En la base de todo comportamiento subyacen las actitudes predominantes en cada individuo. Es posible, por lo tanto, considerar las tres principales tendencias de la economía a partir de la actitud de cooperación, del egoísmo y del altruismo. La propuesta del liberalismo es la cooperación social, que opera mediante el intercambio que beneficia a ambas partes en cada transacción en un mercado. También se coopera mediante el ahorro, ya que, al formarse el capital, puede ser prestado, bajo cierto interés, a quien lo necesite para emprender una tarea productiva. Ludwig von Mises escribió: “La acumulación de nuevos capitales por medio del ahorro inicia la cadena de acciones que da como resultado la mejora de las condiciones económicas. El ahorro es el primer paso hacia un progreso en el bienestar material y hacia todo perfeccionamiento ulterior en este sentido”.
“Lo que hace posible las relaciones amistosas entre los seres humanos, es la mayor productividad de la división del trabajo. Es lo que elimina el conflicto natural de intereses. Un interés común preeminente, la preservación y posterior intensificación de la cooperación social, se transforma en supremo y desvanece cualquier colisión inicial. La competencia biológica se sustituye por la competencia cataláctica [económica]. Contribuye a la armonía de los intereses de todos los miembros de la sociedad” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
La tendencia al ahorro requiere de ciertas virtudes morales. Juan Bautista Alberdi escribió al respecto: “El ahorro es una causa de riqueza más fecunda que el trabajo mismo. Sinónimo su nombre del de economía, es el resumen del arte de enriquecer. Lejos de confundirse con los vicios de la avaricia y la codicia, el ahorro es una virtud moral, la más bella cualidad de un hombre de buena educación y de buen gusto. Es una virtud que se compone de muchas otras: de previsión, de moderación, de dominio de sí mismo, de sobriedad, de orden. Es imposible llegar a la riqueza que da honor sin la posesión de estas cualidades morales. La nación en que ellas abundan no puede ser pobre aunque habite un suelo estéril”.
“Mejor, sin duda, si posee un suelo vasto y fértil; pero el suelo no es más que un instrumento de su poder productor, el cual se compone de sus fuerzas morales”.
“El ahorro es una renta, y la más segura de las rentas, pues ya está guardada en caja. El ahorro no es otra cosa que el orden de la vida, el buen juicio en los gastos. Es un rasgo de buen gusto y de buen sentido. No hay más que ver cómo gasta un hombre su fortuna para saber cuál es su educación, su moral, su inteligencia. En una palabra: saber gastar es saber enriquecerse sin empobrecer a nadie” (De “Ahorro. Manual auxiliar del maestro”-Caja Nacional de Ahorro Postal-Buenos Aires 1947).
No todo comportamiento económico tiene como intención el logro de un beneficio simultáneo entre las partes, tal el caso del egoísta, que prioriza sus ventajas en desmedro de las de los demás. Esto conduce a mantener en vigencia la competencia biológica, por lo cual se la denomina a veces como “capitalismo salvaje”. Si bien el mecanismo del mercado tiende a neutralizar los desvíos egoístas, el egoísmo tiende a producir inconvenientes para la sociedad.
Uno de los errores en que incurren muchos liberales consiste en denominar “egoísta” a quien emprende una actividad productiva por el hecho aparente de que no tiene en cuenta el destinatario de la misma sino el interés propio. Así, si alguien se dedica a construir viviendas para venderlas posteriormente, realiza su actividad laboral pensando sólo en las ganancias que obtendrá, ya que ni siquiera conoce al futuro destinatario de la misma. Desde el liberalismo se considera beneficiosa tal actividad, pero se dirá, erróneamente, que ha sido motivada por el “egoísmo” de quien construye viviendas. En realidad, el hecho de que piense en sus ventajas personales no implica ninguna diferencia respecto de quien construya viviendas para tener la satisfacción moral adicional de saber que ha contribuido a disminuir el déficit habitacional de su país. En realidad, debería reservarse el calificativo de “egoísta” para ser asignado a alguien que le coloca menos hierro y cemento a la casa que construye pensando en obtener alguna ganancia adicional, pero perjudicando la seguridad antisísmica del inmueble y al futuro comprador.
Quienes adoptan una postura pesimista respecto del ser humano, suponen que no existe otra forma de capitalismo que el impulsado por el egoísmo humano, por lo cual han propuesto una economía basada en el altruismo; esto es, el socialismo. Mientras que el egoísta busca beneficiarse perjudicando a los demás, el altruista busca perjudicarse a sí mismo para beneficiar a los demás. De ahí surge el lema socialista “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”.
El altruismo es una especie de egoísmo al revés y resulta ser una actitud que no existe naturalmente en el ser humano. Si alguien realiza una acción valerosa, por la cual sacrifica alguna ventaja personal para beneficiar a otro, tiene como contrapartida un premio moral si es que previamente existe la actitud cooperativa por la cual tiende a compartir las penas y las alegrías de los demás. El altruismo surge en situaciones extremas, pero no es una actitud fácil de lograr y menos de generalizar. La “supremacía ética” del socialismo implica considerar un comportamiento poco natural en el hombre. Recordemos que el mandamiento cristiano del amor al próximo sugiere compartir las penas y alegrías de los demás como propias, en donde se adopta una actitud igualitaria. Si el mandamiento cristiano resulta difícil de cumplir, el altruismo socialista resulta imposible de lograr. En realidad, todo parece indicar que tal comportamiento, por el cual el individuo se somete al Estado (o el Estado somete al individuo contra su voluntad), resulta ser un medio para engañarlo y explotarlo con mayor facilidad. Podemos hacer una síntesis de las actitudes básicas mencionadas:
Cooperación social (liberalismo): “Tú y yo nos beneficiamos”
Egoísmo (capitalismo salvaje): “Yo me beneficio, tú te perjudicas”
Altruismo (socialismo): “Yo me perjudico, tú te beneficias”
Mientras que en una economía de mercado se establece un intercambio cooperativo directo entre dos personas, en los sistemas socialistas se anula esa posibilidad, ya que quien produce debe hacerlo entregando su producción o sus ganancias al Estado (o a quienes lo dirigen). Luego el Estado redistribuirá entre todos lo que extrajo de los productores. Finalmente, al ser un altruismo anónimo, ya que nadie sabe a quien ayuda, el mérito de la distribución se le atribuye al Estado, por lo cual todo individuo pierde tanto los alicientes materiales como los morales. De ahí que todos trabajan con desgano y a “media máquina”.
Las ventajas del ahorro y de los intercambios libres, permitieron poner en movimiento todas las potencialidades individuales bajo el sistema capitalista. Por primera vez en la historia de la humanidad, millones de personas comenzaron a salir de la pobreza y de la miseria, proceso algo similar al que en la actualidad acontece en países como China e India luego de adoptar economías de mercado. Ludwig von Mises escribió: “El gran cambio que en pocas décadas transformó a Inglaterra en la nación más rica y poderosa del mundo, fue preparado por un pequeño grupo de filósofos y economistas. Estos arrasaron enteramente la seudo-filosofía que hasta entonces había servido para orientar la política económica de las naciones”.
“Refutaron las viejas fábulas: que es injusto y vil sobrepasar a un competidor produciendo mercaderías mejores y más baratas; que es inicuo desviarse de los métodos tradicionales de producción; que las máquinas que ahorran trabajo provocan desocupación, y por lo tanto su uso es perverso; que una de las tareas del gobierno civil es impedir que los comerciantes eficientes se enriquezcan; y proteger a los menos eficientes contra la competencia de los más capaces; que restringir la libertad y la iniciativa de los empresarios por la fuerza gubernamental o por la coerción ejercida por otros poderes, es un medio apropiado para promover el bienestar de la nación”.
“En síntesis: estos autores, para rebatir tales fábulas, expusieron la doctrina del comercio libre y del laissez faire [dejad hacer]. Facilitaron el camino para una política que ya no obstruyera el esfuerzo del hombre de negocios para mejorar y ampliar sus operaciones” (Citado en “Ideas sobre la libertad” Nº 41-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1982).
Puede decirse que el capitalismo es un sistema económico cuyo objetivo principal es la cooperación social y que encuentra en la libertad el medio imprescindible para ese logro:
Capitalismo = Cooperación social + Libertad
El carácter acumulativo del capital tiende a generar un progreso continuo, que se detendrá o se revertirá en cuanto el Estado distorsione el proceso del mercado. Von Mises escribió: “En la sociedad capitalista prevalece la tendencia hacia un aumento estable de la cuota de capital invertido «per capita». La acumulación de capital es mayor que el aumento demográfico. En consecuencia, la productividad marginal del trabajo, el nivel de los salarios reales, el nivel de vida de los asalariados tiende a elevarse continuamente. Pero este progreso en el bienestar no es la manifestación de la forma en que opera una ley inevitable de evolución humana; es una tendencia resultante de la interacción de fuerzas que pueden producir sus efectos libremente sólo bajo un régimen capitalista”.
Los detractores del capitalismo critican la competencia existente entre productores, por lo que, pareciera, prefieren la formación de monopolios. La competencia entre empresas, en una economía de mercado, se establece para cooperar mejor con el consumidor, ya que ello implica mejorar la calidad de los productos y reducir los precios. En los sistemas socialistas también existe la competencia, aunque esta vez se produce entre los consumidores que buscan ser beneficiados por el burócrata que distribuye la producción previamente confiscada por el Estado.
La difusión de las ideas propuestas por el liberalismo, como también ciertos hechos históricos, se ve imposibilitada por cierta “intelectualidad” que poco o nada conoce de economía, ya que ni siquiera parece interesarles. Bajo ciertas pretensiones de imparcialidad o de libertad del pensamiento, razonan de una forma similar a la siguiente: si el liberal dice que 2+2 = 4 y el socialista que 2+2 = 5, entonces adoptan la postura intermedia afirmando que 2+2 = 4,5
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