De la misma manera en que la existencia de leyes naturales permite inferir la existencia de un orden natural, las leyes humanas habrán de conforman un orden social, que debería ser compatible con aquellas leyes naturales. Así como se habla del hombre como un ser viviente hecho “a imagen y semejanza de Dios”, en las versiones teístas de la religión, puede decirse que el orden social establecido por el hombre debería realizarse también “a imagen y semejanza” del orden natural.
Mientras que en épocas pasadas el orden social estaba conformado por leyes religiosas contenidas en los Libros Sagrados, surgiendo hechos sociales no previstos por tales leyes, se va conformando el Estado, como institución social que, a partir de leyes humanas, contempla la posibilidad de conformar un orden social satisfactorio para todos los integrantes de la sociedad.
La palabra “Estado” (con mayúscula, para diferenciarla del estado de un objeto o de una persona) surge de “estatuto”, indicando la existencia de leyes o reglamentos establecidos para legislar el accionar de individuos en sociedad. Ernesto Stocco escribió: “En los comienzos del siglo XV fue generalizándose en Italia la necesidad de una palabra que incluyese en su significado la estructura total del Estado y abarcase omnicomprensivamente a los elementos constitutivos a los cuales entonces se atribuía mayor relevancia; esto es, la organización de la ciudad como entidad jurídico-política y su gobierno constituido”.
“Aparecen así las denominaciones concretas de Stato de Firenze, Stato de Génova, etc., en las cuales el significado del vocablo Stato es, posiblemente, el que corresponde a la constitución (Status) o estatuto jurídico”.
“Es frecuente oponer las palabras Estado y Sociedad como expresiones de una forma de antítesis. Estado significa una forma de vida social determinada por una serie de coacciones y amenazas que motivan en los individuos un definido comportamiento y, por el contrario, sociedad significa una forma de vida en la que el individuo actúa con libertad” (De “La Libido Dominandi”-Mendoza 2003).
Los organismos legislativos de las antiguas Grecia y Roma, aunque con otras denominaciones (polis y civitas, respectivamente), vislumbran los atributos que caracterizarán a los Estados modernos. De ahí que las primeras opiniones acerca del vínculo entre Estado y sociedad provengan de filósofos griegos y romanos.
Para tener una visión amplia acerca de las diversas opiniones, resulta conveniente describir las posturas extremas. Una de ellas es la adoptada por la religión judeo-cristiana, con el concepto del Reino de Dios, esto es, el gobierno de Dios a través de la ley natural relegando todo gobierno del hombre sobre el hombre a un lugar secundario, incluso prohibiéndolo. Esta postura no tuvo los efectos esperados por cuanto, especialmente en el caso de la Iglesia Católica, interpretaron que eran sus jerarcas los representantes de Dios, y quienes debían gobernar en lugar de las leyes naturales, conformando nuevamente gobiernos humanos.
En el otro extremo encontramos gobiernos netamente humanos, sin ninguna referencia a las leyes naturales, y en los cuales se identifica al Estado con la voluntad de un líder político que lo dirige con criterios estrictamente personales. Los sistemas totalitarios conformaron gobiernos que produjeron en el siglo XX las mayores catástrofes sociales que recuerda la humanidad.
Uno de los primeros promotores de los sistemas totalitarios fue Platón, que incluso establece una analogía con un ser humano, con su cuerpo, mente y demás atributos, para establecer un orden social de diseño propio. Ernesto Stocco escribe al respecto: “Para Platón el Estado es un organismo equiparable al hombre, un macroantrophos. Constituido éste por individuos, existe entre aquél y éstos una relación armónica, de la misma manera que el organismo de un ser viviente está armónicamente relacionado con los órganos que lo integran”.
“Y así como en el ser humano existe una razón que domina, un ánimo que obra y sentidos que obedecen, también en el Estado hay tres distintos elementos equiparables a aquellos: una clase dominante, la de los sabios; otra, defensora de la sociedad, la de los guerreros, y una tercera destinada a abastecer y obedecer a las dos primeras, los agricultores y los artesanos”.
“Para Platón el Estado es un todo que comprende y unifica a todas las manifestaciones de la vida de los individuos. Su poder y autoridad son ilimitados como ilimitada es su competencia para promover la felicidad de todos”.
Aristóteles promueve la moral en cada miembro de la sociedad y en el gobierno, si bien perduran en él ciertas propuestas poco igualitarias que tenderán a desaparecer con el cristianismo. Podría decirse que está situado en una posición intermedia entre el gobierno de las leyes naturales y el gobierno humano. “Respecto de la organización social, Aristóteles sostiene que mientras hay hombres que por naturaleza nacen libres, hay otros que nacen esclavos y que por su incapacidad para gobernarse son pasibles de dominio. Admite a la esclavitud como una necesidad del Estado y trata de justificarla por sus fines utilitarios. El Estado necesita de hombres que, mediante su actividad material, atiendan la alimentación y demás menesteres de las clases privilegiadas a fin de que éstas puedan ocuparse libremente de tareas propias de su condición”.
Algo más cercano a la postura cristiana se encuentra la filosofía estoica, orientada hacia una adaptación a las leyes naturales. Debido a la influencia del estoicismo en Roma, la adopción del cristianismo, por parte de los romanos, se produjo de una manera no demasiado revolucionaria. La validez universal de la ética bíblica, o cristiana, coincide con la vocación universalista de los estoicos. Stocco escribió al respecto: “Partiendo de un principio ético-filosófico que impone al hombre vivir en conformidad con la naturaleza, los estoicos creyeron encontrar un concepto que comprendiese al individuo, no ya en su relación con un orden estatal singular, sino como integrante de un Estado universal”.
Marco Tulio Cicerón, cuyo pensamiento resulta compatible con el estoico y con el cristiano, escribió respecto de la ley natural: “El universo entero ha sido sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha meditado, concebido y sancionado esta ley. Desconocerla es huirse a sí mismo, renegar de su naturaleza, y por ello mismo padecer los castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.
Luego de la caída del Imperio Romano, le sigue en Europa el medioevo cristiano, que prioriza el gobierno de Dios sobre los gobiernos humanos, pero no en el sentido de una teocracia directa, sino de una teocracia indirecta en la cual Papas y monarcas aducen gobernar en nombre de Dios, aunque con criterios, por lo general, personales. Stocco escribe al respecto: “La doctrina cristiana tuvo una poderosa influencia en el pensamiento filosófico medieval, en el derecho, en la política y en el Estado. A partir de la premisa de que Dios es el centro generador de todo poder, de todo orden y de toda organización social, el Estado no puede ser concebido sino como una institución de origen divino. He aquí un concepto que hubo de transformar, durante la Edad Media, a todo orden lógico-político estructurado en la antigüedad”.
Entre los filósofos medievales más destacados, se encuentra Tomás de Aquino, quien escribe acerca del Estado: “La existencia del Estado nace de la misma naturaleza social, racional y libre del hombre. Esta naturaleza humana exige una autoridad o gestor encargado de procurar el bien común, y reclamar a la vez que los hombres esclarecidos y destacados por la virtud y su saber se pongan a la cabeza y al servicio de sus semejantes dirigiéndolos”. “El hombre tiene necesidad de ser gobernado por alguien, puesto que debe vivir en sociedad”.
Algunos autores opinan que al monarca se le debe obediencia, mientras que el monarca sólo ha de responder ante Dios, dando lugar a las monarquías absolutas, es decir, con poder ilimitado. Se acentúa el gobierno del hombre sobre el hombre aunque se lo intenté calificar como dependiente de Dios. Jean Bodin “caracterizó a la soberanía del Estado como el poder absoluto y perpetuo del monarca, sosteniendo, como fundamento que quien crea la ley no puede quedar sometido a ella, sino que debe permanecer ubicado en un plano superior. Por consiguiente, el único sometimiento que reconoce el monarca es el relativo a normas divinas y a las de la naturaleza. Frente al soberano, sólo existen deberes pero no derechos”.
Entre los filósofos que proponen una limitación del poder del Estado, contemplando la existencia de leyes naturales, y sugiriendo el gobierno complementario de leyes humanas, descartando el gobierno directo de los gobernantes, aparece John Locke, quien escribió: “La libertad el hombre consiste en estar libre de cualquier poder superior, y no hallarse sometido a la voluntad de la autoridad de hombre alguno, sino adoptar como norma la ley de la naturaleza. La libertad del hombre en sociedad es la de no estar bajo más poder legislativo que el que haya sido establecido por su consentimiento. Ni bajo el dominio de lo que mande ley alguna, excepto aquellas leyes que hayan sido dictadas por el poder legislativo de acuerdo con la misión que le hemos confiado”.
“Estar libre de un poder absoluto y arbitrario es tan necesario, y está tan íntimamente vinculado a la conservación de un hombre, que nadie puede renunciar a ello sin estar renunciando al mismo tiempo a lo que le permite su autoconservación y su vida. Pues un hombre sin poder sobre su propia vida, no puede, por contrato o acuerdo otorgado por su propio consentimiento, ponerse bajo el absoluto poder arbitrario de otro que le arrebate la vida cuando se le antoje”.
“La verdadera libertad es que cada uno pueda disponer de su persona como mejor le parezca; disponer de sus acciones, posesiones y propiedades, evitando, así, estar sujetos a los caprichos arbitrarios de otro, y siguiendo su propia voluntad”.
“Los hombres unidos en sociedad han renunciado a su poder ejecutivo de ley natural y lo han cedido al poder público, sólo entonces tenemos una sociedad política y civil”. “El poder público de toda sociedad está por encima de cada uno de los individuos en esa sociedad; y el uso principal de este poder consiste en dar leyes a todos los que estén bajo él. Dichas leyes debemos obedecerlas en todos los casos, excepto cuando haya una razón manifiesta que pruebe que la ley de la razón manda lo contrario” (Citas de “La Libido Dominandi”).
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