Desde la antigüedad el hombre ha sentido la curiosidad y la necesidad de conocer lo que habrá de suceder en el futuro. Quien ha de tomar decisiones podrá optimizarlas si conoce lo que habrá de suceder. Sin embargo, todo parece indicar que no es posible conocer lo que sucederá cuando se trata de acontecimientos en los que influye una gran cantidad de causas. Sólo resulta posible prever acontecimientos futuros cuando se conoce una ley natural simple y también las causas previas, o condiciones iniciales.
Si definimos la ley natural como la relación entre efectos y sus causas, conocidas la ley y las causas, se podrán conocer los efectos. Como las causas son anteriores a los efectos, disponemos de la única forma segura de predecir el futuro, si bien de una manera parcial y bastante limitada:
Ley natural = Efecto / Causa
Efecto (futuro) = Ley natural x Causa (presente)
El presente resulta ser una delgada frontera existente entre el pasado y el futuro. Al pasado lo llevamos parcialmente en nuestra memoria, mientras que el futuro será la realización de nuestros proyectos y anhelos. René Sudre escribió: “El futuro es una fuerza que tira, el pasado una fuerza que empuja. Si éste se concibe como una memoria, aquél puede asimilarse a una previsión”.
La predicción del futuro, en el caso de la vida inteligente, resulta muy compleja por cuanto disponemos de memoria. Cada decisión adoptada implica que alguna parte de la memoria ha influido en la misma. De ahí que equivale a pretender conocer el futuro teniendo presente una enorme cantidad de causas, la mayor parte de ellas a nivel subconsciente. El citado autor se pregunta respecto del esquema simple anterior: “¿Cómo pretendería aplicarse a los fenómenos de la vida, en que interviene constantemente la memoria, es decir, en que la conducta futura no puede preverse sin conocer todas las particularidades del pasado?” (De “Los Nuevos Enigmas del Universo”-Libería Hachette SA-Buenos Aires 1953).
La tradición cuenta que Rómulo y Remo tuvieron que definir quién de los dos iba a gobernar la ciudad que acababan de fundar. “Los gemelos buscaron una señal de los dioses. Remo escudriñó el cielo y vio seis buitres, pero Rómulo distinguió doce y afirmó que eso le otorgaba el derecho a reinar”. “Los hermanos riñeron y desenfundaron sus armas. Se enzarzaron en una cruel lucha y Remo cayó, atravesado por la espada de Rómulo”. “Tras la muerte de su hermano, Rómulo subió al trono y la nueva ciudad recibió el nombre de Roma en su honor” (De “El Periódico de Roma”-Ediciones B-Barcelona 2005).
En las épocas de la Roma imperial se siguen utilizando procedimientos similares. Es oportuno mencionar una entrevista imaginaria que realiza un periodista de “El Periódico de Roma” a un adivino:
Periodista: “¿A qué se dedican realmente?”
Adivino: “Lo difícil es tomar una decisión importante, como por ejemplo si se emprende un largo viaje. Lo primero es comprobar si los dioses aprueban la decisión”.
“Se acude a un vaticinador que tira los dados para leer el futuro, o a un adivino que lanza huesos al suelo y que da la solución según la figura que forman”. “Pero cuando hay que tomar decisiones de peso, como a las que afectan a todo el imperio, el emperador acude a los augures. Nosotros somos sus adivinos personales y consultamos a los dioses por él”.
Periodista: “Entonces, ¿por qué dan de comer a los pollos?”
Adivino: “Bueno, en realidad los dioses no nos expresan su opinión con palabras, sino con símbolos. Mi trabajo consiste en interpretarlos”.
“Si esparzo semillas por el suelo y los pollos corren a picotearlas entonces sé que los dioses están de nuestra parte”. “Pero si los pollos no se comen los cereales, significa que los dioses no aprueban la decisión tomada. En ese caso, el emperador cometería una estupidez si no cambiara los planes”.
Periodista: “¿Cualquier persona puede convertirse en augur?”
Adivino: “No. El emperador en persona elige a los augures de entre los hombres más ricos e importantes: los senadores”. “Somos un grupo de dieciséis y solamente admitimos un nuevo miembro cuando uno de nosotros muere”.
“Supone un gran honor ser elegido. Llevamos a cabo una de las tareas más importantes del imperio: asegurarnos de que los dioses protegen a nuestro gran líder y de que apoyan todas sus decisiones”.
El político y filósofo Marco Tulio Cicerón desconfiaba de los métodos adivinatorios de su época. Por ello escribió un libro titulado “De Divinatione” realizado en forma de diálogo en el que intervine también su hermano Quinto. Paul Halpern escribió: “Afirma Quinto que las profecías acertadas dependen de una o varias estrategias básicas. El primer método implica acercarse a Dios y sentir su voluntad. Toda vez que se supone que Dios es omnisciente, relacionarse con él permitiría vislumbrar el futuro. El sueño profundo, cuando la mente está relajada y, por tanto, abierta a la influencia externa, es el estado idóneo para tal comprensión de lo divino” (En alguna parte Thomas Hobbes expresó: “Que Dios nos habla en sueños no es lo mismo que soñar que Dios nos habla”).
Cicerón negaba la posibilidad de conocer el futuro, incluso consideraba el caso de Julio César, que tiene un triste final. Afirmaba Cicerón que, de haber conocido Julio César lo que le iba a suceder, habría actuado de una manera distinta, lo que implica que el futuro “no está escrito” en ninguna parte. “Cicerón ataca incluso la necesidad de la adivinación. Supongamos que se pudiera intuir el futuro por medios extraordinarios. Esto sólo sería posible si ya se hubiera escrito el guión de mañana. Si el destino estuviera sellado, entonces saberlo sería, en el mejor de los casos, redundante y, en el peor, nos haría del todo desdichados”.
Cicerón escribió sobre Julio César: “Si hubiera previsto que en el senado, en su mayoría escogido por él mismo…y en presencia de muchos de sus propios centuriones, sería asesinado a mano de muy notables ciudadanos, algunos de los cuales le debían todo lo que poseían, y que caería tan bajo que ningún amigo –no, ni siquiera un esclavo- se acercaría a su cadáver, ¿en qué agonía hubiera transcurrido su vida?”.
Halpern agrega: “En otras palabras, si César hubiera previsto el destino espantoso y humillante que le aguardaba, es probable que hubiera pasado sus mejores años en estado de total depresión. No habría tenido incentivos para cruzar el Rubicón si hubiera sabido que al hacerlo tan sólo participa de un drama destinado a terminar en una forma demasiado trágica” (De “Una historia de la predicción”-Editorial Océano de México SA-México 2000).
Uno de los inconvenientes que surge cuando alguien confía plenamente en la veracidad de las predicciones, como es el caso del horóscopo, es que la persona afectada, consciente o inconscientemente trata de cumplir con el pronóstico que han realizado sobre su futuro. Entonces, en lugar de elegir su propio futuro y su propia vida, pasa a realizar la vida y el futuro que le ha propuesto otra persona, en donde aparece otra forma desaconsejable de gobierno del hombre sobre el hombre.
El actitud fatalista es propia de las personas negligentes, ya que se supone que, cualquiera sea la acción emprendida, el resultado ya viene fijado por el destino. Paul Foulquié escribió: “Fatalismo: doctrina según la cual el destino del hombre está determinado de antemano, con independencia de lo que pueda querer o hacer. No debe confundirse con el determinismo, según el cual, interviniendo en el juego de las causas, cabe modificar los efectos, no sólo en el mundo exterior, sino también en la propia existencia” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”-Editorial Labor SA-Barcelona 1966).
Quienes suponen que Dios interviene en los acontecimientos humanos interrumpiendo la ley natural, sostienen que el futuro puede ser revelado a los hombres por el propio Creador teniendo como intermediarios a los profetas. De ahí que aceptan tranquilamente a un Dios que observa el sufrimiento humano pero no interviene, aun teniendo la posibilidad de hacerlo. Entonces los seres humanos ya no seríamos sus hijos, sino sus insectos.
Sería beneficioso para el hombre que Dios interviniera seguido para evitar tantos males, pero todo parece indicar que Dios se manifiesta sólo a través de sus leyes, por lo que las profecías bíblicas surgen del hombre inspirado en Dios. Contempla las crisis morales existentes, y las que podrán surgir en el futuro, y vislumbra la posibilidad de una nueva alianza, que se ha de cumplir cuando alguien se adapte a las condiciones impuestas por la profecía. Se trataría de un proceso similar a una posta atlética en la cual cada integrante del equipo corre 100 metros y entrega la posta a quien está preparado para recibirla.
Si Dios no ha fijado un destino a cada hombre, ni tampoco un destino a la humanidad, ya que favorecería la negligencia, significa que no existe un futuro conocible ya que lo que ha de suceder dependerá de lo que el hombre y la humanidad decidan. De ahí que el futuro no puede conocerse a partir del presente, sino tan sólo en forma limitada. Por lo que habrá que esperar que se haga presente. Fernando Savater escribió: “El ser humano no está programado por la naturaleza para cumplir determinadas funciones, sino que tiene que elegir. Eso es lo que llamamos «libertad», que significa que no tenemos nuestros objetivos biológicos, zoológicos, determinados de una manera fija como el resto de los animales, sino que poseemos una amplia capacidad de posibilidades distintas frente a las que tenemos que optar. No tenemos ninguna obligación de hacer esto o aquello, de ir hacia acá o hacia allá, de decir sí o decir no, y eso nos produce angustia, que es lo que sentimos ante el vacío de la libertad…..” (De “La aventura del pensamiento”-Editorial Sudamericana SA- Buenos Aires 2008).
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