Con el tiempo ha ido naturalizándose la idea de que la política es el estudio del acceso y mantenimiento del poder por parte de los políticos, mientras que la postura antagónica considera que la política es el estudio del Estado y de la forma de establecer la administración del mismo. Jean Maynaud escribió: “La ciencia política, ciencia del Estado: Muchos autores opinan que el fenómeno del Estado es el fundamento natural e irreemplazable de esta disciplina. «¿Cuál podría ser, sino el Estado, el objeto de una ciencia que se denomina política?» indica, por ejemplo, con mucha seguridad el jurista Jean Dabin”.
“La concepción que hace del Estado el objeto supremo, o esencial, de la explicación política reivindica una larga tradición histórica y se apoya en algunas de las máximas obras del pensamiento humano. Sin embargo, se encuentra en nuestros días en una muy acentuada decadencia. No parece que su conservación como categoría de análisis sea realmente conveniente”.
En cuanto a la postura restante, el citado autor escribe: “La ciencia política, ciencia del Poder: William Robson es perfectamente representativo de esta tendencia cuando escribe: «La ciencia política consiste en estudiar la naturaleza, los fundamentos, el ejercicio, los objetivos y los efectos del Poder en la sociedad»”.
“Citemos, entre los factores más activos, la instauración de numerosos regímenes totalitarios a quienes los perfeccionamientos de la técnica (y especialmente de los modos de comunicación) han conferido medios de opresión sin precedentes. Este fenómeno, al hacer evidente la impotencia de los dispositivos legales de protección, al demostrar la posibilidad de un desajuste completo entre la letra de las instituciones y su fundamento práctico, ha incitado a los especialistas a concentrar su atención sobre el contenido concreto de la acción gubernamental y sobre los métodos aplicados para asegurar la obediencia” (De “Introducción a la Ciencia Política”-Editorial Tecnos SA-Madrid 1960).
Es oportuno mencionar cierto paralelismo entre el desarrollo de la ciencia económica y la ciencia política, ya que en la primera surge una tendencia a ocuparse con mayor interés en las decisiones humanas hasta acercarse a la psicología de los actores económicos. De ahí que no deba extrañar que en la ciencia política ocurra algo similar. De todas maneras, al aceptarse para ambas la definición de “ciencias sociales”, en cierta forma se acepta que se trata de ramas que tienen en cuenta a las demás ramas humanistas del conocimiento. Como ramas de las ciencias sociales, tanto la economía como la política no deben resultar incompatibles con aquellos conocimientos suficientemente confirmados de la ética, la psicología social, etc., como del resto de las ramas que conforman las ciencias sociales.
La disputa entre ambas posturas políticas se ha simbolizado muchas veces como un antagonismo entre sus figuras más representativas: Aristóteles y Maquivelo. Mientras que Aristóteles propone la conformación de gobiernos algo similares a las actuales democracias, Maquiavelo se concentra (al menos en “El Príncipe”) a aconsejar a los tiranos en el poder. Ernesto Stocco escribió: “Tanto Maquiavelo en El Príncipe como Aristóteles en la Ética a Nicómaco indagan sobre la forma en que los hombres deben organizarse para vivir en sociedad; tratan de definir las normas mínimas de conducta que los actores políticos deben obedecer para vivir en armonía y poder establecer un orden social, un orden antepuesto a la anarquía y la barbarie”.
“Cada autor interpreta a su modo este orden social, este estado de armonía entre los hombres que conviven en el interior de la sociedad humana. Cada una de estas interpretaciones provoca en consecuencia que se consideren factores distintos, definidos como esenciales, para la construcción del orden social. Esto es, un autor difiere del otro al determinar las bases sobre la cuales se establecerá la armonía entre los hombres”.
“Maquiavelo y Aristóteles reconocen en los hombres la independencia de sus actos, con la que actúan al interrelacionarse con sus semejantes. Los individuos tienen la libertad par actuar de acuerdo a sus propios intereses a menos que se los impongan (Maquiavelo) o se establezca en forma consensual (Aristóteles) una serie de normas y valores que moldearán y guiarán la conducta de los mismos”.
“Las ideas de Aristóteles se desarrollaron en el seno de la democracia griega mientras que Maquiavelo construye su pensamiento durante la etapa en que el absolutismo comienza a ganar fuerzas y adeptos a lo largo de Europa. Por ello, tanto las reglas que guían la conducta humana como la forma en que las mismas son adoptadas por la colectividad difieren entre uno y otro autor”.
“Ante la concepción de Aristóteles se plantea la necesidad de formar ciudadanos modelos, individuos con determinadas características, de tal manera que guiarán sus acciones en beneficio de la colectividad y no de intereses egoístas individuales, tratando de establecer que el bienestar común es parte del bienestar individual”.
“La definición de este ciudadano modelo es el tema principal de la Ética Nicomaquea; a lo largo del texto, Aristóteles precisa los rasgos que debe de tener este ciudadano. Para la construcción del ciudadano modelo parte de la noción de virtud (areté) definida como «no sólo una perfección moral propiamente dicha, sino toda excelencia o perfección en general, que de algún modo es valiosa y contribuye por ende a plasmar un tipo mejor de humanidad»”.
“«El Príncipe» de Maquiavelo no está escrito ya para los ciudadanos participantes de una Asamblea o encomendados a un cargo público en beneficio de la colectividad, sino para el Soberano Todopoderoso que conduce a su antojo y capricho los destinos de la asociación humana a la que gobierna”.
“La ausencia de conflicto para Maquiavelo no es consecuencia, como en el caso de la polis griega, de la formación de ciudadanos modelos que se conducen de acuerdo con la virtud sino a la hegemonía, al poderío, de un príncipe sobre sus súbditos y rivales. El orden no es producto del consenso, sino de la imposición y el sometimiento”.
“Ante este origen del orden social, Maquiavelo no propone la creación de ciudadanos modelos sino de príncipes todopoderosos, lo suficientemente capaces y con los recursos necesarios para preservar el dominio sobre sus súbditos y adquirir el respeto de los demás príncipes” (De “La Libido Dominandi”-Mendoza 2003).
Si bien Maquiavelo apoya formas de gobierno no democráticas, ello no significa que sea un promotor de los totalitarismos, ya que los justifica en la medida en que son gobiernos transitorios que conducirán en el futuro a formas democráticas de gobierno. Ello se extrae de otras obras políticas realizadas por dicho autor. Ignacio Iturralde escribió al respecto: “La inmensa mayoría de los lectores de Maquiavelo únicamente conocen su obra más difundida, que no es otra que El Príncipe. Sin embargo, solo se puede tener una visión completa del pensamiento del florentino si prestamos atención, como mínimo, a otra de sus obras fundamentales sobre teoría política: Discursos sobre la primera década de Tito Livio”.
“En muchos aspectos, estas son dos obras contrapuestas. La primera versa sobre los principados y la segunda sobre las repúblicas. La primera tiene como tema central el mantenimiento del poder absoluto y la segunda, la libertad. La primera confía plenamente en el brazo armado del Estado, la segunda pone más énfasis en el imperio de la ley. La primera se escribió sin interrupción en unos pocos meses, mientras que la redacción de la segunda se prolongó durante varios años. La primera se escribió frenéticamente con un fin práctico; la segunda, en cambio, la firmó reposadamente un autor que ya se había hecho a la idea de que su retiro de la vida pública sería mucho más prolongado de lo que hubiera deseado”.
“La dedicatoria de la segunda obra contiene una poco velada referencia al Maquiavelo de la primera, algo que supone una saludable muestra de que el fino humor del florentino no lo respetaba ni a sí mismo. Al dedicar la obra a unos buenos amigos de los Orti Oricellai, los jardines donde se reunían los más destacados humanistas republicanos, asegura que lo hace para apartarse «de la costumbre en los escritores de dedicar sus obras a príncipes, cegándoles la ambición o la avaricia hasta el punto de elogiar en ellos todo género de virtudes, en vez de censurarles todos los vicios» y, a renglón seguido, culmina diciendo que ha elegido «no a los que son príncipes, sino a quienes por sus infinitas buenas cualidades merecen serlo», no a los que podrían conseguirle «empleos, honores y riquezas, sino a los que quisieran hacerlo si pudiesen» (Discursos, dedicatoria). Interesante parodia «selfie»”.
“Al mismo tiempo, El Príncipe y los Discursos son dos obras en muchos puntos complementarias. Para empezar, la segunda es un comentario muy libre a los primeros diez años relatados por Tito Livio en Historia de Roma, aquella magna obra que su padre consiguiera a cambio de trabajar en un índice de lugares. Su análisis y sus ejemplos que aduce vienen a sumarse al amplio conjunto que ya había empleado con anterioridad en la primera obra”.
“En segundo término, en los Discursos, Maquiavelo se ocupa de las repúblicas, el régimen que descartó tratar ya en el primer capítulo de El Príncipe. Aquí se muestra partidario de los gobiernos republicanos, por considerarlos más apropiados para las sociedades más ricas e igualitarias. No obstante, también se dio cuenta de que los principados, esas monarquías con gobiernos más autoritarios y personalistas, son preferibles para manejar situaciones de gran desigualdad y para superar momentos de especial corrupción. En resumidas cuentas, Maquiavelo no se opondría a una suerte de dictadura transitoria que sea capaz de regenerar lo que hoy llamaríamos la vida democrática” (De “Maquiavelo”-EMSE EDAPP SL-Buenos Aires 2015).
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