Por lo general, se define al sistema capitalista en base a la propiedad privada de los medios de producción y al libre intercambio en el mercado, basado en la competencia. Pero para que el sistema resulte eficiente, debe agregarse una condición adicional; que debe haber una cantidad óptima tanto de empresarios como de empleados del Estado. Mientras mayor sea la cantidad de empresarios y menor la cantidad de tales empleados, mejor funcionará el sistema. En realidad, lo de la cantidad de empresarios y de empleados es algo que se sobreentiende en el ámbito de la ciencia económica, mientras que ello apenas se tiene en cuenta en los países subdesarrollados.
Puede establecerse una expresión abreviada tanto para la economía de mercado como para la economía de tipo socialista:
Capitalismo = Propiedad privada + Mercado + Muchos empresarios + Pocos empleados públicos
Socialismo = Propiedad estatal + Planificación + Ningún empresario + Muchos empleados públicos
Las economías reales, de los distintos países, responden de distinta manera a tales componentes. Sin embargo, lo que resulta evidente e importante, es la dirección a la que apuntan, ya que capitalismo y socialismo son las dos únicas alternativas posibles.
Se advierte que una economía de mercado, con muy pocos empresarios, resulta ser una economía subdesarrollada, ya que a veces ni siquiera existe una suficiente cantidad de empresas para que se establezca una mínima competencia, por lo que no debería llamarse “economía de mercado”. Lo mismo ocurre cuando los empresarios existentes no compiten, ya sea porque establecen monopolios o truts, o bien porque son beneficiados por la “protección” de los políticos en el gobierno.
En cuanto a los empleados públicos en exceso, se hace referencia, no a quienes cumplen funciones útiles en el ámbito de la educación, salud, justicia, seguridad, defensa, sino a quienes conforman una burocracia inepta de cuyos servicios podría prescindirse. Generalmente los gobiernos populistas “solucionan” el problema del desempleo de miles de desocupados, ofreciendo puestos de trabajo estatales prescindibles, pero a costa de crearle un grave problema económico y social a toda la sociedad, ya que el exceso de gastos del Estado impide la inversión y la creación de puestos de trabajo productivos.
Mientras que una pobre cantidad de empresarios y una gran cantidad de empleados públicos son vistas como un serio defecto de la economía, en los sistemas socialistas son vistas como una especie de “conquista social”. Por lo general, se ignora que las “conquistas de la economía socialista” fueron en realidad realizaciones de empresas capitalistas. El disidente soviético Vladimir Bukovski escribió: “Si no se puede hacer negocio directamente, los tratos se hacen a través de una firma intermediaria situada en otro país. Así es como la URSS adquiere instalaciones de importancia estratégica e incluso armas. ...Entre los años 1920 y 30, sólo Alemania construyó para la URSS diecisiete fábricas de artillería y todos los submarinos, así como también fábricas de aviones y de tanques”.
“De pronto uno ve que todos los centros industriales y todas las grandes fábricas, sin excepción, fueron construidos por compañías extranjeras (a veces incluso por obreros extranjeros y a crédito). O sea, absolutamente todo aquello que desde el colegio nos es presentado como la máxima conquista del socialismo” (De “El dolor de la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).
Los políticos populistas o socialdemócratas, han llevado a sus países a situaciones cercanas al socialismo soviético. El citado autor escribe al respecto: “Los socialistas occidentales son personas prudentes y mesuradas. No irán tan lejos. Desde luego, los partidos de oposición tratarán de salvar el país por otros procedimientos. Pero –y aquí se aclara el detalle más importante del experimento socialista-, se trata de un proceso irreversible. Es imposible volver a crear en la gente el hábito de trabajar, requeriría esperar a que se renueve toda una generación”.
“Es imposible quitar a la gente lo que cree ser suyo. Somos así: repartir leche gratis es fácil, pero es imposible suprimirla. Sería impopular. Es imposible despedir del trabajo a los que sobran o no sirven. Admitirlos es posible, pero despedirlos, no; los puestos de trabajo no deben perderse. ¿Para qué, si no, existe la economía?”.
“Es imposible hacer regresar a los especialistas que abandonaron el país. No hay con qué pagar deudas y empréstitos. Es imposible disminuir los impuestos, devolver el sentido al trabajo, es imposible reducir la burocracia. Mire el ejemplo de Inglaterra y sus desesperados intentos de salvar el país. Mire cómo se resiste la burocracia. El gobierno no puede ordenar a las autoridades locales que restrinjan el número de funcionarios en lugar de suprimir servicios”.
“Lo único que se puede restringir, es el presupuesto. Lo demás está en manos de los burócratas, y éstos no se van a despedir a sí mismos. Se puede despedir a todo el mundo, pero la burocracia permanecerá en su sitio. Hay más, crecerá, porque para realizar los despidos hacen falta organismos especiales. En su tiempo, ni Kruschev pudo con la burocracia. Hiciera lo que hiciera, continuaba creciendo…”.
Cualquier semejanza de la situación descripta con la actual Argentina poskirchnerista, no es ninguna coincidencia, ya que el ofrecimiento de puestos de trabajo, estatales e improductivos, para lograr una mayor cantidad de votos, fue una táctica populista bastante evidente. Se siguió el ejemplo de Perón y Eva, quienes, con ciertas variantes, compraban votos partidarios, por varias generaciones, con el dinero del Estado.
Algunos años atrás, pudimos observar por las calles de Mendoza los efectos que produjo el socialismo en la personalidad de algunos hombres y mujeres que llegaron desde la Rumania comunista. En lugar de hacer algún intento por trabajar, se sentaban en algunas veredas de la ciudad, casi inmóviles, con sus pequeños hijos, para pedir limosna a los que por allí pasaban. El deterioro psicológico sufrido era evidente.
La extinción del hábito laboral es una de las causas que degradan al hombre hasta hacerlo totalmente dependiente de otras personas. Bukovski agrega: “Dos fenómenos aparecen, tarde o temprano, pero inevitablemente, en un país socialista: el mercado negro y la extinción completa del hábito laboral. Una parte de la población pierde la costumbre de trabajar porque, sencillamente, no tiene sentido hacerlo; la igualdad no les permite ganar más de lo establecido, ni autoriza a la administración a despedirlos o a obligarlos a trabajar”.
“La otra parte de la población, más emprendedora, se mueve en busca de ganancias extralegales. Si en los países de Europa Oriental el mercado negro se ha convertido en una institución perfectamente respetable y casi reconocida, en los países socialistas occidentales, tales como Suecia, ya ha aparecido el «mercado negro del trabajo». El que quiere ganar algo más, después de cumplir su horario oficial de su empleo oficial, hace por la noche de camarero el algún restaurante, sin mencionarlo, claro está, en su declaración de renta. Las diferencias son únicamente cuestión de proporciones: cuanto más socialismo hay en el país, tanto más amplio es el mercado negro”.
En el caso argentino, como el Estado tiene enormes gastos ya que tiene que cubrir los sueldos de los empleados estatales que hacen trabajo productivo como los de quienes nada producen, debe imponer impuestos excesivamente altos, que una pequeña empresa apenas si los podría pagar. De ahí que la única alternativa que le queda a quienes no pueden entrar a “trabajar” en el Estado, implica realizar actividades en la economía paralela.
De la misma manera en que el socialismo se promovía en las escuelas soviéticas, en la Argentina se promueve una “sociedad justa” basada en la redistribución de las ganancias empresariales en lugar de promover el crecimiento de la cantidad de empresarios y la reducción de los empleos estatales superfluos:
“Existe una sociedad justa cuando prevalece la igualdad de oportunidades y la igual satisfacción de las necesidades fundamentales. Para alcanzar esto es necesario un sistema que apunte a una mayor nivelación de las riquezas, a través de impuestos directos y progresivos a la riqueza, eliminando los impuestos al consumo o indirectos…Éste es el objetivo de las socialdemocracias, dentro del sistema capitalista, y de las democracias populares, dentro del sistema socialista” (De “Derechos humanos y ciudadanía” (para 1er Año Polimodal) de A.M. Zajac, T. Eggers Brass y M. Gallego-Editorial Maipue-Buenos Aires 2005).
Debe tenerse presente el bajo rendimiento que tiene el proceso redistributivo; por ejemplo, en un país con un mediano nivel de corrupción, como lo es EEUU, de cada dólar destinado a alguna forma de ayuda social para los sectores más pobres, sólo les llega 0,30 de dólar, es decir, un 30% de la cantidad asignada. El resto quedó en el camino. En países con mayor nivel de corrupción, el porcentaje ha de ser bastante inferior. Por el contrario, la distribución a través de la inversión y del trabajo productivo, se traducen en mejores resultados.
En cuanto a los impuestos progresivos, debe tenerse en cuenta que, si un empresario introduce una innovación en el mercado (inventa algo nuevo o introduce algo utilizado en otro país) ha de tener elevadas ganancias hasta que comiencen a surgir otros empresarios en la misma actividad. Si el impuesto progresivo le va a impedir obtener grandes ganancias, es posible que ni siquiera le convenga realizar inversión alguna.
Mientras se siga promoviendo una mentalidad anticapitalista y antiempresarial, tanto en los establecimientos educacionales como en los canales televisivos estatales, no es de descartar que en el futuro se llegue a una situación similar a la de los años 70, cuando grupos de terroristas mataban a empresarios, a ejecutivos de las grandes empresas, e incluso a militares y policías por ser “custodios del sistema capitalista”. La realidad ha mostrado que un país requiere de un buen porcentaje de empresarios y de una limitada cantidad de empleados públicos como base de su economía. Promover grandes presiones fiscales, atenta contra la inversión y aleja a la gente del hábito del trabajo.
Todo el tiempo se habla de la dependencia del país, respecto del extranjero, por el hecho de que existe el comercio internacional, pero pocas veces se observa la dependencia total y absoluta de quienes han perdido el hábito del trabajo y deben mendigar al Estado para que los mantenga.
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