Tanto el socialismo como el fascismo se caracterizan por establecer el dominio del Estado en todos los ámbitos de la sociedad. Bajo el lema: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado”, explícito en el fascismo, implícito en el marxismo, se advierte que son posturas políticas que se asemejan en sus fundamentos aunque difieren en cuanto a las estructuras económicas propuestas, especialmente para el analista político en cuanto intenta describir las distintas modalidades que aparecieron durante el siglo XX y algunas en la actualidad. La diferencia en el origen radicó en que el socialismo soviético fue inicialmente un socialismo internacional, mientras que el fascismo y el nazismo fueron socialismos nacionales. Recordemos que la palabra “nazi” proviene de “nacional-socialismo”.
Ambos totalitarismos son antiliberales, anticapitalistas, antidemocráticos, y se sostienen en base a un partido político único. Si bien el marxismo propone una abolición del Estado como meta final, resulta ser un objetivo imposible de lograr por cuanto, al abolir la propiedad privada de los medios de producción, tal concentración económica no ha de ser otra cosa que el Estado, aunque se lo pretenda denominar de otra forma. Walter Theimer escribió: “El fascismo italiano fue fundado en 1919 por Benito Mussolini, con cuya vida personal estuvo estrechamente unido el movimiento. Sus primeras asociaciones se denominaron «fasci di combattimento», haces de combate, recurriendo a la misma palabra «fascio» (haz) que ya habían empleado en Italia diversos grupos de orientación extremista. Más tarde el «fascio» propiamente dicho, el haz de los antiguos lictores romanos, se convirtió en distintivo del partido, que tomó el nombre de «fascismo»” (Del “Diccionario de Política Mundial”-Miguel A. Collia Editor-Buenos Aires 1958).
La pronunciación original de la palabra fascismo, requiere de un sonido no utilizado en castellano, ya que la “sc” en el italiano, junto a la “e” o a la “i”, se pronuncia como la “sh” del inglés.
Mussolini militó en su juventud en el socialismo italiano; incluso su padre fue un activo dirigente socialista participante en las luchas políticas de su época. Sin embargo, hubo un acontecimiento que lo desvinculó del socialismo por lo cual se vio en la necesidad de fundar un nuevo movimiento, aunque totalmente compatible con su previa ideología. Rachele Mussolini, su esposa, describe el momento en que Mussolini es expulsado del Partido Socialista: “Hacía dos años ya que vivíamos en Milán, es decir desde diciembre de 1912, cuando mi marido fue nombrado director del «Avanti», el principal diario del partido socialista italiano. Una noche del mes de octubre de 1914, creo que era el 19, Benito volvió de Bolonia amargado y abatido”.
“-Ya está, Rachele, tenemos que volver a empezar desde el vamos. Me han echado del diario”
“-¿Pero qué pasó?”
“-Bueno, el partido socialista no estaba para nada de acuerdo con mi campaña por la intervención de Italia al lado de los aliados en la guerra y en el comité ejecutivo han estimado que la toma de posición del periódico era contraria a la política del partido. Entonces me dieron de baja” (De “Mussolini al desnudo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1974).
El periodista e ideólogo socialista Benito Mussolini, tenía cierta amistad con Lenin, lo que a nadie debe extrañar. Rachele agrega: “Lenin vino a verlo a Milán. Eso sucedió poco después de la creación del «Popolo d´Italia». Lenin había llegado de Suiza para convencerlo de que se reintegrara al partido socialista. Pero Benito no quiso saber nada. Y sin embargo quería mucho a Lenin, a quien conoció en Suiza cuando trabajaba y estudiaba ahí. Yo lo encontré muy amable y muy simpático con su barbita y sus anteojos de profesor. Se quedó algunos días en Milán y luego retornó a Suiza”.
Si bien ha existido siempre una evidente oposición entre marxistas y fascistas, ello no se debió a la incompatibilidad de ideas y proyectos, sino a que cada sector observada al otro como un competidor en la lucha por el acceso al poder. Friedrich A. Hayek escribió: “No menos significativa es la historia intelectual de muchos dirigentes nazis y fascistas. Todo el que ha observado el desarrollo de estos movimientos en Italia o Alemania se ha extrañado ante el número de dirigentes, de Mussolini para abajo (y sin incluir a Laval y a Quisling), que empezaron como socialistas y acabaron como fascistas o nazis. Y lo que es cierto de los dirigentes es todavía más verdad en las filas del movimiento”.
“La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania, y mejor que nadie lo sabían los propagandistas de ambos partidos. Muchos profesores de universidad británicos han visto en la década de 1930 retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si eran comunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental” (De “Camino de servidumbre”-Alianza Editorial SA-Madrid 2000).
El fascismo y el nazismo aparecen en la época posterior al fin de la Primera Guerra Mundial, cuando el descontento de las poblaciones europeas es manifiesto. George H. Sabine escribió: “Como el fascismo y el nacionalsocialismo fueron elaborados para apelar emocionalmente a naciones distintas, no había ninguna razón especial para que sus teorías fueran semejantes y, en efecto, el espurio hegelianismo del artículo de Mussolini en la Enciclopedia Italiana no tenía ninguna relación lógica con el racismo del Mein Kampf de Hitler. En realidad, sin embargo, los dos movimientos se parecían en aspectos importantes. Ambos sostenían ser socialistas y ambos eran nacionalistas; y ambos partidos surgieron por una coalición entre un partido que afirmaba ser socialista y otro que era en realidad nacionalista, aunque Hitler nunca fue socialista y Mussolini había sido por mucho tiempo violentamente antinacionalista”.
“La razón no es oscura. El nacionalismo era el único sentimiento con atractivo universal; y, en ambos países, cualquier partido que se afirmara radical y popular tenía que ser socialista, al menos nominalmente, para neutralizar la atracción de los partidos que habían sido, por mucho tiempo, marxistas o sindicalistas. La idea de un partido al mismo tiempo nacional y socialista era lo bastante simple como para ser obvia; se trataba, simplemente, de que un país tenía que poder desarrollar todos sus recursos cooperativamente, sin las pérdidas y las fricciones de la lucha de clases y con una distribución justa del producto entre capital y trabajo”.
“El socialismo cooperativo podía atraer a los pequeños comerciantes y empleados con salarios bajos, podía arraigarse entre el movimiento obrero organizado por una parte y las grandes finanzas por otra y el nacionalismo podía atraer a los grandes industriales y hombres de negocios, deseosos de librarse de una presión efectiva por parte de los trabajadores y que necesitaban del apoyo del gobierno para sus aventuras comerciales en el extranjero. El socialismo nacionalista se acercó mucho, pues, al sueño del político de poder prometer todo a todo el mundo; y ésta fue, en efecto, la estrategia de Mussolini y de Hitler, hasta que consolidaron su poder”.
“La estrategia determinó la filosofía: tenía que ser una forma exaltada de idealismo en contraste con el materialismo marxista; tenía que calificar al liberalismo de plutocrático, egoísta y antipatriótico; contra la libertad, la igualdad y la felicidad debía afirmar el servicio, la devoción y la disciplina; tenía que identificar el internacionalismo con la cobardía y la falta de honor; y tenía que condenar, naturalmente, a la democracia parlamentaria por inútil, débil y decadente. Como, desde un punto de vista racional, esta política no era en absoluto realista tenía que acentuar la importancia de la intuición y la voluntad como superiores a la inteligencia”.
“Así, la pretensión fascista de poseer la penetración del genio político y la pretensión nacionalsocialista de contar con los sanos instintos de la pureza racial, sin tener ninguna relación lógica, servían a los mismos fines. En sociedades destruidas por la guerra, la depresión y la inflación eran llamadas sentimentales tendientes a someter los intereses privados a la tarea de construir la fuerza nacional” (De “Historia de la teoría política”-Fondo de Cultura Económica-México 1994).
A pesar del origen y esencia socialista del fascismo, desde los sectores marxistas se lo asocia injustificadamente al liberalismo. Incluso este absurdo llega al extremo de denominar como “fascismo” al mayor peligro que puede afrontar una sociedad. Sin embargo, mientras que el fascismo produjo asesinatos a una escala de las decenas de miles de víctimas, el nazismo y el socialismo las produjeron a una escala del orden de las decenas de millones. Como ocurre siempre con las ideologías totalitarias, puede observarse que éstas desplazan a la realidad en la mente de sus adeptos. Mario Einaudi escribió: “El fascismo puede considerarse, pues, como un movimiento de masas al que recurre una sociedad anómica en un periodo de crisis buscando la seguridad y la satisfacción de las necesidades esenciales de la comunidad. Pero la promesa no se cumplió; tras la aparente fachada de la innovación persistieron las condiciones de estancamiento político y económico. Quizá la ley fascista más significativa fuera la que intentó detener las migraciones internas. Congelando los movimientos de población, manteniendo a los campesinos en sus tierras, el fascismo agudizó el anarquismo individual, actuó directamente en contra de las necesidades del país e impidió la modernización de sus viejas, casi feudales estructuras”.
“Nunca se llegó a usar el terror en gran escala con propósitos preventivos o represivos. El fascismo no puede compararse con las liquidaciones apocalípticas por las que Hitler y Stalin serán conocidos en la Historia. Mussolini, en vez de millones, tuvo sobre su conciencia sólo unas decenas de miles de muertos, excluidos los soldados caídos durante la Segunda Guerra Mundial” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1974).
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1 comentario:
Muy buen artículo.
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