Las diversas propuestas éticas apuntan hacia el cumplimiento de alguna forma de obligación moral. Por ello es que, históricamente, la educación se ha basado en alguna forma de deber. En los últimos tiempos, por el contrario, ha predominado una educación basada en los derechos del individuo, es decir, una educación que deja de lado a la ética. Entre los diversos objetivos éticos, no aparecen los derechos del hombre, excepto como objetivos secundarios, figurando en cambio los siguientes: “a) Búsqueda de la felicidad, b) Cumplimiento del deber, c) Aptitud para la solución pacífica de conflictos, d) Ajustamiento a la tradición de la propia comunidad y e) Desarrollo que culmina en principios universales” (De “Ética” de A. Cortina y E. Martínez-Ediciones Akal SA-Madrid 2008).
En cuanto al proceso generador de la ética, William H. Kilpatrick escribió: “Los hombres primitivos encaraban los problemas de la vida, sobre la base de «probar para ver los errores» y sobre esta base seleccionaban lenta y gradualmente sus formas para satisfacer sus urgentes necesidades sociales. Las formas seleccionadas de su conducta, reducidas a «hábito, rutina y habilidad» eran lo que Sumner llama «costumbres del pueblo». Los jóvenes las aprendían por «tradición, imitación y autoridad». Con el tiempo, las costumbres del pueblo se desarrollaron para hacerse cargo de la verdad, el derecho y el bienestar público, tal como aparecieron éstas ante los hombres de la tribu”.
“En esto se alcanzó un nivel más alto que el de simples costumbres del pueblo, es decir, que estaban imbuidas de un sentido ético. Sumner las llama «mores» (tomando la palabra latina para este propósito). Junto con las mores surgieron los «tabús» para expresar el sentimiento común de que algunas cosas no debían hacerse. Mores y tabús «contienen así juicios sobre el bienestar social» y tienen por objeto promover el bien común”.
“Cuando un niño se ha desarrollado al punto de que no sólo puede hacer varias cosas, sino que sabe que puede hacerlas, entonces decimos que puede obrar intencionalmente. Él puede tener la intención de hacer lo que hace y saberlo. Está listo para el próximo paso, y entender que estos actos suyos son parte del mundo público en que él y los otros viven juntos. Consiguientemente, sus mayores comienzan a decirle que no debe hacer esto y que debe hacer aquello. En otras palabras, comienzan a considerarlo responsable de lo que hace, responsable de sus actos conscientes e intencionales”.
“Cuando un niño ha vivido en esta etapa de responsabilidad lo bastante como para aprender a controlarse en las líneas de conducta por las que tendrá que responder; cuando logra hacer, al menos en cierto modo, lo que se espera de él, ha entrado en la próxima etapa superior de la responsabilidad. Comienza ahora a considerarse responsable de hacer lo que de acuerdo a sus mayores debería hacer. Si este niño en crecimiento tiene suerte en su educación hogareña, en la última etapa se formará una conciencia como correlativa de su sentido de responsabilidad”.
“Entendemos por conciencia la tendencia de la persona a considerarse responsable a sabiendas de hacer o no hacer ciertas cosas específicas, aceptadas así como justas o injustas. Actuar apropiadamente respecto de algo reconocido como justo o erróneo, se vuelve un deber. A cada deber corresponde un sentido de obligatoriedad interior. La conciencia es así el sentimiento activo de la obligación interior en relación con un deber reconocido” (De “Filosofía de la Educación”-Editorial Nova SA-Buenos Aires 1957).
La base de la ética cristiana consiste en el cumplimiento de los mandamientos bíblicos, dando lugar a una educación que predomina en Occidente. Dante Morando escribió: “La contribución […] debida al cristianismo en este campo, contribución destinada a producir grandes repercusiones en todos los sentidos, fue que, con su advenimiento, la educación humana asumió un carácter y contenido eminentemente religioso moral y se convirtió también en un hecho esencialmente religioso y moral: el ideal del «sapiente» o del «sabio» estoico o epicúreo fue substituido por el nuevo ideal del «santo»”.
“Vinculaba toda la vida en el amor de Dios y del prójimo, con un mandamiento que hubiese debido liberar al hombre de todo egoísmo y de todo vicio y crear una nueva sociedad fundada en diversos valores espirituales y preparadora del Reino de Dios” (De “Pedagogía”-Editorial Luis Miracle SA-Barcelona 1968).
En las primeras décadas del siglo XX, Miguel Parera y Pablo Doumer escriben: “¿Qué orientación tomar?...Ante todo, debemos encaminarnos a lo bueno, a lo razonable, a los dictados de la conciencia, al cumplimiento de nuestros deberes y no olvidar el mandato: ¡Cumple con tu deber! La voluntad no es más que un factor que, si bien importante, vale sólo por lo que produce, y siendo su producto el bien, haciendo lo que se debe, resultará cumplido el deber. ¡Cumple con tu deber!...¿hay en la vida algo más noble y más hermoso que el deber cumplido?” (De “El perfecto ciudadano”-Librería Parera-Barcelona 1915).
Dos fueron los factores que fueron paulatinamente alejando al individuo del cumplimiento de los deberes como ideal de la educación moral. Por una parte, el predominio de los misterios de la religión sobre la ética cristiana. Por otra parte, el surgimiento del relativismo moral y cognitivo, que terminó por debilitar la validez de la religión moral.
Para el relativista moral, el mandamiento cristiano que ordena compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, ya no produce los mismos efectos que hace dos mil años atrás, o bien produce efectos opuestos, o distintos; de ahí que no habría que tenerlo en cuenta. Según el relativista moral, la naturaleza humana ha cambiado desde las épocas de Cristo y el fenómeno psicológico de la empatía ya no existe en los seres humanos. Sin embargo, hasta un niño advierte que incluso los animalitos domésticos permiten establecer fuertes vínculos afectivos. Lo que un niño observa y advierte fácilmente, permanece oculto a los “grandes filósofos” que predican el relativismo moral y el cognitivo.
El relativista moral ataca todo tipo de absolutismo para reemplazarlo por otro absolutismo. Vladimir Lenin expresó: “Moral es lo que favorece el advenimiento del socialismo; inmoral lo contrario”. Advierte que no existe el bien ni el mal en sentido absoluto, pero que existe una clase social virtuosa (buena) y una clase social perversa (mala). Que el asesinato puede ser tanto bueno como malo; es bueno si favorece al socialismo y malo si lo desfavorece. El absolutismo y el relativismo son usados según la conveniencia circunstancial del político totalitario.
A medida que el relativismo moral fue anulando la validez de los deberes morales, no hubo motivos para cumplirlos, por lo que la decadencia moral se fue incrementando. De ahí la razón por la que surgen sucesivos llamamientos a defender los derechos de las personas. Cuando nadie cumple ningún deber, tampoco se satisfacen los derechos que de los deberes derivan. Publio Cornelio Tácito escribió: “El Estado más corrompido es el que más leyes tiene”. En la actualidad puede decirse: “Mientras menos deberes se cumplan, mayor será la necesidad de promover el respeto por los diferentes derechos”.
Si bien las sociedades han ido progresando con el aumento de las libertades y los derechos individuales, el camino para ese progreso consistió en aumentar las obligaciones, morales y legales, de quienes restringían tales libertades y derechos, sin necesidad de prescindir de las obligaciones morales de todo individuo. Si en la antigüedad, los derechos de un rey limitaban los de sus súbditos, la solución implicaba una mayor igualdad entre gobernante y gobernados, es decir, era el rey quien debía incrementar sus obligaciones morales respecto del pueblo.
Con el advenimiento de los populismos y los totalitarismos, al individuo se lo fue alejando de la posibilidad de ejercer y mostrar sus obligaciones morales, como las que implican ayudar al necesitado, por cuanto tal función habría de ser ejercida por el Estado. Luego, la educación habría de dejar de promover la ética de la cooperación por una “ética” de la obediencia y de la exaltación de los derechos. Es decir, en lugar de promover las obligaciones morales, las que surgen de la conciencia individual, se comenzó a promover la obligación de obedecer al Estado, retrocediendo en el tiempo hasta llegar a etapas ya superadas por la humanidad. Eva Perón escribió: “Porque la limosna para mí siempre fue un placer de ricos, el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron el perverso placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes”.
Para el peronismo, quienes hacían beneficencia lo hacían con malas intenciones, y no como una necesidad de cumplir con sus obligaciones morales, por lo que se fue perdiendo la posibilidad de exaltar todo tipo de virtud. Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause escribieron: “A partir del protagonismo de la Fundación Eva Perón y de la Secretaría del Trabajo y Previsión se impuso, mediante abrumadora campaña masiva de difusión, «un nuevo concepto de beneficencia»”.
“Se intentó por todos los medios eliminar el concepto de ayuda al necesitado para reemplazarlo por el criterio de «justicia» al damnificado”. “Según esta concepción, la pobreza no era una cuestión que demandara ayuda de los benevolentes sino que requería ser «indemnizada» por tratarse de un acto de injusticia. La «ayuda social» era más bien un acto de «justicia» que de benevolencia. El Estado era el encargado de remediar, de equiparar el daño realizado al pobre”.
“Surgen por lo tanto una batería de pseudoderechos para los pobres. Los «derechos» del niño, el decálogo de la ancianidad, los derechos sociales, etc. El pobre ya no tenía que pedir ayuda sino que podía reclamar un derecho. Es una cuestión de «justicia social», un tema de Estado, una prioridad absoluta de la acción de gobierno. Este cambio sustancial de mentalidad fue muy profundo, llegando hasta nuestros días y se ha incorporado al hábito de los argentinos”.
“El cambio fue llevado de manera violenta, a pesar de que ya se estaba insinuando en los escritos y las demandas de los socialistas de los años veinte. No obstante el odio impulsado desde la Fundación Eva Perón hacia las entidades voluntarias de beneficencia fue determinante del cambio de mentalidad”.
“Las entidades de beneficencia y los socorros mutuos fueron desapareciendo paulatinamente a medida que crecía el protagonismo del Estado benefactor y de su brazo privado, la Fundación. Es más, dichas entidades, fueron víctimas de persecuciones físicas y de una fuerte campaña de desprestigio que las relegó a tareas marginales y casi ocultas” (De “En defensa de los más necesitados”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998).
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