El economista Murray N. Rothbard realizó una síntesis de la vida y la obra de Ludwig von Mises, titulada “Lo esencial de Mises”, que aparece como un apéndice del libro “Planificación para la Libertad” de L. von Mises (Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1986). De dicha síntesis surge el presente resumen, en el que se reproducen varios párrafos, tratando de evitar en lo posible una involuntaria “mutilación” de la misma.
Mises nace en una época en que estaban establecidos los lineamientos básicos de la Escuela Austriaca. Rothbard escribe al respecto: “Nació y creció Mises en la época más brillante de la gran Escuela Austriaca de Economía. Ni él ni ninguna de sus decisivas contribuciones científicas resultan cabalmente comprensibles fuera del ámbito de aquel pensamiento económico que con tanto ahínco estudiara y tan profundamente absorbiera”.
“A mediados del siglo XIX ya nadie dudaba que la escuela clásica, cuyos máximos exponentes fueran David Ricardo y John Stuart Mill, había embarrancado en los bajos de muy graves errores. Su defecto básico consistió en pretender analizar la economía, no desde el punto de vista del individuo que actúa, sino partiendo del supuesto comportamiento de arbitrarias clases. No pudieron nunca los clásicos, por eso, llegar a comprender las fuerzas subyacentes que determinan el valor y los respectivos precios de mercancías y servicios en el mercado; escapábaseles la función del consumidor, es decir, la fuerza que, en definitiva, impulsa la actividad del empresariado”.
“Acabaron, por desgracia, concluyendo que había dos tipos de valores [valor de uso y valor de cambio]. Esa aparente dualidad valorativa hizo que innúmeros escritores posteriores condenaran la economía de mercado por producir «para el beneficio», en vez de orientar los factores disponibles hacia la producción «para el uso»”.
En esa época predominaba la idea de que el valor de una mercancía dependía del trabajo demandado para su producción. “Tal ricardiana teoría fue llevada por Marx a su conclusión lógica: si el valor procedía única y exclusivamente de la cantidad de trabajo dedicado a su producción, el interés y beneficio que capitalistas y empresarios de la misma derivaban no podían ser sino plusvalía, injustamente detraída a la legítima retribución del trabajador”.
“Los clásicos no sólo fueron incapaces de explicar satisfactoriamente y justificar el beneficio empresarial. Al analizar la distribución de los resultados de la producción, entre las diferentes clases, concluyeron que había de producirse una lucha permanente entre las mismas, es decir, entre salarios, beneficios y rentas, pues implacablemente habían de pugnar entre sí, por sus respectivas cuotas, trabajadores, capitalistas y terratenientes. Separaron, enteramente, por desgracia, la producción y la distribución…”.
“La solución a aquellas paradojas que tanto atormentaron a los clásicos fue, de pronto, hallada en 1871, bajo distinta forma, por tres diferentes estudiosos: William Stanley Jevons, en Inglaterra, León Walras, en Lausanne, y Carl Menger, en Viena. Nació, entonces, la economía moderna o neoclásica…”. “Carl Menger, profesor de Economía de la Universidad de Viena, formuló la más brillante teoría neoclásica, dando solución a problemas hasta entonces insolubles. Fue el fundador de la Escuela Austriaca”.
“La precursora labor de Menger culminó en la gran obra sistematizadota de su eminente discípulo y sucesor en la cátedra vienesa, Eugen von Böhm-Bawerk”.
“Los austriacos centraron su atención en las motivaciones del individuo, en los impulsos de quien, en el mundo real, y siempre de acuerdo con sus propias valoraciones y preferencias, actúa. Pudieron basar el análisis de la actividad económica y de la producción en las valoraciones y aspiraciones del consumidor independiente e individualizado”. “El valor procedía exclusivamente de las subjetivas apreciaciones del consumidor individualizado”. “La Escuela Austriaca hablará de la «ley de la utilidad marginal decreciente»”.
“El problema de la distribución de las rentas en el mercado lo resolvieron los vieneses igualmente concentrando su atención en la actividad individual, amparados siempre en el análisis marginal. Pusieron de manifiesto que cada unidad de cualquier factor de producción, tratárase de trabajo en sus múltiples manifestaciones, de tierra de la clase que fuera, o de capital, quedaba justipreciada, en el mercado, con arreglo a su propia productividad marginal, o sea, según la medida en que la supletoria unidad empleada incrementaba el valor del bien que, en definitiva, adquiría el consumidor”.
“Patentizaron los vieneses que no existe, en el mercado libre, disparidad alguna entre producción y distribución. Las diversas valoraciones y las distintas demandas de los consumidores determinan los precios de los bienes de consumo, es decir, de los productos que ellos quieren. Los precios de los bienes de consumo, por su parte, orientan la actividad productiva toda y determinan los precios de los factores de producción intervinientes, los diversos bienes de capital, los salarios y las rentas. La correspondiente distribución de ingresos no es sino consecuencia del precio de mercado de cada factor”.
Los marxistas sostenían que el capital es una forma de “trabajo congelado”, de manera de justificar al trabajo como el único factor de la producción. Rothbard escribe al respecto: “¿Y qué sucede con los beneficios y aquel trabajo «congelado»? Böhm-Bawerk advirtió certeramente, basándose siempre en el análisis de la actuación individual, que es norma invariable de la actividad humana el pretender alcanzar los objetivos, los fines que el hombre ambiciona, lo más pronto posible. Los bienes o servicios valen más para los mortales cuanto antes cabe disfrutarlos. «Más vale un toma que dos te daré», suele decirse. Es, precisamente, esta preferencia temporal lo que hace que las gentes no inviertan la totalidad de sus ingresos en bienes productivos (capital), con lo que, en cambio, aumentarían su bienestar futuro. El sujeto tiene necesidad siempre de consumir algo”.
“Tal preferencia temporal es, precisamente, lo que engendra el interés y el beneficio, cuya mayor o menor cuantía quedará, finalmente, determinada por esa repetida preferencia temporal”.
“Böhm-Bawerk, prosiguiendo su análisis, evidenció cómo la preferencia temporal regulaba igualmente el beneficio, hasta el punto de que el beneficio «normal» no es sino la propia tasa de interés vigente. Cuando el empresario capitalista invierte, mediante previo pago, trabajo y tierra en el proceso productivo, evita a los poseedores de estos factores –trabajadores y terratenientes- el perjuicio que, en otro caso, soportarían de tener que esperar, hasta cobrar, el que la mercancía fuera vendida a los consumidores y pagada por éstos. En ausencia de empresarios capitalistas, laboradores y terratenientes, tendrían que aguardar meses e, incluso, años sin percibir nada hasta que el producto final fuera pagado por su consumidor o usuario”.
“Profundo conocedor de la teoría vienesa, Mises advirtió en seguida que Böhm-Bawerk y sus predecesores no habían avanzado lo suficiente, no habían, en efecto, llegado a las conclusiones últimas que de sus propios razonamientos derivaban, por lo que existían todavía lagunas importantes en la doctrina”.
“La laguna fundamental que Mises advirtió era la que hacía referencia a la teoría del dinero. La Escuela Austriaca había descubierto cómo el mercado determinaba no sólo el precio de los bienes de consumo, sino también el de los factores de producción. El dinero, sin embargo, para los vieneses, como anteriormente para los clásicos, seguía siendo un compartimiento estanco”.
“Padecemos hoy las consecuencias de aquel dispar tratamiento en la distinción tan de moda entre «macro» y «micro» economía. Parte esta última, más o menos, de la actividad individual de consumidores y productores, pero, en cuanto aparece el dinero, el economista nos pierde en un mundo imaginario, poblado por fantasmagóricos conjuntos, los «medios de pago», el «nivel de precios», el «producto nacional bruto», el «gasto total». La «macroeconomía», por su parte, separada ya de la firme base del análisis individualista, no hace sino saltar de una serie de errores a otro conjunto de falacias”.
“Ludwig von Mises se lanzó a solventar tan arbitraria separación mediante el análisis de la economía monetaria y el poder adquisitivo del dinero (erróneamente denominado nivel de «precios») partiendo de la sistemática austriaca, o sea, contemplando invariablemente el actuar del individuo y la operación del mercado para llegar, finalmente, a estructurar el amplio tratado de economía que explicara, por igual, el funcionamiento de todos y cada uno de los sectores económicos”.
“Mises, aplicando por entero la teoría de la utilidad marginal a la oferta y la demanda del propio dinero, desarticuló la mecanicista visión de Irving Fisher, basada en automáticas relaciones entre la cuantía monetaria y el nivel de precios, la «velocidad de circulación» y las «ecuaciones de intercambio»”.
“Otro de los grandes logros de Mises en su monumental «Teoría del dinero y el crédito» fue el evidenciar la función de la banca en relación con la creación de dinero. Demostró, en efecto, que un régimen de banca libre, es decir, una banca independiente de toda intervención directriz estatal, lejos de dar lugar a una desatada inflación monetaria, constreñiría a los bancos a adoptar una política crediticia «dura», sana, acuciados siempre por el temor de la retirada de fondos de los depositantes. La mayoría de los economistas han defendido la existencia de una entidad bancaria central o estatal (del tipo de la Reserva Federal norteamericana), estimando que tal institución restringiría las tendencias inflacionistas de los bancos privados. Mises, en cambio, hizo ver que la actuación de la banca central ha sido de signo diametralmente opuesto, pues, protegiendo a las entidades privadas de las duras leyes del mercado, las ha impulsado a una expansión inflacionaria de sus préstamos y actividades”.
Otro de sus aportes consiste en la descripción del ciclo económico: “Ludwig von Mises pensó que si la economía de mercado no podía, por sí misma, originar una serie ininterrumpida de alzas y depresiones, la causa de tal fenómeno tenía que ser ajena al sistema, había de provenir de algún impulso externo”.
“Surge, de pronto, en la armoniosa y suavemente funcionante economía de mercado, el dinero crediticio, bancario, creado a instancia de la presión estatal, a través del banco central. Los bancos, al aumentar la oferta dineraria (mediante billetes y créditos), y prestar ese nuevo dinero al mundo de los negocios, disminuyen el interés por debajo de su tasa «normal» [de mercado]”.
“Los receptores del nuevo dinero, asalariados y productores de bienes diversos, al no haber variado su propia preferencia personal, los gastan en la misma proporción anterior. Ello supone que las gentes no están ahorrando lo suficiente como para adquirir los productos de aquellas inversiones de orden superior, lo que posteriormente ha de provocar la quiebra de los correspondientes negocios e instalaciones. La recesión o depresión se nos aparece, entonces, como el inevitable reajuste del sistema productivo, reajuste mediante el cual logra el mercado liquidar las «excesivas» inversiones del periodo inflacionario y retornar a la proporción inversión–consumo deseada por los consumidores”.
“Mises recomienda que si el gobierno y la banca por él controlada están inflacionariamente ampliando el crédito, lo que deben de hacer es detener inmediatamente tal actividad; no interferir, después, el proceso de reajuste económico y, consecuentemente, no provocar alza de salarios y precios, no ampliar el consumo, ni autorizar infundadas inversiones, al objeto de que el necesario periodo liquidatorio de anteriores errores sea lo más corto posible. Idéntica medicación debe aplicarse si la economía no está ya en auge, sino en recesión”.
Si bien, en la actualidad, resulta sencillo darse cuenta de los errores del socialismo debido a sus frecuentes fracasos, en las primeras etapas de su aplicación en Rusia no era fácil pronosticar su éxito o su fracaso. Ya en 1922, con su libro “Socialismo”, Mises advierte acerca de sus falencias, incluso mostró que en una economía planificada no es posible establecer el cálculo económico. “Publicó (1920) su célebre artículo «El cálculo económico en la sociedad socialista», verdadera bomba que, por primera vez, evidenciaba que el sistema socialista era inviable por completo en una economía industrial”.
Se interesa por la metodología científica aplicada en la economía y aparece en 1949 su gran obra: “La acción humana”. Su mayor éxito, sin embargo, lo logra a través de varios de sus seguidores, quienes logran hacer resurgir a Italia, Francia y Alemania luego de la Segunda Guerra Mundial. “Ludwig von Mises ocupó un lugar muy importante, merced a discípulos y compañeros, en aquel impulso que permitió reestructurar una economía más o menos libre en la Europa occidental de la posguerra. Wilhelm Röpke, estudiante misiano de la época vienesa, fue quien aportó el necesario respaldo intelectual que salvó a la Alemania Federal del colectivismo, instaurando en el país una economía sustancialmente capitalista. Luigi Einaudi, otro viejo amigo de Mises en cuestiones de libertad económica, logró igualmente librar a Italia del socialismo totalitario. Y un tercer seguidor misiano, Jacques Rueff, fue el consejero económico que, prácticamente solo, pero sin desmayo, inspiró al general De Gaulle su política de reimplantación del patrón oro”.
Cuando el centro del escenario económico es ocupado, no por el empresario eficaz e innovador, sino por el amigo del gobierno de turno, o por el sector financiero especulativo, favorecido por una expansión crediticia artificial, entonces nos hallamos en una situación alejada de la propuesta por el liberalismo. Mientras la izquierda política lo siga difamando, distorsionando sus planteos y confundiendo a la opinión pública culpándolo de los problemas que surgen del excesivo intervencionismo del Estado en la economía, pocas esperanzas existen de revertir las tendencias negativas de la política económica aplicada en muchos países.
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