En comparación con otros países, en lo que se refiere a índices económicos, culturales o sociales, la Argentina desciende en forma permanente a medida que trascurren los años. Ningún sector acepta los errores cometidos mientras atribuye el fracaso a los demás sectores. Incluso se culpa a otros países por todos nuestros males. Por este camino, las posibilidades de revertir la caída permanente son pocas. Es el mismo caso de las personas que se equivocan en la mayoría de sus decisiones sin hacer autocrítica, ya que suponen que en nada deben cambiar, ya que el culpable “es el sistema”.
Hace algunos años, el Diario Uno, de Mendoza, publicaba una encuesta en la cual preguntaba a los participantes si tendrían algún inconveniente en vivir sin trabajar y ser mantenidos por el Estado, es decir, mediante el trabajo ajeno confiscado parcialmente por el Estado. Algo más del 50 % de los encuestados afirmó que no tendría ningún inconveniente en aceptar esa situación.
En un reportaje que se le hiciera a Mauricio Macri, éste responde: “Usted vio que hay una encuesta, que publicaron el año pasado, en la que le preguntaban a jóvenes universitarios: «Si usted tuviese poder y, a partir de ahí, la posibilidad de corromperse: ¿Se corrompería?» El 42 % contestó que sí. Lo que a mí me lleva a pensar: ¿Cuántos más no se animaron por timidez? Hay una distorsión de valores tan grande que al argentino medio le parece normal que, si accede a un cargo de poder, cuando administra cosas que son de todos, es lógico que uno se enriquezca. La mayoría debe pensar: «Pero hay que hacerlo con moderación»” (De “Reportajes” de Jorge Fontevecchia-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2007).
En épocas en las que se hacía el servicio militar, los ex-conscriptos solían relatar con orgullo los pequeños robos realizados durante el año militar, siendo considerada tal acción una muestra de “viveza”; incluso exagerando sus pequeñas “hazañas” delictivas.
En cierta ocasión, cuando el autor del presente escrito tuvo la oportunidad de conversar con un ex-jugador de fútbol, quedó sorprendido cuando el deportista relataba con cierto orgullo algunas de las trampas que hacía en el juego sin que lo advirtiera el árbitro. De ahí un indicio de por qué muchos aficionados al fútbol se oponen a la utilización de medios electrónicos para eliminar las trampas de los jugadores y los errores arbítrales aduciendo que ello “le quitaría al fútbol la picardía”, es decir, valoran más las trampas que el juego limpio y la justicia deportiva.
Esto indica que el populismo y la corrupción surgen de una mentalidad favorable para su vigencia, siendo algo “normal” para el pueblo y para los gobernantes. La elevada corrupción del kirchnerismo no ha sido otra cosa que la “genuina interpretación de la voluntad popular” y del nivel moral predominante en la población. Las personas consideradas excepcionales, en política, no son las que realizan buenas gestiones, sino “los que no roban”.
El nuevo periodo presidencial, iniciado en el 2015, no ha producido, hasta el momento, los resultados esperados, lo que no implica que no vaya a lograrlos en el futuro. Pocas veces se ha visto al sector kirchnerista tan feliz, ya que están convencidos que la grave situación del país no podrá ser resuelta por el partido gobernante. Desean el fracaso aunque ellos mismos padezcan los efectos.
Puede decirse que en la Argentina existe una importante “desigualdad ética”, que debe resolverse mucho antes de intentar solucionar la “desigualdad social”. Mientras que el sector integrado por vagos y ladrones pretende vivir (y generalmente vive) a costa de los demás, al sector honesto y trabajador se le pide que “distribuya sus riquezas” para que “todos podamos vivir dignamente”. En realidad, la vida digna, como la “casa digna”, son las que se logran con trabajo genuino, siendo indignas cuando se logran robando al sector productivo.
Algunos ideólogos optimistas, mostrando los buenos resultados de los países nórdicos, aducen que tales resultados se lograron promoviendo la igualdad social y cobrando muchos impuestos. No aclaran si en esos países la mitad de la población pretende vivir a costa de los demás mientras que la otra mitad trabaja el doble para compensar lo que no produjo el sector parasitario. Seguramente que el nivel ético de esos pueblos debe ser bastante mejor que el nivel ético medio de los pueblos subdesarrollados.
Constituye un error creer que la vagancia y las actitudes antisociales se establecen en ciertas clases sociales definidas. Por el contrario, las virtudes y los defectos morales se dan tanto en los sectores de mayores recursos como en los de clase media y baja. Recientemente se publicaron estadísticas acerca de la violencia familiar en las que se desmiente la creencia generalizada de que tal violencia se genera principalmente en hogares de reducido nivel económico. No existe una relación directa entre valores morales y nivel económico, por lo que prioritariamente debería solucionarse el problema moral; el económico se irá arreglando como una consecuencia. Recordemos el consejo de Cristo: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”.
Los ataques socialistas y populistas a la religión fueron destruyendo poco a poco las reservas morales de la población. El dirigente socialista Juan B. Justo escribió: “Su función [de la religión] esencial es el engaño que amedrenta a los hombres, la fascinación que los entrega inermes a la voluntad ajena, hacer del hombre «el animal doméstico de Dios» para que sufra paciente el despotismo, embaucarlo con promesas de ultratumba que lo anestesien para los dolores de su miseria presente”. “No tiene en sí misma la religión ninguna tendencia progresiva. Sus dogmas, apenas enunciados, se petrifican”.
“Infinitamente superior a las religiones por sus fundamentos objetivos y su influencia sobre la conducta de creyentes y profanos, ese exaltado idealismo tiene, sin embargo, algo de ellas, y puede decirse que es el lado religioso del socialismo”.
“Por mucho que los ideales obreros se alejen de la realidad, están siempre incomparablemente más cerca de ésta que las absurdas esperanzas sugeridas por las sectas cristianas y otras iglesias”.
“Cada paso hacia la vida inteligente nos inmuniza contra la inoculación religiosa y nos hace impenetrables al dogma. La ciencia, en anhelo de saber, la investigación de la verdad es la actividad humana más estorbada por las ligaduras religiosas, la que está siempre con ellas en inmediato conflicto y tiende primero a romperlas”.
“Las nuevas verdades sólo tienen trascendencia histórica en cuanto se hacen vulgares y, directa o indirectamente, se incorporan al sentido común”… “prácticamente el hombre es el centro del mundo, y nada tanto como el hombre mismo debe preocupar al hombre” (Citado por Rolando M. Rivière en “Concepto humanista de la historia”-Ediciones Libera-Buenos Aires 1966).
La decadencia argentina comienza en las primeras décadas del siglo XX cuando intelectuales, militares y políticos ven en los sistemas fascistas y nazis la solución a los problemas existentes. Juan Carlos Casas escribió: “La decadencia afectó las relaciones internacionales. Casi se puede decir que ello coincidió con el comienzo de la decadencia cuando numerosos argentinos tomaron el partido de la barbarie fascista y nazista. Tantos y tan influyentes que lograron evitar que la Argentina se inscribiera en el bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial hasta el último minuto (¡más habría valido no hacerlo!). Luego, alejada del Commonwealth británico, alienada su relación con la gran potencia económica emergente de esa guerra, vagó desconectada del mundo (salvo los países desalineados) como asteroide perdido en el espacio…”.
“En lo económico la decadencia se inició en forma solapada bajo la atractiva bandera de la industrialización, sinónimo de modernidad. El carácter frívolo de los argentinos vio en las tradicionales actividades donde el país tenía fuertes ventajas comparativas internacionales el sinónimo de atraso. La cría y el engorde de ganado se consideró propio de superados pueblos pastores, del gauchaje”.
“La agricultura supuestamente daba poco empleo y su comercialización era hecha por un oligopolio internacional. Lo mismo ocurría con la industria procesadora de carne y de otros alimentos. Además, se decía, el valor agregado nacional era escaso (aunque el 100% era argentino). Había que pasar a otra tapa, aceleradamente…Cuanto más humo despidieran las chimeneas de las nuevas fábricas, mejor. Eran los productos «estratégicos», los que permitirían ingresar en las modernas tecnologías…liberándonos de la dependencia exterior” (De la Introducción a “No a la decadencia de la Argentina” de Guy Sorman-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1989).
La búsqueda de la independencia del exterior impone una limitación al comercio internacional, perjudicando a las propias exportaciones agrícolas y ganaderas. Por lo general, los países exitosos realizan intercambios con otros países. El error consistió en intentar promover la industrialización a costa de la ganadería y la agricultura, en lugar de establecerla gradualmente, sin perjuicio para las otras actividades. El citado autor agrega: “El financiamiento era lo de menos: para eso estaban las fuertes gabelas impuestas al agro y los inmensos ahorros acumulados en las cajas de jubilaciones. Los improvisados industriales surgidos durante la guerra adhirieron jubilosamente. Se proclamaron defensores de la iniciativa privada y contrarios a la intervención del Estado en los negocios…cuando ésta los perjudicaba, pero cualquier atisbo de disminuir las ventajas impositivas o la protección aduanera levantaba torrentes de críticas. Era necesario cuidar las fuentes de empleo y las reservas de divisas (cada vez más escasas), y evitar el dumping, alegábase”.
“Con el correr de los años se fue formando un tejido de incentivos, desgravaciones, reservas de mercado, aranceles protectores cada vez más espeso que beneficiaba indistintamente a empresas privadas, del Estado y mixtas, distinción no del todo importante pues todas finalmente eran estatales o paraestatales”.
“El tejido cada vez más cerrado y menos flexible comenzó a asfixiar a algunos sectores, luego a otros, encareció la producción a medida que las sustituciones de artículos importados incluían rubros donde nuestro país tenía cada vez menores ventajas comparativas. Lógicamente cada vez se importaba menos y, como resultado, se exportaba menos. En cuanto a la competencia, su significado se borró de la memoria. Fue así como todo ello dio lugar a un pesadísimo «costo argentino» que exigía grandes subsidios para permitir que la industria pudiera exportar”.
La mayoría espera que surja un líder político que “redistribuya las riquezas” con mayor “justicia social”, suponiendo que ello permitirá revertir la crisis. Por el contrario, debe elevarse el nivel moral de la población para que predomine una mentalidad favorable al trabajo y a la cooperación. La enorme “grieta social” que mantiene al país dividido, esencialmente es una división existente entre peronismo y cristianismo, al menos según el tipo de ética adoptada y no de aquella declamada.
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2 comentarios:
Muy bueno el artículo. Resume la inmensa miseria de nuestro país. También creo que será prácticamente imposible enderezar nuestro destino al menos en las dos próximas generaciones. Y si el país cambia entonces, será o porque el resto del mundo se cansó de nosotros y vendrá a buscar los recursos que necesite o porque habremos tocado fondo y una gran crisis haga por medios violentos cambiar de cuajo tanta ignorancia, molicie y amoralidad. Lo que dijo J. B. Justo podría tener algo de sustento en ciertos países con ciertas religiones. No obstante parece algo ridículo su pensamiento cuando el pueblo puesto a retozar en la inmoralidad, abandona valores que en muchos casos son inculcados por éstas. La moral sin dogmas parece por ahora sólo una práctica diletante de una minoría.
La crítica de Juan B. Justo es hacia "toda la religión", aunque estoy de acuerdo en que el catolicismo tiene mucho que ver con el alejamiento de la gente respecto de la ética cristiana........
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