Mientras que la desigualdad biológica resulta ser una ventaja evolutiva, ya que la humanidad requiere de especialistas en diversos temas, la desigualdad social resulta ser un fenómeno negativo, ya que crea tensiones desagradables en las relaciones interpersonales, siendo un problema creado por los propios seres humanos. De ahí surge un error muy común: creer que en realidad existe una “igualdad biológica”, que fue distorsionada por el hombre, por lo que se pretende corregir las diferencias observadas, atribuidas a una negativa influencia social. Por ello se propone eliminar diferencias entre hombres y mujeres, considerando incluso que la atracción entre personas de distinto sexo es “una construcción social” y no una consecuencia de nuestra naturaleza humana.
Los marxistas, al sostener que el hombre actúa principalmente por la influencia del medio social, restándole toda importancia a la herencia genética, suponen que se debe tratar de borrar desde la niñez todas las diferencias existentes entre hombres y mujeres. Luego promueven la anulación de todo tipo de premios y sanciones en establecimientos educativos, ya que, aducen, tales estímulos favorecen a unos y perjudican a otros, induciendo alguna forma de desigualdad. Buscan el comportamiento uniforme apuntando hacia el colectivismo, en desmedro de todo vestigio de individualidad. Así, mientras la evolución biológica tiende a crear seres distintos y variados, los colectivistas promueven la uniformidad y el igualitarismo.
La uniformidad promovida por los ideólogos totalitarios implica una igualdad artificial, o colectiva, que nunca llega a la igualdad emanada desde los afectos, o los sentimientos. Adviértase que la contravención más penalizada en la antigua Unión Soviética era la disidencia, ya que era un síntoma de rebeldía contra la uniformidad de pensamiento. Andrei Sajarov escribió al respecto: “El delito que provoca el mayor número de detenciones es el de leer, poseer o prestar a amigos cualquier texto ciclostilado [copiado muchas veces] o cualquier libro de contenido no grato (que, por lo demás, suele ser de naturaleza inofensiva)” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).
Para los igualitaristas, toda desigualdad social o económica resulta negativa, aunque no siempre debe ser así. Mientras que la persona sensata advierte que el sector productivo, al disponer por lo general de mayores recursos económicos, y al no poder consumirlos en su totalidad (cada persona tiene un estómago para alimentar y un cuerpo para vestir), necesariamente los excedentes irán al resto de la sociedad vía intercambios. Por el contrario, el igualitarista, al pretender disponer de los mismos recursos que los creados por otros, promueve la confiscación de ganancias o la expropiación estatal de empresas, por lo que la actividad económica, en esos casos, caerá a niveles alarmantes en poco tiempo.
Puede decirse que la persona sensata no se sentirá incómoda por el hecho de disponer de menores medios económicos que los sectores altamente productivos. El envidioso, por el contrario, no soporta tener menos riqueza material que los demás, prefiriendo estar rodeado de personas pobres, o incluso bastantes más pobres que él. Liberarse de las causantes externas de la envidia padecida, le parece mejor que intentar liberarse de su grave defecto personal. Arthur Schopenhauer escribió: “Nunca pensamos en lo que tenemos, sino siempre en lo que nos falta”. Para el caso del envidioso, podría adaptarse como: “Nunca piensa el envidioso en lo que tiene, sino siempre en lo que tienen los demás”.
Así como existe la envidia por cuestiones materiales, existe una especie de envidia afectiva, que son los celos. Los celos aparecen cuando la capacidad de amar de las personas resulta limitada y también cuando el egoísmo adquiere predominio sobre otras actitudes básicas.
En ambos casos (envidia y celos) se advierte que, aun en situaciones similares, surgen resultados opuestos, según las actitudes personales de cada individuo. De ahí que no siempre las soluciones deben buscarse a través de cambios sociales, excepto que tales cambios provengan de un previo mejoramiento individual. La gravedad del caso es que celos y envidia tienden a generalizarse. Arturo Pérez-Reverté escribió: “Del mismo modo en que antes se admiraba a hombres y mujeres por su mérito, ahora unos y otros molestan. El talento incomoda como nunca. Los mediocres, los acomplejados, los bobos, necesitan que la vida descienda hasta su nivel para sentirse cómodos, y es destruyendo la inteligencia y ensalzando la mediocridad como están a gusto. En España el talento real está penalizado. Convierte a quien lo posee en automáticamente sospechoso. De ahí a la nefasta palabra elite, tan odiada, solo media un paso, claro. Y la palabra fascista está a la vuelta de la esquina”.
“¿Creen que exagero? Echen un vistazo a los colegios, a los niños. Lo he escrito alguna vez: todo el sistema educativo actual está basado en aplastar la individualidad, la inteligencia, la iniciativa, el coraje y la independencia. En destruir a los mejores, con reproches incluidos a los padres: Luisa no habla con sus compañeras y prefiere leer, Alberto levanta demasiado la mano, Juan no juega al fútbol ni se integra en trabajos de equipos, etc. Todo se orienta a rebajarlos al nivel de los más torpes, convirtiéndolos en rebaño sin substancia. No se busca ya que nadie quede atrás, sino que todos queden atrás”.
“Ganarán los mediocres, no cabe duda. Suyo es el futuro, y se nota mucho. A ellos pertenece un mundo al que los imbéciles –ni siquiera hay malvados en esto-, asistidos por sus cómplices los cobardes, fabrican a su imagen y semejanza. Por eso es tan admirable el tesón de quienes resisten: chicos, profesores, padres. Los que se mantienen erguidos y libres en estos tiempos de sumisión, rodillas en tierra y cabeza baja. Los que siguen necesitando referentes a los que admirar, nutrirse de libros, cine, ciencia, historia, literatura y cuanto sirva para obtener vitaminas con las que sobrevivir en el paisaje hostil que se avecina. Lecciones inolvidables de inteligencia y de vida” (De www.xlsemanal.com).
Los resentimientos y odios entre clases sociales no siempre surgen del sector supuestamente superior, sino que, al igual que la envidia, surge principalmente de quienes se sienten inferiores, sin que nada hagan los envidiados. Estos resentimientos y odios tienden a transformarse en “lucha de clases” en cuanto intervienen los ideólogos y promotores. Mario Vargas Llosa escribió: “La verdadera razón del fracaso matrimonial no fueron los celos, ni el mal carácter de mi padre, sino la enfermedad nacional por antonomasia, aquella que infesta todos los estratos y familias del país y en todos deja un relente que envenena la vida de los peruanos: el resentimiento y los complejos sociales. Porque Ernesto J. Vargas, pese a su blanca piel, sus ojos claros y su apuesta figura, pertenecía –o sintió siempre que pertenecía, lo que es lo mismo- a una familia socialmente inferior a la de su mujer”.
“Es un grave error, cuando se habla de prejuicio racial y de prejuicio social, creer que éstos se ejercen sólo de arriba hacia abajo; paralelo al desprecio que manifiesta el blanco al cholo, al indio y al negro, existe el rencor del cholo al blanco y al indio y al negro, y de cada uno de estos tres últimos a todos los otros, sentimientos, pulsiones o pasiones, que se emboscan detrás de las rivalidades políticas, ideológicas, profesionales, culturales y personales, según un proceso al que ni siquiera se puede llamar hipócrita, ya que rara vez es lúcido y desembozado. La mayoría de las veces es inconsciente, nace de un yo recóndito y ciego a la razón, se mama con la leche materna y empieza a formalizarse desde los primeros vagidos y balbuceos del peruano” (De “El pez en el agua”-Editorial Seix Barral SA-Barcelona 1993).
Gran parte de la solución a estos males deberá provenir de la adopción de una escala de valores que permita observar en cada ser humano un integrante más de la humanidad, como “un hermano por ser hijo de Dios”, en el lenguaje religioso, y no como un integrante de determinado grupo o sector de la sociedad. Ello implica adoptar como objetivo el cumplimiento del “amarás al prójimo como a ti mismo”, que es el camino desalentador de toda desigualdad negativa existente. Pierre Rosanvallon escribió: “El autor de ‘La democracia en América’ [Alexis de Tocqueville] subrayó en la introducción de su obra el carácter de impulso del factor religioso, observando: «El cristianismo, que hizo a todos los hombres iguales ante Dios, no sentirá repugnancia de ver a todos los ciudadanos iguales ante la ley»”.
“Así, la igualdad democrática ¿no habría hecho sino cumplir una vieja promesa? La revolución moderna, ¿no sería sino la heredera de la revolución cristiana? «Los genios más profundos y los más vastos de Roma y Grecia –también escribía- nunca pudieron llegar a esta idea tan general, pero al mismo tiempo tan sencilla, de la similaridad de los hombres…Fue necesario que Jesucristo viniera a la Tierra para hacer comprender que todos los miembros de la especie humana eran naturalmente semejantes e iguales»”.
“Hay muchos pasajes de las Escrituras que podrían ser movilizados para defender la correlación. La Epístola de Pablo a los Gálatas (3, 28), donde afirma que «no hay judío, ni griego, ni esclavo, ni hombre libre, ni hombre, ni mujer, porque todos vosotros no sois más que uno en Cristo Jesús», es una de las citadas con más frecuencia”.
“Para ratificar esta interpretación, también se puede recordar la centralidad de la argumentación teológica de Locke, preocupado por garantizar que los principios de la revolución inglesa tenían un origen bíblico. Al batallar contra Robert Filmer, consagró largos capítulos de sus ‘Ensayos sobre el gobierno civil’ en defender su igualitarismo radical fundándose de la categorización de las especies mencionada en el Génesis” (De “La sociedad de iguales”-Ediciones Manantial SRL-Buenos Aires 2012).
Mientras que, desde el cristianismo, se propone la “igualdad en la diversidad”, tratando de evitar todo tipo de distinción grupal, en la actualidad se sigue la tendencia opuesta, tal la de asignar prioritariamente a cada persona su carácter social de burgués o proletario, o su carácter nacional, hasta llegar al extremo de ser definido por su comportamiento íntimo, o por ser hombre o mujer en una lucha propuesta desde el feminismo. Cada individuo ya no es caracterizado por sus atributos morales individuales, por cuanto el relativismo moral impide tal asignación, sino que se lo despersonaliza al asignarle los atributos generalizados del grupo, sector o clase social al que supuestamente pertenece.
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