En toda sociedad aparecen conflictos entre individuos. Cuando no pueden ser resueltos por las personas involucradas, surge la necesidad de recurrir a una instancia superior que permita alcanzar la solución deseada. Este es el caso de dos hermanos, niños ambos, que a veces pelean por algún motivo. La instancia superior, que pondrá fin al conflicto, estará constituida por sus padres. Tal instancia debe proteger a los niños con un criterio de justicia. Esta situación se replica en otros niveles de la sociedad hasta llegar a involucrar a toda la humanidad.
Cuando los alumnos de una escuela entran en conflicto, recurren al docente. La mayor parte de los alumnos acepta, con cierta docilidad, el rol del docente. La excepción la constituye el rebelde, que tiende a rechazar toda instancia superior. Existe cierta predisposición en la sociedad a promover actitudes de rebeldía en los jóvenes como si ello fuera una virtud. Por el contrario, si el docente no cumple eficazmente su función, los alumnos podrán recurrir a una instancia algo superior, como es el caso del directivo, sin necesidad de adoptar actitudes de rebeldía.
Las instancias superiores son relativas a los grupos, mientras que existirá una instancia superior absoluta que permitirá resolver conflictos a nivel de toda la humanidad. Este será el caso de las diversas religiones, de Dios, del Estado, de la ley natural, etc., que son propuestas por los diversos sectores sin que, por ahora, exista un acuerdo.
Algunas personas difaman a otras inventado alguna mentira, como en el caso del empleado que transmite información falsa, sobre otro empleado, al directivo de una empresa. Por lo general, el directivo que escucha difamaciones, tiende a promoverlas, por ese mismo motivo. La víctima de la difamación, al no conocer a su promotor, tiende a desconfiar de todo el personal del establecimiento, por lo cual su vida laboral tiende a convertirse en un pequeño infierno.
Los gobiernos totalitarios, al promover la delación entre sus súbditos, favorecen el aislamiento y la desconfianza entre ellos, ya que ven en cada individuo a un posible delator de sus actividades o a un posible difamador de su persona. En la URSS incluso se exaltaba, como ejemplo a adoptar, la figura del delator de sus propios padres. Vladimir Bukovski escribió: “Pavlik Morozov [fue un] adolescente ruso al que dieron muerte los campesinos durante la colectivización por haber denunciado a su padre. Pasó a ser el héroe epónimo de la delación, propuesto como ejemplo para toda la juventud soviética” (De “URSS: de la utopía al desastre”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1991).
El Estado totalitario, en cualquiera de sus variantes, tiende a desplazar a todas las instancias superiores relativas para constituir una instancia superior absoluta, bajo el aparente ofrecimiento de protección e igualdad, cuando en realidad sólo busca el poder absoluto sobre los súbditos. Luego de la familia, sigue la escuela, hasta llegar a usurpar a la religión. Lucas Lanusse escribió: “A partir de entonces, la competencia entre el peronismo y la Iglesia se extendió a todos los sectores de la sociedad: el gobierno lanzaba confederaciones para organizar a estudiantes, profesionales y empresarios, y los católicos replicaban conformando agrupaciones paralelas con idénticos fines. El presidente miraba cada vez con mayor desconfianza al único factor de poder que no sólo era inmune al proceso de «peronización» sino que además osaba disputarle un lugar que él no pensaba compartir con nadie: el de vértice superior de la arquitectura social” (De “Sembrando vientos”-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2009).
El reemplazo paulatino de todas las instancias superiores relativas, por parte del Estado totalitario, tiende a deteriorar los mecanismos naturales de protección y justicia existentes en la sociedad. Vladimir Bukovski escribió: “Una de las consecuencias más negativas es, sin duda, la virtual entrega de las responsabilidades personales en las manos del Estado, lo cual equivale a renunciar a toda responsabilidad y a la libertad, a la vez. Porque las dos cosas están profundamente vinculadas. Por ejemplo, una persona normal entiende que debe socorrer a los que están peor que ella. Pero en nuestra ansia por una igualdad institucional remitimos esta función al Estado, de forma que ahora es éste el que se compromete a socorrer a los necesitados”.
“Si pago los impuestos por ello, deja de ser asunto mío. Como resultado, la obligación moral de ayudar se ha convertido en una obligación jurídica, y yo he perdido el derecho a decidir si quiero o no ayudar a alguien. Primero, las desdichas humanas me resultan indiferentes, pues he pagado por ellas un rescate. Segundo, ahora el necesitado no espera ayuda, sino que exige lo que se le debe, y que es algo que pertenece a todos, es decir, a nadie. De esta forma, el número de los necesitados va en alza. Tercero, mi participación en la vida de la sociedad se convierte en mera formalidad, porque no soy yo quien controla la distribución del dinero. Cuarto, lo peor, es que la burocracia crece en forma monstruosa, se fortalece el papel del Estado y ello absorbe una parte considerable del dinero (y como consecuencia, los impuestos suben)”.
“Un rasgo inevitable del socialismo es el crecimiento de la burocracia. Parece que dejamos de tener confianza en nosotros mismos, en nuestro sentido del deber, en la justicia, en nuestra capacidad para resolver nuestros problemas. El Estado, personificado en la burocracia, se convierte en nuestro árbitro, en nuestro controlador y, por fin, en nuestro opresor. ¿De qué otra forma se puede establecer una justicia mayor o una igualdad mayor, si no es por mediación de personas «neutrales», los funcionarios? La burocracia tiene la propiedad de tender a un crecimiento en proporciones geométricas. Es el Frankenstein de nuestro tiempo que empieza a cobrar una existencia independiente, obedeciendo a unas leyes que desconocemos y proponiéndose unos objetivos que desconocemos también” (De “El dolor de la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).
Gran parte de la historia de la humanidad puede sintetizarse en una serie de intentos por establecer gobiernos mundiales en forma de imperios o reinos; por lo que los intentos totalitarios muestran cierta continuidad con el pasado, excepto por el carácter destructivo predominante en éstos últimos. Una de las ideas políticas que ha ido adquiriendo cada vez mayor consenso ha sido el establecimiento de gobiernos a través de leyes, minimizando el poder de decisión de los individuos al mando.
Esta idea, aplicada a la religión, puede resultar del mayor interés, ya que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes. Interpretadas como las “leyes de Dios”, podemos considerar al Reino de Dios mencionado en la Biblia, como el Gobierno de Dios sobre el hombre a través de las leyes naturales.
Mientras que, hasta el momento, los diversos gobiernos de Dios se trataron de establecer a través de enviados y profetas, constituyendo teocracias indirectas, la observación y acatamiento a las leyes naturales (especialmente las que rigen al individuo y a la sociedad) puede permitir establecer una teocracia directa, sin intermediarios y sin conflictos posibles.
Ya no habría discusiones acerca de quiénes son los verdaderos o los falsos profetas, sino simplemente se podrían verificar las propuestas éticas contemplando la naturaleza humana y los resultados producidos. Como las leyes naturales tienen validez universal, no sólo se establecería cierta identidad entre ciencia y religión, sino que por fin dispondríamos de la instancia superior absoluta y objetiva. Así se establecería sólo un primer paso; pero ello implicaría un gran adelanto por cuanto todavía no se lo ha dado.
Las religiones vigentes tienen validez sectorial o bien transitan por periodos en que predomina la idolatría o el paganismo, en lugar de predominar la conducta ética requerida. Simone Weil escribió: “La verdadera idolatría es la codicia, y la nación judía en su sed de bienes carnales era culpable aun en los momentos en que adoraba a su Dios. Los hebreos hicieron un ídolo, no de metal o de madera, sino de una raza, una nación, algo igualmente terrestre. Su religión en esencia es inseparable de esta idolatría, a causa de la noción de «pueblo elegido»”.
En cuanto al catolicismo, la citada autora escribió: “En tanto que «Dios existe» es una proposición intelectual –pero únicamente en esta medida-, se la puede negar sin cometer ningún pecado contra la caridad ni contra la fe. (Y aun esta negación hecha a título provisional es una etapa necesaria en la investigación filosófica)”. “De hecho hubo desde el comienzo o casi desde el comienzo un malestar de la inteligencia en el cristianismo. Este malestar se debió a la forma como la Iglesia concibió su poder de jurisdicción y especialmente al uso de la fórmula «anathema sit»”.
“Siempre que hay malestar en la inteligencia hay opresión del individuo por lo social, que tiende a hacerse totalitario. Sobre todo en el siglo XIII la Iglesia estableció un comienzo de totalitarismo. Por eso no carece de responsabilidad en los acontecimientos actuales [década de los 40]. Los partidos totalitarios se han formado por efecto de un mecanismo análogo al empleo de la fórmula «anathema sit» [sea anatema]. Esta fórmula y el empleo que se ha hecho de ella impiden a la Iglesia ser católica [universal] salvo su nombre”.
“Los sentimientos de los pretendidos paganos por sus estatuas eran probablemente los mismos que hoy inspiran los crucifijos y las estatuas de la Virgen y los santos, con las mismas desviaciones en las gentes espiritual e intelectualmente mediocres” (De “Carta a un religioso”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2000).
El predominio de la ley natural sobre los acontecimientos humanos resulta decisivo, ya que los rituales y creencias subjetivas tienen mucho menos influencia que nuestra actitud ética. Simone Weil agrega: “Es muy probable que el destino eterno de dos niños muertos algunos días después de nacer, uno bautizado y otro no, sea idéntico (aun si los padres del segundo no tenían ninguna intención de hacerlo bautizar)”.
En cuanto al Islam, todo indica que tiende a imponer universalmente un totalitarismo teocrático. De la misma forma en que el marxismo-leninismo intentaba difundirse mediante la revolución (guerra civil y terrorismo) o bien mediante un aparente acatamiento a la democracia, el Islam intenta conquistar el mundo mediante el terrorismo o bien mediante la invasión silenciosa de los sectores por dominar, como en el caso de Europa.
Teniendo presente el significado de la palabra religión, como “unión de los adeptos”, puede decirse que la religión será universal, o no será religión. En la teocracia directa podremos encontrar la religión del futuro.
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