Puede decirse que, de la misma forma en que las raíces de un árbol determinan su tamaño, la historia de en país determina, al menos parcialmente, su futuro. De ahí la necesidad de tener presente nuestra historia; para no incurrir en los mismos fracasos y para repetir las buenas decisiones.
La historia de la Argentina del siglo XIX resulta similar a la de los demás países de la región, ya que todos constituían colonias dependientes de países europeos. Luego de las independencias respectivas, se advierten mayores diferencias. Elda E. González Martínez y Rosario Sevilla escribieron: “En el siglo XIX tuvieron lugar en América Latina una serie de transformaciones sustanciales que comenzaron por su independencia de las antiguas metrópolis y, en consecuencia, de la ruptura del pacto colonial, y culminaron con su plena integración en el sistema económico internacional que se estaba configurando en esa centuria”.
“El proceso fue complejo y tuvo características diferentes en los distintos territorios en función de la situación previa de cada uno de ellos, especialmente en lo que se refiere al desarrollo de las elites locales y a las relaciones que cada zona tenía previamente con las potencias extranjeras ajenas a los dos grandes imperios coloniales. No obstante, al margen de las diferencias, el resultado en todos ellos fue la conformación de nuevos Estados, con sistemas políticos y de relaciones internacionales muy diferentes de los que habían tenido hasta entonces, a pesar de que, en muchas de sus estructuras sociales y económicas, perviviera la herencia colonial”.
“El Imperio español en América fue sustituido así por un número considerable de países, en contraste con Brasil, donde la mayor parte de la oligarquía estuvo de acuerdo en constituirse en una sola nación y con un sistema político, el imperio, también diferente al de sus vecinos, si exceptuamos la breve experiencia mexicana. Sin embargo, la transformación de las antiguas colonias en Estados independientes no fue inmediata; significó no sólo dotarse de un cuerpo jurídico y redactar e implantar Constituciones, sino además, lo que resultaría más problemático, la búsqueda de equilibrios de poder nada fáciles de conseguir. Al margen de los enfrentamientos bélicos entre las distintas repúblicas, dentro de cada una de ellas los disturbios políticos tardarían, en general, décadas en resolverse y serían una rémora importante a la hora de la consolidación de las recién nacidas repúblicas” (De “El mundo contemporáneo: Historia y problemas” de J. Aróstegui, C. Buchrucker y J. Saborido-Editorial Biblos-Crítica-Barcelona 2001).
A veces se considera, como causa de algún acontecimiento político, un hecho menor, mientras que se desatiende el clima y las ideas dominantes previas al suceso. Martín García Mérou escribió: “Alberdi, en el Discurso, empieza por rechazar con altura la creencia que abrigan algunos de que la revolución de 1810 es hija de las arbitrariedades de un Virrey, de la invasión peninsular de Napoleón u otros hechos análogos, que sólo constituyen un pretexto, un motivo, y no una causa. «Otro tanto –dice- sucede cuando se da por causa de la revolución de Norte América la cuestión del té; por causa de la Revolución Francesa los desórdenes financieros y las insolencias de una aristocracia degradada». Niega que «de unos hechos tan efímeros hayan podido nacer resultados inmortales»” (De “Alberdi”-La Cultura Argentina-Buenos Aires 1916).
Al respecto, Montesquieu escribió: “Existen causas generales, ya sea morales, ya sea físicas, que obran sobre cada monarquía, la levantan, la mantienen o la derriban; todos los accidentes están bajo el dominio de estas causas; y si los azares de una batalla, es decir, una causa particular, han arruinado un Estado, es que existía una causa general, que hacía que este Estado debiera perecer por una sola batalla”.
Martín García Mérou agrega: “Para Alberdi la Revolución de Mayo empezó por donde debería haber concluido. No fue el resultado de principios establecidos; y, por eso, nuestros errores vienen de que «no hemos subordinado nuestro movimiento a las condiciones propias de nuestra edad y de nuestro suelo»; o, por mejor decir, al declararnos libres, nos ha faltado la preparación necesaria para serlo, respondiendo a los grandes fines de la evolución democrática que habíamos efectuado”.
“Según esta opinión, los Estados Unidos y la Francia se habían limitado a realizar en los hechos la libertad que estaba en la conciencia del pueblo, mientras nosotros habíamos conquistado la libertad en el hecho continuado bajo la servidumbre de las ideas, de la tradición y de la raza. De aquí las numerosas anomalías de nuestra sociedad: la amalgama extraña de elementos primitivos en formas perfectísimas; de la ignorancia de las masas con la república representativa. ¿Qué hacer, se pregunta, dada la situación y estos resultados indestructibles? «Legitimarlos por el desarrollo del fundamento que les falta: por el desarrollo del pensamiento. Tal es la misión de las generaciones venideras: dar a la obra material de nuestros padres una base inteligente, para completar de este modo nuestro desarrollo irregular: de suerte que somos llamados a ejecutar la obra que nuestros padres debieron haber ejecutado en vez de haber hecho lo que nosotros debiéramos hacer recién»”.
Todo parece indicar que, luego de la Revolución de Mayo, se reemplaza el gobierno central del Virreinato por uno similar, pero esta vez constituido por gobernantes del país. “Desde ese ángulo, insistía una y otra vez en que la Revolución de Mayo, si bien había independizado a las provincias argentinas del Rey de España, no había logrado impedir el entronizamiento de la provincia de Buenos Aires sobre el Interior argentino. Se había producido así una sustitución de poder, el antiguo poder real sucedido por el poder porteño. Si el Rey había organizado la estructura rentística y política del antiguo virreinato del Río de la Plata usando como eje a la ciudad y al puerto de Buenos Aires, esta última, al romper con la Corona, usufructuó ilegítimamente ese poder para su propio beneficio, rehusando desde 1810 convertirlo en patrimonio común de todos los argentinos. Ese era el punto capital de 70 años de discordia, según Alberdi. Refiriéndose a la Revolución de Mayo, Alberdi escribía: «Fue una doble revolución contra la autoridad de España y contra la autoridad de la Nación Argentina. Fue la sustitución de la autoridad metropolitana de España por la de Buenos Aires sobre las provincias argentinas: el coloniaje porteño sustituyendo al coloniaje español. Fue una doble declaración de guerra: la guerra de la independencia y la guerra civil…Ese extravío de la revolución, debido a la ambición ininteligente de Buenos Aires, ha creado dos países distintos e independientes bajo la apariencia de uno solo: el Estado-metrópoli, Buenos Aires; y el país vasallo, la República. El uno gobierna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su renta y su gasto garantido; el otro no tiene seguro su pan»” (Del Prólogo de “La Revolución del 80” de Juan Bautista Alberdi-Editorial Plus Ultra-Buenos Aires 1964).
La principal figura política que se identifica con el sistema colonial fue Juan Manuel de Rosas. Esteban Echeverría escribió: “Rosas es el representante del principio colonial de aislamiento retrógrado y marchaba a una contrarrevolución no en beneficio de España, sino de su despotismo, rehabilitando las preocupaciones, las tendencias, las leyes, en que se apoyaba el régimen colonial” (De “Echeverría” de Pablo Rojas Paz-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1951).
Por otra parte, Alberdi escribió acerca de la necesidad de derrocar a Rosas: “El gobernador Rosas representó esa trasmigración del despotismo realista en el despotismo republicano. De ahí la necesidad de la Revolución de 1852, que derrocó al gobernador-dictador de Buenos Aires, en Caseros”.
“Dejada en pie, por segunda vez, la máquina del poder del Virrey y del Dictador, que era la integridad de la Provincia-Metrópoli, pronto la máquina encontró nuevos maquinistas en la revolución provincial del 11 de setiembre del mismo año 1852, confirmada por otra revolución que se llamó la reforma de la Constitución, en que fue restaurada como régimen definitivo la Capital-Provincia de Buenos Aires, monarquista de origen y naturaleza”.
“Ese organismo, llamado Compromiso, llevaba al país a su disolución, por el conflicto permanente de dos gobiernos en guerra, cuando una tercera faz del movimiento de Mayo ha hecho lo que debió hacer hace setenta años: separar la Provincia de Buenos Aires de la Ciudad de Buenos Aires, Capital histórica y necesaria de la República Argentina” (De “La revolución del 80”).
La concentración casi total del poder estatal vuelve a repetirse durante el gobierno de Perón en los años 50 y posteriormente con los Kirchner, en la primera década del siglo XXI. Como siempre se dice en estos casos: “los pueblos que olvidan el pasado están condenados a repetirlo”.
Alberdi agrega: “Como sucedía en tiempo del Rey, sucedió en tiempo de la Patria. Quince gobiernos no podrían gastar y consumir menos que un Rey solo, por absoluto y omnímodo que fuese”.
“¿Qué resultó de este estado de cosas que se llamó gobierno libre y patriota? Que no hubo función ni ocupación mejor y más provechosa que ser empleado público, es decir, que la ocupación de gobernar; que no hubo privilegio más deseado ni productivo de beneficios que el de gobernar. Cortejar al dispensador de esos beneficios, que era el soberano pueblo, fue todo el fin de ser patriota. Ser patriota fue todo el arte de vivir. Conseguir su designación para el goce de un puesto y de un salario, por un voto del país, nuevo soberano, fue todo el arte del sistema en que se refundió la ciencia del nuevo régimen de ser patriota y libre”.
“Tenemos, sin embargo, políticos que se desviven en averiguar por qué nuestro país, tan rico, no prospera como los Estados Unidos”. “A ninguno se le ocurre advertir que nuestro país, lleno de movimiento aparente de progreso, sigue constituido como en su tiempo colonial, para hacer la dicha, la riqueza y el poder de sus gobernantes, en lugar de estarlo para enriquecer y mejorar la suerte del pueblo, como la Revolución de 1810 lo prometió”. “Con catorce gobiernos de Estado, compuesto cada uno de tres poderes; y con dos gobiernos más adicionales, de carácter nacional, coexistiendo de la Ciudad-Virreinato, que habitó el Virrey, con el poder absoluto y omnímodo del Rey, no puede haber economía, ni riqueza, ni gobierno, ni libertad, ni paz, ni progreso”.
“Esta es la historia de lo sucedido en la República Argentina después que cayó el Virrey en 1810, y después que cayó su restaurador, el dictador Rosas, en 1852, hasta 1880. Esto es lo que la Revolución de Mayo prometió y empieza a cumplir recién. Esto es lo que ya es tiempo de cumplir a los setenta años de la promesa que hizo la Revolución”.
Luego de un paréntesis de unos cincuenta años, a contar desde 1880, la Argentina vuelve a repetir varios de los errores señalados por Alberdi. La opinión pública apoya mayoritariamente a alguna forma de estatismo y populismo, por lo que la tendencia no parece cambiar demasiado.
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