Mientras que los matemáticos establecen deducciones lógicas a partir de los entes matemáticos que están estudiando, los físicos teóricos hacen otro tanto con aquellos entes asociados a magnitudes físicas. En ambos casos tendrán limitaciones, ya que no todo desarrollo matemático podrá vincularse a lo previamente existente, o podrá tener alguna aplicación concreta, ni toda deducción que hace el físico será compatible con la realidad.
A principios del siglo XX, se establece una controversia, ya que algunos matemáticos aducían que podrían crearse nuevos entes matemáticos, definiéndolos mediante axiomas arbitrarios, para luego establecer deducciones lógicas y así disponer de nuevas herramientas matemáticas. Henri Poincaré no estaba de acuerdo con este procedimiento ya que vislumbraba que tal estrategia no tendría resultados efectivos. De ahí su expresión “Descubrir es elegir”. Esto implica que, aunque uno pueda definir miles de nuevos entes matemáticos y realizar miles de deducciones lógicas mediante una computadora, por ejemplo, no se habrá hecho un gran progreso, por cuanto lo interesante es poder vincularlos de alguna manera con los entes matemáticos previamente existentes, y que tienen algún vínculo con el orden natural. El mencionado matemático escribió: “¿Cuál es la naturaleza del razonamiento matemático? ¿Es realmente deductivo como ordinariamente se cree? Un análisis profundo nos muestra que no es así; que participa en una cierta medida de la naturaleza del razonamiento inductivo y que por eso es fecundo. Pese a ello no pierde su carácter de rigor absoluto” (De “La ciencia y la hipótesis”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1963).
Poincaré, que escribe varios años antes de la aparición de la computadora digital, agrega: “Se podría imaginar una máquina donde se introducirían los axiomas por un extremo, recogiéndose los teoremas por el otro extremo, como esa legendaria máquina de Chicago en la que los cerdos entran vivos y salen transformados en jamones y salchichas. Con estas máquinas, el matemático no tendría necesidad de saber lo que hace” (De “Ciencia y método”- Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1963).
En forma semejante al método propuesto por matemáticos que establecen innovaciones poco fructíferas, o de físicos que realizan teorías que no resultan compatibles con la realidad, en el ámbito de la filosofía, y aún en el de las ciencias sociales, se establecen deducciones lógicas a partir de entes abstractos, definidos por palabras, que son utilizados para realizar gran cantidad de deducciones sin que apenas tengan contacto con la realidad.
Mientras que los resultados matemáticos poco interesantes, o las hipótesis erróneas de los físicos, serán detectados tarde o temprano, en el ámbito de las deducciones en base a palabras, la cuestión es diferente, ya que lo absurdo y lo inútil puede coexistir con lo correcto y lo útil. De ahí que se establecen verdaderos “laberintos de palabras” con poco o ningún sentido fuera del circuito cerrado en el que se les atribuye validez. Por el contrario, la construcción de mundos imaginarios, en el ámbito de la literatura y de la ficción, presentan una legitimidad indiscutible.
Mario Bunge señala algunos de los errores frecuentes que se cometen en la filosofía actual, que están asociados a las deducciones con palabras, escribiendo al respecto: “Confusión de oscuridad con profundidad: El pensamiento profundo es difícil de entender, pero puede comprendérselo con la debida aplicación. En filosofía, la escritura oscura es, algunas veces, un disfraz para hacer pasar la perogrullada, o el absurdo por profundidad. Así es como Heidegger hizo fama de pensador profundo: escribiendo oraciones como «El tiempo es la maduración de la temporalidad». De no haber sido un profesor alemán y el discípulo estrella de otro profesor famoso por su hermetismo –es decir, Husserl- Heidegger podría haber sido tomado por un loco o un charlatán”.
“Obsesión por el lenguaje: Sin duda, los filósofos deben ser cuidadosos con las palabras. Pero comparten esta responsabilidad con los demás intelectuales, sean periodistas o matemáticos, abogados o demógrafos. Sólo los poetas pueden darse el lujo de escribir acerca de afortunados vientos o ebrias naves. Además, una cosa es escribir correctamente y otra convertir al lenguaje en el tema central de la reflexión filosófica, sin prestar atención, sin embargo, a los expertos en la materia, a saber, los lingüistas. El filósofo no está preparado para averiguar cómo se usan ciertas palabras en una comunidad lingüística determinada: ésta es tarea para el lingüista de campo y el antropólogo. Tampoco deberían decretar que la gramática domina al contenido. Los auténticos filósofos trabajan en problemas ontológicos, gnoseológicos, semánticos o éticos”.
“Por supuesto, los filósofos pueden interesarse por la idea general del lenguaje, pero sólo como una de tantas ideas generales, a la par de las de materia, azar, vida, mente, conocimiento, moral o cultura. Si limitan su atención al lenguaje, de seguro irritarán a los lingüistas y aburrirán a todos los demás. De esta manera no enriquecerán a la ciencia del lenguaje ni a la filosofía”.
“Tampoco el «giro lingüístico» en estudios sociales –inspirado por Dilthey, Wittgenstein, Heidegger y los desconstructivistas- ha arrojado resultados nuevos. No podría haberlo hecho, porque los hechos sociales no son textos o discursos: carecen de propiedades sintácticas, semánticas y fonológicas. Más aún, el enfoque lingüístico ni siquiera ayuda a analizar documentos sociales como las estadísticas económicas y los códigos legales porque éstos se refieren a hechos extralingüísticos. En resumen, el glosocentrismo es erróneo y estéril. Pero es fácil, puesto que sólo demanda familiaridad con la lengua propia. Esto explica su popularidad” (De “Crisis y reconstrucción de la filosofía”-Gedisa Editorial SA-Barcelona 2001).
Los filósofos que emplean “laberintos de palabras”, por lo general ignoran la ciencia y tienden a realizar sus actividades desvinculados de la sociedad, por lo que suponen constituir una especie de elite intelectual que está sobre el nivel de los simples mortales, cuando en realidad implica estar alejados del mundo real, lo que no es otra cosa que un peligroso síntoma compartido con quienes padecen algún problema psicológico. No debe confundirse a esta gente con el filósofo serio, que puede transmitir sus pensamientos en forma accesible a la mayoría de las personas. Mario Bunge agrega: “Torre de marfil: La mayoría de los filósofos viven en la proverbial torre. No se interesan por saber qué se discute en otros departamentos ni en la sociedad que los alimenta. Leen sólo a otros filósofos y escriben exclusivamente para colegas. Se comportan como si fueran profesores de teología o matemáticos puros. Por consiguiente, su trabajo no suele ser de interés para quienes trabajan en otros campos. Afortunadamente, hay excepciones, a saber, los filósofos de la técnica que procuran entenderla y los éticos que se ocupan de problemas sociales reales, tales como el exceso de población, la degradación del ambiente, la pobreza, la opresión y la guerra. Pero, por supuesto, por definición de «excepción», esta clase de filósofos es poco numerosa. La mayoría de los filósofos contemporáneos no tienen los pies en la tierra ni la mirada puesta en las estrellas”.
El juego de palabras que ha logrado engañar a la mayor cantidad de gente, y que sigue siendo el fundamento de la izquierda política, es la dialéctica. Mario Bunge escribió al respecto: “La ontología dialéctica es un caso particular del dinamismo. Fue primero esbozada por Heráclito, articulada luego por Hegel y, finalmente, elaborada por Marx, Engels, Lenin y sus seguidores. El principio fundamental de la dialéctica es que todo es «contradictorio», tanto internamente como en sus relaciones con otras cosas. En otras palabras, cada cosa es una unidad de opuestos y mantiene relaciones conflictivas con las otras cosas. Más aún, la «contradicción» es la fuente de todo cambio”.
“La dialéctica resulta atractiva por dos motivos. Primero, porque el conflicto es un hecho característico de la vida. Segundo, porque el concepto de contradicción es tan confuso que casi todo parece ser un ejemplo de ello. Positivo y negativo, atractivo y repulsivo, arriba y abajo, izquierda y derecha, liviano y pesado, opresor y oprimido –y podríamos seguir- pueden pasar como pares de opuestos dialécticos. Pero, debido precisamente a esta falta de claridad, la dialéctica es más un juego de palabras que una ontología rigurosa”.
“Con suficiente ingenuidad, podría pensarse que la dialéctica puede ser justificada. Los pocos intentos realizados han terminado en lamentables fracasos. Más aún, suponiendo que la empresa fuese factible, lo que es dudoso, no salvaría a la dialéctica de contraejemplos fatales. Primero, para que algo sea internamente «contradictorio» debe ser un ente complejo. Sin embargo, la mayoría de las «partículas» elementales, tales como quarks, gluones, electrones y fotones son elementales, esto es, simples y no compuestas; por lo tanto, no están constituidas por elementos mutuamente opuestos”.
“Segundo, aunque el conflicto es bastante real en todos los niveles, también lo es la cooperación. En efecto, para que aparezca un conflicto dentro de un sistema o entre dos sistemas, éstos deben, para empezar, existir. Y los sistemas surgen gracias a la cooperación, mayormente involuntaria. Por ejemplo, podría decirse que un átomo es una «unidad de opuestos», debido a que está compuesto por un núcleo positivamente cargado rodeado de electrones cargados negativamente. Pero no hay ninguna «lucha de contrarios» entre estos componentes, los cuales en la mayoría de los casos coexisten pacíficamente. Digámoslo una vez más, el conflicto dentro de sistemas sociales o entre ellos es inevitable, y a veces hasta saludable. Pero la meta explícita de los participantes en los conflictos sociales es eliminar las fuentes de conflicto”.
“La existencia misma de los sistemas muestra que la cooperación es dominante o lo fue en algún momento. También muestra que la cooperación –en y entre átomos, células, personas, sistemas sociales o de lo que se trate- es un mecanismo de emergencia de la novedad tan efectivo como el conflicto. Nada hay de intrínsecamente bueno o malo en el equilibrio o en el desequilibrio; todo depende de si el resultado es bueno o malo. Así pues, los equilibrios del mercado laboral son siempre deseables, mientras que el equilibrio político es malo si mantiene un orden social injusto”.
“En suma, la dialéctica exhibe sólo una cara de la moneda, el conflicto, y obstaculiza a la vez la visión de la otra cara, la cooperación. La consecuencia práctica de esto, particularmente para la política, es obvia: si valoramos la cohesión social y la paz, mantengámonos alejados de una cosmología que enseña la conflagración universal”.
La razón de ser del marxista no es adaptarse al orden natural, como parece ser la meta que nos impone tal orden como precio por nuestra supervivencia, ya que, al sentirse integrantes de un sector en conflicto con otro, la razón de su existencia consiste en contribuir a eliminar al sistema capitalista, esto es, destruir toda sociedad que aparentemente constituya una economía de mercado, o capitalista.
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