A lo largo de la historia, y aún en la actualidad, se advierte una tendencia a relegar a la mujer a un lugar social, incluso familiar, inferior al del hombre. Ello se debe, no sólo a cierta tradición, sino también a la propia inseguridad varonil cuando necesita rebajar a alguien para sentirse superior. También existe, por parte de las mujeres, una predisposición a ceder al hombre el lugar que, por comodidad, ha optado por renunciar.
A partir del cristianismo, a través del “Amarás al prójimo como a ti mismo”, se le reconoció a la mujer la esencial igualdad que debe concederse a todo ser humano. Sin embargo, aun cuando se disponga de tal mandamiento, no siempre se le admitieron sus potenciales capacidades, como han sido demostradas desde épocas relativamente recientes.
El concepto bíblico del Reino de Dios prohíbe expresamente todo gobierno del hombre sobre el hombre, es decir, de todo ser humano sobre cualquier ser humano; por lo tanto, excluye también al gobierno del hombre sobre la mujer y de la mujer sobre el hombre. Son las leyes naturales las que deben regir las conductas individuales, especialmente aquellas que promueven la cooperación entre los distintos integrantes de la humanidad.
Entre las formas elegidas por la sociedad, para revertir errores pasados y presentes, han surgido los movimientos feministas, muchos de los cuales no buscan restablecer la igualdad que siempre debió existir, sino que promueven una especie de venganza encubierta contra todos los hombres; algo que resulta absurdo si en realidad se busca mejorar las cosas.
La aparente desigualdad o inferioridad de las mujeres ha sido manifestada por muchos influyentes autores, incluso por algunos que redactaron los Libros Sagrados de las religiones. Se menciona a continuación a varios de ellos:
“Y Dios dijo a la mujer: «Yo multiplicaré tus afanes y tu gravidez. Parirás a los hijos con dolor. Estarás sujeta al poder del varón y él te dominará»” Génesis.
“Si hay un Dios que inventó a la mujer, sepa, donde quiera que se halle, que es el autor fatal del mayor mal” Tucídides.
“Vuestras mujeres son un campo para vosotros; vayan entonces a vuestro campo como mejor les plazca”. El Corán.
“Durante la infancia una hembra debe ser sometida a su padre, en la juventud a su marido y cuando su señor ha muerto a los hijos. Una mujer no debe ser jamás independiente. Por cuanto un marido pueda ser lejano de cualquier virtud o libertino o privado de buenas cualidades, una esposa fiel debe constantemente adorarlo como a un dios”. Leyes de Manú.
“Existe un principio del Bien que creó el orden, la luz y el hombre, y un principio del Mal que creó el caos, las tinieblas y la mujer”. Pitágoras.
“Adán fue llevado al pecado por Eva y no Eva por Adán. Es justo que la mujer reciba como patrón al que indujo a pecar”. San Ambrosio.
“Y todas las mujeres tienen poco cerebro, y no hay una que sepa decir dos palabras y las predique, porque en tierra de ciegos, el que tiene un ojo es señor”.Maquiavelo.
“No está bien, y por muchas razones, que una mujer estudie y sepa tantas cosas”. Molière
“La mujer está hecha para ceder al hombre y para soportar también sus injusticias”. Rousseau.
“La mujer no pertenece a sí misma sino al hombre…El hombre es el administrador de todos sus derechos, él es un representante natural en el Estado y en la sociedad entera”. Fichte.
“Todas las mujeres, en la conservación de su existencia (en mantenimiento y protección), no dependen de su propio impulso sino de las órdenes de los otros”. Kant.
“Las mujeres pueden tener hallazgos, gusto, delicadeza, pero no tienen ideales…El destino de la joven es esencialmente la relación matrimonial”. Hegel.
“La mujer casada es una esclava que necesita saber montar un trono”. Balzac.
“La felicidad del hombre dice: yo quiero. La felicidad de la mujer dice: él quiere”. Nietzsche.
“Se duda en decirlo, pero no puede sustraerse a la idea de que el nivel de lo que es éticamente normal, para la mujer, es diferente”. Freud.
(Del libro “Las mujeres y la culpa” de Liliana Mizrahi (Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994)
Se advierte en las citas anteriores que la mujer no sólo ha sido considerada inferior por muchos autores, sino también culpable de muchos de los males sociales. Al respecto, Liliana Mizrahi escribió: “Para la tradición judeo-cristiana se es culpable no bien se vive. La raíz del sentimiento de culpa surge del «pecado original», resultante de la «caída del hombre», tal como lo señalan las sagradas escrituras”.
“Necesitamos crear y recrear certezas religiosas que nos protejan de la angustia que surge ante esta «culpa por existir»”.
“La culpa no es un sentimiento «natural». Es el instrumento más efectivo para neutralizarnos como sujetos autónomos. Es un arma de domesticación y sometimiento a una cultura totalitaria que nos acusa falsamente. Si las acusaciones son falsas, las defensas también lo serán. El no reconocimiento de la falsedad de las acusaciones que nos atribuyen nos convierte en seres frágiles y vulnerables a esa misma falsificación y mistificación”.
“Siglos de historia recrean el mismo mensaje en las voces de la soberbia masculina. Religiones, leyes, mitos, literatura, ciencia y filosofía se dan la mano para construir esta mujer manantial de vida y de males, hembra portadora de culpas y dones, elevada al cielo o arrojada a los infiernos”.
“Las religiones nos encadenan, los mitos inventan y multiplican nuestras culpas, la filosofía nos descalifica como sujeto, la teología medita y discute la posibilidad de que tengamos alma. La literatura no sabe ya de qué disfrazarnos, las leyes nos imponen tutor y no se nos reconoce entidad jurídica. La ciencia intenta demostrar nuestra inferioridad biológica. La cultura que pretende precisar qué cosa es nuestra naturaleza, por siglos amplió y restringió sus límites y de ese modo impuso conductas”.
“La soberbia masculina presume definirnos: virgen, prostituta, hija dócil e incapaz, esclava intrigante, esposa fiel o astuta, madre inmaculada o castradora, hermana sumisa, amante cruel”.
“Quedamos recluidas en estas definiciones donde nuestro espacio, nuestro rol y nuestras obligaciones han sido atribuidos en función de «las-necesidades-de-los-otros». Los otros: esferas divinas ante las cuales, en realidad, somos seres abandonados”.
“¿Es otra la cara de la dominación? Cambian los paisajes, se transforman los códigos y sus símbolos, se modifica el lenguaje, las modas, la publicidad, la religión, la iglesia, la educación, las normas sociales, las pautas culturales. La astucia de siglos de historia represiva consiste en convencernos de que nacemos pecadoras y nuestra existencia como tal es una infracción. Somos herederas de una moral inquisidora”.
“La moral judeo-cristiana se articula sobre el concepto de pecado y la justicia sobre la noción de condena. Infinito sadismo que goza contemplando a sus criaturas doblegadas en el camino”.
“Su dominio no desaparece con la extinción del poder religioso o de la liturgia eclesial. Somos herederas de una moral inquisidora. Para esta cultura totalitaria, fundada en la coerción, nada mejor que mujeres que ofrecen la otra mejilla”.
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