En la suma de los odios personales existentes entre los integrantes de un grupo social, se tiende a la anulación de los efectos colectivos debido a la compensación generada por la variedad de destinatarios posibles. Por el contrario, cuando aparecen promotores y orientadores del odio individual, se advierten los efectos no compensados y la violencia social propiamente dicha comienza a vislumbrarse. También existen sociedades con niveles reducidos de odio personal, que son poco proclives a la violencia.
El proceso mencionado ha sido sintetizado por Albert Einstein, quien escribió: “La minoría que está alternativamente en el poder tiene en sus manos ante todo la escuela, la prensa y lo más a menudo también las organizaciones religiosas. A través de estos medios domina y dirige los sentimientos de la gran masa y hace de ésta su propio abúlico instrumento”.
“Pero tampoco esta respuesta agota el conjunto de la situación, pues se presenta la cuestión: ¿cómo es posible que la masa se deje, con estos medios, inflamar hasta el frenesí y el sacrificio de sí misma? La respuesta sólo puede ser la siguiente: existe en el hombre una necesidad de odio y destrucción. Esta tendencia, en tiempos normales, es sólo latente, y sale a la luz en momentos excepcionales; pero puede ser con relativa facilidad despertada y elevada a psicosis de masa. Aquí parece esconderse el problema más íntimo de todo el nefasto complejo de influencias. Este es el punto que sólo el gran entendedor de los instintos humanos puede esclarecer”.
“Esto conduce a una última cuestión: ¿existe una posibilidad de enderezar el desarrollo psíquico de los hombres de modo que se los haga capaces de resistir a las psicosis de odio y de destrucción? Y no pienso sólo en la llamada gente inculta. La experiencia de la vida me ha enseñado que precisamente son más bien los llamados «intelectuales» los que sucumben más fácilmente a las sugestiones colectivas, porque éstos no suelen abrevar directamente en la vida vivida, pero en cambio se dejan seducir del modo más cómodo y completo en el lazo del papel impreso” (De “El psicoanálisis frente a la guerra”-Varios autores-Rodolfo Alonso Editor-Mar del Plata 1970).
El proceso de masificación, por el cual todo individuo tiende a repetir y a aceptar lo que la mayoría afirma y cree, no sólo se manifiesta en los sectores poco instruidos, sino también en los sectores que se autodenominan y reconocen como “intelectuales”. Cuando estos sectores masificados coinciden en sus creencias y proclamas, influyen en el resto de la sociedad siendo posible la escalada de la violencia social.
Quien accede a un grado universitario, tiende a considerarse un “especialista” en todos los temas humanos y sociales, generalmente sin haberse dedicado a estudiarlos minuciosamente. Si a ello se le agregan las pasiones o fanatismos ideológicos, termina distorsionando la realidad, promoviendo directa o indirectamente la violencia entre sectores.
El intelectual auténtico, como el docente auténtico, se impone tanto el “no mentir” como el “no despertar el odio” entre la gente, y menos dirigirlo en algún sentido, sino que trata de atenerse siempre a la verdad. Por el contrario, el pseudo-intelectual tiende a distorsionar toda la información que recibe para luego transmitirla con el objetivo de favorecer la difusión de la ideología con la cual simpatiza. De ahí que haya sido bastante frecuente escuchar de los sectores marxistas que “el muro de Berlín fue construido para evitar la entrada de extranjeros”, para impedir así el ingreso de seres impuros provenientes de las corruptas sociedades capitalistas, para mantener la inmaculada sociedad comunista libre de toda contaminación.
El odio generalizado a la sociedad es otro factor de violencia y se hace evidente en la permanente actitud denigrante hacia el resto de sus integrantes. Reaccionamos anticipadamente presuponiendo que quien tenemos enfrente es “culpable hasta que demuestre lo contrario”. Esta actitud negativa se acentúa cuando se la dirige hacia alguien que pertenece a un sector social o grupo antagónico.
La tendencia mencionada surge como consecuencia del egoísmo reinante y de la corrupción generalizada, ya que debemos estar a la defensiva para evitar situaciones desagradables. La cooperación social se restringe a un mínimo. Para colmo, las sociedades en crisis publicitan la existencia de “derechos” de todo tipo, mientras que pocas veces se mencionan los deberes respectivos. Luego, la mayoría adopta una actitud exigente si no se cumple con sus derechos apareciendo nuevos motivos para el odio hacia la sociedad.
Como muy pocos se preocupan por cumplir con sus deberes, los derechos tampoco son satisfechos. Sergio Sinay escribió: “En nuestros días y en nuestra sociedad, se percibe una tendencia creciente a invocar derechos como los derechos de una parte desinteresada del todo. Hay un creciente desinterés por cómo afecta esa invocación, según los medios que se utilicen para ella, sobre el resto del cuerpo social o de la comunidad humana. Los derechos de parte empiezan a prevalecer sobre los derechos del todo bajo la creencia de que, en el árbol de nuestra sociedad, los derechos de la rama que reclama son más importantes y prioritarios que los demás gajos del mismo árbol y de que, si para lograr la reivindicación, otros brotes, la raíz o el mismo tronco se ven perjudicados, poco importa. A la hoja no le importa la rama, a la rama no le importa el tronco. Este modelo se ha instalado sin prisa y sin pausa en nuestras interacciones”.
“Esto se multiplica hasta el infinito en la vida diaria de una sociedad donde la invocación de la palabra derecho parece habilitar cualquier conducta y cualquier método. Pero ocurre que esa palabra forma parte de un árbol en el cual florecen, también, los deberes”.
“El momento en el que se corre detrás de los derechos olvidando que por cada uno de ellos hay un deber, o más, es un momento trágico. ¿De quién se pide, en definitiva, el respeto de los derechos que invocamos? De los demás. ¿Con quién tenemos deberes? Con los demás. Ese es, si se quiere, el costo del beneficio de vivir entre otros seres humanos. Que es, por otra parte, el único modo en que un ser humano puede vivir y trascender”.
“Jean Daniel decía hace poco, a sus lúcidos 84 años, que, en una sociedad democrática, los ciudadanos tienen más deberes que derechos y que recordarlo es lo que puede garantizar el desarrollo y la supervivencia de esa sociedad. Por su parte, el filósofo y novelista Jostein Gardner, reflexionaba, también recientemente, sobre el siguiente punto. Así como el siglo XX, decía, fue el de los Derechos Humanos, ¿no debería ser el siglo XXI aquel en el cual se proclame la Declaración de los Deberes Humanos?” (De “Elogio de la responsabilidad”-Editorial del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2006).
Existe cierto paralelismo entre libertad y responsabilidad, por una parte, y derechos y deberes, por la otra. Así, si el niño o el adolescente disponen de mucha libertad y de poca responsabilidad, las cosas no andarán bien. Si, por el contrario, son muy responsables pero carecen de libertad, no podrán realizar sus potencialidades personales.
Si al niño, al adolescente o al adulto se les otorgan muchos derechos y se le exigen pocos deberes, la mayoría quedará con sus derechos insatisfechos. Por el contrario, si se les exigen muchos deberes y se les conceden muy pocos derechos, no tendrán motivaciones suficientes para afrontar la vida cotidiana.
Para disminuir o eliminar la violencia social, es imprescindible adoptar una actitud empática respecto de todas las personas, como una predisposición a compartir sus penas y alegrías, en lugar de la permanente predisposición a la queja, la crítica o la descalificación de cuanto individuo aparezca ante nuestros ojos. Alejandro Castro Santander escribió: “La empatía es la capacidad de apreciar los sentimientos y las emociones que está sintiendo nuestro interlocutor en un proceso de interacción o comunicación con él. Es así como los niños dan muestras de estar desarrollando su empatía desde pequeños pero, para que se produzca un adecuado proceso de aprendizaje en este ámbito, es necesario que el entorno social sea suficientemente bueno como para que los adultos les muestren el camino”.
“Cuando un niño se educa en un contexto social en el que predominan las malas relaciones interpersonales o una comunicación poco adecuada, los aprendizajes sociales se deterioran y las habilidades sociales indispensables no se logran, se adquieren hábitos negativos cuando estos mismos niños podrían haber aprendido habilidades que no poseen”.
“Este es el caso de la empatía; cuando se han realizado aprendizajes sociales negativos a través de experiencias de desprecio, agresividad injustificada o violencia, la capacidad empática no sólo se reduce, sino que aumentan las dificultades para su reeducación, y se hace imprescindible que estos niños o adolescentes establezcan mediante procesos educativos, su sensibilidad emocional y afectiva hacia sí mismos y hacia los demás” (De “Desaprender la violencia”-Editorial Bonum-Buenos Aires 2008).
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