A medida que la población mundial aumenta, a razón de 100 millones de habitantes por año, y los conflictos entre países y pueblos siguen vigentes, es necesario que exista un gobierno mundial que evite la creciente anarquía que reina sobre el planeta. Lester R. Brown escribía a finales del siglo pasado: “Los cambios que se harán necesarios en la conducta y en los valores humanos así como en instituciones de todo tipo durante el último cuarto del siglo XX son algo sin precedente. El equivalente histórico de tal vez dos siglos de cambio en los valores y en el comportamiento humano deberá comprimirse en el término de una generación. Bajo esas circunstancias, el mundo se enfrenta a una necesidad desesperada de liderato en todos los niveles. Hoy día hay muchos bienes de consumo que escasean, pero ninguno está tan escaso como el liderato”.
“Se buscan soluciones nacionales a problemas nacionales a pesar de que las únicas soluciones factibles son internacionales o, en ciertos casos, mundiales. Más aún, los esfuerzos por proporcionar soluciones nacionales pueden frustrar los esfuerzos por descubrir soluciones viables. Los problemas que se presentan exigen una comprensión muy compleja, pero la falta de comprensión es algo evidente en todos los niveles. Se confunden los síntomas de los problemas con sus causas; con frecuencia se curan los síntomas y, en el proceso, se agrava el problema. Con demasiada frecuencia, se investiga y buscan estrechas soluciones a los problemas dentro de disciplinas individuales (ingeniería, ciencias económicas o ecología), aunque la mayor parte de los problemas importantes a los que se enfrenta la humanidad ya no caben dentro de los departamentos académicos de las universidades o de agencias gubernamentales”.
“El mundo necesita desesperadamente el liderazgo iluminado de dirigentes políticos nacionales, de dirigentes de corporaciones, de dirigentes eclesiásticos, de funcionarios de las Naciones Unidas, de dirigentes de sindicatos obreros y de grupos de ciudadanos. Sin embargo, los dirigentes iluminados son pocos. El liderazgo a nivel nacional es algo particularmente crítico y, no obstante, pocos son los dirigentes nacionales que tienen acceso a la información necesaria para poder tomar decisiones inteligentes y responsables en muchas áreas críticas” (De “Por el bien de la humanidad”-Editorial Diana SA-México 1976).
A lo largo de la historia se ha visto el surgimiento de líderes religiosos, militares o políticos que, “generosamente”, se mostraron dispuestos a gobernar el mundo bajo sus criterios personales, llegando así a generar las peores catástrofes sociales de toda la historia como fue el caso de los gobiernos totalitarios, comunistas y nazis, si bien no lograron el dominio total del planeta, como tenían planeado. De ahí que un gobierno universal y personal implica un gran peligro, aun cuando no sea desechable la posibilidad de alguien con buen criterio y buenas intenciones.
Para evitar riesgos extremos, los sistemas democráticos establecen leyes que deben ser también acatadas por los propios gobernantes. Por ello, un gobierno universal debería estar constituido esencialmente por leyes humanas, antes que por un líder que adopta decisiones personales en el momento. Incluso tales leyes deben ser compatibles con las leyes naturales que gobiernan nuestra naturaleza humana; de lo contrario no tendrían razón de ser.
Las leyes naturales descriptas por la ciencia, que son las mismas leyes de Dios consideradas por la religión, deben constituir entonces el gobierno universal que todos buscamos. Esto se conoce como el Gobierno de Dios sobre el hombre, o el Reino de Dios, para distinguirlo de los distintos gobiernos del hombre sobre el hombre, desaconsejados y opuestos a la religión.
Cuando Cristo manifiesta que “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Regnum Dei intra vos est) indica que el gobierno universal es esencialmente un autogobierno, individual; que se inicia cuando el hombre se decide a adaptarse a tales leyes y a aceptar tal gobierno superior junto al mandamiento que nos propone adoptar una actitud cooperativa, tal el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, o, compartirás las penas y las alegrías ajenas como propias.
Esto implica igualar la ética individual o familiar, a la ética social, ya que no es difícil encontrar que una persona comparta sus penas y alegrías con los integrantes de su medio familiar, siendo bastante más difícil que se disponga a hacer lo mismo con el resto de los integrantes de la sociedad, o con el resto de la humanidad. Este será el cambio necesario que deberá adoptar la mayor parte de la humanidad para asegurar la supervivencia de nuestra especie.
El citado autor agrega: “Una ética social es un conjunto de principios, un código de comportamiento que capacita a la sociedad para que funcione adecuadamente y sobreviva. La ética social que actualmente guía a la humanidad con respecto a la multiplicación de la familia, de la producción y distribución de la riqueza y de la relación del hombre con la naturaleza, es la misma que ha evolucionado durante milenios”.
“En términos generales, dicha ética ha servido bien; no sólo hemos sobrevivido como especie, sino que hemos multiplicado grandemente nuestro número y, en algunos casos, también hemos prosperado. Empero, actualmente la vieja ética ya no resulta adecuada. Hay que modificar o abandonar algunos de sus valores: otros tienen que ser reforzados y ajustarse a las discontinuidades presentes. El factor crucial puede ser, no los cambios requeridos por sí mismos sino, lo limitado del tiempo que dispone el hombre para aceptarlos y adaptarse a ellos”.
A medida que la población aumenta, se eleva la demanda de viviendas, alimentos y energía. Esta vez, cada individuo, no debe pensar sólo en su supervivencia individual o familiar, sino en la supervivencia de la humanidad, ya que “todos estamos en el mismo barco” y el barco cada vez va más ocupado. “Se requieren cambios en los valores y en las actitudes de las personas en todas partes. Los cambios necesarios pueden ser mucho mayores que los llevados a cabo por generaciones anteriores. Uno de los dogmas básicos sobre los que descansan las sociedades modernas ha sido que el hombre debe tener dominio de la naturaleza, subyugando al medio ambiente a sus necesidades. La ética nueva debe incluir a un naturalismo que ponga énfasis en una mayor armonía del hombre con la naturaleza y en un menor dominio sobre ella”.
“En su búsqueda de una relación más armoniosa con la naturaleza, nuestra sociedad mundial (que ahora está haciendo su aparición) tendrá que formular una nueva ética respecto a la concepción. Durante la mayor parte de la existencia del hombre se hicieron necesarios grandes números de hijos para asegurar la supervivencia de la especie, dadas las elevadas tasas de mortalidad infantil. Actualmente, como las tasas de nacimiento amenazan aquellos mismos portadores de vida de los que depende el hombre, éste debe abandonar el antiguo «creced y multiplicaos» y reemplazarlo con una ética cuyo fin sea estabilizar la población”.
“Otro de los componentes centrales de la ética actual es el énfasis casi exclusivo sobre la producción y la adquisición de la riqueza como un fin en sí mismo. Como eso es un subproducto de miles de años de escasez material, dicha preocupación debe ceder el paso a un énfasis mucho mayor en la distribución y en la participación. La existencia de una pobreza mundial generalizada a fines del siglo XX no es el resultado de una falta de tecnología que eleve la productividad individual, sino la falta de atención a la difusión de la tecnología y de la riqueza en una escala mundial. El hombre moderno se ha destacado en la producción, pero ha fracasado en la distribución”.
En realidad, la cuestión no está en mejorar la distribución, sino en adoptar el sistema de producción-distribución que mejores resultados produzca. En una economía de mercado, no pueden separarse ambos aspectos. Y si la producción no es suficiente, debe considerarse la existencia de trabas impuestas por los Estados a las empresas como también a la insuficiencia de empresarios en los países subdesarrollados. Para mejorar la economía, no debe pensarse tanto en los que producen, sino en los que no producen y en los que, además, impiden la producción.
La libertad implica una dependencia cada vez menor respecto de otros hombres, ya que un individuo puede decidir en forma personal los distintos aspectos de su propia vida. De ahí que la libertad se ha de alcanzar a medida que más conocemos y más nos adaptamos a las leyes naturales que nos rigen. Se puede sintetizar la idea de la siguiente forma:
Libertad = Autogobierno = Gobierno de Dios (o de las leyes naturales)
Si llegamos a gobernarnos por nosotros mismos, sin caer en el gobierno del hombre sobre el hombre, estamos en una situación de igualdad respecto de los demás, por lo que puede establecerse que:
Igualdad = Autogobierno = Gobierno de Dios (o de las leyes naturales)
Desde este punto de vista, libertad e igualdad se dan juntas, o no se dan, y en magnitudes similares. Por ello es que bajo los sistemas socialistas, o totalitarios, los que gobiernan el Estado son “desiguales” socialmente a sus gobernados. Simultáneamente se produce una acentuada falta de libertad.
Por el contrario, en las sociedades democráticas, cualquier ciudadano puede acceder, en principio, al gobierno del Estado. Al estar limitado por leyes, tal gobierno esencialmente limita las acciones individuales en lugar de dirigirlas, por lo que la libertad que dispone cada individuo resulta bastante aceptable.
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