manera, la humanidad viviría en el Jardín del Edén y no tendría que preocuparse para nada de la producción. Pero en este mundo real nuestro, cualquiera sea la cantidad de capital disponible, siempre habrá proyectos de negocios que no pueden lanzarse porque el capital que necesitarían para su ejecución se ha invertido ya en otras empresas, cuyos productos los consumidores requieren con más urgencia.
En todas las ramas de la industria hay límites, pasados los cuales, la inversión de capital adicional no rinde. No rinde porque dicho capital adicional podría emplearse en la producción de mercancías que tienen más valor a los ojos del público comprador. Si, en condiciones iguales, la existencia de capital aumenta, los proyectos que hasta ese momento no podían realizarse, aparecen como provechosos y se inician. Nunca faltan oportunidades para hacer inversiones provechosas, la razón es que todo el capital disponible ya ha sido invertido en proyectos más provechosos.
Al hablar de la falta de capital en un país que es más pobre que otros, uno no se refiere a este fenómeno de la falta general y perpetua de capital. Sólo se compara el estado de los negocios en aquel país particular con el de otros países donde el capital es más abundante. Si se considera a la India, puede decirse: hay aquí un número de artesanos que producen, con un capital total de 10.000 dólares artículos que tienen un valor en el mercado de, digamos, 1.000.000 de dólares. En una fábrica norteamericana, con un equipo de capital de 1.000.000 de dólares, el mismo número de obreros produce artículos que en el mercado valen 500 veces aquella suma de dólares. Los industriales de la India desgraciadamente carecen de capital para realizar tales inversiones. La consecuencia es que la productividad por hombre en la India es inferior a la productividad por hombre en los EEUU, el total de mercancías disponibles para el consumo es menor, y el habitante comide la India es pobre, si se le compara con el americano común.
No existe, especialmente cuando hay inflación, ninguna medida que pueda aplicarse al grado de escasez de capital. Donde es imposible comparar la situación de un país con la de aquellos otros en que la existencia de capital es más abundante, sólo son posibles las comparaciones con una cantidad hipotética de capital que existiría si ciertas cosas no hubieran ocurrido. En tal país ningún fenómeno se presentaría como escasez de capital, tan clara y manifiestamente como se presenta hoy al pueblo de la India. Todo lo que puede decirse es: si en esta nación se hubiera ahorrado más en el pasado, serían posibles algunos adelantos en métodos tecnológicos y en la expansión lateral de la producción, mediante la duplicación de equipos semejantes a los existentes, pero para los cuales falta el capital necesario.
La tarea principal de un buen gobierno
No es fácil explicar este estado de cosas a gente engañada por la apasionada agitación anticapitalista. Tal como lo ven los que a sí mismos se llaman intelectuales, el sistema capitalista y la codicia de los comerciantes tienen la culpa del hecho de que la suma total de productos listos para el consumo no sea mayor de lo que es. El único método que conocen para eliminar la pobreza es quitar –mediante impuestos progresivos- lo más posible a los pudientes. A sus ojos, la riqueza de los ricos es la causa de la pobreza de los pobres. De acuerdo con esta idea, durante las últimas décadas de la política fiscal de todas las naciones y especialmente también la de los EEUU, han tendido a la confiscación de porciones cada vez mayores de la riqueza y las rentas más elevadas. La mayor parte de los fondos recolectados así, hubiera sido empleada por los contribuyentes para el ahorro y la acumulación adicional de capital. Su inversión hubiera aumentado la productividad por hombre-hora y de esta manera hubiera logrado más cantidad de artículos para el consumo; en consecuencia, se habría elevado el nivel de vida para el hombre común. Si, en cambio, el gobierno dispone de esos fondos para gastos ordinarios, ese dinero se dispersa y, en forma concomitante, la acumulación de capital se retarda.
Piénsese lo que se quiera de la lógica de la política de expoliar a los ricos, es imposible negar el hecho de que ya ha alcanzado sus límites. En Gran Bretaña, cuando un miembro del partido Socialista ocupaba el cargo de Chancelor of de Exchequer (Tesorero del Reino), tuvo que admitir que aun la confiscación total de lo que se había dejado a las personas con mayores réditos, sólo agregaría una suma insignificante a las recaudaciones fiscales internas y que ya no puede pensarse en mejorar la suerte de los indigentes quitándoles a los ricos.
En los EEUU, una confiscación total de las rentas que sobrepasan los 25.000 dólares anuales, no alcanzaría a rendir 1.000 millones de dólares, una suma muy pequeña si se la compara con las cifras del presupuesto actual y del probable déficit. El principio fundamental de la política financiera de quienes se llaman progresistas ha sido llevado al punto en el cual se derrota a sí mismo y su absurdo se hace más evidente. Los progresistas ya no saben qué hacer. En el futuro, si quieren aumentar aún más los gastos públicos, tendrán que gravar con impuestos precisamente a aquellos votantes cuyo apoyo han buscado, cargando el peso principal sobre los hombros de la minoría más acomodada. Es un dilema realmente molesto para el prójimo Congreso.
Pero justamente, la perplejidad que surge de esta situación ofrece una oportunidad favorable para sustituir los perniciosos errores que han prevalecido en las últimas décadas, por principios económicos sensatos. Ha llegado el momento de explicar a los votantes las causas de la prosperidad norteamericana por un lado y las angustias de las naciones poco desarrolladas por otro. Deben enterarse de que la razón por la cual los salarios de los EEUU son muchos mayores que los salarios en otros países es la mayor cantidad de capital invertido, y que todo nuevo progreso en su nivel de vida depende de la suficiente acumulación de capital adicional. Hoy sólo los industriales y hombres de negocios se preocupan de la formación de nuevo capital para la expansión y perfeccionamiento de sus fábricas. La demás gente no se interesa en esta cuestión, sin saber que su bienestar y el de sus hijos están en juego. Es necesario hacer comprender a todos la importancia de estos problemas. Ningún programa partidario puede considerarse satisfactorio a menos de incluir el siguiente punto: considerando que la prosperidad de la nación y el nivel de los salarios depende de un continuo aumento del capital invertido en sus fábricas, minas y establecimientos de campo, una de las tareas principales de un buen gobierno es remover todos los obstáculos que entorpecen la acumulación e inversión de nuevo capital.
(Conferencia dictada en 1959 en el Club Universitario de Nueva York)
(De “Tres Mensajes”-Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires-Buenos Aires 1978)
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