El último de los libros que componen la Biblia consiste en una profecía que vislumbra el final de una época de sufrimientos para dar inicio a una era de paz. Desde el punto de vista teísta, que supone un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, los sufrimientos padecidos son los efectos del castigo divino por la desobediencia a sus mandatos. Desde el punto de vista deísta, que identifica a Dios con las leyes naturales y el orden natural, el sufrimiento se debe a la desadaptación a tales leyes, que coincide con la desobediencia a los mandamientos bíblicos.
Las catástrofes sociales más importantes de la historia de la humanidad, son las ocurridas durante el siglo XX, y son debidas, esencialmente, a los totalitarismos. Mientras en la Primera Guerra Mundial mueren unas 14 millones de personas, en la Segunda Guerra Mundial son 52 millones las víctimas. Además, durante ese siglo, ocurren varios genocidios: el nazismo produce unas 22 millones de muertes en poblaciones civiles, es decir, fuera de los conflictos armados mencionados, mientras que los marxistas-leninistas, junto con los maoístas, producen unas 100 millones de víctimas, especialmente en la URSS y China. Estas estimaciones aparecen en “El Libro Negro del Comunismo” de S. Courtois y otros-Ediciones B SA-Barcelona 2010).
Si bien tales regimenes totalitarios han desaparecido, el marxismo-leninismo sigue gobernando mentalmente a un sector importante de la humanidad. En algunos casos, como el de Venezuela, está produciendo la destrucción material y humana de la nación. Sin embargo, la oposición ideológica hacia el socialismo es muy débil. Hugo Chávez tuvo un importante apoyo dentro y fuera de su país. Aún cuando su sucesor, Nicolás Maduro, sea indiferente al sufrimiento de la población y al deterioro económico y social de Venezuela, se mantienen las voces de apoyo a su gestión. Cuando en el libro del Apocalipsis se dice que “las estrellas caerán”, no se refiere a algún fenómeno astronómico, ya que la Biblia se especializa en los aspectos éticos del hombre, sino que vislumbra que el odio y la mentira serán aceptados y promovidos conscientemente por millones de personas.
Jorge L. García Venturini escribía en los años 70: “Otra posibilidad inédita en la historia del mundo toma fuerza en nuestra época. No es de orden físico, no es la destrucción cósmica, sino algo más grave, algo de orden moral: la posibilidad de un régimen totalitario universal que cubra todo el planeta y convierta al mundo en un inmenso campo de concentración sin exilios posibles. Titular de este siniestro régimen tiránico no sería otro que el Anticristo, la Bestia descripta en el texto apocalíptico”.
“En efecto, teólogos y exegetas, como Guardini, Peterson y Pieper, para citar sólo a algunos, consideran que ese enigmático personaje podría ser un despótico gobernante de una tiranía universal, representado por la Bestia que fascina a todos y a la que todos rinden pleitesía. Ello implicaría la negación total de la libertad, bajo el poder omnímodo del Estado, la esclavitud absoluta, la caprichosa voluntad del déspota, el hombre convertido en mero autómata, con su rostro sin rasgos y su conciencia muerta”.
“En rigor, no se nos ocurre nada más parecido a la bestia apocalíptica que un tirano absoluto, autor de la esclavitud absoluta; en esta opinión coincidirían las mejores líneas del pensamiento occidental, en sus fuentes griega y hebrea y en su madura formulación cristiana. Claro que así como aceptamos que el gran Apocalipsis, cualquiera sea, ha tenido antecedentes en el curso de la historia, el monstruo de la profecía habría tenido también sus precursores –la larga lista de tiranos y tiranuelos que sólo buscaron imponer sus caprichos y prepotencias, sus nombres y su rostro, olvidando que gobernar es otra cosa”.
“La irrupción nacionalsocialista motivó frecuentes interpretaciones apocalípticas. El número 666, nombre de la Bestia fue, muchas veces, identificado con Hitler, y la marca de la Bestia con los números que se grababan a los prisioneros en los campos de concentración, y aun con los brazaletes con la cruz gamada. Es que el régimen nazi coincidió en contenido y estilo con la figura apocalíptica. Pero lo cierto es que este flagelo pasó, y su régimen de mil años (otro rasgo apocalíptico) quedó reducido a doce. Por eso no puede ser asimilado sino a un antecedente, importante, pero antecedente del gran Apocalipsis final”.
“El proceso en cuestión estaría dado, en cambio, por el despotismo que hoy cubre medio planeta y procura extenderse a la otra mitad. Muchos intérpretes coinciden en esto y, personalmente, nos parece una hipótesis válida. Desde Santo Tomás a Pieper hay coincidencia en que el Anticristo no será un personaje de la historia eclesiástica (un Lutero, por ejemplo) sino un personaje político, cuyo instrumento será la «potentia secularis» en el Estado totalitario universal. Pieper recuerda para el caso aquella expresión de Lenín: «La sociedad entera será una sola oficina y una sola fábrica, con el mismo trabajo y el mismo sueldo», figura verdaderamente adecuada como rasgo totalitario. En general los teólogos ven la situación con bastante pesimismo, porque habría razones suficientes para suponer el triunfo de la Bestia. En palabras del mismo Pieper «sólo queda la disponibilidad para el martirio»”.
“Planteado así el problema, el apocalipsis no sería ya cosa de lejano futuro ni de futuro alguno. Ya sería presente. Ya asomarían el reinado del Anticristo y el final de los tiempos. Sin embargo, también está previsto que «la Bestia será vencida y arrojada a un lago de fuego», último acto de la historia, tras el cual se abriría la eternidad”.
“Lo cierto es que hasta ahora nunca habíamos vivido la posibilidad apocalíptica señalada. Las tiranías habían sido hasta ahora siempre parciales o efímeras. Porque hasta ahora nunca el mundo había vivido una isocronía, es decir, un mismo tiempo histórico, una sola historia universal; y nunca como hasta ahora los recursos del Estado habían sido tantos y tan eficazmente letárgicos para lograr la idiotización y la domesticación colectivas, recursos frecuentemente empleados aun por quienes dicen ser antitotalitarios”.
“No vemos, pues, encarnación más válida para la tragedia apocalíptica que el flagelo totalitario de cualquier marca o color. Pero debemos decir que algunos especialistas no adoptan una posición fatalista. Por nuestra parte, también pensamos así. Quizás el apocalipsis no sea algo que necesaria y fatalmente deba suceder, sino una amenaza permanente contra la cual debemos luchar, un maleficio que podamos evitar. Concebido de esta manera, el libro de San Juan obraría así como una advertencia y un estímulo. Cada generación habría tenido de algún modo su propia posibilidad apocalíptica, y nosotros la nuestra, más posible y más tremenda que las anteriores, pero no absolutamente inevitable”.
“¿Es posible interpretar las cosas de esta manera? Ello, por supuesto, no afectaría el hecho de que en algún momento llegará el fin de los tiempos y tendrá lugar la Parusía. Esta sería la parte axiomática del mensaje. El resto, el reinado universal del Anticristo, dependería en definitiva de la voluntad y del hacer de los hombres. La concepción fatalista deprime los esfuerzos; ésta, en cambio, alienta a la lucha y a la esperanza” (De “Reflexiones sobre el Apocalipsis”-Diario La Prensa-Buenos Aires 12/03/78).
También puede decirse que “la parte fea” del Apocalipsis ya ocurrió en el siglo XX, mientras que la “mejor parte” está reservada para un futuro incierto. Aún así, la mentalidad promovida por el marxismo-leninismo, sigue teniendo plena vigencia. El odio colectivo inoculado en la sociedad provoca también, en forma indirecta, gran cantidad de víctimas, sólo que ahora los efectos no resultan tan espeluznantes como los ocurridos durante el siglo XX.
Puede citarse la reacción típica de uno de sus “fieles seguidores” cuando se entera del fallecimiento de un importante empresario argentino, expresando: “Uno menos”. En otra oportunidad, otro seguidor, al enterarse del asesinato de la mujer de un bodeguero, víctima de la violencia urbana, expresó respecto de tal empresario: “O robó antes, o robó ahora”, justificando el hecho. Gran parte de la población argentina vive envenenada por el odio inculcado por populistas y totalitarios; creen que mientras menos empresarios existan y mayor la cantidad de empleados estatales, mejor va a funcionar la sociedad.
El marxismo-leninismo ha llegado incluso a predominar en la actual dirección de la Iglesia Católica a través de su “versión teológica”: la Teología de la Liberación. Su principal artífice, Gustavo Gutiérrez escribió: “Sólo puede haber un desarrollo auténtico para América Latina en la liberación de la dominación ejercida por los grandes capitalistas y en especial por el país hegemónico: EEUU. Lo que implica además el enfrentamiento con sus aliados naturales: los grupos dominantes nacionales. Se hace en efecto cada vez más evidente que los pueblos latinoamericanos no saldrán de su situación sino mediante una transformación profunda, una revolución social que cambie radical y cualitativamente las condiciones en que viven actualmente”.
Gutiérrez cita a Paulo Freire, al que adhiere, en su libro “Teología de la liberación, perspectivas”: “El proyecto histórico, la utopía de la liberación como creación de una nueva conciencia social, como apropiación social no sólo de los medios de producción sino también de la gestión política y en definitiva de la libertad, es el lugar propio de la revolución cultural, es decir, el de la creación permanente de un hombre nuevo en una sociedad distinta y solidaria. Por esta razón esa creación es el lugar de encuentro entre la liberación política y la comunión de todos los hombres con Dios”.
Ricardo de la Cierva comenta al respecto: “Apropiarse -¿desde dónde?- no sólo de los medios de producción sino «también de la gestión política y en definitiva de la libertad» no es sólo marxismo; es marxismo-leninismo concentrado y brutal” (De “Oscura rebelión en la Iglesia”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1987).
El papa Pablo VI había expresado: “La Iglesia se halla en un periodo de autocrítica, de inquietud, casi diríamos de autodemolición. Es como un trastorno interior agudo y complejo que nadie hubiera esperado después del Concilio”. Esta “autodemolición” implica, nada más ni nada menos, que la renuncia de la Iglesia a Cristo y a la promoción abierta y descarada de la ideología del Anticristo.
Es oportuno mencionar la profecía de San Malaquías respecto de los papas. Según Malaquías, Francisco es el papa 112 y el último de todos, denominándolo Pedro Romano. Lo caracteriza mediante la siguiente descripción: “En la última persecución de la santa Iglesia romana ocupará la sede un romano llamado Pedro, que apacentará las ovejas en medio de grandes tribulaciones; pasadas las cuales, la ciudad de las siete colinas será destruida y el juez tremendo juzgará al mundo” (De “El final de los Tiempos”-Ediciones Heptada SA-Madrid 1989).
Si resulta acertada esta profecía, todo resulta congruente, ya que la Iglesia deja de cumplir su misión cuando renuncia al cristianismo para predicar el anticristianismo. Entonces, si alguien “sabe” el día y la hora del cumplimiento de la profecía establecida por el propio Cristo, no se cumpliría aquello de que “nadie sabe la hora ni el día…”. Misterio e incertidumbre; como siempre.
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