Poco a poco se va acentuando la división social entre quienes tratan de orientarse por las leyes naturales que rigen los fenómenos humanos y sociales, por una parte, y quienes se orientan por ideologías que apenas contemplan esas leyes. Es decir, existen ideologías religiosas, filosóficas y científicas, con sus aciertos y limitaciones, que contemplan la existencia de leyes naturales, y también ideologías que las niegan y proponen modelos de hombre o de sociedad que desconocen tales leyes. En el primer caso se trata principalmente de posturas religiosas (creyentes en un Dios que establece reglas definidas o bien creyentes en la existencia de leyes naturales sin intervenciones divinas), mientras que en el segundo caso se trata de una visión atea del mundo real, propuesta esencialmente por el marxismo.
A lo largo de la historia de la humanidad se han dado ambas posturas, si bien antiguamente predominaba la idea de cumplir con la voluntad de Dios, aun cuando esa voluntad fuese interpretada subjetivamente. Con los totalitarismos del siglo XX ya no se intenta cumplir con esa voluntad ya que incluso se busca construir el “hombre nuevo soviético” para que, mediante la “herencia de los caracteres adquiridos” (proceso incompatible con la genética mendeliana) vaya consolidando una nueva humanidad; proceso que puede simbolizarse como el deseo del ateo de reemplazar a Dios.
Tanto las leyes que legitiman el aborto, como el “matrimonio” igualitario o la ideología de género, tienden a ignorar las leyes de la biología y la genética; incluso muchas veces de la moral elemental. Bajo estas nuevas convenciones sociales se advierte una división social de cierta importancia, que se agrega a otros antagonismos vigentes. Mientras un sector se pregunta, simbólicamente, qué “diría” Dios, o el orden natural, acerca de las nuevas propuestas, el otro sector no se lo “pregunta”.
Como los comportamientos o prácticas en discusión atañen principalmente al comportamiento privado o íntimo de los individuos, la sociedad no debería entrometerse imponiéndoles limitaciones; pero tampoco quienes se desvían de las conductas compatibles con la biología o la genética, deberían intentar promover en toda la sociedad sus comportamientos de índole privada. De ahí que debe quedar en claro que quienes están en contra de la homosexualidad, por ejemplo, no siempre lo están en forma discriminatoria contra sus adeptos, sino a su masiva promoción, especialmente a través del Estado y buscando imponerlas a los niños en los ámbitos educativos.
La peligrosidad de los totalitarismos radica, no sólo en la intromisión del Estado en la privacidad y las ideas y creencias de cada ciudadano, sino en las absurdas ideas de “transformar la naturaleza”, especialmente la naturaleza humana. Uno de los últimos ejemplos al respecto fue el de Ernesto Che Guevara, cuyas ideas no se limitaban a imponer un nuevo sistema económico, sino a imponer a los cubanos, y luego al resto del mundo, sus propios atributos personales. Carlos Alberto Montaner escribió al respecto: “La revolución cubana solamente ha parido dos hombres realmente importantes: Fidel Castro y Ernesto Guevara. Sin Fidel, ni hubiera habido revolución; sin el Che, probablemente, hubiera sido distinta”.
“Esencialmente, el Movimiento 26 de Julio era un grupo de acción. Unos jóvenes que hablaban constantemente de pistolas y tiros. El Che, en cambio, dominaba otro idioma. Traía otra formación…Se trataba de un diletante revolucionario de veintiséis años, recién salido de la Facultad de Medicina, que se concebía a sí mismo como una especie de asceta trascendente, a mitad de camino entre el Mahatma Gandhi y León Trotski”.
“Guevara fue el primer, último y único «hombre nuevo» que dio el proceso revolucionario. Ese cubano del futuro, desinteresado, laborioso, honesto, crítico, no era otro sino él. Esa criatura que vendría, y para la cual el trabajo era como un privilegio, no encontrando mejor remuneración que la satisfacción de llevarlo a cabo, era él mismo. El Che quería multiplicar su imagen. Pretendió –acaso sin tener conciencia de ello- preñar a millones de cubanos con su particular sementera. Como todos los apóstoles, proyectaba en los demás la concepción heroica de sí mismo”.
“Convirtió su tipo en arquetipo repitiendo un fenómeno tan viejo como los hombres. Sin embargo, con la búsqueda del «hombre nuevo» le confirió dignidad a la empresa revolucionaria. Casi nadie notaba entonces el atropello de los hombres viejos. De todos aquellos bípedos que no podían ni querían parecerse a Guevara. De toda la gente que entiende que trabajar es un incordio para quienes el «futuro de la humanidad» es una abstracción mucho más frágil que el futuro de la familia”.
“Guevara era un héroe y quería poner una fábrica de héroes. La ingeniería de su nuevo bicho revolucionario se le antojaba sencilla por ese inusitado mecanismo simplificador que opera en las neuronas de los apóstoles. Si él, con un asma que se caía, y unas piernas flacas que apenas lo levantaban, había hecho la revolución, ¿por qué no los demás? ¿Por qué no todo el mundo? Para Savonarola, para Ignacio de Loyola, para Robespierre, estas cosas son fáciles”.
“El Che ha sido uno de los peores funcionarios en la historia de la administración pública de Cuba. Si un ministro de Industria o un director del Banco Nacional de cualquier país civilizado cometen los disparates que cometió Guevara, tendría que suicidarse. Más o menos lo que hizo Guevara. Tan pronto comprobó que «el hombre nuevo» no era viable y que él mismo había fracasado en las tareas del gobierno, se encaramó en Rocinante y se largó a atacar nuevos molinos de viento” (De “Víspera del final: Fidel Castro y la Revolución Cubana”-Globus Comunicación-Madrid 1994).
La idea del hombre nuevo ya aparece en la Biblia, pero, en lugar de ser un hombre plenamente adaptado a las leyes morales de Dios, o atribuidas a Dios, el hombre nuevo colectivista ha de ser un hombre plenamente adaptado a las leyes propuestas por algún inventor de utopías. Michel Heller escribió: “Durante siglos, el sueño del hombre nuevo fue indisociable de la idea de Dios. La gracia divina permite el renacimiento del hombre que se convierte en un ser perfecto. Pero en el siglo XIX, el sueño se transformó. Persistió el deseo de un hombre nuevo, pero no encarnó ya el designio de Dios, sino que fue producto de un proyecto científico. Para renacer, para alcanzar la perfección, los hombres tenían que someterse a las leyes de la ciencia y la historia”.
“En los años veinte, el Estado soviético buscó sus «ancestros» en el seno de los movimientos revolucionarios del pasado. Entre los predecesores encontró a los anabaptistas, que en 1534 se apoderaron de Munster para fundar un Estado comunista: «la Nueva Jerusalén». Los ideólogos soviéticos hallaron paralelismos entre las iniciativas de Lenin después de golpe de Estado de Octubre y las decisiones del jefe de los anabaptistas, Johann Bockelson, en Munster: Bockelson instauró «algunos principios comunistas» -trabajo obligatorio, expropiación de una parte de los medios de producción y bienes de consumo-, y «para asegurar la defensa de la ciudad y la seguridad en el interior de las murallas, hizo reinar el terror»”.
“Se han consagrado centenares de obras a la «idea rusa» del bolchevismo y a los antepasados rusos de la Revolución de Octubre y del poder soviético. No es menos cierto que si una revolución semejante se produjera en Francia, Inglaterra o en cualquier parte, también se le encontrarían con facilidad antecedentes en la historia del país, como se viene haciendo en las naciones donde se instauró cuarenta años atrás un sistema soviético: se buscan –y se encuentran- precursores del socialismo en la historia de China o Polonia, de Albania o de Cuba, de Camboya o Checoslovaquia. Como es obvio, los ancestros rusos del bolchevismo han sido objeto de mejores estudios que los otros. Apasionantes para el historiador, esos precursores son también de interés inmenso para el hombre del siglo XX” (De “El hombre nuevo soviético”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1985).
Así como cada ética propuesta define el bien y el mal en función de los objetivos morales propuestos, cada tipo de sociedad define su “hombre nuevo” según las características que se desean lograr en tal sociedad. Mientras que Marx, y el Che Guevara, proponen llegar al socialismo mediante la violencia para conformar luego el “hombre nuevo socialista”, Antonio Gramsci propone conformar al “hombre nuevo socialista” para, luego, establecer el socialismo sin necesidad de revolución. El denominado “marxismo cultural” no es otra cosa que la silenciosa “revolución fría” de tipo gramsciano que se lleva a cabo sin prisa pero sin pausa.
La humanidad, mientras tanto, está embarcada en el proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural, siendo el orden natural, evidentemente, algo mucho más importante e impersonal que cualquiera de los “iluminados” que padecen la extrema locura de querer ocupar el lugar de Dios, o del orden natural.
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