Existen dos criterios diferentes respecto de la igualdad: el primero promovido por los líderes totalitarios, involucrando al hombre-masa que aspira a la igualdad económica; el segundo promovido por el cristianismo y otras religiones, involucrando a todos los hombres, quienes aspiran lograr la felicidad. Quienes no valoran suficientemente los aspectos afectivos e intelectuales, sólo conocen lo material, en la creencia que allí encontrarán el secreto de la felicidad. Incluso es el propio hombre-masa el que construye un pedestal imaginario que será ocupado por la persona más acaudalada. Bernard Shaw escribió: “Nuestra prosperidad ideal no es la prosperidad del Norte industrial, sino la prosperidad de la isla de Wight, de Folkstone y de Rawsgate, de Niza y de Montecarlo. Esa es la única prosperidad que se ve en el escenario, en el que los trabajadores todos son lacayos, doncellas, patronos cómicos de huéspedes y artistas de moda, mientras los héroes y las heroínas son personas inmensamente ricas y comen gratuitamente, como los caballeros en la novela de Don Quijote”.
“¿Qué significa toda esa creciente afición a las recepciones suntuosas, esa efusiva confraternidad, esos saludos y vivas al agitarse las banderas o al disparar los cañones de un acorazado? ¿Imperialismo? Ni pizca. Obsequiosidad, servilidad, ansiedad ante el sonido del dinero. Cuando Mister Carnegie sonó sus millones en sus bolsillos, Inglaterra entera se arrastró a sus pies con afán desordenado. Sólo cuando Rhodes (que probablemente había leído mi «Socialismo para millonarios») aseguró que ningún holgazán heredaría sus bienes, las espinas dorsales se enderezaron, desconfiadas, por un momento. ¿Sería posible que el rey de los diamantes, después de todo, no fuera un caballero? Pero no; no había que hacer caso de la humorada de un hombre rico. No se habló más de ella, y las espinas dorsales volvieron a inclinarse en la misma forma que antes” (De “Hombre y superhombre”-Editorial Americana-Buenos Aires 1946).
Una de las soluciones propuestas para combatir la inferioridad que acompleja al hombre-masa, consiste en hacerle creer que los valores materiales no son “valores”; que un Rolls-Royce o un Bentley son objetos “horribles y despreciables”, y que la pobreza es una virtud. Sin embargo, mientras que no se logre que consolide tanto sus valores morales (o afectivos) como los intelectuales, no se lo hará resurgir de su modesto rol que ha decidido ocupar en la sociedad.
Otra posible solución proviene del socialismo y consiste en expropiar las riquezas del sector productivo para hacerle creer al hombre-masa que, por pertenecer ahora todo al Estado, se verá liberado de la necesidad de sentir envidia por quienes lo superan, materialmente hablando. De ahí que deberá sentirse “igual”, en el sentido socialista. Sin embargo, la concentración de poder establecida por el Estado socialista resulta mucho mayor que la anterior. Tampoco por ese medio adquiere un mejor nivel espiritual ni tampoco cambia esencialmente su relación de dependencia económica, sino que ahora la dependencia ha de ser económica, social, política, militar, etc.
La tercera opción es la que proviene de la religión y es la que ubica prioritariamente los valores espirituales en el más alto nivel. Son considerados “valores” por cuanto su posesión nos brinda felicidad, mientras que su carencia trae aparejado cierto malestar e infelicidad. Un caso ilustrativo es el de Matthieu Ricard, hijo del escritor Jean-François Revel, quien fue considerado como “el hombre más feliz del mundo” por los neurocientíficos de la Universidad de Wisconsin luego de algunos estudios sobre su comportamiento cerebral.
Si alguien se atribuye ser una persona feliz, podemos desconfiar de tal afirmación sosteniendo que la verdadera felicidad es aquella que puede transmitirse a los demás, por lo que son los demás los que deben confirmarla. Esta vez fueron los propios detectores de información cerebral quienes encontraron los indicios positivos de su personalidad, corroborando la opinión de quienes conocen al mencionado monje budista. Debe señalarse, además, que los valores materiales no “contagian la felicidad” a los demás, excepto que sean compartidos en forma directa o indirecta. Gaby Cociffi escribió: “Hace más de cuarenta años cambió su vida buscando felicidad. Dejó su París natal y su carrera científica para mudarse al Himalaya y convertirse en monje budista”.
“«Si buscas la felicidad en el lugar equivocado, cuando no la encuentres allí vas a terminar convenciéndote de que no existe», dice con serenidad el monje budista Matthieu Ricard (69), asesor desde 1989 del Dalai Lama, conocido en el mundo occidental como «el hombre más feliz del mundo»”.
“«Me causa gracia cuando me lo dicen, pero es un buen título para una revista», responde con humor. Y agrega: «Puedo afirmar sin ostentación que soy un hombre feliz. Pero no fue siempre así, ni ocurrió porque de chico me haya caído en un caldero con una poción mágica. La felicidad que siento ahora se ha construido con el tiempo. Aprendí a ser feliz como se aprende a andar en bicicleta. Todos podemos hacerlo»”.
“Vivió su juventud con los excesos propios del París de los 60’, estudió ciencias, se doctoró en genética celular en el Instituto Pasteur y trabajó con el Nobel de Medicina Françoise Jacob. Parecía destinado a ser uno de los grandes investigadores en el campo de la biología, hasta que un día le dio a su padre el disgusto de su vida. Dejó todo y partió hacia el Himalaya. «¿Quién dijo que dejé todo? Yo no dejé nada: simplemente, estaba recorriendo un valle, subí una montaña y del otro lado encontré otro hermoso valle. No se trata de dejar, sino de encontrar», dice con sabiduría” (De la Revista Gente-Nº 2602-Buenos Aires 2/6/2015).
La igualdad promovida por los religiosos es distinta a la igualdad económica promovida por el socialismo (al menos en teoría). La autora mencionada agrega: “Estudió con los maestros del budismo, pasó meses de retiro, recorrió los pueblos del Himalaya y conoció al Dalai Lama. «Me impresionó su humildad. El trata a todo el mundo como un igual, desde un jefe de Estado a la señora que limpia. Cuando conoces a alguien como él, tienes la confianza y la seguridad de que hay un camino», afirma”.
“Ricard es un hombre que lleva adelante 140 proyectos humanitarios y destina todo su tiempo a los dispensarios, escuelas, orfanatos y cuidado de ancianos en zonas remotas del Himalaya. Y, desde ese lugar, dice con seguridad: «La felicidad no es sólo una sensación agradable, un placer intenso, un bienestar fugaz, un buen día de humor o un momento mágico. Es una manera de ser, que viene con esas cualidades, fortaleza y libertad interior, paz, compasión. Cuando cultivas esos valores, no hay nada que pueda remover eso que construiste en tu interior; y te sientes pleno y feliz»”.
“«Hemos visto cientos de veces a ese hombre rico, bello, famoso, con cinco casas en California, Italia, Aspen…que se siente deprimido. ¿Qué está mal con este tipo?, nos preguntamos. Está buscando la felicidad en el lugar equivocado. Te cuento una anécdota. Una vez nos invitaron con uno de los Lama a Tahití. Nos hospedaron en una casa frente al mar, que había sido de Gauguin. Todo era perfecto. Estábamos sentados ahí, con ese hermoso atardecer, el canto de los pájaros, y había una piscina muy linda». ‘Se supone que nosotros debemos estar felices ahora’, me dijo el maestro. Le dije que sí. ‘¿Por qué lo estamos? ¿Por la piscina, quizás?’. Quizás, respondí. ‘¿Y si la pileta fuera el doble de grande, ¿crees que seríamos doblemente felices?’. Y empezamos a reír. Si pones toda tu esperanza y tus miedos en condiciones exteriores, vas a tener una vida complicada»”.
Los socialistas se oponen a cualquier forma de religión, por cuanto suponen que es un adversario que les ha de restar poder frente al pueblo, sin tener en cuenta que la religión ha de ser un medio útil para cualquier persona. Tal es así que el salvajismo socialista chino destruyó miles de templos budistas en el Tibet, asesinando a cientos de miles entre sus habitantes, por lo que el Dalai Lama debió emigrar hacia la India. Sin embargo, una gran parte de los socialistas de Occidente se convirtieron al maoísmo chino, a pesar de su salvajismo manifiesto (¿o quizás por ello?).
Desde el punto de vista occidental, para ser feliz se necesita un buen nivel económico, sin embargo: “Este hombre que viste una túnica roja y ahora camina con su único par de sandalias por la Recoleta, que vive en una habitación de dos metros por tres, en un monasterio frente al Himalaya, y cuyas posesiones se reducen a un reloj, un par de zapatillas, una computadora y una cámara de fotos, llegó a Buenos Aires para participar del Primer Encuentro de Felicidad, organizado por Green Tara”.
Por lo general, cuando desde la religión se propone la felicidad con una mínima disponibilidad de bienes materiales, los socialistas atribuyen tal consejo a una religión cómplice con el sistema capitalista que induce a las personas a conformarse con poco y así ser explotadas laboralmente con mayor facilidad. De ahí que promueven un medio incompatible con la naturaleza humana por cuanto proponen una sociedad colectivista en la cual el vínculo de unión entre las personas ha de ser los medios de producción antes que los afectos, como si fuese una sociedad de abejas o de hormigas. Luego, se oponen al establecimiento de una sociedad verdaderamente humana, es decir, no promueven la felicidad natural y se oponen a que otros lo hagan.
En realidad, los distintos socialismos propuestos no constituyen caminos hacia la felicidad por cuanto resulta en ellos esencial tener un enemigo al cual odiar y al cual destruir; los judíos para el nacional-socialismo o la burguesía y el empresariado para el socialismo marxista. Adviértase que sus promotores no son personas felices, como el monje mencionado, sino personas que nunca superaron sus conflictos familiares y que por ello tienen una gran necesidad de volcar su malestar al resto de la sociedad e incluso, cuando la perturbación mental es importante, al resto del mundo. Evelyne Bissone Jeufroy escribió: “Hijo ilegitimo de un hombre de cincuenta años y de su prima veinticuatro años menor que él, Hitler fue golpeado y odiado desde su más tierna infancia por su padre, un tirano doméstico que también había vivido una infancia dolorosa. Además, poco antes del nacimiento de Adolf, su madre, martirizada y maltratada por su marido, perdió tres niños pequeños en un intervalo muy breve. De la violencia que Hitler recibe se hace un escudo”.
“Cuando se logra dirigir todo el odio acumulado contra un mismo objeto (en ese caso preciso el pueblo judío), al principio es un gran alivio. Los sentimientos hasta entonces prohibidos y evitados pueden darse libre curso. Pero el placer de substitución no satisface –en ninguna parte se comprueba este hecho mejor que en el ejemplo de Hitler-. Prácticamente ningún hombre tuvo jamás el poder que tenía Hitler de destruir impunemente tantas vidas humanas, y todo eso no le aportó, sin embargo, ningún descanso” (Alice Millar)” (De “Cuatro placeres al día, ¡como mínimo!” de E.B. Jeufroy-Aguilar-Buenos Aires 2010).
martes, 30 de junio de 2015
viernes, 26 de junio de 2015
Libertad de expresión y libertinaje
La libertad de expresar nuestras ideas está ligada a la libertad de pensamiento. Como es difícil prohibirlo, sólo queda la posibilidad de limitar o anular la posibilidad de comunicarlo a los demás. El Vizconde de Bonald escribió: “Se ha reclamado la libertad de pensar, lo que resulta aún más absurdo que si se hubiese reclamado la libertad de circulación de la sangre. Pero lo que los sofistas llamaban libertad de pensar era la libertad de pensar en voz alta, es decir, de publicar sus pensamientos mediante el discurso o la impresión. La libertad de pensar no era, pues, sino la libertad de obrar” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
Las limitaciones a nuestra libertad individual las impone el Estado, como así también la autocensura que nos imponemos teniendo en cuenta los aspectos éticos de nuestro comportamiento. Sin embargo, como no todos aplican tal autocensura, resulta necesaria la limitación que proviene de las leyes. Podemos hacer una síntesis de las principales posturas al respecto:
Anarquismo = Libertad ilimitada + Autocensura
Democracia = Libertad limitada + Autocensura
Totalitarismo = Libertad restringida o nula + Temor y obediencia
La postura anarquista, de ser factible, requiere de los seres humanos un nivel ético elevado de manera de hacer innecesarias las limitaciones externas. Como es difícil imaginar una sociedad integrada con ese tipo ideal de individuo, el anarquismo queda como una tendencia a la que se debe llegar en el futuro. La democracia, por el contrario, se adapta mejor al hombre real.
Entre los atributos asociados a los sistemas totalitarios aparece la represión estatal ante toda expresión adversa acerca de quienes detentan el poder; de ahí que “se permita” decir todo lo que uno desee, aunque luego se deberán pagar las consecuencias. La ausencia de libertad de expresión implica, por lo tanto, un castigo posterior a haber hecho uso de una libertad natural y esencial de todo ser humano. Will y Ariel Durant escriben sobre Alexander Solyenitsin: “La Segunda Guerra Mundial lo lanzó a la vida de acción; ganó dos condecoraciones y se elevó al rango de capitán de artillería. Empero, en una de las cartas que envió desde el frente, se permitió el lujo de criticar los errores militares de «el hombre del bigote» (Stalin). Por ello fue condenado a ocho años en un campo de concentración, a los que se le agregaron tres más” (De “Interpretaciones de la vida”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1973).
En los totalitarismos, el Estado no contempla las necesidades del individuo, sino que el individuo ha de justificar su vida estando al servicio del Estado, por lo que conceptos tales como libertad, derechos, deberes, etc., tienen significados opuestos según que se consideren desde una postura liberal o en una totalitaria. Benito Mussolini opinaba acerca de la libertad y del periodismo: “La libertad no es un fin: es un medio. Y como medio debe ser controlado y dominado”. “Libertad sin orden y disciplina equivale a disolución y catástrofe”.
“El concepto de libertad no es absoluto, porque en la vida no hay nada absoluto. La libertad no es un derecho: es un deber”. “Si hay un dato histórico es que toda la historia de la civilización, desde el hombre de las cavernas hasta este que llamamos civilizado de nuestros días, no es más que una limitación constante y progresiva de la libertad”. “Los hombres de hoy, amontonados en la ciudad y en las naciones, deben limitar continuamente sus libertades, incluso la de movimiento. El concepto absoluto de libertad es arbitrario. En la realidad no existe”.
“La Prensa más libre del mundo, es la Prensa italiana. En otros países los periódicos están al dictado de grupos plutocráticos, de partidos, de individuos; allá están reducidos a la mezquina compra-venta de noticias sensacionales, cuya reiterada lectura concluye por crear en el público una estupefacción constante, con síntomas de atonía e imbecilidad; allá, en suma, los diarios han caído en manos de un corto número de negociantes, para quienes el periódico es una simple industria, ni más ni menos que la del hierro o de las pieles”.
“Frente al individualismo demo-liberal hemos sido los primeros en sentar que el individuo existe únicamente en función del Estado y subordinado a las necesidades del Estado, y que a medida que la civilización asume formas cada vez más complejas, la libertad individual se restringe cada vez más” (De “El espíritu de la revolución fascista”-Ediciones Informes-Mar del Plata 1973).
En la antigüedad, no existía la libertad de expresión tal como la que existe en los países democráticos, por lo que fue un derecho conquistado a través del tiempo, aunque interrumpido por los diversos totalitarismos. Stephen C. R. Hicks escribió: “En los comienzos de la Edad Moderna, la libertad de expresión ganó la batalla contra el autoritarismo tradicional. Argumentos poderosos de Galileo Galilei, John Locke, John Stuart Mill y otros obtuvieron la victoria por el debate en favor de la libertad de expresión. Históricamente, los argumentos se anidaron en diferentes contextos filosóficos, y a menudo fueron adaptados, en distintos grados, a diferentes públicos adversos. En un lenguaje actual señalamos los elementos de esos argumentos, que están todavía entre nosotros:
1- La razón es esencial para conocer la realidad (Galileo y Locke).
2- La razón es una función del individuo (en especial Locke).
3- Lo que el individuo racional necesita para intentar el conocimiento de la realidad es, por encima de todo, libertad para pensar, criticar y debatir (Galileo, Locke y Mill).
4- La libertad del individuo para alcanzar el conocimiento es de fundamental valor para todos los demás miembros de la sociedad (en especial, Mill)”
(De “Explicando el Posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Editores-Buenos Aires 2014).
Galileo Galilei fue censurado por aristotélicos y católicos, quienes le impedían publicar sus ideas y descubrimientos científicos. Al respecto escribió: “Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca a uno solo, eso sería facilísimo…, pero las cosas no van por ese camino…, porque sería necesario no sólo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al cielo” (De “Carta a Cristina de Lorena”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
Debemos distinguir entre el ámbito privado y el público. Así, si una opinión se introduce en nuestro hogar a través de la televisión, ya sea que esté asociada a la política, la religión, la economía o el deporte, uno tiene plenos derechos a criticarla o a opinar al respecto. No así si uno se entera de algo que ocurre en el ámbito privado asociado a cierto individuo. Por ello, no resulta convincente que alguien, cuando critica lo que considera lesivo a la moral, se le diga tranquilamente que, si no le gusta lo que vio en la televisión, que cambie de canal y deje de protestar. Sería un caso similar al de quien concurriera a una calle muy transitada y se pusiera a arrojar piedras, aunque advirtiendo: “el que no quiera recibir una pedrada, que cambie de vereda; pero sin protestar”.
Quienes aducen que debe permitirse toda expresión públicamente, sin tener en cuenta la posible influencia en el medio social, parecen no tener en cuenta los efectos posteriores de la propaganda nazi, de contenido discriminatorio respecto de las razas, o de la propaganda marxista, de contenido discriminatorio respecto de las clases sociales. Cuando la libertad de expresión es empleada para incentivar el odio sectorial, se cae en el libertinaje. De ahí que la prohibición de ideologías totalitarias sería beneficiosa para la sociedad, ya que, en caso de que sus seguidores accedieran al poder, lo primero que harían sería la prohibición de la libre expresión de los sectores democráticos.
Esta afirmación seguramente será considerada como negadora de la libertad de expresión a partir de que “todas las ideologías tienen el mismo derecho a manifestarse”. Sin embargo, puede advertirse que la sociedad acepta sin inconvenientes que sea penada legalmente una manifestación discriminatoria de tipo racial, como es el caso de los neo-nazis; no así una postura discriminatoria de tipo social, o marxista. Posiblemente, con el avance de la civilización, podamos ver un trato igualitario respecto de quienes produjeron las mayores catástrofes sociales de la historia de la humanidad.
De todas formas, es atendible la opinión de quienes aducen que toda lo prohibido tiende a ser buscado con mayor atención por parte de la gente, por lo cual las prohibiciones producirán efectos opuestos a lo que se pretende. Ante la ausencia de autocensura en quienes influyen masivamente en la sociedad, amparados en el relativismo moral, el deterioro de la sociedad sigue su curso ascendente. Jacques Bourquin escribió: “Tarea larga y penosa la emprendida por la UNESCO, cuya exhortación a favor de la justicia y la fraternidad va abriéndose camino en la comprensión de los pueblos, que ansían terminar con las tiranías mediante la obra lenta pero positiva de la educación, frente a la fuerza, invocación que a modo de profecía genial fue plasmada hace más de doscientos años por Thomas Paine, en su obra «Los derechos del hombre»: «La tiranía como el infierno, no se dejan vencer fácilmente, pero tenemos el consuelo de que cuanto más penosa es la lucha, más glorioso el triunfo. Aquello que obtenemos a poco precio, lo apreciamos en poco; sólo se estima lo que cuesta mucho. Los cielos saben poner el precio que corresponde a sus mercancías y naturalmente, muy extraño sería que artículo tan celestial como la libertad no tuviera un alto precio»” (De “La libertad de prensa”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1952).
La continua crisis moral y social que padece la Argentina no puede estar ajena a las masivas preferencias ideológicas y morales de la población. Así, mientras que el liberalismo, promotor de la libertad política y económica, es considerado como una mala palabra, y el adjetivo “liberal” es prácticamente un insulto, el peronismo, esencialmente una copia local del fascismo, y el kirchnerismo, con rasgos afines al marxismo, gozan por el contrario de masivo respeto y adhesión. Como los sistemas totalitarios nunca han dado buenos resultados, si los seguimos buscando, seguiremos por la tendencia descendente que desde hace varias décadas nos caracteriza.
Las limitaciones a nuestra libertad individual las impone el Estado, como así también la autocensura que nos imponemos teniendo en cuenta los aspectos éticos de nuestro comportamiento. Sin embargo, como no todos aplican tal autocensura, resulta necesaria la limitación que proviene de las leyes. Podemos hacer una síntesis de las principales posturas al respecto:
Anarquismo = Libertad ilimitada + Autocensura
Democracia = Libertad limitada + Autocensura
Totalitarismo = Libertad restringida o nula + Temor y obediencia
La postura anarquista, de ser factible, requiere de los seres humanos un nivel ético elevado de manera de hacer innecesarias las limitaciones externas. Como es difícil imaginar una sociedad integrada con ese tipo ideal de individuo, el anarquismo queda como una tendencia a la que se debe llegar en el futuro. La democracia, por el contrario, se adapta mejor al hombre real.
Entre los atributos asociados a los sistemas totalitarios aparece la represión estatal ante toda expresión adversa acerca de quienes detentan el poder; de ahí que “se permita” decir todo lo que uno desee, aunque luego se deberán pagar las consecuencias. La ausencia de libertad de expresión implica, por lo tanto, un castigo posterior a haber hecho uso de una libertad natural y esencial de todo ser humano. Will y Ariel Durant escriben sobre Alexander Solyenitsin: “La Segunda Guerra Mundial lo lanzó a la vida de acción; ganó dos condecoraciones y se elevó al rango de capitán de artillería. Empero, en una de las cartas que envió desde el frente, se permitió el lujo de criticar los errores militares de «el hombre del bigote» (Stalin). Por ello fue condenado a ocho años en un campo de concentración, a los que se le agregaron tres más” (De “Interpretaciones de la vida”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1973).
En los totalitarismos, el Estado no contempla las necesidades del individuo, sino que el individuo ha de justificar su vida estando al servicio del Estado, por lo que conceptos tales como libertad, derechos, deberes, etc., tienen significados opuestos según que se consideren desde una postura liberal o en una totalitaria. Benito Mussolini opinaba acerca de la libertad y del periodismo: “La libertad no es un fin: es un medio. Y como medio debe ser controlado y dominado”. “Libertad sin orden y disciplina equivale a disolución y catástrofe”.
“El concepto de libertad no es absoluto, porque en la vida no hay nada absoluto. La libertad no es un derecho: es un deber”. “Si hay un dato histórico es que toda la historia de la civilización, desde el hombre de las cavernas hasta este que llamamos civilizado de nuestros días, no es más que una limitación constante y progresiva de la libertad”. “Los hombres de hoy, amontonados en la ciudad y en las naciones, deben limitar continuamente sus libertades, incluso la de movimiento. El concepto absoluto de libertad es arbitrario. En la realidad no existe”.
“La Prensa más libre del mundo, es la Prensa italiana. En otros países los periódicos están al dictado de grupos plutocráticos, de partidos, de individuos; allá están reducidos a la mezquina compra-venta de noticias sensacionales, cuya reiterada lectura concluye por crear en el público una estupefacción constante, con síntomas de atonía e imbecilidad; allá, en suma, los diarios han caído en manos de un corto número de negociantes, para quienes el periódico es una simple industria, ni más ni menos que la del hierro o de las pieles”.
“Frente al individualismo demo-liberal hemos sido los primeros en sentar que el individuo existe únicamente en función del Estado y subordinado a las necesidades del Estado, y que a medida que la civilización asume formas cada vez más complejas, la libertad individual se restringe cada vez más” (De “El espíritu de la revolución fascista”-Ediciones Informes-Mar del Plata 1973).
En la antigüedad, no existía la libertad de expresión tal como la que existe en los países democráticos, por lo que fue un derecho conquistado a través del tiempo, aunque interrumpido por los diversos totalitarismos. Stephen C. R. Hicks escribió: “En los comienzos de la Edad Moderna, la libertad de expresión ganó la batalla contra el autoritarismo tradicional. Argumentos poderosos de Galileo Galilei, John Locke, John Stuart Mill y otros obtuvieron la victoria por el debate en favor de la libertad de expresión. Históricamente, los argumentos se anidaron en diferentes contextos filosóficos, y a menudo fueron adaptados, en distintos grados, a diferentes públicos adversos. En un lenguaje actual señalamos los elementos de esos argumentos, que están todavía entre nosotros:
1- La razón es esencial para conocer la realidad (Galileo y Locke).
2- La razón es una función del individuo (en especial Locke).
3- Lo que el individuo racional necesita para intentar el conocimiento de la realidad es, por encima de todo, libertad para pensar, criticar y debatir (Galileo, Locke y Mill).
4- La libertad del individuo para alcanzar el conocimiento es de fundamental valor para todos los demás miembros de la sociedad (en especial, Mill)”
(De “Explicando el Posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Editores-Buenos Aires 2014).
Galileo Galilei fue censurado por aristotélicos y católicos, quienes le impedían publicar sus ideas y descubrimientos científicos. Al respecto escribió: “Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca a uno solo, eso sería facilísimo…, pero las cosas no van por ese camino…, porque sería necesario no sólo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al cielo” (De “Carta a Cristina de Lorena”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).
Debemos distinguir entre el ámbito privado y el público. Así, si una opinión se introduce en nuestro hogar a través de la televisión, ya sea que esté asociada a la política, la religión, la economía o el deporte, uno tiene plenos derechos a criticarla o a opinar al respecto. No así si uno se entera de algo que ocurre en el ámbito privado asociado a cierto individuo. Por ello, no resulta convincente que alguien, cuando critica lo que considera lesivo a la moral, se le diga tranquilamente que, si no le gusta lo que vio en la televisión, que cambie de canal y deje de protestar. Sería un caso similar al de quien concurriera a una calle muy transitada y se pusiera a arrojar piedras, aunque advirtiendo: “el que no quiera recibir una pedrada, que cambie de vereda; pero sin protestar”.
Quienes aducen que debe permitirse toda expresión públicamente, sin tener en cuenta la posible influencia en el medio social, parecen no tener en cuenta los efectos posteriores de la propaganda nazi, de contenido discriminatorio respecto de las razas, o de la propaganda marxista, de contenido discriminatorio respecto de las clases sociales. Cuando la libertad de expresión es empleada para incentivar el odio sectorial, se cae en el libertinaje. De ahí que la prohibición de ideologías totalitarias sería beneficiosa para la sociedad, ya que, en caso de que sus seguidores accedieran al poder, lo primero que harían sería la prohibición de la libre expresión de los sectores democráticos.
Esta afirmación seguramente será considerada como negadora de la libertad de expresión a partir de que “todas las ideologías tienen el mismo derecho a manifestarse”. Sin embargo, puede advertirse que la sociedad acepta sin inconvenientes que sea penada legalmente una manifestación discriminatoria de tipo racial, como es el caso de los neo-nazis; no así una postura discriminatoria de tipo social, o marxista. Posiblemente, con el avance de la civilización, podamos ver un trato igualitario respecto de quienes produjeron las mayores catástrofes sociales de la historia de la humanidad.
De todas formas, es atendible la opinión de quienes aducen que toda lo prohibido tiende a ser buscado con mayor atención por parte de la gente, por lo cual las prohibiciones producirán efectos opuestos a lo que se pretende. Ante la ausencia de autocensura en quienes influyen masivamente en la sociedad, amparados en el relativismo moral, el deterioro de la sociedad sigue su curso ascendente. Jacques Bourquin escribió: “Tarea larga y penosa la emprendida por la UNESCO, cuya exhortación a favor de la justicia y la fraternidad va abriéndose camino en la comprensión de los pueblos, que ansían terminar con las tiranías mediante la obra lenta pero positiva de la educación, frente a la fuerza, invocación que a modo de profecía genial fue plasmada hace más de doscientos años por Thomas Paine, en su obra «Los derechos del hombre»: «La tiranía como el infierno, no se dejan vencer fácilmente, pero tenemos el consuelo de que cuanto más penosa es la lucha, más glorioso el triunfo. Aquello que obtenemos a poco precio, lo apreciamos en poco; sólo se estima lo que cuesta mucho. Los cielos saben poner el precio que corresponde a sus mercancías y naturalmente, muy extraño sería que artículo tan celestial como la libertad no tuviera un alto precio»” (De “La libertad de prensa”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1952).
La continua crisis moral y social que padece la Argentina no puede estar ajena a las masivas preferencias ideológicas y morales de la población. Así, mientras que el liberalismo, promotor de la libertad política y económica, es considerado como una mala palabra, y el adjetivo “liberal” es prácticamente un insulto, el peronismo, esencialmente una copia local del fascismo, y el kirchnerismo, con rasgos afines al marxismo, gozan por el contrario de masivo respeto y adhesión. Como los sistemas totalitarios nunca han dado buenos resultados, si los seguimos buscando, seguiremos por la tendencia descendente que desde hace varias décadas nos caracteriza.
lunes, 22 de junio de 2015
Secuencia encubridora de la falsedad del socialismo
Luego de postular las “contradicciones del capitalismo” y su pronta desaparición, los fieles creyentes del socialismo fueron cambiando de táctica cuando comprobaban la debilidad de los argumentos sostenidos. Stephen R. C. Hicks escribió: “Formulado por primera vez a mediados del siglo XIX, el socialismo marxista clásico hizo dos afirmaciones relacionadas, una económica y otra moral. En lo económico, argumentaba que el capitalismo era impulsado por una lógica de explotación competitiva, que causaría su «eventual colapso»; por el contrario, la «forma de producción comunal del socialismo» probaría ser económicamente superior. En lo moral, sostenía que el capitalismo era malvado, tanto por estar motivado por el interés propio de quienes estaban involucrados en la competencia capitalista, como por la explotación y la alienación que causaba la competencia; el socialismo, por el contrario, se basaría en el sacrificio desinteresado y en un modo comunitario de reparto” (De “Explicando el Posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).
Las críticas marxistas tienen cierta validez cuando se aplican a los mercados poco desarrollados, que en realidad no deberían denominarse “mercados” por cuanto la ausencia de competencia favorece comportamientos monopólicos en los pocos empresarios existentes. Cuando se establecen mercados desarrollados, con la presencia de varios empresarios, se reduce al mínimo la posibilidad de explotación laboral por cuanto el obrero explotado tiene la posibilidad de buscar trabajo en otras empresas.
El mayor pecado capitalista, según los socialistas, es la explotación laboral. Sin embargo, existe algo peor, que es la desocupación laboral, que es la consecuencia una insuficiente cantidad de empresas. Luego, en lugar de promover la formación de empresas, los socialistas estimulan la violencia, que puede llegar hasta el asesinato de los pocos empresarios existentes. En ello consiste esencialmente la revolución.
Cotidianamente establecemos vínculos comerciales con quienes nos proveen de alimentos, vestimenta y de otros bienes necesarios. A cambio de ellos, entregamos nuestro dinero en un intercambio que beneficia a ambas partes. Si advertimos que alguien trata de perjudicarnos, ya sea por cobrar precios excesivos o por vender productos de mala calidad, optamos por cambiar de proveedor. Sin embargo, el socialista postula que, necesariamente, los intercambios en el mercado son del tipo de “suma cero”, ya que lo que alguien gana, el otro lo pierde, ignorando los frecuentes cambios equitativos.
Cuando los mercados se desarrollan, se desvanece la posibilidad de la revolución socialista, al no existir la explotación mencionada. “Para principios del siglo XX, después de varias predicciones fallidas de una revolución inminente, no sólo se tornó bochornoso el hacer nuevas predicciones, sino que además se comenzaba a ver que el capitalismo estaba desarrollándose en una dirección opuesta a la forma en la que el marxismo había predicho que debería desenvolverse”.
Si en realidad, lo que uno gana, el otro lo pierde, entonces los ricos se harían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Incluso la competencia entre ricos haría disminuir su cantidad. De ahí que aumentaría la cantidad de proletarios y disminuiría la cantidad de burgueses exitosos. Por el contrario, cuando los mercados se desarrollan, se advierte una mejora en el nivel económico de todos los sectores; disminuye la cantidad de pobres y aumenta la población de clase media y alta. Hicks agrega: “El socialismo marxista se encontró así frente a un conjunto de problemas teóricos: ¿por qué las predicciones no se cumplieron? Aun más apremiante fue el problema práctico de la impaciencia: si las masas proletarias eran el material de la revolución, ¿por qué no se produjeron revueltas? La explotación y la alienación «tenían» que estar allí, a pesar de las apariencias superficiales, y «debían» ser sentidas por las víctimas del capitalismo, el proletariado”.
Si el proletariado no tenía motivos para hacer la revolución, entonces debería hacerla una elite no proletaria, como ocurrió en el caso de Rusia: “El socialismo en Rusia no podía esperar el desarrollo del capitalismo maduro. La revolución tendría que llevar a Rusia directamente del feudalismo al socialismo. Sin el proletariado organizado del capitalismo, la transición requería que una elite lo hiciera, a través de la fuerza de la voluntad y la violencia política, efectuando una «revolución desde arriba», para entonces imponer el socialismo sobre todos en una «dictadura del proletariado»”.
El socialismo tiene su gran oportunidad luego de la severa crisis económica de 1929, cuando se auguraba el fracaso definitivo del capitalismo. Sin embargo, “no funcionó de esa forma para los socialistas de izquierda. Tanto en Alemania como en Italia los nacionalsocialistas probaron ser mejores en tomar ventaja de la Depresión al ingeniarse para continuar engañando al proletariado sobre sus necesidades reales, y robarles de esa manera los votos a los socialistas de izquierda”.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, los destruidos países beligerantes resurgen asombrosamente mediante la economía social de mercado, tales los casos de Alemania, Italia y Japón. La eficacia del capitalismo, en el plano económico, resulta indiscutible. “Desde la perspectiva de la izquierda, entonces, la derrota de la derecha colectivista fue un arma de doble filo: el odiado enemigo [fascismo y nazismo] había sido eliminado, y la izquierda estaba ahora sola en el campo de batalla en la lucha contra un Occidente capitalista liberal victorioso y vigoroso”.
Para tergiversar la realidad, los socialistas adujeron que el éxito económico de los países capitalistas se debía también al intercambio de “suma cero”; esta vez entre países, por lo cual unos se beneficiaban (los imperialistas) o costa de los otros (los subdesarrollados). “La teoría del imperialismo de Lenin había explicado que los efectos de la explotación capitalista no se sentirían en las naciones poderosas y ricas, debido a que éstas simplemente exportarían esos costos a las naciones en vías de desarrollo. Así, la esperanza para la revolución quizá podría encontrarse en las naciones capitalistas en vías de desarrollo. Pero al poco tiempo esa esperanza se esfumó; la opresión exportada no se podía encontrar tampoco en esas naciones. Las que adoptaron en diversos grados el capitalismo no sufrían a raíz de su comercio con las más ricas. Por el contrario, el comercio era mutuamente beneficioso, y desde sus comienzos humildes, aquellas naciones que adoptaron medidas capitalistas ascendieron primero al confort y luego a la riqueza”.
Mientras tanto, se advertía en la Unión Soviética un estancamiento en la economía, cuya producción ganadera y agrícola poco había aumentado desde las épocas previas a la revolución de 1917. Como el socialismo no podía competir con el capitalismo en el plano económico, optaron por considerar la “superioridad moral” del socialismo. “Para un socialista, cualquier nación socialista tiene que ser moralmente superior a cualquier nación capitalista; los líderes socialistas están por definición primordialmente preocupados por las necesidades de los ciudadanos, y son sensiblemente receptivos a sus expresiones sobre sus preocupaciones, a sus reclamos y, cuando hay problemas, a sus necesidades más urgentes”. Tal creencia se vino abajo durante el año 1956, en la que se revelaron, desde el poder central de la Unión Soviética, las atrocidades cometidas por Stalin. Además, se advirtió que las necesidades del pueblo húngaro, manifestadas mediante protestas, fueron apaciguadas con tanques de guerra soviéticos. “En un «discurso secreto» en el vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Kruschev hizo una sensacional revelación de los crímenes de la era de Stalin”. “Lo que había sido desmentido como propaganda capitalista, fue ahora revelado como certeza por el líder del mundo socialista: la nación socialista insignia era culpable de horrores en una escala inimaginable”.
“Cuando se hizo imposible seguir creyendo en la moralidad de la Unión Soviética, un contingente cada vez más reducido de creyentes verdaderos desplazó su devoción hacia la China comunista de Mao. Pero entonces llegaron revelaciones de horrores todavía peores en China en la década del sesenta, incluyendo treinta millones de muertos entre 1959 y 1961. Entonces Cuba fue la gran esperanza, y después Vietnam, luego Camboya, después Albania por algún tiempo a finales de los setenta, y luego Nicaragua en los ochenta. Pero los datos y las decepciones se amontonaron, todos dando un contundente y devastador mazazo sobre la capacidad del socialismo para reclamar una sanción moral”.
“Cerca de ciento diez millones de seres humanos fueron muertos a manos de los gobiernos de las naciones inspiradas por el socialismo de izquierda, primordialmente socialismo marxista”.
Debido a que los países capitalistas tenían mayor éxito en cubrir las necesidades del pueblo, los ataques del marxismo debieron cambiar; esta vez criticando la desigualdad existente en las sociedades desarrolladas. “Un nuevo patrón ético era, por lo tanto, necesario. Con gran fanfarria, entonces, buena parte de la izquierda cambió su patrón ético oficial de la «necesidad», al de la «igualdad». La crítica primaria al capitalismo ya no sería que no era capaz de satisfacer las necesidades del pueblo, sino que el pueblo no obtenía una parte equitativa del reparto”. “El proletariado se volvería revolucionario debido a que, mientras sus necesidades «físicas» básicas estaban siendo satisfechas, veían que algunos otros en la sociedad tenían en forma «relativa», bastante más que ellos. Sintiéndose excluidos y sin oportunidades reales para alcanzar la buena vida que los ricos estaban disfrutando, el proletariado experimentaría opresión «psicológica», y así sería llevado a medidas desesperadas”.
También el antiguo conflicto de clases esgrimido por el marxismo, fue trasladado a las minorías raciales o étnicas, que tampoco gozaban de igualdad social. “Así es que de nuevo la crítica del capitalismo no podía alegar que condujo a esos grupos a la esclavitud o a la pobreza categórica o a alguna otra forma de opresión. En lugar de eso se centró en la falta de igualdad entre grupos, por ejemplo, no era que las mujeres estaban siendo empujadas a la pobreza, sino que, como grupo, se las había mantenido relegadas de lograr la igualdad económica con los hombres”.
Como el capitalismo tendía a llevar a altos niveles de vida a la mayor parte de la población, la izquierda comenzó a criticar la riqueza en sí misma, como algo malo. Al disponer el proletariado de riquezas, se lo alejaba de la posibilidad de sublevarse apartándolo de la misión que le había asignado el marxismo. “Sería mucho mejor si el proletariado estuviera en la miseria económica bajo el capitalismo, porque entonces se darían cuenta de su opresión, y estaría psicológicamente preparado para realizar su misión histórica”.
Otra de las variantes de la crítica al sistema capitalista proviene de la cuestión del medio ambiente. Como la producción está sustentada en el consumo de energía, y la generación energética trae aparejada cierta contaminación ambiental, la izquierda muestra ahora una bandera verde, no tanto para defender la vida en el planeta, sino para atacar al “sistema capitalista”.
Sin abandonar nunca el espíritu destructivo del marxismo, Herbert Marcuse propuso utilizar, no al terrorista ideologizado de los setenta, sino al delincuente común como factor útil para la destrucción de la sociedad capitalista, lo que le da sentido al surgimiento del abolicionismo penal que en muchos países resulta ser un importante aliado y promotor de la delincuencia urbana. “Así, concluyó Marcuse, la represión de la naturaleza humana por parte del capitalismo puede ser la salvación del socialismo. La tecnocracia racional del capitalismo reprime la naturaleza humana hasta el punto de que estalla en irracionalismo, en violencia, en criminalidad, en racismo y en otras patologías de la sociedad. Pero alentando esos irracionalismos, los nuevos revolucionarios pueden destruir el sistema. Así es que la primera tarea del revolucionario es ponerse a buscar a esos individuos y esas energías en los márgenes de la sociedad: el paria, el desordenado y el prohibido, cualquier persona y cualquier cosa que la estructura de poder del capitalismo aún no ha tenido éxito en mercantilizar y dominar por completo. Todos esos elementos marginales y desechados serán «irracionales», «inmorales» y hasta «criminales», especialmente según la definición capitalista, pero eso es precisamente lo que el revolucionario necesita. Cualquier elemento desechado podría «conquistar la falsa conciencia y proveer el punto de Arquímedes para una emancipación más grande»”.
Las críticas marxistas tienen cierta validez cuando se aplican a los mercados poco desarrollados, que en realidad no deberían denominarse “mercados” por cuanto la ausencia de competencia favorece comportamientos monopólicos en los pocos empresarios existentes. Cuando se establecen mercados desarrollados, con la presencia de varios empresarios, se reduce al mínimo la posibilidad de explotación laboral por cuanto el obrero explotado tiene la posibilidad de buscar trabajo en otras empresas.
El mayor pecado capitalista, según los socialistas, es la explotación laboral. Sin embargo, existe algo peor, que es la desocupación laboral, que es la consecuencia una insuficiente cantidad de empresas. Luego, en lugar de promover la formación de empresas, los socialistas estimulan la violencia, que puede llegar hasta el asesinato de los pocos empresarios existentes. En ello consiste esencialmente la revolución.
Cotidianamente establecemos vínculos comerciales con quienes nos proveen de alimentos, vestimenta y de otros bienes necesarios. A cambio de ellos, entregamos nuestro dinero en un intercambio que beneficia a ambas partes. Si advertimos que alguien trata de perjudicarnos, ya sea por cobrar precios excesivos o por vender productos de mala calidad, optamos por cambiar de proveedor. Sin embargo, el socialista postula que, necesariamente, los intercambios en el mercado son del tipo de “suma cero”, ya que lo que alguien gana, el otro lo pierde, ignorando los frecuentes cambios equitativos.
Cuando los mercados se desarrollan, se desvanece la posibilidad de la revolución socialista, al no existir la explotación mencionada. “Para principios del siglo XX, después de varias predicciones fallidas de una revolución inminente, no sólo se tornó bochornoso el hacer nuevas predicciones, sino que además se comenzaba a ver que el capitalismo estaba desarrollándose en una dirección opuesta a la forma en la que el marxismo había predicho que debería desenvolverse”.
Si en realidad, lo que uno gana, el otro lo pierde, entonces los ricos se harían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Incluso la competencia entre ricos haría disminuir su cantidad. De ahí que aumentaría la cantidad de proletarios y disminuiría la cantidad de burgueses exitosos. Por el contrario, cuando los mercados se desarrollan, se advierte una mejora en el nivel económico de todos los sectores; disminuye la cantidad de pobres y aumenta la población de clase media y alta. Hicks agrega: “El socialismo marxista se encontró así frente a un conjunto de problemas teóricos: ¿por qué las predicciones no se cumplieron? Aun más apremiante fue el problema práctico de la impaciencia: si las masas proletarias eran el material de la revolución, ¿por qué no se produjeron revueltas? La explotación y la alienación «tenían» que estar allí, a pesar de las apariencias superficiales, y «debían» ser sentidas por las víctimas del capitalismo, el proletariado”.
Si el proletariado no tenía motivos para hacer la revolución, entonces debería hacerla una elite no proletaria, como ocurrió en el caso de Rusia: “El socialismo en Rusia no podía esperar el desarrollo del capitalismo maduro. La revolución tendría que llevar a Rusia directamente del feudalismo al socialismo. Sin el proletariado organizado del capitalismo, la transición requería que una elite lo hiciera, a través de la fuerza de la voluntad y la violencia política, efectuando una «revolución desde arriba», para entonces imponer el socialismo sobre todos en una «dictadura del proletariado»”.
El socialismo tiene su gran oportunidad luego de la severa crisis económica de 1929, cuando se auguraba el fracaso definitivo del capitalismo. Sin embargo, “no funcionó de esa forma para los socialistas de izquierda. Tanto en Alemania como en Italia los nacionalsocialistas probaron ser mejores en tomar ventaja de la Depresión al ingeniarse para continuar engañando al proletariado sobre sus necesidades reales, y robarles de esa manera los votos a los socialistas de izquierda”.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, los destruidos países beligerantes resurgen asombrosamente mediante la economía social de mercado, tales los casos de Alemania, Italia y Japón. La eficacia del capitalismo, en el plano económico, resulta indiscutible. “Desde la perspectiva de la izquierda, entonces, la derrota de la derecha colectivista fue un arma de doble filo: el odiado enemigo [fascismo y nazismo] había sido eliminado, y la izquierda estaba ahora sola en el campo de batalla en la lucha contra un Occidente capitalista liberal victorioso y vigoroso”.
Para tergiversar la realidad, los socialistas adujeron que el éxito económico de los países capitalistas se debía también al intercambio de “suma cero”; esta vez entre países, por lo cual unos se beneficiaban (los imperialistas) o costa de los otros (los subdesarrollados). “La teoría del imperialismo de Lenin había explicado que los efectos de la explotación capitalista no se sentirían en las naciones poderosas y ricas, debido a que éstas simplemente exportarían esos costos a las naciones en vías de desarrollo. Así, la esperanza para la revolución quizá podría encontrarse en las naciones capitalistas en vías de desarrollo. Pero al poco tiempo esa esperanza se esfumó; la opresión exportada no se podía encontrar tampoco en esas naciones. Las que adoptaron en diversos grados el capitalismo no sufrían a raíz de su comercio con las más ricas. Por el contrario, el comercio era mutuamente beneficioso, y desde sus comienzos humildes, aquellas naciones que adoptaron medidas capitalistas ascendieron primero al confort y luego a la riqueza”.
Mientras tanto, se advertía en la Unión Soviética un estancamiento en la economía, cuya producción ganadera y agrícola poco había aumentado desde las épocas previas a la revolución de 1917. Como el socialismo no podía competir con el capitalismo en el plano económico, optaron por considerar la “superioridad moral” del socialismo. “Para un socialista, cualquier nación socialista tiene que ser moralmente superior a cualquier nación capitalista; los líderes socialistas están por definición primordialmente preocupados por las necesidades de los ciudadanos, y son sensiblemente receptivos a sus expresiones sobre sus preocupaciones, a sus reclamos y, cuando hay problemas, a sus necesidades más urgentes”. Tal creencia se vino abajo durante el año 1956, en la que se revelaron, desde el poder central de la Unión Soviética, las atrocidades cometidas por Stalin. Además, se advirtió que las necesidades del pueblo húngaro, manifestadas mediante protestas, fueron apaciguadas con tanques de guerra soviéticos. “En un «discurso secreto» en el vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Kruschev hizo una sensacional revelación de los crímenes de la era de Stalin”. “Lo que había sido desmentido como propaganda capitalista, fue ahora revelado como certeza por el líder del mundo socialista: la nación socialista insignia era culpable de horrores en una escala inimaginable”.
“Cuando se hizo imposible seguir creyendo en la moralidad de la Unión Soviética, un contingente cada vez más reducido de creyentes verdaderos desplazó su devoción hacia la China comunista de Mao. Pero entonces llegaron revelaciones de horrores todavía peores en China en la década del sesenta, incluyendo treinta millones de muertos entre 1959 y 1961. Entonces Cuba fue la gran esperanza, y después Vietnam, luego Camboya, después Albania por algún tiempo a finales de los setenta, y luego Nicaragua en los ochenta. Pero los datos y las decepciones se amontonaron, todos dando un contundente y devastador mazazo sobre la capacidad del socialismo para reclamar una sanción moral”.
“Cerca de ciento diez millones de seres humanos fueron muertos a manos de los gobiernos de las naciones inspiradas por el socialismo de izquierda, primordialmente socialismo marxista”.
Debido a que los países capitalistas tenían mayor éxito en cubrir las necesidades del pueblo, los ataques del marxismo debieron cambiar; esta vez criticando la desigualdad existente en las sociedades desarrolladas. “Un nuevo patrón ético era, por lo tanto, necesario. Con gran fanfarria, entonces, buena parte de la izquierda cambió su patrón ético oficial de la «necesidad», al de la «igualdad». La crítica primaria al capitalismo ya no sería que no era capaz de satisfacer las necesidades del pueblo, sino que el pueblo no obtenía una parte equitativa del reparto”. “El proletariado se volvería revolucionario debido a que, mientras sus necesidades «físicas» básicas estaban siendo satisfechas, veían que algunos otros en la sociedad tenían en forma «relativa», bastante más que ellos. Sintiéndose excluidos y sin oportunidades reales para alcanzar la buena vida que los ricos estaban disfrutando, el proletariado experimentaría opresión «psicológica», y así sería llevado a medidas desesperadas”.
También el antiguo conflicto de clases esgrimido por el marxismo, fue trasladado a las minorías raciales o étnicas, que tampoco gozaban de igualdad social. “Así es que de nuevo la crítica del capitalismo no podía alegar que condujo a esos grupos a la esclavitud o a la pobreza categórica o a alguna otra forma de opresión. En lugar de eso se centró en la falta de igualdad entre grupos, por ejemplo, no era que las mujeres estaban siendo empujadas a la pobreza, sino que, como grupo, se las había mantenido relegadas de lograr la igualdad económica con los hombres”.
Como el capitalismo tendía a llevar a altos niveles de vida a la mayor parte de la población, la izquierda comenzó a criticar la riqueza en sí misma, como algo malo. Al disponer el proletariado de riquezas, se lo alejaba de la posibilidad de sublevarse apartándolo de la misión que le había asignado el marxismo. “Sería mucho mejor si el proletariado estuviera en la miseria económica bajo el capitalismo, porque entonces se darían cuenta de su opresión, y estaría psicológicamente preparado para realizar su misión histórica”.
Otra de las variantes de la crítica al sistema capitalista proviene de la cuestión del medio ambiente. Como la producción está sustentada en el consumo de energía, y la generación energética trae aparejada cierta contaminación ambiental, la izquierda muestra ahora una bandera verde, no tanto para defender la vida en el planeta, sino para atacar al “sistema capitalista”.
Sin abandonar nunca el espíritu destructivo del marxismo, Herbert Marcuse propuso utilizar, no al terrorista ideologizado de los setenta, sino al delincuente común como factor útil para la destrucción de la sociedad capitalista, lo que le da sentido al surgimiento del abolicionismo penal que en muchos países resulta ser un importante aliado y promotor de la delincuencia urbana. “Así, concluyó Marcuse, la represión de la naturaleza humana por parte del capitalismo puede ser la salvación del socialismo. La tecnocracia racional del capitalismo reprime la naturaleza humana hasta el punto de que estalla en irracionalismo, en violencia, en criminalidad, en racismo y en otras patologías de la sociedad. Pero alentando esos irracionalismos, los nuevos revolucionarios pueden destruir el sistema. Así es que la primera tarea del revolucionario es ponerse a buscar a esos individuos y esas energías en los márgenes de la sociedad: el paria, el desordenado y el prohibido, cualquier persona y cualquier cosa que la estructura de poder del capitalismo aún no ha tenido éxito en mercantilizar y dominar por completo. Todos esos elementos marginales y desechados serán «irracionales», «inmorales» y hasta «criminales», especialmente según la definición capitalista, pero eso es precisamente lo que el revolucionario necesita. Cualquier elemento desechado podría «conquistar la falsa conciencia y proveer el punto de Arquímedes para una emancipación más grande»”.
sábado, 20 de junio de 2015
Posmodernismo vs. modernismo
Una de las maneras de encontrarle sentido a la historia de la filosofía de los últimos siglos consiste en considerar los supuestos básicos de la Ilustración y la posterior reacción, conocida como la Contrailustración, que en la época actual desemboca en el posmodernismo. Debido a que la Ilustración considera la ciencia junto a la razón como el camino más conveniente para llegar a la verdad objetiva, tal antagonismo puede considerarse como una actitud contra la ciencia experimental. Stephen R. C. Hicks escribió: “El Posmodernismo es el resultado final del ataque de la Contrailustración a la razón”.
“Los debates modernos hacían referencia a la verdad y a la realidad, a la razón y a la experiencia, a la libertad y a la igualdad, a la justicia y a la paz, a la belleza y al progreso. En el marco posmoderno, aquellos conceptos aparecen siempre entre comillas. Nuestras voces más estridentes nos dicen que la «verdad» es un mito. La «razón» es una construcción eurocéntrica del hombre blanco, la «igualdad» es una máscara de la opresión, y la «paz» y el «progreso» van acompañados con cínicos y agobiantes recordatorios de poder o con explícitos ataques «ad hominem»” (De “Explicando el Posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).
El citado autor establece una síntesis de la visión de la realidad predominante bajo la Ilustración (reproducida parcialmente) en la cual, a partir de la razón, se llega al progreso y a la felicidad:
Razón => Ciencia => Ingeniería => Bienes => Progreso
Razón => Ciencia => Medicina => Salud => Progreso
Razón => Individualismo => Capitalismo => Riqueza => Felicidad
Razón => Individualismo => Liberalismo => Libertad => Felicidad
Mientras que asocia el origen del modernismo a Francis Bacon, René Descartes y John Locke, escribe respecto de las figuras representativas del posmodernismo: “Los posmodernistas contemporáneos de segunda línea, cuando buscan apoyo filosófico, citan a Richard Rorty, Michel Foucault, Jean François Lyotard y Jacques Derrida. Esas figuras, a su vez, cuando buscan soporte filosófico serio, citan a Martin Heidegger, Ludwig Wittgenstein, Friedrich Nietzsche y Karl Marx, los críticos más mordaces del mundo moderno y las voces más proféticas de esta nueva dirección. Esas figuras además citan a Georg Hegel, Arthur Schopenhauer, Immanuel Kant y, en menor medida, a David Hume. Las raíces y el ímpetu original del Posmodernismo calan entonces muy profundo. La batalla entre el Modernismo y las filosofías que condujeron al Posmodernismo se conectan a la altura de la Ilustración. Conocer la historia de esta batalla es esencial para entender el Posmodernismo”.
En la Ilustración predomina la postura religiosa deísta, que trata de compatibilizar la religión con la razón y la ciencia. Kant, por el contrario, prioriza la fe y encuentra limitaciones a la razón. “Moisés Mendelssohn, contemporáneo de Kant, fue profético al identificarlo como «el destructor de todo». Kant no dio todos los pasos necesarios para llegar al Posmodernismo, pero sí dio el paso decisivo. De las cinco características más importantes de la razón ilustrada –objetividad, competencia, autonomía, universalidad y el hecho de ser una facultad del individuo-, Kant rechaza la objetividad. Una vez que la razón es así aislada de la realidad, el resto son detalles, que serán trabajados a lo largo de los próximos dos siglos. Para la época en que lleguemos a la concepción posmodernista, la razón ya se vería no solamente como subjetiva, sino también como incompetente, altamente contingente, relativa y colectiva. Entre Kant y los posmodernistas encontraremos el abandono sucesivo del resto de las características de la razón”.
“La idea fundamental de Kant, para trazar la analogía crudamente, es que se prohíbe el conocimiento de cualquier cosa fuera de nuestros cráneos. Sostiene que gran parte del campo de acción de la razón se encuentra dentro de ellos, y es partidario de una mente bien organizada y ordenada, pero difícilmente esto lo convierte en un campeón de la razón. La idea principal de cualquier defensor de la razón es que hay todo un mundo fuera de nuestra cabeza, y la razón, esencialmente, tiene que ver con conocerlo”.
Para significar el vinculo existente entre nuestra mente y el mundo exterior, Baruch de Spinoza escribió: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas”. Ello se vislumbra tanto en la coherencia lógica (a veces matemática) que existe dentro de la mente del científico como en la propia realidad. Esta doble coherencia es la que le permite al físico teórico realizar deducciones matemáticas que posteriormente serán verificadas en el mundo real permitiéndole descubrir fenómenos insospechados bajo otras formas de conocimiento. Así, James Clerk Maxwell pudo prever, desde el recurso de las matemáticas, la existencia de ondas electromagnéticas, algo inaccesible a la fe o a la intuición. En realidad, desde la ciencia no se descarta ninguna forma de pensamiento, pero mucho menos de la razón.
Mientras que el científico supone que la mente hereda, o absorbe, la coherencia propia de la realidad (orden natural), varios son los filósofos que sostienen que la coherencia del mundo exterior le es impuesta por la mente del hombre. De ahí que Georg Hegel manifestara que: “Todo lo que es lógico es real y todo lo que es real es lógico”. Y cuando existe cierta incompatibilidad entre ambas coherencias, Hegel propone cambiar la lógica humana. Hicks escribe al respecto: “La idea central de la teología de la Ilustración era alterar la religión mediante la eliminación de sus tesis contradictorias con el fin de hacerla compatible con la razón. La estrategia de Hegel consistía en aceptar que la cosmología judeocristiana estaba repleta de contradicciones, y también en alterar la razón para hacerla compatible con la contradicción”.
El citado autor sintetiza la postura de Hegel de la siguiente manera:
1- La realidad es una creación completamente subjetiva.
2- Las contradicciones son intrínsecas a la razón y a la realidad.
3- Puesto que la realidad evoluciona contradictoriamente, la verdad es relativa al tiempo y al lugar.
4- El colectivo, no el individuo, es la unidad operativa.
La consecuencia inmediata de rechazar la postura de la ciencia radica en caer en lo no racional, o bien en lo irracional. El germen de la irracionalidad fue implantando por Kant y Hegel, y desarrollado por otros filósofos hasta llegar al posmodernismo. Hicks escribe: “El legado de los irracionalistas del siglo XX incluía cuatro temas principales:
1- Un acuerdo con Kant en el que la razón es impotente para conocer la realidad.
2- Un acuerdo con Hegel en que la realidad es profundamente conflictiva y/o absurda.
3- La conclusión de que la razón es, por lo tanto, superada por las demandas basadas en los sentimientos, el instinto o los actos de fe.
4- Que lo no racional y lo irracional brindan verdades profundas sobre la realidad.
La irracionalidad se perfecciona con Martin Heidegger, mientras se van imponiendo filosofías que habrían de constituir los fundamentos de los totalitarismos. “Heidegger ofreció a sus seguidores las siguientes conclusiones, las cuales son aceptadas, con leves modificaciones, por el flujo principal del Posmodernismo:
1- El conflicto y la contradicción son las verdades más profundas de la realidad.
2- La razón es subjetiva e impotente para alcanzar verdades sobre la realidad.
3- Los elementos de la razón, las palabras y los conceptos son obstáculos que deben ser descascarados, sometidos a la deconstrucción o desenmascarados de alguna otra manera.
4- La contradicción lógica no es ni una señal de fracaso ni de nada particularmente significativo.
5- Los sentimientos, especialmente los sentimientos morbosos de ansiedad y temor, son una guía más profunda que la razón.
6- Toda la tradición de la filosofía occidental, ya sea aristotélica, platónica, lockista o cartesiana, basada como está en la ley de la no contradicción y la distinción sujeto/objeto, es el enemigo a vencer”.
Considerando que la izquierda política tiene como objetivo principal la destrucción y la difamación del sistema capitalista como del liberalismo, no resulta sorprendente que sus partidarios se identifiquen con el posmodernismo. “Los posmodernistas son, en forma monolítica, por lejos, la izquierda radical en sus políticas”. “Entre los nombres importantes del movimiento posmodernista, no hay una sola figura que no sea de izquierda”. “El Posmodernismo es la estrategia epistemológica de la izquierda académica, para responder a la crisis provocada por los fracasos del socialismo en la teoría y en la práctica”.
Si se toman los escritos posmodernos como parte de una literatura de ficción, que poco tiene que ver con la realidad, entonces se salvarían muchos estudiosos que son engañados por ideólogos que pretenden hacer pasar por filosofía seria algo que no lo es. Si se la toma en serio, puede producir en los lectores un alejamiento del mundo real que poco ha de diferir de los estados de anormalidad psíquica reconocidos por la psiquiatría. Juan José Sebreli escribió:
“El «espíritu del tiempo» intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos: el racionalismo, la creencia en la ciencia y la técnica, la idea de progreso y modernidad. A la concepción objetiva de los valores se opuso el relativismo; al universalismo, los particularismos culturales. Los términos esenciales del humanismo clásico –sujeto, hombre, humanidad, persona, conciencia, libertad-, se consideraron obsoletos. La historia perdió el lugar de privilegio que tuvo en épocas anteriores, y fue sustituida, como ciencia piloto, por la antropología y la lingüística, y sobre todo por una antropología basada en la lingüística. Al mismo tiempo surgieron ciencias nuevas, la semiótica, la semiología, o pseudociencias como la «gramatología», las cuales no se ocupan de ningún contenido, y se reducen tan sólo al «discurso» que es, según parece, de lo único que se puede hablar” (De “El asedio a la modernidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1991).
“Los debates modernos hacían referencia a la verdad y a la realidad, a la razón y a la experiencia, a la libertad y a la igualdad, a la justicia y a la paz, a la belleza y al progreso. En el marco posmoderno, aquellos conceptos aparecen siempre entre comillas. Nuestras voces más estridentes nos dicen que la «verdad» es un mito. La «razón» es una construcción eurocéntrica del hombre blanco, la «igualdad» es una máscara de la opresión, y la «paz» y el «progreso» van acompañados con cínicos y agobiantes recordatorios de poder o con explícitos ataques «ad hominem»” (De “Explicando el Posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).
El citado autor establece una síntesis de la visión de la realidad predominante bajo la Ilustración (reproducida parcialmente) en la cual, a partir de la razón, se llega al progreso y a la felicidad:
Razón => Ciencia => Ingeniería => Bienes => Progreso
Razón => Ciencia => Medicina => Salud => Progreso
Razón => Individualismo => Capitalismo => Riqueza => Felicidad
Razón => Individualismo => Liberalismo => Libertad => Felicidad
Mientras que asocia el origen del modernismo a Francis Bacon, René Descartes y John Locke, escribe respecto de las figuras representativas del posmodernismo: “Los posmodernistas contemporáneos de segunda línea, cuando buscan apoyo filosófico, citan a Richard Rorty, Michel Foucault, Jean François Lyotard y Jacques Derrida. Esas figuras, a su vez, cuando buscan soporte filosófico serio, citan a Martin Heidegger, Ludwig Wittgenstein, Friedrich Nietzsche y Karl Marx, los críticos más mordaces del mundo moderno y las voces más proféticas de esta nueva dirección. Esas figuras además citan a Georg Hegel, Arthur Schopenhauer, Immanuel Kant y, en menor medida, a David Hume. Las raíces y el ímpetu original del Posmodernismo calan entonces muy profundo. La batalla entre el Modernismo y las filosofías que condujeron al Posmodernismo se conectan a la altura de la Ilustración. Conocer la historia de esta batalla es esencial para entender el Posmodernismo”.
En la Ilustración predomina la postura religiosa deísta, que trata de compatibilizar la religión con la razón y la ciencia. Kant, por el contrario, prioriza la fe y encuentra limitaciones a la razón. “Moisés Mendelssohn, contemporáneo de Kant, fue profético al identificarlo como «el destructor de todo». Kant no dio todos los pasos necesarios para llegar al Posmodernismo, pero sí dio el paso decisivo. De las cinco características más importantes de la razón ilustrada –objetividad, competencia, autonomía, universalidad y el hecho de ser una facultad del individuo-, Kant rechaza la objetividad. Una vez que la razón es así aislada de la realidad, el resto son detalles, que serán trabajados a lo largo de los próximos dos siglos. Para la época en que lleguemos a la concepción posmodernista, la razón ya se vería no solamente como subjetiva, sino también como incompetente, altamente contingente, relativa y colectiva. Entre Kant y los posmodernistas encontraremos el abandono sucesivo del resto de las características de la razón”.
“La idea fundamental de Kant, para trazar la analogía crudamente, es que se prohíbe el conocimiento de cualquier cosa fuera de nuestros cráneos. Sostiene que gran parte del campo de acción de la razón se encuentra dentro de ellos, y es partidario de una mente bien organizada y ordenada, pero difícilmente esto lo convierte en un campeón de la razón. La idea principal de cualquier defensor de la razón es que hay todo un mundo fuera de nuestra cabeza, y la razón, esencialmente, tiene que ver con conocerlo”.
Para significar el vinculo existente entre nuestra mente y el mundo exterior, Baruch de Spinoza escribió: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas”. Ello se vislumbra tanto en la coherencia lógica (a veces matemática) que existe dentro de la mente del científico como en la propia realidad. Esta doble coherencia es la que le permite al físico teórico realizar deducciones matemáticas que posteriormente serán verificadas en el mundo real permitiéndole descubrir fenómenos insospechados bajo otras formas de conocimiento. Así, James Clerk Maxwell pudo prever, desde el recurso de las matemáticas, la existencia de ondas electromagnéticas, algo inaccesible a la fe o a la intuición. En realidad, desde la ciencia no se descarta ninguna forma de pensamiento, pero mucho menos de la razón.
Mientras que el científico supone que la mente hereda, o absorbe, la coherencia propia de la realidad (orden natural), varios son los filósofos que sostienen que la coherencia del mundo exterior le es impuesta por la mente del hombre. De ahí que Georg Hegel manifestara que: “Todo lo que es lógico es real y todo lo que es real es lógico”. Y cuando existe cierta incompatibilidad entre ambas coherencias, Hegel propone cambiar la lógica humana. Hicks escribe al respecto: “La idea central de la teología de la Ilustración era alterar la religión mediante la eliminación de sus tesis contradictorias con el fin de hacerla compatible con la razón. La estrategia de Hegel consistía en aceptar que la cosmología judeocristiana estaba repleta de contradicciones, y también en alterar la razón para hacerla compatible con la contradicción”.
El citado autor sintetiza la postura de Hegel de la siguiente manera:
1- La realidad es una creación completamente subjetiva.
2- Las contradicciones son intrínsecas a la razón y a la realidad.
3- Puesto que la realidad evoluciona contradictoriamente, la verdad es relativa al tiempo y al lugar.
4- El colectivo, no el individuo, es la unidad operativa.
La consecuencia inmediata de rechazar la postura de la ciencia radica en caer en lo no racional, o bien en lo irracional. El germen de la irracionalidad fue implantando por Kant y Hegel, y desarrollado por otros filósofos hasta llegar al posmodernismo. Hicks escribe: “El legado de los irracionalistas del siglo XX incluía cuatro temas principales:
1- Un acuerdo con Kant en el que la razón es impotente para conocer la realidad.
2- Un acuerdo con Hegel en que la realidad es profundamente conflictiva y/o absurda.
3- La conclusión de que la razón es, por lo tanto, superada por las demandas basadas en los sentimientos, el instinto o los actos de fe.
4- Que lo no racional y lo irracional brindan verdades profundas sobre la realidad.
La irracionalidad se perfecciona con Martin Heidegger, mientras se van imponiendo filosofías que habrían de constituir los fundamentos de los totalitarismos. “Heidegger ofreció a sus seguidores las siguientes conclusiones, las cuales son aceptadas, con leves modificaciones, por el flujo principal del Posmodernismo:
1- El conflicto y la contradicción son las verdades más profundas de la realidad.
2- La razón es subjetiva e impotente para alcanzar verdades sobre la realidad.
3- Los elementos de la razón, las palabras y los conceptos son obstáculos que deben ser descascarados, sometidos a la deconstrucción o desenmascarados de alguna otra manera.
4- La contradicción lógica no es ni una señal de fracaso ni de nada particularmente significativo.
5- Los sentimientos, especialmente los sentimientos morbosos de ansiedad y temor, son una guía más profunda que la razón.
6- Toda la tradición de la filosofía occidental, ya sea aristotélica, platónica, lockista o cartesiana, basada como está en la ley de la no contradicción y la distinción sujeto/objeto, es el enemigo a vencer”.
Considerando que la izquierda política tiene como objetivo principal la destrucción y la difamación del sistema capitalista como del liberalismo, no resulta sorprendente que sus partidarios se identifiquen con el posmodernismo. “Los posmodernistas son, en forma monolítica, por lejos, la izquierda radical en sus políticas”. “Entre los nombres importantes del movimiento posmodernista, no hay una sola figura que no sea de izquierda”. “El Posmodernismo es la estrategia epistemológica de la izquierda académica, para responder a la crisis provocada por los fracasos del socialismo en la teoría y en la práctica”.
Si se toman los escritos posmodernos como parte de una literatura de ficción, que poco tiene que ver con la realidad, entonces se salvarían muchos estudiosos que son engañados por ideólogos que pretenden hacer pasar por filosofía seria algo que no lo es. Si se la toma en serio, puede producir en los lectores un alejamiento del mundo real que poco ha de diferir de los estados de anormalidad psíquica reconocidos por la psiquiatría. Juan José Sebreli escribió:
“El «espíritu del tiempo» intelectual de las últimas décadas se define por el abandono de la sociedad occidental de todo lo que significaron sus rasgos distintivos: el racionalismo, la creencia en la ciencia y la técnica, la idea de progreso y modernidad. A la concepción objetiva de los valores se opuso el relativismo; al universalismo, los particularismos culturales. Los términos esenciales del humanismo clásico –sujeto, hombre, humanidad, persona, conciencia, libertad-, se consideraron obsoletos. La historia perdió el lugar de privilegio que tuvo en épocas anteriores, y fue sustituida, como ciencia piloto, por la antropología y la lingüística, y sobre todo por una antropología basada en la lingüística. Al mismo tiempo surgieron ciencias nuevas, la semiótica, la semiología, o pseudociencias como la «gramatología», las cuales no se ocupan de ningún contenido, y se reducen tan sólo al «discurso» que es, según parece, de lo único que se puede hablar” (De “El asedio a la modernidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1991).
jueves, 18 de junio de 2015
Costumbres y moralidad
La ética surge en las sociedades primitivas como una necesidad de mejorar la conducta de sus individuos. A partir de la observación del comportamiento individual, y teniendo en cuenta objetivos prioritarios, se trataba de adaptarlo a dichos fines. De ahí que podamos considerar como ética al conjunto de sugerencias establecidas para optimizar conductas y como moral el comportamiento efectivo de cada individuo, que puede contemplarlas, o no. Eduardo García Maynez escribió: “Las palabras ética y moral tienen, etimológicamente, igual significado. Ethos, en griego, y mos, en latín, quieren decir costumbre, hábito. La ética sería, pues, de acuerdo con el sentido etimológico, una teoría de las costumbres”.
“La relación entre la ética, como uno de los capítulos de la teoría de la conducta, y la moralidad positiva, como hecho cultural, es comparable a la que media entre cualquier doctrina filosófica o científica y el objeto que la misma estudia”.
“La ética no crea normas, como el legislador, sino que las descubre y explica”. “Al mostrar al hombre los valores y principios que han de guiar su marcha por el mundo, afina y desarrolla su sentido moral e influye, de este modo, en su conducta” (De “Ética”-Editorial Porrúa SA-México 1964).
Así como las distintas ramas de la ciencia han ido evolucionando mediante el proceso de “prueba y error”, las sugerencias éticas se han establecido observando los efectos producidos por las diversas acciones del hombre. Marcel Berthelot escribió: “Ni la moral humana ni la ciencia reconocen un origen divino: no proceden de la religión. El establecimiento de las reglas de esa moral surgió del dominio interno de la conciencia y del dominio externo de la observación” (De “Ciencia y moral”-Editorial Elevación-Buenos Aires 1945).
Puede decirse que, fijado un objetivo a lograr, ha de existir un camino óptimo para lograrlo. El descubrimiento de tal camino es la labor de la ética. Desde el punto de vista de la psicología social, las cosas se simplifican ya que, al considerar la existencia de las componentes emocionales de nuestra actitud característica, tales como amor, odio, egoísmo e indiferencia, el proceso de optimización queda reducido a la elección de una de esas cuatro componentes afectivas.
La elección del amor, como actitud que debe predominar en el hombre, ya es considerada por la ética cristiana. Sin embargo, su aplicación en las diversas situaciones sociales resulta a veces difícil de compatibilizar. Tal es así que, en épocas pasadas, los padres disponían de la facultad de decidir el rumbo que, en la vida, sus hijos habrían de seguir, incluso eligiendo la persona con quien habrían de casarse. En este caso, aunque se adujera que lo hacían para beneficio y seguridad de sus hijos, no siempre resultaba la mejor opción. Laura Averza de Castillo y Odile Felgine escriben: “«Estoy en la edad de la brutalidad» declaró Victoria de forma abrupta y extraña a los nueve años. Alrededor de los doce, la niña se encontraba en la adolescencia, que fue para ella, como para muchos, un periodo difícil, pese a las excepcionales condiciones materiales de que disfrutaba y el amor tranquilo y sano que le tributaban las personas de su entorno. Y es que, paralelamente a su creciente deseo de independencia y a su necesidad de absoluto, Victoria chocó «con las absurdas costumbres de la época», con «todas aquellas prohibiciones» y todos los límites impuestos a la mujer a principios de siglo. El esplendor de la sociedad aristocrática argentina rayaba a la misma altura que su misoginia y había todo un código de buenas maneras que regulaba «lo que hay que hacer» y «lo que no hay que hacer»”.
“Las muchachas podían organizar reuniones, pero de aquellas fiestas quedaba excluida toda presencia masculina. Telefonear, escribir o invitar a chicos era algo que estaba rigurosamente prohibido y, si una chica salía sola a la calle, daba muestras de una conducta inconveniente que delataba sus «malas costumbres». Sólo al final de la adolescencia, cuando la señorita argentina estaba en edad de elegir esposo, tenía autorización para participar en un baile, si bien incluso entonces debía observar ciertas costumbres y no podía conculcar las prohibiciones con respecto a las cuales había sido concienzudamente catequizada, so pena de rebajarse y de comprometer su reputación y su honor, además de echar por los suelos sus probabilidades de encontrar un «buen» marido” (De “Victoria Ocampo”-Circe Ediciones SA-Barcelona 1998),
Los padres vigilaban las lecturas de sus hijos, prohibiéndoles algunas. También les prohibían optar por algunas actividades como el teatro, cuyo ambiente era mal visto en la Argentina de principios de siglo. “Un día, la doncella que se ocupaba de Victoria, Fani, descubrió escondido […] el «De Profundis» de Oscar Wilde. Su madre, convenientemente advertida, le confiscó la obra, no sin antes dirigirle una gran cantidad de reproches. Victoria, furiosa (tenía entonces diecinueve años), perdió los estribos y amenazó con arrojarse por la ventana, al tiempo que gritaba que no pensaba continuar «viviendo de esa manera»”.
“Aquella contrariedad no fue más que la gota de agua que hizo desbordar el vaso. Hacía poco tiempo que Victoria se había sentido contrariada de forma mucho más grave al ver frustrado su ardiente deseo de consagrar su vida al teatro. «Creo tener una auténtica vocación para el teatro […] La he conservado viva contra viento y marea», decía en una de sus autobiografías. Parece, efectivamente, que mantuvo toda su vida el amor a los escenarios y al público, la afición a la interpretación y al repertorio teatral e incluso, ya en edad avanzada, un cierto gusto por la teatralidad”.
Los padres que tratan que sus hijos no se “contaminen” con la sociedad tal como es, impiden que vayan formando sus propios “anticuerpos”, quedando expuestos a padecer en el futuro las consecuencias de no conocer a las personas en forma adecuada. Junto a la necesidad de evadirse de la tutela familiar, tal tipo de educación conduce a veces a fracasos matrimoniales, como fue el caso de Victoria Ocampo. La separación matrimonial, era mal vista en esa época, tanto como mantener algún vínculo extramatrimonial, como fue la opción que eligió, promoviendo un escándalo dadas las costumbres de la época.
Cabe destacar que la mujer, luego de obedecer a sus padres, debía obedecer al marido, por lo cual durante toda su vida habría de padecer restricciones a su libertad. Victoria Ocampo expresaba en 1907: “Estoy cansada de sentirme incomprendida. Deseo que me reconozcan por lo que soy: una persona que piensa […] Para ser feliz sinceramente y de verdad, la mujer debe estar descerebrada, no tener inteligencia, o bien estar armada de un gran valor…”. “La única cosa que me hace bien, lo único que me hace olvidar hasta qué punto puede ser detestable la vida es el arte, el arte bajo todas sus forma…”.
Las autoras mencionadas escriben: “Los años de mediados del siglo XIX habían visto a un político de importancia, Domingo Faustino Sarmiento, adoptar posturas extremadamente progresistas a favor de la educación de las mujeres. Sin embargo, las resistencias eran profundas. A principios del siglo XX, la sociedad argentina seguía siendo patriarcal, tanto en el plano de las costumbres como en el de las leyes. Hasta 1926 las mujeres estuvieron totalmente subordinadas a su padre o a su marido y el estatuto de la esposa era el mismo que el de la hija menor de edad”.
“En 1926 se elaboró una nueva ley sobre el estatuto civil de las mujeres que interesaba directamente a Victoria: por razones evidentes, a partir de ahora toda mujer casada podía ejercer cualquier profesión, tenía derecho a disponer de su salario como se le antojase, firmar contratos y acuerdos financieros sin autorización de su consorte y, en caso de separación legal (no se admite el divorcio), «puede ejercer su autoridad sobre hijos y bienes»”.
Las costumbres mencionadas no sólo imperan a comienzos del siglo XX y en los ambientes aristocráticos, sino que se expanden hasta el resto de la sociedad y hasta más allá de mediados de siglo. Sin embargo, en lugar de realizar correcciones graduales a lo que no funciona bien, la sociedad argentina parece haber adoptado como referencia a todo lo que se hacia antes y a todo lo que sugería la Iglesia Católica, pero para hacer todo lo contrario. De ahí parece provenir el actual caos y libertinaje en las costumbres. La libertad plena no sólo se le ha concedido a las mujeres, sino también a adolescentes y niños, aun cuando no hayan adquirido la madurez suficiente para poder disponer de tal concesión. Albert Einstein escribió: “Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos”.
Para colmo de males, algunos padres actúan como adolescentes para sentir que en ellos “no pasan los años”. Sergio Sinay escribió: “Para observar de qué modo afecta a la familia esta viruela regresiva de los adultos, basta con observar el abandono afectivo, existencial y ético en el que crecen los verdaderos chicos y adolescentes de esta sociedad. Son hijos huérfanos con padres y madres vivos. Padres y madres que masivamente reducen sus funciones al amiguismo y a la «complicidad» con los hijos (usar las mismas ropas, ir a los mismos recitales o boliches, hablar con el mismo semivocabulario). Padres y madres que, dedicados obsesivamente al culto de su propia juventud perenne y de sus propias urgencias, abandonan la responsabilidad de establecer límites que ayuden a crecer, transmitir valores a través de las actitudes, enseñar modelos vinculares significativos, orientar en materia de prioridades existenciales. Padres y madres que quieren una tarea de crianza «divertida» y que de lo difícil, comprometido o «pesado» se hagan cargo otros (la escuela, los abuelos, el terapeuta, Internet, alguien). Lamentablemente, se puede ser padre o madre adolescente aunque se haya cumplido con largueza la mayoría de edad y aunque se luzca muy respetable en otros ámbitos de la vida”.
“El célebre pediatra y psicólogo infantil Aldo Naouri advierte sobre lo que considera un fenómeno peligroso de estos tiempos: «la promoción del placer sin límites, del individualismo o de la potencia infantil». Y dice que estos padres que crían con complicidad, sin poner límites y tratando de ser tanto o más jóvenes que sus hijos, los transforman en «pequeños tiranos» que luego, como adultos, «tienen un profundo desprecio por el esfuerzo. Quieren ganar dinero, pero sin complicarse la existencia. Quieren todo sin hacer absolutamente nada como contrapartida (…) La crisis financiera mundial fue provocada por este tipo de individuos, que sólo piensa en sí mismos y en sus deseos y se olvidan de toda consideración altruista»” (De “La sociedad que no quiere crecer”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).
“La relación entre la ética, como uno de los capítulos de la teoría de la conducta, y la moralidad positiva, como hecho cultural, es comparable a la que media entre cualquier doctrina filosófica o científica y el objeto que la misma estudia”.
“La ética no crea normas, como el legislador, sino que las descubre y explica”. “Al mostrar al hombre los valores y principios que han de guiar su marcha por el mundo, afina y desarrolla su sentido moral e influye, de este modo, en su conducta” (De “Ética”-Editorial Porrúa SA-México 1964).
Así como las distintas ramas de la ciencia han ido evolucionando mediante el proceso de “prueba y error”, las sugerencias éticas se han establecido observando los efectos producidos por las diversas acciones del hombre. Marcel Berthelot escribió: “Ni la moral humana ni la ciencia reconocen un origen divino: no proceden de la religión. El establecimiento de las reglas de esa moral surgió del dominio interno de la conciencia y del dominio externo de la observación” (De “Ciencia y moral”-Editorial Elevación-Buenos Aires 1945).
Puede decirse que, fijado un objetivo a lograr, ha de existir un camino óptimo para lograrlo. El descubrimiento de tal camino es la labor de la ética. Desde el punto de vista de la psicología social, las cosas se simplifican ya que, al considerar la existencia de las componentes emocionales de nuestra actitud característica, tales como amor, odio, egoísmo e indiferencia, el proceso de optimización queda reducido a la elección de una de esas cuatro componentes afectivas.
La elección del amor, como actitud que debe predominar en el hombre, ya es considerada por la ética cristiana. Sin embargo, su aplicación en las diversas situaciones sociales resulta a veces difícil de compatibilizar. Tal es así que, en épocas pasadas, los padres disponían de la facultad de decidir el rumbo que, en la vida, sus hijos habrían de seguir, incluso eligiendo la persona con quien habrían de casarse. En este caso, aunque se adujera que lo hacían para beneficio y seguridad de sus hijos, no siempre resultaba la mejor opción. Laura Averza de Castillo y Odile Felgine escriben: “«Estoy en la edad de la brutalidad» declaró Victoria de forma abrupta y extraña a los nueve años. Alrededor de los doce, la niña se encontraba en la adolescencia, que fue para ella, como para muchos, un periodo difícil, pese a las excepcionales condiciones materiales de que disfrutaba y el amor tranquilo y sano que le tributaban las personas de su entorno. Y es que, paralelamente a su creciente deseo de independencia y a su necesidad de absoluto, Victoria chocó «con las absurdas costumbres de la época», con «todas aquellas prohibiciones» y todos los límites impuestos a la mujer a principios de siglo. El esplendor de la sociedad aristocrática argentina rayaba a la misma altura que su misoginia y había todo un código de buenas maneras que regulaba «lo que hay que hacer» y «lo que no hay que hacer»”.
“Las muchachas podían organizar reuniones, pero de aquellas fiestas quedaba excluida toda presencia masculina. Telefonear, escribir o invitar a chicos era algo que estaba rigurosamente prohibido y, si una chica salía sola a la calle, daba muestras de una conducta inconveniente que delataba sus «malas costumbres». Sólo al final de la adolescencia, cuando la señorita argentina estaba en edad de elegir esposo, tenía autorización para participar en un baile, si bien incluso entonces debía observar ciertas costumbres y no podía conculcar las prohibiciones con respecto a las cuales había sido concienzudamente catequizada, so pena de rebajarse y de comprometer su reputación y su honor, además de echar por los suelos sus probabilidades de encontrar un «buen» marido” (De “Victoria Ocampo”-Circe Ediciones SA-Barcelona 1998),
Los padres vigilaban las lecturas de sus hijos, prohibiéndoles algunas. También les prohibían optar por algunas actividades como el teatro, cuyo ambiente era mal visto en la Argentina de principios de siglo. “Un día, la doncella que se ocupaba de Victoria, Fani, descubrió escondido […] el «De Profundis» de Oscar Wilde. Su madre, convenientemente advertida, le confiscó la obra, no sin antes dirigirle una gran cantidad de reproches. Victoria, furiosa (tenía entonces diecinueve años), perdió los estribos y amenazó con arrojarse por la ventana, al tiempo que gritaba que no pensaba continuar «viviendo de esa manera»”.
“Aquella contrariedad no fue más que la gota de agua que hizo desbordar el vaso. Hacía poco tiempo que Victoria se había sentido contrariada de forma mucho más grave al ver frustrado su ardiente deseo de consagrar su vida al teatro. «Creo tener una auténtica vocación para el teatro […] La he conservado viva contra viento y marea», decía en una de sus autobiografías. Parece, efectivamente, que mantuvo toda su vida el amor a los escenarios y al público, la afición a la interpretación y al repertorio teatral e incluso, ya en edad avanzada, un cierto gusto por la teatralidad”.
Los padres que tratan que sus hijos no se “contaminen” con la sociedad tal como es, impiden que vayan formando sus propios “anticuerpos”, quedando expuestos a padecer en el futuro las consecuencias de no conocer a las personas en forma adecuada. Junto a la necesidad de evadirse de la tutela familiar, tal tipo de educación conduce a veces a fracasos matrimoniales, como fue el caso de Victoria Ocampo. La separación matrimonial, era mal vista en esa época, tanto como mantener algún vínculo extramatrimonial, como fue la opción que eligió, promoviendo un escándalo dadas las costumbres de la época.
Cabe destacar que la mujer, luego de obedecer a sus padres, debía obedecer al marido, por lo cual durante toda su vida habría de padecer restricciones a su libertad. Victoria Ocampo expresaba en 1907: “Estoy cansada de sentirme incomprendida. Deseo que me reconozcan por lo que soy: una persona que piensa […] Para ser feliz sinceramente y de verdad, la mujer debe estar descerebrada, no tener inteligencia, o bien estar armada de un gran valor…”. “La única cosa que me hace bien, lo único que me hace olvidar hasta qué punto puede ser detestable la vida es el arte, el arte bajo todas sus forma…”.
Las autoras mencionadas escriben: “Los años de mediados del siglo XIX habían visto a un político de importancia, Domingo Faustino Sarmiento, adoptar posturas extremadamente progresistas a favor de la educación de las mujeres. Sin embargo, las resistencias eran profundas. A principios del siglo XX, la sociedad argentina seguía siendo patriarcal, tanto en el plano de las costumbres como en el de las leyes. Hasta 1926 las mujeres estuvieron totalmente subordinadas a su padre o a su marido y el estatuto de la esposa era el mismo que el de la hija menor de edad”.
“En 1926 se elaboró una nueva ley sobre el estatuto civil de las mujeres que interesaba directamente a Victoria: por razones evidentes, a partir de ahora toda mujer casada podía ejercer cualquier profesión, tenía derecho a disponer de su salario como se le antojase, firmar contratos y acuerdos financieros sin autorización de su consorte y, en caso de separación legal (no se admite el divorcio), «puede ejercer su autoridad sobre hijos y bienes»”.
Las costumbres mencionadas no sólo imperan a comienzos del siglo XX y en los ambientes aristocráticos, sino que se expanden hasta el resto de la sociedad y hasta más allá de mediados de siglo. Sin embargo, en lugar de realizar correcciones graduales a lo que no funciona bien, la sociedad argentina parece haber adoptado como referencia a todo lo que se hacia antes y a todo lo que sugería la Iglesia Católica, pero para hacer todo lo contrario. De ahí parece provenir el actual caos y libertinaje en las costumbres. La libertad plena no sólo se le ha concedido a las mujeres, sino también a adolescentes y niños, aun cuando no hayan adquirido la madurez suficiente para poder disponer de tal concesión. Albert Einstein escribió: “Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos”.
Para colmo de males, algunos padres actúan como adolescentes para sentir que en ellos “no pasan los años”. Sergio Sinay escribió: “Para observar de qué modo afecta a la familia esta viruela regresiva de los adultos, basta con observar el abandono afectivo, existencial y ético en el que crecen los verdaderos chicos y adolescentes de esta sociedad. Son hijos huérfanos con padres y madres vivos. Padres y madres que masivamente reducen sus funciones al amiguismo y a la «complicidad» con los hijos (usar las mismas ropas, ir a los mismos recitales o boliches, hablar con el mismo semivocabulario). Padres y madres que, dedicados obsesivamente al culto de su propia juventud perenne y de sus propias urgencias, abandonan la responsabilidad de establecer límites que ayuden a crecer, transmitir valores a través de las actitudes, enseñar modelos vinculares significativos, orientar en materia de prioridades existenciales. Padres y madres que quieren una tarea de crianza «divertida» y que de lo difícil, comprometido o «pesado» se hagan cargo otros (la escuela, los abuelos, el terapeuta, Internet, alguien). Lamentablemente, se puede ser padre o madre adolescente aunque se haya cumplido con largueza la mayoría de edad y aunque se luzca muy respetable en otros ámbitos de la vida”.
“El célebre pediatra y psicólogo infantil Aldo Naouri advierte sobre lo que considera un fenómeno peligroso de estos tiempos: «la promoción del placer sin límites, del individualismo o de la potencia infantil». Y dice que estos padres que crían con complicidad, sin poner límites y tratando de ser tanto o más jóvenes que sus hijos, los transforman en «pequeños tiranos» que luego, como adultos, «tienen un profundo desprecio por el esfuerzo. Quieren ganar dinero, pero sin complicarse la existencia. Quieren todo sin hacer absolutamente nada como contrapartida (…) La crisis financiera mundial fue provocada por este tipo de individuos, que sólo piensa en sí mismos y en sus deseos y se olvidan de toda consideración altruista»” (De “La sociedad que no quiere crecer”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).
domingo, 14 de junio de 2015
Ética peronista vs. ética natural
Puede decirse que hay tantas morales vigentes como personas existen, mientras que las éticas propuestas, en forma explícita o implícita, son bastante menos numerosas y más simples, y provienen de los diversos intentos de aproximación a la ética natural, que ha de estar constituida por mandamientos o sugerencias que orientarán las acciones humanas hacia una actitud cooperativa, en el mejor de los casos.
Si bien poco se habla de una “ética peronista”, existe una “doctrina justicialista” que se intentó implantar en la Argentina y en Sudamérica, para desplazar a la propia doctrina cristiana. Sus adherentes trataron de mostrar que se trataba de la misma cosa, o de cosas parecidas, aunque las expresiones y las acciones de Juan D. Perón desmintieron toda posible semejanza. Mientras que Cristo predicaba el amor al prójimo e incluso el amor a los enemigos, Perón instaba a sus seguidores a la venganza contra los opositores y contra los propios partidarios en cuanto se alejaban de la militancia.
Mientras que Cristo predicaba la verdad, Perón fue considerado alguna vez como “el apóstol de la mentira”; por mentir respecto de los hechos y también acerca de las personas, lo que implica calumnia y difamación. Perón sugería a sus seguidores: “A la violencia hemos de contestar con una violencia mayor”. “Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden puede ser muerto por cualquier argentino”. “Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos” (Citado en “Crítica de las ideas políticas argentinas” de J. J. Sebreli-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).
Ser anti-peronista equivalía a ser anti-argentino, ya que el tirano era un imitador y admirador de Benito Mussolini, y en menor grado de Adolf Hitler. Raúl Damonte Taborda escribió: “La Constitución ha sido modificada, las leyes represivas dictadas. El colosal aparato persecutor de una policía de 150 mil hombres funciona paralelamente al Ejército. La férrea doctrina totalitaria está pasando del periodo experimental a la sedimentación práctica y perfecta. Por eso mismo el mismo día grita histéricamente: «El pueblo debe elegir entre el peronismo o el antiperonismo: entre la Patria y la traición». ¡La patria y Perón son ya una sola y misma cosa! El decreto-ley del «estado de guerra» está inspirado y copiado del de Mussolini, de noviembre de 1926, después de haber expulsado el Duce del Parlamento a los más tenaces opositores”.
El dictador pretendía universalizar su “doctrina”, incluso inmiscuyéndose en países limítrofes. El citado autor agrega: “En la Universidad de Chile, Perón afirma rotundamente, provocando la justa indignación del pueblo chileno: «La doctrina peronista, como todas las doctrinas, no se detiene en las fronteras». «Iniciamos –decía el Duce- la era de la expansión del fascismo en el mundo. Nadie podrá impedirlo. Nadie lo impedirá», mientras Hitler vociferaba: «Queremos la revolución universal. No retrocederemos más»” (De “Ayer fue San Perón”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1955).
El colectivismo fascista y nazi, opuesto al individualismo liberal, tampoco podía faltarle al peronismo. “Perón continúa rabiosamente apretando los tornillos de su armadura represiva, para acabar la remodelación del país. Quien no está con él es un «liberal» (tremendo delito), un masón, un «vendido al oro yanqui», un «traidor a la patria», un «explotador», un «alcahuete», un «delincuente común», un «vende-patria», un «cretino», un «renegado», y ahora un «frailón»”.
“Desde 1943 lo viene repitiendo: «Yo estoy luchando por transformar en nuestro país el espíritu individualista, porque juzgo que es un complejo de inferioridad. Nuestra raza latina, de genio amplio y profundo, pasó a un segundo plano de la humanidad, porque no supo organizarse y luchar en conjunto. Si transformamos en nuestro pueblo su sentido individualista para que trabaje en organización, superaremos ese complejo de inferioridad»”.
Una de las frases demagógicas emitidas por Perón fue: “En la Argentina los únicos privilegiados son los niños”. Sin embargo, como expresó Alejandro A. Lanusse,…“Mucho se ha hablado y escrito sobre este bochornoso episodio que tuviera como protagonista a un hombre de 58 años, Presidente y General de la Nación, Juan Domingo Perón, y una menor de sólo 14 años. Me limito a testimoniar que el Tribunal Superior de Honor que integraron cinco Tenientes Generales, comprobó fehacientemente que el Gral. Perón, durante más de dos años, había hecho vida marital con una niña proveniente de un hogar modesto, con quien había convivido en la Residencia Presidencial”.
“A esa conclusión llegó el Tribunal después de escuchar declaración testimonial de la propia menor, de sus padres, de varios empleados de la residencia y también del Edecán del Presidente, el Mayor Renner. El hecho ponía de manifiesto una desviación moral inadmisible, máxime tratándose de quien, prevalido de alta investidura y al tiempo que pretendía erigirse en rector de la juventud, no vaciló en mancillar la honra de una criatura” (De “Protagonista y testigo”-Marcelo Lugones SA Editores-Buenos Aires 1989).
Tanto en la docencia como en el ámbito de la ciencia, es admisible mencionar trabajos e ideas ajenas siempre y cuando se cite al autor. De esa manera se logra la cooperación necesaria para establecer una obra colectiva. Quien tiene objetivos egoístas, por el contrario, utilizará la obra de otros sin mencionar su origen, cometiendo plagio. Nicolás Márquez escribe al respecto: “Según Joseph Page, «la prosa de Perón no era original ni profunda. Tomaba mucho de otros autores (generalmente extranjeros) y se abstenía de imponer su propio intelecto por encima de este material». Incluso, esta tendencia suya a copiar y transcribir fragmentos de terceros lo puso en apuros cuando fue denunciado por plagio y un Tribunal Militar de Honor le ordenó que pidiera sus excusas. Fue entonces cuando al copión de marras no le quedó más remedio que justificar su fraude alegando que se «olvidó de mencionar la fuente» debido a «una explicable falta de minuciosidad de mi parte al revisar posteriormente los originales». No sería ésta la única acusación de plagio que pesaría sobre su persona. Según el antropólogo y filólogo Julián Cáceres Freyre, el diccionario sobre Toponimia Patagónica de Etimología Araucana que Perón publicara en 1935 fue plagiado de un trabajo del presbítero Domingo Melanesio y de otro del Teniente Coronel Federico Barbará. Acusación que ratificaría luego el reconocido investigador Rodolfo Casamiquela quien aseguró que «Perón hizo su diccionario por medio del sistema de las tijeras y el engrudo» detallando que «el texto es una mera transcripción de otros, con repetición de todos los errores»” (De “Perón. El fetiche de las masas”-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).
Cuando las masas peronistas absorbieron una importante dosis del odio inculcado por el líder, incendiaron varios templos católicos. Años antes, Perón había manifestado su vocación incendiaria: “Compañeros, cuando haya que quemar voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero, entonces, si ello fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días” (2/5/52).
Debido a la verticalidad de mando, si el tirano hubiese dado una contraorden, la barbarie no se hubiese producido. De ahí que cierto tiempo después Perón fuera excomulgado por la Iglesia Católica. Félix Luna escribió: “No pudo ignorar Perón lo que estaba ocurriendo desde el momento mismo de iniciarse los actos de vandalismo. Y no hizo nada para detenerlos. Tenía en la calle a todas las unidades militares de la Capital Federal; a su disposición estaba la policía, dotada de poderosos medios disuasivos. No hizo nada. Los incendiarios se desplazaron sin inconvenientes durante cinco o seis horas en un radio de veinte manzanas céntricas. Y Perón no tomó ninguna medida”.
“Ordenar quemar las Iglesias (o dejar que las quemaran, tanto da) fue el error más grueso de Perón en esa pendiente de equivocaciones…” (De “Perón y su tiempo” (III)-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
Así como el adolescente alienta las peleas callejeras para divertirse un poco, sin pensar en el daño de los contendientes, Perón estimulaba las divisiones y los antagonismos entre sectores. Incluso no tuvo el menor reparo al apoyar a los guerrilleros marxistas que intentaban implantar en el país un régimen comunista, aunque luego de utilizarlos los desechó; pero los miles de muertos no se pudieron recuperar. Juan J. Sebreli escribió: “La discusión entre dos ideas distintas, la tolerancia hacia el otro, esencial para hablar de una vida democrática y pluralista, hubiera sido inconcebible en el peronismo, que dividía la sociedad en términos antagónicos, irreconciliables, patria-antipatria, pueblo-oligarquía, nación-imperialismo; la contraposición entre «nosotros» y «ellos» era constante en el discurso peronista”.
En cuanto a su “devoción a favor de los trabajadores”, debe aclararse que era sólo condicional, ya que si no recibía sus votos y su adhesión, eran considerados integrantes del bando “enemigo”. Sebreli agrega: “Algunas de las medidas tomadas consistían en la afiliación obligatoria de los empleados públicos al Partido Peronista, así como la cesantía de todos los opositores. En una circular confidencial distribuida entre sus ministros en octubre de 1948, Perón aconsejaba dejar cesantes a los empleados no peronistas. En la Tercera Conferencia de Gobernadores, sugería lo mismo con respecto a los empleados provinciales”.
El ciudadano que adhería al peronismo sabía perfectamente que se trataba de una postura inmoral, de ahí que escondía sus preferencias públicamente. En cambio, en el cuarto oscuro, donde nadie lo observaba, emitía su voto favorable si consideraba beneficiarse con alguna ventaja personal. Jorge Luis Borges escribió: “Dijo Croce: «No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas». La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo del fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante, declaración que lo habría puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama «viveza criolla»”.
“El dictador traía a la Plaza de Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo común de tierra adentro, cuya misión era aplaudir los toscos discursos. El 17 de octubre los almaceneros recibían orden de cerrar para que los devotos no se distrajeran en ellos” (Nota del Diario Los Andes-Mendoza)
El peronismo no es una cuestión de ideas, o de política, sino esencialmente una cuestión de moral. Así como existe la frase: “Dime con quién andas y de diré quién eres”, el equivalente para los países podría expresarse como: “Digan quiénes son los próceres patrios que veneran y les diré qué clase de país tienen y cómo les va”.
Si bien poco se habla de una “ética peronista”, existe una “doctrina justicialista” que se intentó implantar en la Argentina y en Sudamérica, para desplazar a la propia doctrina cristiana. Sus adherentes trataron de mostrar que se trataba de la misma cosa, o de cosas parecidas, aunque las expresiones y las acciones de Juan D. Perón desmintieron toda posible semejanza. Mientras que Cristo predicaba el amor al prójimo e incluso el amor a los enemigos, Perón instaba a sus seguidores a la venganza contra los opositores y contra los propios partidarios en cuanto se alejaban de la militancia.
Mientras que Cristo predicaba la verdad, Perón fue considerado alguna vez como “el apóstol de la mentira”; por mentir respecto de los hechos y también acerca de las personas, lo que implica calumnia y difamación. Perón sugería a sus seguidores: “A la violencia hemos de contestar con una violencia mayor”. “Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden puede ser muerto por cualquier argentino”. “Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos” (Citado en “Crítica de las ideas políticas argentinas” de J. J. Sebreli-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).
Ser anti-peronista equivalía a ser anti-argentino, ya que el tirano era un imitador y admirador de Benito Mussolini, y en menor grado de Adolf Hitler. Raúl Damonte Taborda escribió: “La Constitución ha sido modificada, las leyes represivas dictadas. El colosal aparato persecutor de una policía de 150 mil hombres funciona paralelamente al Ejército. La férrea doctrina totalitaria está pasando del periodo experimental a la sedimentación práctica y perfecta. Por eso mismo el mismo día grita histéricamente: «El pueblo debe elegir entre el peronismo o el antiperonismo: entre la Patria y la traición». ¡La patria y Perón son ya una sola y misma cosa! El decreto-ley del «estado de guerra» está inspirado y copiado del de Mussolini, de noviembre de 1926, después de haber expulsado el Duce del Parlamento a los más tenaces opositores”.
El dictador pretendía universalizar su “doctrina”, incluso inmiscuyéndose en países limítrofes. El citado autor agrega: “En la Universidad de Chile, Perón afirma rotundamente, provocando la justa indignación del pueblo chileno: «La doctrina peronista, como todas las doctrinas, no se detiene en las fronteras». «Iniciamos –decía el Duce- la era de la expansión del fascismo en el mundo. Nadie podrá impedirlo. Nadie lo impedirá», mientras Hitler vociferaba: «Queremos la revolución universal. No retrocederemos más»” (De “Ayer fue San Perón”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1955).
El colectivismo fascista y nazi, opuesto al individualismo liberal, tampoco podía faltarle al peronismo. “Perón continúa rabiosamente apretando los tornillos de su armadura represiva, para acabar la remodelación del país. Quien no está con él es un «liberal» (tremendo delito), un masón, un «vendido al oro yanqui», un «traidor a la patria», un «explotador», un «alcahuete», un «delincuente común», un «vende-patria», un «cretino», un «renegado», y ahora un «frailón»”.
“Desde 1943 lo viene repitiendo: «Yo estoy luchando por transformar en nuestro país el espíritu individualista, porque juzgo que es un complejo de inferioridad. Nuestra raza latina, de genio amplio y profundo, pasó a un segundo plano de la humanidad, porque no supo organizarse y luchar en conjunto. Si transformamos en nuestro pueblo su sentido individualista para que trabaje en organización, superaremos ese complejo de inferioridad»”.
Una de las frases demagógicas emitidas por Perón fue: “En la Argentina los únicos privilegiados son los niños”. Sin embargo, como expresó Alejandro A. Lanusse,…“Mucho se ha hablado y escrito sobre este bochornoso episodio que tuviera como protagonista a un hombre de 58 años, Presidente y General de la Nación, Juan Domingo Perón, y una menor de sólo 14 años. Me limito a testimoniar que el Tribunal Superior de Honor que integraron cinco Tenientes Generales, comprobó fehacientemente que el Gral. Perón, durante más de dos años, había hecho vida marital con una niña proveniente de un hogar modesto, con quien había convivido en la Residencia Presidencial”.
“A esa conclusión llegó el Tribunal después de escuchar declaración testimonial de la propia menor, de sus padres, de varios empleados de la residencia y también del Edecán del Presidente, el Mayor Renner. El hecho ponía de manifiesto una desviación moral inadmisible, máxime tratándose de quien, prevalido de alta investidura y al tiempo que pretendía erigirse en rector de la juventud, no vaciló en mancillar la honra de una criatura” (De “Protagonista y testigo”-Marcelo Lugones SA Editores-Buenos Aires 1989).
Tanto en la docencia como en el ámbito de la ciencia, es admisible mencionar trabajos e ideas ajenas siempre y cuando se cite al autor. De esa manera se logra la cooperación necesaria para establecer una obra colectiva. Quien tiene objetivos egoístas, por el contrario, utilizará la obra de otros sin mencionar su origen, cometiendo plagio. Nicolás Márquez escribe al respecto: “Según Joseph Page, «la prosa de Perón no era original ni profunda. Tomaba mucho de otros autores (generalmente extranjeros) y se abstenía de imponer su propio intelecto por encima de este material». Incluso, esta tendencia suya a copiar y transcribir fragmentos de terceros lo puso en apuros cuando fue denunciado por plagio y un Tribunal Militar de Honor le ordenó que pidiera sus excusas. Fue entonces cuando al copión de marras no le quedó más remedio que justificar su fraude alegando que se «olvidó de mencionar la fuente» debido a «una explicable falta de minuciosidad de mi parte al revisar posteriormente los originales». No sería ésta la única acusación de plagio que pesaría sobre su persona. Según el antropólogo y filólogo Julián Cáceres Freyre, el diccionario sobre Toponimia Patagónica de Etimología Araucana que Perón publicara en 1935 fue plagiado de un trabajo del presbítero Domingo Melanesio y de otro del Teniente Coronel Federico Barbará. Acusación que ratificaría luego el reconocido investigador Rodolfo Casamiquela quien aseguró que «Perón hizo su diccionario por medio del sistema de las tijeras y el engrudo» detallando que «el texto es una mera transcripción de otros, con repetición de todos los errores»” (De “Perón. El fetiche de las masas”-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).
Cuando las masas peronistas absorbieron una importante dosis del odio inculcado por el líder, incendiaron varios templos católicos. Años antes, Perón había manifestado su vocación incendiaria: “Compañeros, cuando haya que quemar voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero, entonces, si ello fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días” (2/5/52).
Debido a la verticalidad de mando, si el tirano hubiese dado una contraorden, la barbarie no se hubiese producido. De ahí que cierto tiempo después Perón fuera excomulgado por la Iglesia Católica. Félix Luna escribió: “No pudo ignorar Perón lo que estaba ocurriendo desde el momento mismo de iniciarse los actos de vandalismo. Y no hizo nada para detenerlos. Tenía en la calle a todas las unidades militares de la Capital Federal; a su disposición estaba la policía, dotada de poderosos medios disuasivos. No hizo nada. Los incendiarios se desplazaron sin inconvenientes durante cinco o seis horas en un radio de veinte manzanas céntricas. Y Perón no tomó ninguna medida”.
“Ordenar quemar las Iglesias (o dejar que las quemaran, tanto da) fue el error más grueso de Perón en esa pendiente de equivocaciones…” (De “Perón y su tiempo” (III)-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
Así como el adolescente alienta las peleas callejeras para divertirse un poco, sin pensar en el daño de los contendientes, Perón estimulaba las divisiones y los antagonismos entre sectores. Incluso no tuvo el menor reparo al apoyar a los guerrilleros marxistas que intentaban implantar en el país un régimen comunista, aunque luego de utilizarlos los desechó; pero los miles de muertos no se pudieron recuperar. Juan J. Sebreli escribió: “La discusión entre dos ideas distintas, la tolerancia hacia el otro, esencial para hablar de una vida democrática y pluralista, hubiera sido inconcebible en el peronismo, que dividía la sociedad en términos antagónicos, irreconciliables, patria-antipatria, pueblo-oligarquía, nación-imperialismo; la contraposición entre «nosotros» y «ellos» era constante en el discurso peronista”.
En cuanto a su “devoción a favor de los trabajadores”, debe aclararse que era sólo condicional, ya que si no recibía sus votos y su adhesión, eran considerados integrantes del bando “enemigo”. Sebreli agrega: “Algunas de las medidas tomadas consistían en la afiliación obligatoria de los empleados públicos al Partido Peronista, así como la cesantía de todos los opositores. En una circular confidencial distribuida entre sus ministros en octubre de 1948, Perón aconsejaba dejar cesantes a los empleados no peronistas. En la Tercera Conferencia de Gobernadores, sugería lo mismo con respecto a los empleados provinciales”.
El ciudadano que adhería al peronismo sabía perfectamente que se trataba de una postura inmoral, de ahí que escondía sus preferencias públicamente. En cambio, en el cuarto oscuro, donde nadie lo observaba, emitía su voto favorable si consideraba beneficiarse con alguna ventaja personal. Jorge Luis Borges escribió: “Dijo Croce: «No hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas». La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo del fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante, declaración que lo habría puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama «viveza criolla»”.
“El dictador traía a la Plaza de Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo común de tierra adentro, cuya misión era aplaudir los toscos discursos. El 17 de octubre los almaceneros recibían orden de cerrar para que los devotos no se distrajeran en ellos” (Nota del Diario Los Andes-Mendoza)
El peronismo no es una cuestión de ideas, o de política, sino esencialmente una cuestión de moral. Así como existe la frase: “Dime con quién andas y de diré quién eres”, el equivalente para los países podría expresarse como: “Digan quiénes son los próceres patrios que veneran y les diré qué clase de país tienen y cómo les va”.
viernes, 12 de junio de 2015
Introvertido y extrovertido: Dirac y Feynman
Entre los diversos tipos de personalidades encontramos aquellas con poca predisposición a comunicarse con los demás y a no exteriorizar sus emociones. Estos son los introvertidos, a quienes, ya sea por cuestiones genéticas o bien por influencia del medio social, les resulta difícil vincularse socialmente y les resulta más cómodo mantenerse aislados. Todo lo contrario es el caso de los extrovertidos.
Desde el punto de vista ético, no puede generalizarse acerca de la superioridad de una de estas personalidades extremas, ya que no existe, aparentemente, una relación directa entre la exteriorización de emociones y la moralidad de las acciones. En muchos casos, simplemente se trata de formas distintas de vincularse al medio social.
Como ejemplos de ambas posturas puede mencionarse a dos físicos teóricos; uno de ellos es Paul Adrien Maurice Dirac, el introvertido, y el otro, Richard Feynman, el extrovertido. Junto con Albert Einstein, se los considera integrantes de la elite de los tres o cuatro físicos más importantes del siglo XX. Así como Einstein es la figura principal en la formulación de la teoría de la relatividad, Dirac y Feynman lo son respecto de la mecánica cuántica. Con esto se advierte que no existe algo tal como “la personalidad típica” del científico, o del físico teórico. Emilio Segré escribió: “En nuestro estudio no se desprende ningún retrato de «el físico». Existe más bien una gran variedad de personajes, lo cual no sorprende si se considera la gran diversidad de contribuciones necesarias para el avance de la física” (“De los rayos X a los quarks”-Folios Ediciones SA-México 1983).
La personalidad introvertida de Dirac tiene mucho que ver con la influencia de un padre dominante en exceso. Charles Dirac se desempeñó como docente de francés en Bristol, atemorizando tanto a sus alumnos como a sus propios hijos. Juan Antonio Caballero Carretero escribió: “Charles Dirac nunca renunció a su herencia cultural ginebrina. Mantuvo la nacionalidad suiza, al igual que sus hijos, hasta 1919, año en que adquirieron la nacionalidad británica. Asimismo, que sus hijos hablaran con él en francés se convirtió en una imposición absoluta. Su fuerte carácter y el aislamiento que impuso a su familia, que apenas tenía relaciones sociales, convirtieron el domicilio de los Dirac en una especie de prisión, en las que las simples conversaciones estaban ausentes. Esto tuvo una profunda influencia en la vida de sus hijos. Paul Dirac lo expresó en 1962 del siguiente modo: «Durante mi niñez no tuve ningún tipo de vida social. Mi padre impuso que sólo podía dirigirme a él en francés. Pensaba que sería beneficioso para mi educación. Al descubrir que era incapaz de expresarme en francés, decidí que era mejor permanecer en silencio que hablar en inglés. De esta forma me convertí en una persona muy silenciosa». «Las cosas se desarrollaron desde el principio de tal forma que me convertí en una persona muy introvertida»”.
En cuanto a su etapa escolar, el citado autor agrega: “Prácticamente no hablaba con nadie ni participaba en ningún juego ni deporte. La ausencia de relaciones sociales le hizo centrarse en su propio mundo, en el que el estudio de la naturaleza y, en particular las matemáticas, se convirtieron en el centro de su vida”. “El joven pronto se convirtió en uno de los estudiantes más brillantes del colegio, completando estudios de matemáticas y química mucho más avanzados que los que le correspondían por su edad. Tanto su padre como sus propios profesores percibieron desde el primer momento que Paul poseía una mente especialmente brillante para las ciencias, así como una enorme capacidad de trabajo y concentración. Este hecho influyó en el riguroso régimen de trabajo que Charles Dirac impuso a su hijo durante estos años, lo cual trajo consigo aún un mayor aislamiento” (De “Dirac. El reflejo oscuro de la antimateria”-RBA Coleccionables SA-Buenos Aires 2015).
También su padre influyó en la carrera universitaria que habrían de seguir sus hijos. De ahí que primeramente se gradúa en Ingeniería Eléctrica para dedicarse posteriormente a las matemáticas y la física. “En 1918 Paul finalizó sus estudios secundarios con las máximas calificaciones, pero sin ninguna idea determinada de qué hacer en el futuro. A pesar de su especial capacidad para las matemáticas, siguió el ejemplo de su hermano mayor, quien, a pesar de su interés en estudiar medicina, se había visto obligado por imposición paterna a iniciar estudios de ingeniería en la Universidad de Bristol”.
“Paul Dirac, al contrario de otros prominentes físicos de la época, nunca cultivó las actividades sociales fuera de los estrictos límites de su labor académica”. “Su vida fue su obra científica y siempre mantuvo una privacidad extrema. Ejemplo de ello es su primera reacción de no aceptar el premio Nobel para evitar la publicidad asociada, y posteriormente, su decisión de aceptarlo tras comentarle Rutherford que la publicidad sería mucho mayor si lo rechazaba”.
“A pesar de la fama, sus hábitos no cambiaron y siguió mostrándose tan lejano e inaccesible como siempre, tanto para el público en general como para sus estudiantes y colegas. Aparte de la física y sus dos grandes aficiones –los viajes y las caminatas por la montaña-, Dirac mostró muy poco interés en otro tipo de actividades o ramas del conocimiento”. Por su parte, Abdus Salam escribe: “Para quienes no conocieron directamente a Dirac, quisiera citar cierto artículo de un periodista que escribió sobre él cuando se encontraba en la Universidad de Wisconsin. El artículo dice así: «Me habían hablado de un individuo que tienen esta primavera en la universidad. Un físico matemático o algo por el estilo, según lo llaman, un hombre que está desalojando de la primera página a sir Isaac Newton, a Einstein y a todos los otros. Se llama Dirac y es inglés. Por eso, la otra tarde fui a golpear a la puerta del despacho del doctor Dirac, situado en Stirling Hall, y una voz agradable me dice: ‘Pase usted’».
«Quiero declarar en seguida que esa oración ‘Pase usted’ fue una de las más largas que pronunció el doctor durante nuestra entrevista». «Comprobé que el doctor era un hombre alto, juvenil, y en un instante supe por el destello de sus ojos que yo iba a gustarle. En modo alguno parecía hombre ocupado. Cuando entrevisto a un hombre de ciencia norteamericano de su clase, el científico suele llevar un gigantesco portapapeles y mientras habla muestra notas de conferencias, pruebas de página, libros, reimpresiones, manuscritos, y todo cuanto pueda sacar de su cartera». «Dirac es diferente. Parece disponer de todo el tiempo del mundo y su trabajo más pesado consistía en mirar por la ventana». «-Profesor- le digo, observo que antepuestas a su apellido hay unas cuantas letras [P. A. M. Dirac]. ¿Significan algo en particular?. –No- dice el profesor».
«-Muy bien- digo-, quisiera usted revelarme el fondo de sus investigaciones? –No- dice.». «Continúo preguntando: -¿Va al cine? –Sí- dice Dirac». «¿Cuándo? –En 1920.»” (De “La unificación de las fuerzas fundamentales”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 1991).
La sencillez de la vida del científico se debe principalmente a que dedica sus pensamientos prioritariamente a la ciencia siendo su vida cotidiana algo rutinaria en los demás aspectos. De ahí que alguna vez se haya caracterizado la vida del matemático Henri Poincaré como “uniforme, exenta de acontecimientos”.
Richard Feynman se dedicaba, de muy joven, a arreglar radiorreceptores de sus vecinos. Además del hábito y el interés por resolver todo problema matemático que se le planteara, tenía curiosidad por los aspectos prácticos que lo llevaron a indagar el funcionamiento de las cajas de seguridad y la manera de abrirlas. Para divertirse, abría las cajas de otros físicos, que trabajan en el proyecto Manhattan, para mostrarles que no guardaban los secretos atómicos encomendados como era debido. Feynman escribió: “No teníamos en Los Álamos espectáculos ni distracción ninguna, así que de alguna forma teníamos que divertirnos, por lo que uno de mis pasatiempos favoritos era el de trastear con la cerradura Mosler de mi archivador”. “Me dije a mí mismo: «Ahora yo podría escribir un libro sobre abre-cajas que iba a dejar chiquitos a todos, porque al empezar podría asegurar que había abierto cajas cuyos contenidos eran más grandes y más importantes que lo que cualquier cosa que un revienta-cajas pudiera haber abierto, salvo, claro está, para salvar una vida. Por mucho que se valoren las piedras preciosas o los lingotes de oro, yo les he ganado a todos: he abierto las cajas de seguridad que contienen los secretos de la bomba atómica….» (De “¿Está Ud. de broma, Sr. Feynman?”-Alianza Editorial SA-Madrid 1994).
Una vez, al realizar una maniobra desafortunada con su bicicleta, recibe la protesta del conductor de un camión, pero en italiano. De ahí que no pudo entender lo que le decía. Entonces vio la manera de divertirse protestando en circunstancias similares utilizando un pseudo-italiano sin significado alguno. Una vez le tocó llevar a su hermana a una reunión de escolares que asistían con sus padres, mientras que cada padre debía hablar a su turno al grupo de niñas. Cuando le toca el turno (iba en reemplazo de su padre que estaba de viaje) se dirige a las niñas en pseudo-italiano. Comenta al respecto: “Seguí así durante dos o tres estrofas, expresando todas las emociones que yo había oído en la emisora italiana, y las chiquillas que se me desternillan, que se echan a rodar por los suelos de risa, embriagadas de felicidad”. “Terminado el banquete, la jefa de las exploradoras y una maestra de escuela se acercaron a decirme que habían estado comentando mi poema. Una de ellas pensaba que era italiano, y la otra, latín. La maestra me pregunta: «Bueno, ¿quién de nosotras tiene razón?». Yo les dije: «Tendrán que preguntarles a las niñas. Ellas entendieron enseguida en qué lenguaje les hablaba»”.
El carácter de Feynman se evidenció también cuando aceptó dar clases de física a nivel universitario en una etapa de plena investigación. De ahí surgieron sus “Lecciones de Física de Feynman” (con R.B. Leighton y M. Sands-Fondo Educativo Interamericano SA-Panamá 1972), que fueron grabadas y editadas en tres tomos, siendo uno de los mejores textos existentes dado que aparecen sus comentarios tales como surgieron durante las clases.
Se advierte también una variedad de personalidades entre los fundadores de la mecánica y de la astronomía, tales los casos de Nicolás Copérnico, el “canónigo tímido”que mantiene sin editar, durante varios decenios, su libro básico, por temor a las burlas que pudiera despertar. Galileo Galilei es el típico italiano discutidor que confronta sus ideas con aristotélicos y sacerdotes. Johannes Kepler es el extrovertido que cuenta en detalles los defectos de su madre como los errores que comete al calcular las órbitas planetarias. Tycho Brahe, es un astrónomo experimental frívolo y excéntrico, de la nobleza, y, finalmente, el introvertido Isaac Newton, que espera que muera Robert Hooke para publicar algunos de sus trabajos para evitar así tener que discutir con dicho rival científico. Incluso sus “Principios Matemáticos de la Filosofía Natural” son publicados ante la persistente presión que recibe de Edmund Halley.
Desde el punto de vista ético, no puede generalizarse acerca de la superioridad de una de estas personalidades extremas, ya que no existe, aparentemente, una relación directa entre la exteriorización de emociones y la moralidad de las acciones. En muchos casos, simplemente se trata de formas distintas de vincularse al medio social.
Como ejemplos de ambas posturas puede mencionarse a dos físicos teóricos; uno de ellos es Paul Adrien Maurice Dirac, el introvertido, y el otro, Richard Feynman, el extrovertido. Junto con Albert Einstein, se los considera integrantes de la elite de los tres o cuatro físicos más importantes del siglo XX. Así como Einstein es la figura principal en la formulación de la teoría de la relatividad, Dirac y Feynman lo son respecto de la mecánica cuántica. Con esto se advierte que no existe algo tal como “la personalidad típica” del científico, o del físico teórico. Emilio Segré escribió: “En nuestro estudio no se desprende ningún retrato de «el físico». Existe más bien una gran variedad de personajes, lo cual no sorprende si se considera la gran diversidad de contribuciones necesarias para el avance de la física” (“De los rayos X a los quarks”-Folios Ediciones SA-México 1983).
La personalidad introvertida de Dirac tiene mucho que ver con la influencia de un padre dominante en exceso. Charles Dirac se desempeñó como docente de francés en Bristol, atemorizando tanto a sus alumnos como a sus propios hijos. Juan Antonio Caballero Carretero escribió: “Charles Dirac nunca renunció a su herencia cultural ginebrina. Mantuvo la nacionalidad suiza, al igual que sus hijos, hasta 1919, año en que adquirieron la nacionalidad británica. Asimismo, que sus hijos hablaran con él en francés se convirtió en una imposición absoluta. Su fuerte carácter y el aislamiento que impuso a su familia, que apenas tenía relaciones sociales, convirtieron el domicilio de los Dirac en una especie de prisión, en las que las simples conversaciones estaban ausentes. Esto tuvo una profunda influencia en la vida de sus hijos. Paul Dirac lo expresó en 1962 del siguiente modo: «Durante mi niñez no tuve ningún tipo de vida social. Mi padre impuso que sólo podía dirigirme a él en francés. Pensaba que sería beneficioso para mi educación. Al descubrir que era incapaz de expresarme en francés, decidí que era mejor permanecer en silencio que hablar en inglés. De esta forma me convertí en una persona muy silenciosa». «Las cosas se desarrollaron desde el principio de tal forma que me convertí en una persona muy introvertida»”.
En cuanto a su etapa escolar, el citado autor agrega: “Prácticamente no hablaba con nadie ni participaba en ningún juego ni deporte. La ausencia de relaciones sociales le hizo centrarse en su propio mundo, en el que el estudio de la naturaleza y, en particular las matemáticas, se convirtieron en el centro de su vida”. “El joven pronto se convirtió en uno de los estudiantes más brillantes del colegio, completando estudios de matemáticas y química mucho más avanzados que los que le correspondían por su edad. Tanto su padre como sus propios profesores percibieron desde el primer momento que Paul poseía una mente especialmente brillante para las ciencias, así como una enorme capacidad de trabajo y concentración. Este hecho influyó en el riguroso régimen de trabajo que Charles Dirac impuso a su hijo durante estos años, lo cual trajo consigo aún un mayor aislamiento” (De “Dirac. El reflejo oscuro de la antimateria”-RBA Coleccionables SA-Buenos Aires 2015).
También su padre influyó en la carrera universitaria que habrían de seguir sus hijos. De ahí que primeramente se gradúa en Ingeniería Eléctrica para dedicarse posteriormente a las matemáticas y la física. “En 1918 Paul finalizó sus estudios secundarios con las máximas calificaciones, pero sin ninguna idea determinada de qué hacer en el futuro. A pesar de su especial capacidad para las matemáticas, siguió el ejemplo de su hermano mayor, quien, a pesar de su interés en estudiar medicina, se había visto obligado por imposición paterna a iniciar estudios de ingeniería en la Universidad de Bristol”.
“Paul Dirac, al contrario de otros prominentes físicos de la época, nunca cultivó las actividades sociales fuera de los estrictos límites de su labor académica”. “Su vida fue su obra científica y siempre mantuvo una privacidad extrema. Ejemplo de ello es su primera reacción de no aceptar el premio Nobel para evitar la publicidad asociada, y posteriormente, su decisión de aceptarlo tras comentarle Rutherford que la publicidad sería mucho mayor si lo rechazaba”.
“A pesar de la fama, sus hábitos no cambiaron y siguió mostrándose tan lejano e inaccesible como siempre, tanto para el público en general como para sus estudiantes y colegas. Aparte de la física y sus dos grandes aficiones –los viajes y las caminatas por la montaña-, Dirac mostró muy poco interés en otro tipo de actividades o ramas del conocimiento”. Por su parte, Abdus Salam escribe: “Para quienes no conocieron directamente a Dirac, quisiera citar cierto artículo de un periodista que escribió sobre él cuando se encontraba en la Universidad de Wisconsin. El artículo dice así: «Me habían hablado de un individuo que tienen esta primavera en la universidad. Un físico matemático o algo por el estilo, según lo llaman, un hombre que está desalojando de la primera página a sir Isaac Newton, a Einstein y a todos los otros. Se llama Dirac y es inglés. Por eso, la otra tarde fui a golpear a la puerta del despacho del doctor Dirac, situado en Stirling Hall, y una voz agradable me dice: ‘Pase usted’».
«Quiero declarar en seguida que esa oración ‘Pase usted’ fue una de las más largas que pronunció el doctor durante nuestra entrevista». «Comprobé que el doctor era un hombre alto, juvenil, y en un instante supe por el destello de sus ojos que yo iba a gustarle. En modo alguno parecía hombre ocupado. Cuando entrevisto a un hombre de ciencia norteamericano de su clase, el científico suele llevar un gigantesco portapapeles y mientras habla muestra notas de conferencias, pruebas de página, libros, reimpresiones, manuscritos, y todo cuanto pueda sacar de su cartera». «Dirac es diferente. Parece disponer de todo el tiempo del mundo y su trabajo más pesado consistía en mirar por la ventana». «-Profesor- le digo, observo que antepuestas a su apellido hay unas cuantas letras [P. A. M. Dirac]. ¿Significan algo en particular?. –No- dice el profesor».
«-Muy bien- digo-, quisiera usted revelarme el fondo de sus investigaciones? –No- dice.». «Continúo preguntando: -¿Va al cine? –Sí- dice Dirac». «¿Cuándo? –En 1920.»” (De “La unificación de las fuerzas fundamentales”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 1991).
La sencillez de la vida del científico se debe principalmente a que dedica sus pensamientos prioritariamente a la ciencia siendo su vida cotidiana algo rutinaria en los demás aspectos. De ahí que alguna vez se haya caracterizado la vida del matemático Henri Poincaré como “uniforme, exenta de acontecimientos”.
Richard Feynman se dedicaba, de muy joven, a arreglar radiorreceptores de sus vecinos. Además del hábito y el interés por resolver todo problema matemático que se le planteara, tenía curiosidad por los aspectos prácticos que lo llevaron a indagar el funcionamiento de las cajas de seguridad y la manera de abrirlas. Para divertirse, abría las cajas de otros físicos, que trabajan en el proyecto Manhattan, para mostrarles que no guardaban los secretos atómicos encomendados como era debido. Feynman escribió: “No teníamos en Los Álamos espectáculos ni distracción ninguna, así que de alguna forma teníamos que divertirnos, por lo que uno de mis pasatiempos favoritos era el de trastear con la cerradura Mosler de mi archivador”. “Me dije a mí mismo: «Ahora yo podría escribir un libro sobre abre-cajas que iba a dejar chiquitos a todos, porque al empezar podría asegurar que había abierto cajas cuyos contenidos eran más grandes y más importantes que lo que cualquier cosa que un revienta-cajas pudiera haber abierto, salvo, claro está, para salvar una vida. Por mucho que se valoren las piedras preciosas o los lingotes de oro, yo les he ganado a todos: he abierto las cajas de seguridad que contienen los secretos de la bomba atómica….» (De “¿Está Ud. de broma, Sr. Feynman?”-Alianza Editorial SA-Madrid 1994).
Una vez, al realizar una maniobra desafortunada con su bicicleta, recibe la protesta del conductor de un camión, pero en italiano. De ahí que no pudo entender lo que le decía. Entonces vio la manera de divertirse protestando en circunstancias similares utilizando un pseudo-italiano sin significado alguno. Una vez le tocó llevar a su hermana a una reunión de escolares que asistían con sus padres, mientras que cada padre debía hablar a su turno al grupo de niñas. Cuando le toca el turno (iba en reemplazo de su padre que estaba de viaje) se dirige a las niñas en pseudo-italiano. Comenta al respecto: “Seguí así durante dos o tres estrofas, expresando todas las emociones que yo había oído en la emisora italiana, y las chiquillas que se me desternillan, que se echan a rodar por los suelos de risa, embriagadas de felicidad”. “Terminado el banquete, la jefa de las exploradoras y una maestra de escuela se acercaron a decirme que habían estado comentando mi poema. Una de ellas pensaba que era italiano, y la otra, latín. La maestra me pregunta: «Bueno, ¿quién de nosotras tiene razón?». Yo les dije: «Tendrán que preguntarles a las niñas. Ellas entendieron enseguida en qué lenguaje les hablaba»”.
El carácter de Feynman se evidenció también cuando aceptó dar clases de física a nivel universitario en una etapa de plena investigación. De ahí surgieron sus “Lecciones de Física de Feynman” (con R.B. Leighton y M. Sands-Fondo Educativo Interamericano SA-Panamá 1972), que fueron grabadas y editadas en tres tomos, siendo uno de los mejores textos existentes dado que aparecen sus comentarios tales como surgieron durante las clases.
Se advierte también una variedad de personalidades entre los fundadores de la mecánica y de la astronomía, tales los casos de Nicolás Copérnico, el “canónigo tímido”que mantiene sin editar, durante varios decenios, su libro básico, por temor a las burlas que pudiera despertar. Galileo Galilei es el típico italiano discutidor que confronta sus ideas con aristotélicos y sacerdotes. Johannes Kepler es el extrovertido que cuenta en detalles los defectos de su madre como los errores que comete al calcular las órbitas planetarias. Tycho Brahe, es un astrónomo experimental frívolo y excéntrico, de la nobleza, y, finalmente, el introvertido Isaac Newton, que espera que muera Robert Hooke para publicar algunos de sus trabajos para evitar así tener que discutir con dicho rival científico. Incluso sus “Principios Matemáticos de la Filosofía Natural” son publicados ante la persistente presión que recibe de Edmund Halley.
miércoles, 10 de junio de 2015
La capacidad de odiar
Así como existe en los hombres una capacidad para amar al prójimo, existe también una capacidad para odiar, que han de estar vinculadas de alguna manera. Mientras que el amor surge de la capacidad para compartir las penas y las alegrías ajenas, el odio surge de la necesidad de responder con alegría al sufrimiento ajeno y con tristeza ante su éxito, actitud que conduce a la burla y la envidia, respectivamente, que tienden a ser ocultadas por ser defectos que implican debilidad e inferioridad.
Mientras que la capacidad de amar se manifiesta como una capacidad para perdonar, la capacidad de odiar se manifiesta como una capacidad para vengarse por los males recibidos, ya sean reales o imaginados. La actitud del amor conduce a la paz mientras que la asociada al odio conduce al conflicto permanente. Debido a que son opuestas y coexisten en una misma persona, aunque con preponderancia de una de ellas, podemos expresarlas mediante las siguientes igualdades matemáticas:
Capacidad para amar = 1 / Capacidad para odiar
Capacidad para perdonar = 1 / Capacidad para vengarse
Ello implica que, a mayor capacidad para odiar que tiene un individuo, menor será su capacidad para amar. O también, cuanto mayor sea su predisposición para vengarse, menor será su predisposición para perdonar. El que perdona percibe que el odio hace sufrir a quien lo padece, encontrando poco eficaz desearle un mal adicional a quien previamente lo ha perjudicado. Eliphas Levy escribió: “No odiemos ni tengamos resentimientos; quienes nos hacen mal, no saben lo que hacen o ceden a pasiones que los vuelven más desgraciados que nosotros”.
La actitud cooperativa surge luego de haber dejado de lado la tendencia a competir, mientras que quienes compiten desventajosamente muestran una tendencia a rebajar a los demás. Panchatandra escribió: “Los ignorantes odian a los sabios, los pobres a los ricos, los impíos a los piadosos y las mujeres libertinas a las virtuosas” (Del “Diccionario Antológico del Pensamiento Universal” de Antonio Manero-UTEHA-México 1958).
La “ley inversa del perdón y la venganza” se observa con cierta claridad en los líderes políticos, cuyos efectos recaen en toda la población debido a la masiva influencia existente. Uno de los casos más destacados fue el de Nelson Mandela, quien estuvo encarcelado durante 27 años y, sin embargo, no buscó vengarse de sus opositores sino que priorizó la búsqueda del fin de la segregación racial en Sudáfrica logrando éxito en su gestión.
También el Mahatma Gandhi tuvo éxito en su tarea de lograr la independencia de la India sin recurrir a la violencia por cuanto priorizó la dignidad de su pueblo a la búsqueda de cierta “justicia mal entendida” que se establece cada vez que la venganza predomina sobre el perdón. Incluso Gandhi sufrió la discriminación racial en Sudáfrica por cuanto trabajó varios años en ese país como abogado de una empresa hindú.
Mientras que Mandela y Gandhi pertenecen al grupo selecto de los grandes hombres, los políticos totalitarios, que priorizaron la venganza y promovieron la violencia, forman parte del grupo de los pequeños hombres de la historia. Este es el caso de Fidel Castro y de Ernesto Guevara, quienes buscan, apenas finalizada la lucha armada, imponer la “justicia vengativa” del terror. Erik Durschmied relata las respuestas que daba el Che Guevara en una entrevista respecto de los prisioneros políticos: “Nuestra revolución se hizo para traer la igualdad y la justicia a todos”. “No podemos olvidar sus crímenes. No podemos sentir piedad por aquellos que apoyaron la causa de un dictador implacable [Fulgencio Batista]. Debemos mostrar un rigor inflexible hacia los criminales que han traicionado al pueblo cubano”. “No podemos esperar prosperidad mientras el último traidor siga respirando. No debemos castigar sólo a los que han cometido traición sino también a los que no han hecho nada para detener a los malhechores, a los que simplemente se quedaron sentados observando” (De “En las entrañas de la Revolución”-Ediciones Robinbook-Barcelona 2005).
Los líderes vengativos, por lo general, padecieron alguna forma de injusticia, o bien algún conflicto de tipo familiar, que surgen como motivación principal para una acción posterior sustentada en la venganza contra el medio social. Tales injusticias y contratiempos son padecidos también por las personas normales, quienes, sin embargo, buscan sobrellevar su situación personal sin tener que descargar su malestar en los demás. Nicolás Márquez escribe sobre Guevara: “Hay elementos a favor del Che que es necesario poner de manifiesto: jamás escondió sus valores, ni sus acciones, ni su esencia. Por su condición de irrefrenable homicida se autodefinió como «una máquina de matar», por su fanatismo enfermizo consideraba la moderación como una de «las cualidades más execrables que puede tener un individuo»; se consideraba a sí mismo «todo lo contrario a un cristo»; confesó sentir un profuso «odio a la civilización» y enseñó que «la más fuerte y positiva de las manifestaciones pacíficas, es un tiro bien dado a quien se le debe dar»”.
En cuanto a su antiamericanismo, el Che manifestó: “Había en mi familia una bronca especial contra los EEUU. Porque los yanquis aplicaron sus leyes y fueron invadiendo el famoso lejano oeste y tomaron California por la fuerza, degollando a un coronel de la familia de apellido Castro, al que le aplicaron leyes marciales. Esto creó un ambiente de rechazo familiar a todo lo que podía ser americano”.
Respecto de la Iglesia y a su rechazo, Márquez agrega: “Celia [madre del Che] quedó embarazada (en pleno noviazgo). Para tratar de morigerar el escándalo que este episodio generaría en los ambientes católicos y aristocráticos de 1927, se forzó y apuró el casamiento prematuro de Ernesto [padre del Che] y Celia (con casi tres meses de embarazo)…Este episodio relatado, el del embarazo prematrimonial, puede considerarse para la «mass media» apenas un aspecto anecdótico según los usos y costumbres del siglo XXI. Pero ochenta años atrás constituía un motivo grave de vergüenza o ciertamente escandalizante. Muchos sacerdotes, amigos y personalidades del ambiente que Celia frecuentaba, bien reprobaron su conducta o directamente le dieron la espalda, episodio que le produjo un furioso resentimiento contra la Iglesia. Virulenta animosidad anticristiana que le fuera transmitida luego al niño que por entonces yacía en su vientre y al resto de la prole que no tardaría en llegar” (De “El canalla. La verdadera historia del Che”-Buenos Aires 2009).
En cuanto al odio guevarista hacia los ricos, se debe principalmente a que sus progenitores, de origen social elevado, caen en la pobreza debido a decisiones erróneas de su padre. “Según el biógrafo O’Donell, esa doble condición de aristócrata venido a menos, iría forjando en el niño Ernesto a lo largo de su infancia y adolescencia «la identidad de ser ‘el pobre’ en un mundo de ricos» a la vez que «habrá fomentado su rencor hacia los propietarios»”.
Por lo general, la izquierda política admira al Che Guevara “por sus ideales”, sin tener en cuenta los efectos (asesinatos) provocados para ponerlos en práctica. Aunque, más que un tema propio de la ciencia política, el guevarismo es una cuestión de psicología social elemental. Pueden sintetizarse tales “ideales”:
Ideales guevaristas = Odio (a EEUU, la Iglesia y los ricos) + Venganza
También Juan D. Perón tuvo inconvenientes similares por cuanto nació extra-matrimonialmente de una relación entre Mario Tomás Perón y Juana Sosa Toledo (descendiente de indígenas tehuelches y quechuas, que trabajaba para el padre de Mario Tomás). Además, Perón sufre una decepción que lo lleva a alejarse de su madre. Nicolás Márquez escribió: “Su padre había viajado para atender tareas laborales y cuando ambos jóvenes entraron a la casa, encontraron a su madre Juana enredada en la cama con un peón mucho menor que ella, llamado Marcelino. El impactante episodio sorprendió a Perón en presencia de su amigo, lo cual intensificó la humillante vivencia. Desde entonces, rara vez en toda su vida pública Perón se referirá a su madre y prácticamente no hay registros de que en alguna ocasión la haya vuelto a ver (ni siquiera fue a su velorio)” (De “Perón. El fetiche de las masas”-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).
Eva Duarte de Perón, por su parte, sufre decepciones por ser la hija extramatrimonial de un hombre que ya tiene una familia constituida. Cuando muere su padre, Eva asiste al velatorio, pero es rechazada por sus medias hermanas. De ahí que tanto Perón como Eva hayan orientado un movimiento de masas inspirado en cierta animadversión en contra de la clase media y alta, consideradas despectivamente como la “oligarquía”, sobre la cual descargan sus ansias de venganza. Eva Perón escribió: “Porque la limosna para mí siempre fue un placer de los ricos, el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron el perverso placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de la riqueza y de poder para humillar a los humildes” (De “La razón de mi vida”).
Mientras Eva Perón hace luego una ostentosa y publicitada beneficencia vestida con el mayor lujo posible, el “paladín de la justicia social” (Perón) recomendaba a uno de sus ministros remarcando con énfasis la directiva: “¡A los enemigos, ni justicia!”.
El kirchnerismo, como continuador del peronismo, también presenta aspectos negativos asociados a sus promotores. Así, Néstor Kirchner es despreciado y burlado por sus compañeros de escuela, mientras que Cristina Fernández fue una hija extramatrimonial con un padre que no estuvo presente y un padrastro de quien adquiere su apellido. Si se trata de entender la decadencia argentina, debe primero analizarse las preferencias políticas e ideológicas de la población que, en este caso, derivan de estados emocionales negativos de los líderes populistas más influyentes. Podemos sintetizar tal etapa de la vida nacional de la siguiente forma:
Etapa populista y totalitaria = Resentimiento social + Venganza contra la sociedad
Mientras que la capacidad de amar se manifiesta como una capacidad para perdonar, la capacidad de odiar se manifiesta como una capacidad para vengarse por los males recibidos, ya sean reales o imaginados. La actitud del amor conduce a la paz mientras que la asociada al odio conduce al conflicto permanente. Debido a que son opuestas y coexisten en una misma persona, aunque con preponderancia de una de ellas, podemos expresarlas mediante las siguientes igualdades matemáticas:
Capacidad para amar = 1 / Capacidad para odiar
Capacidad para perdonar = 1 / Capacidad para vengarse
Ello implica que, a mayor capacidad para odiar que tiene un individuo, menor será su capacidad para amar. O también, cuanto mayor sea su predisposición para vengarse, menor será su predisposición para perdonar. El que perdona percibe que el odio hace sufrir a quien lo padece, encontrando poco eficaz desearle un mal adicional a quien previamente lo ha perjudicado. Eliphas Levy escribió: “No odiemos ni tengamos resentimientos; quienes nos hacen mal, no saben lo que hacen o ceden a pasiones que los vuelven más desgraciados que nosotros”.
La actitud cooperativa surge luego de haber dejado de lado la tendencia a competir, mientras que quienes compiten desventajosamente muestran una tendencia a rebajar a los demás. Panchatandra escribió: “Los ignorantes odian a los sabios, los pobres a los ricos, los impíos a los piadosos y las mujeres libertinas a las virtuosas” (Del “Diccionario Antológico del Pensamiento Universal” de Antonio Manero-UTEHA-México 1958).
La “ley inversa del perdón y la venganza” se observa con cierta claridad en los líderes políticos, cuyos efectos recaen en toda la población debido a la masiva influencia existente. Uno de los casos más destacados fue el de Nelson Mandela, quien estuvo encarcelado durante 27 años y, sin embargo, no buscó vengarse de sus opositores sino que priorizó la búsqueda del fin de la segregación racial en Sudáfrica logrando éxito en su gestión.
También el Mahatma Gandhi tuvo éxito en su tarea de lograr la independencia de la India sin recurrir a la violencia por cuanto priorizó la dignidad de su pueblo a la búsqueda de cierta “justicia mal entendida” que se establece cada vez que la venganza predomina sobre el perdón. Incluso Gandhi sufrió la discriminación racial en Sudáfrica por cuanto trabajó varios años en ese país como abogado de una empresa hindú.
Mientras que Mandela y Gandhi pertenecen al grupo selecto de los grandes hombres, los políticos totalitarios, que priorizaron la venganza y promovieron la violencia, forman parte del grupo de los pequeños hombres de la historia. Este es el caso de Fidel Castro y de Ernesto Guevara, quienes buscan, apenas finalizada la lucha armada, imponer la “justicia vengativa” del terror. Erik Durschmied relata las respuestas que daba el Che Guevara en una entrevista respecto de los prisioneros políticos: “Nuestra revolución se hizo para traer la igualdad y la justicia a todos”. “No podemos olvidar sus crímenes. No podemos sentir piedad por aquellos que apoyaron la causa de un dictador implacable [Fulgencio Batista]. Debemos mostrar un rigor inflexible hacia los criminales que han traicionado al pueblo cubano”. “No podemos esperar prosperidad mientras el último traidor siga respirando. No debemos castigar sólo a los que han cometido traición sino también a los que no han hecho nada para detener a los malhechores, a los que simplemente se quedaron sentados observando” (De “En las entrañas de la Revolución”-Ediciones Robinbook-Barcelona 2005).
Los líderes vengativos, por lo general, padecieron alguna forma de injusticia, o bien algún conflicto de tipo familiar, que surgen como motivación principal para una acción posterior sustentada en la venganza contra el medio social. Tales injusticias y contratiempos son padecidos también por las personas normales, quienes, sin embargo, buscan sobrellevar su situación personal sin tener que descargar su malestar en los demás. Nicolás Márquez escribe sobre Guevara: “Hay elementos a favor del Che que es necesario poner de manifiesto: jamás escondió sus valores, ni sus acciones, ni su esencia. Por su condición de irrefrenable homicida se autodefinió como «una máquina de matar», por su fanatismo enfermizo consideraba la moderación como una de «las cualidades más execrables que puede tener un individuo»; se consideraba a sí mismo «todo lo contrario a un cristo»; confesó sentir un profuso «odio a la civilización» y enseñó que «la más fuerte y positiva de las manifestaciones pacíficas, es un tiro bien dado a quien se le debe dar»”.
En cuanto a su antiamericanismo, el Che manifestó: “Había en mi familia una bronca especial contra los EEUU. Porque los yanquis aplicaron sus leyes y fueron invadiendo el famoso lejano oeste y tomaron California por la fuerza, degollando a un coronel de la familia de apellido Castro, al que le aplicaron leyes marciales. Esto creó un ambiente de rechazo familiar a todo lo que podía ser americano”.
Respecto de la Iglesia y a su rechazo, Márquez agrega: “Celia [madre del Che] quedó embarazada (en pleno noviazgo). Para tratar de morigerar el escándalo que este episodio generaría en los ambientes católicos y aristocráticos de 1927, se forzó y apuró el casamiento prematuro de Ernesto [padre del Che] y Celia (con casi tres meses de embarazo)…Este episodio relatado, el del embarazo prematrimonial, puede considerarse para la «mass media» apenas un aspecto anecdótico según los usos y costumbres del siglo XXI. Pero ochenta años atrás constituía un motivo grave de vergüenza o ciertamente escandalizante. Muchos sacerdotes, amigos y personalidades del ambiente que Celia frecuentaba, bien reprobaron su conducta o directamente le dieron la espalda, episodio que le produjo un furioso resentimiento contra la Iglesia. Virulenta animosidad anticristiana que le fuera transmitida luego al niño que por entonces yacía en su vientre y al resto de la prole que no tardaría en llegar” (De “El canalla. La verdadera historia del Che”-Buenos Aires 2009).
En cuanto al odio guevarista hacia los ricos, se debe principalmente a que sus progenitores, de origen social elevado, caen en la pobreza debido a decisiones erróneas de su padre. “Según el biógrafo O’Donell, esa doble condición de aristócrata venido a menos, iría forjando en el niño Ernesto a lo largo de su infancia y adolescencia «la identidad de ser ‘el pobre’ en un mundo de ricos» a la vez que «habrá fomentado su rencor hacia los propietarios»”.
Por lo general, la izquierda política admira al Che Guevara “por sus ideales”, sin tener en cuenta los efectos (asesinatos) provocados para ponerlos en práctica. Aunque, más que un tema propio de la ciencia política, el guevarismo es una cuestión de psicología social elemental. Pueden sintetizarse tales “ideales”:
Ideales guevaristas = Odio (a EEUU, la Iglesia y los ricos) + Venganza
También Juan D. Perón tuvo inconvenientes similares por cuanto nació extra-matrimonialmente de una relación entre Mario Tomás Perón y Juana Sosa Toledo (descendiente de indígenas tehuelches y quechuas, que trabajaba para el padre de Mario Tomás). Además, Perón sufre una decepción que lo lleva a alejarse de su madre. Nicolás Márquez escribió: “Su padre había viajado para atender tareas laborales y cuando ambos jóvenes entraron a la casa, encontraron a su madre Juana enredada en la cama con un peón mucho menor que ella, llamado Marcelino. El impactante episodio sorprendió a Perón en presencia de su amigo, lo cual intensificó la humillante vivencia. Desde entonces, rara vez en toda su vida pública Perón se referirá a su madre y prácticamente no hay registros de que en alguna ocasión la haya vuelto a ver (ni siquiera fue a su velorio)” (De “Perón. El fetiche de las masas”-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).
Eva Duarte de Perón, por su parte, sufre decepciones por ser la hija extramatrimonial de un hombre que ya tiene una familia constituida. Cuando muere su padre, Eva asiste al velatorio, pero es rechazada por sus medias hermanas. De ahí que tanto Perón como Eva hayan orientado un movimiento de masas inspirado en cierta animadversión en contra de la clase media y alta, consideradas despectivamente como la “oligarquía”, sobre la cual descargan sus ansias de venganza. Eva Perón escribió: “Porque la limosna para mí siempre fue un placer de los ricos, el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron el perverso placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son para mí ostentación de la riqueza y de poder para humillar a los humildes” (De “La razón de mi vida”).
Mientras Eva Perón hace luego una ostentosa y publicitada beneficencia vestida con el mayor lujo posible, el “paladín de la justicia social” (Perón) recomendaba a uno de sus ministros remarcando con énfasis la directiva: “¡A los enemigos, ni justicia!”.
El kirchnerismo, como continuador del peronismo, también presenta aspectos negativos asociados a sus promotores. Así, Néstor Kirchner es despreciado y burlado por sus compañeros de escuela, mientras que Cristina Fernández fue una hija extramatrimonial con un padre que no estuvo presente y un padrastro de quien adquiere su apellido. Si se trata de entender la decadencia argentina, debe primero analizarse las preferencias políticas e ideológicas de la población que, en este caso, derivan de estados emocionales negativos de los líderes populistas más influyentes. Podemos sintetizar tal etapa de la vida nacional de la siguiente forma:
Etapa populista y totalitaria = Resentimiento social + Venganza contra la sociedad
domingo, 7 de junio de 2015
Legitimidad de acceso al poder vs. legitimidad de la gestión
Existe, por lo general, una tendencia a valorar las acciones humanas adoptando como referencia las leyes humanas, provenientes del Derecho, en lugar de adoptar como referencia las leyes naturales asociadas a la Ética natural. En cuestiones de política, un acto considerado legal debería también ser considerado moral. Sin embargo, muchas veces ocurre que sólo unas pocas leyes humanas son tenidas en cuenta, dejando de lado otras tantas, para legitimar acciones reñidas con los requisitos elementales para un comportamiento considerado ético. Este es el caso de los sectores populistas y totalitarios que priorizan la ley electoral incumpliendo la mayor parte de las leyes restantes.
Mientras se aduce la legitimidad de acceso al poder, al respetar la decisión popular manifestada mediante una votación, se incumplen leyes asociadas a la gestión del mandato, lo que implica establecer un gobierno ilegítimo por ser también ilegal en su mayor parte. También es ilegítimo el gobierno que accede al poder sin respetar el mandato electoral aunque cumpla con las leyes asociadas a su gestión. Sin embargo, para valorar los distintos tipos de gobierno del pasado, debe adoptarse el criterio de contemplar ambos aspectos simultáneamente, de manera de poder considerar como ilegítimos a los gobiernos de tipo populista que se caracterizaron por infringir la mayor parte de las leyes vigentes, o bien cuando las cambiaron por otras leyes que resultaron incompatibles con los principios elementales de la democracia.
Si se adoptara este criterio, miraríamos la historia de manera distinta, incluso considerando como antidemocráticos algunos gobiernos totalitarios surgidos mediante procesos eleccionarios (como los gobiernos de Perón) y democráticos los gobiernos de facto que pretendieron restaurar la democracia usurpada y tergiversada por la demagogia y la mentira. Quienes consideran, con bastante razón, que es injusto considerar democráticos a gobiernos surgidos mediante golpes de Estado, entenderán también que es una aberración considerar democráticos a gobiernos que usaron el poder para destruir el orden social imponiendo el criterio del déspota de turno y cuyas intenciones eran impropias de una persona normal. Germán J. Bidart Campos escribió: “Ha sido necesario que, paulatinamente, la infiltración del cristianismo en la ideología política iluminara la concepción del Estado y del orden político para que de ahí en más surgieran autores y corrientes de doctrina que negaran obediencia al gobernante injusto, y que acordaran a la comunidad el derecho de resistirle y deponerlo en casos excepcionales y con ciertas precauciones”.
“El primer atisbo lo hallamos ya en el Nuevo Testamento, en el texto de los Hechos de los Apóstoles donde se dice que hay que obedecer primero a Dios que a los hombres. O sea que cuando el gobernante manda algo en contra de la ley divina, la prioridad de la obediencia a Dios permite que se desobedezca la orden del gobernante, y a veces, según los casos, hasta obliga a esa desobediencia”.
“Desde este planteo de base religiosa y ética, se salta a muy ulteriores concepciones, que al distinguir en el poder y en el gobernante una legitimidad de origen (cuando el acceso al poder es legal y regular) y una legitimidad de ejercicio (cuando el poder se usa conforme a derecho y justicia), van a fabricar la idea de que la legitimidad de ejercicio se pierde por el mal uso del poder. Ese ejercicio desviado llega a autorizar, en situaciones de extrema gravedad, la desobediencia y la resistencia. Estamos ante el tirano de ejercicio, o sea, aquél que pese a su título legal en el acceso al poder, emplea el poder en contra del bien común, de la ley natural, de la ley divina, de la justicia, etc.” (De “Lecciones elementales de política”-Ediart-Buenos Aires 1996).
Lo esencial del cristianismo consiste en el prioritario acatamiento a la ley de Dios antes que a las leyes del hombre, lo que se simboliza como el gobierno o el Reino de Dios. Para promover la obediencia de los hombres a la autoridad del rey, se admitía que el propio rey debía estar sometido previamente a la ley de Dios. Posteriormente se consideró que entre gobernantes y pueblo existía un pacto o contrato que debía ser cumplido por ambas partes. Su incumplimiento, por parte del gobernante, daría lugar a una legítima desobediencia por parte de los gobernados. El citado autor agrega: “En un primer momento, la máxima injusticia por parte del gobernante se consideró radicada en los mandatos y órdenes opuestos a la ley divina. Es allí donde la ya citada afirmación apostólica ponía frente a frente dos lealtades en conflicto: la lealtad a Dios y la lealtad al poder temporal. La opción se decidía por lo más valioso: la obediencia a Dios antes que la obediencia a los hombres. En alguna medida, el pensamiento griego anterior a Cristo había dejado un planteo semejante en la Antígona de Sófocles, que prefirió sepultar a su hermano conforme a la ley de los dioses, desobedeciendo al gobernante que lo tenía prohibido”.
“Cuando, avanzada la especulación ética y política, se da por cierto que el gobernante tiene un deber de servicio para el bien de la comunidad, y que debe actuar según la ley natural y el derecho humano vigente en su reino, la infracción a la justicia halla campo más amplio para considerarse consumada, cada vez que de modo sistemático y habitual el gobernante se aparta de sus obligaciones frente al pueblo. Y aunque durante mucho tiempo no se llegue a admitir que el pueblo pueda hacer responsable ante sí al rey injusto, ni se acepte una vis o fuerza coactiva contra el gobernante, se alegará en casos extremos que el derecho de legítima defensa autoriza a desobedecer y a resistir frente a la tiranía insoportable, cuando agotados los recursos normales previos, no quede a disposición de la comunidad otra vía para deshacerse del tirano”.
“Al jugar entre rey y pueblo un vínculo pactado, con la consiguiente obligación recíproca, se va a decir que el juramento de fidelidad y el consentimiento prestado por la comunidad al gobernante están condicionados a que el gobernante cumpla, a su vez, con su deber de actuar justamente y en beneficio de la comunidad. Y aquel vínculo se considerará roto cuando el gobernante incurra en infracción a su obligación regia”.
Por lo general, en la Argentina se acepta como legítimo y “bueno” al gobierno que accede al poder vía elecciones, aunque luego establezca una tiranía de tipo totalitario. Por el contrario, se considera ilegítimo y “malo” todo intento de liberar al pueblo de tal tiranía. Así, se considera como “democráticos” a los tiránicos primeros gobiernos ejercidos por Perón y “antidemocrática” la Revolución Libertadora que debió ser realizada para restaurar la democracia. De ahí que el peronismo considere sólo la legitimidad de acceso al poder mientras que la oposición considera también la legitimidad de la gestión gubernamental.
Daremos un paso adelante cuando tengamos en cuenta que no todos los golpes de Estado han sido antidemocráticos ni todos los gobiernos electos han sido democráticos, para poder así incluir entre las causas del subdesarrollo no sólo los errores de los militares, sino también de los políticos populistas.
Hubo golpes de Estado posteriores que no respondieron a causas extremas, tales los que destituyeron a Arturo Frondizi y Arturo Illia. El reemplazo de gobiernos legítimos, que podrían considerarse mediocres, al ser reemplazados por gobiernos de facto también mediocres, no tenía razón de ser.
Luego de una etapa bastante exitosa, conocida como “el orden conservador”, se inicia la era del populismo y de los golpes de Estado, que produjeron el continuo retroceso del país en comparación con el resto de los países. Mientras que la Argentina se ha liberado de los gobiernos militares, todavía estamos lejos de liberarnos de los gobiernos populistas y totalitarios con acceso legítimo al poder.
El primer golpe de Estado del siglo XX fue el que derrocó a Hipólito Yrigoyen. La “culpa” de ese golpe no debe atribuirse sólo al Gral. José F. Uriburu, sino también al propio Yrigoyen, quien había constituido un gobierno populista con ciertos atisbos de tiranía. Nicolás Márquez escribió: “El anciano mandatario gestionaba con una notoria lentitud e ineptitud personal a la hora de responder a los reclamos políticos y sociales. Pasaban los meses y aún no se había llevado a cabo ninguna sesión ordinaria del Congreso. Las provincias opositoras eran intervenidas, y el país padecía a un gobierno paralizado”.
“El deterioro era tan evidente que hasta sus propios partidarios comenzaron a quitarle apoyo sumándose al descontento popular y con ello potenciando la debilidad gubernamental: «Una de las pobres respuestas que el radicalismo había encontrado, contraproducente y peligrosa, fue la de promover el fraude electoral en las Provincias de San Juan, Mendoza y Córdoba, y responder con más violencia a la violencia de la oposición», señala el historiador Claudio Chaves”.
“El de 1930 ni siquiera puede considerarse un golpe anti-radical: relevantes hombres de la UCR […] reivindicaron la sublevación militar. El propio ex Presidente Alvear […] arremetía con lenguaje socarrón: «Tenía que ser así. Yrigoyen con una absoluta ignorancia de toda práctica de gobierno democrático, parece que se hubiese complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar no es payar. Para él no existía ni la opinión pública, ni los cargos, ni los hombres. Humilló a sus ministros y desvalorizó las más altas investiduras. Quien siembra vientos cosecha tempestades»” (De “Perón. El fetiche de las masas”-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).
En forma similar en que se considera la Revolución de 1930 como el inicio del deterioro y estancamiento nacional, y no a la presidencia de Yrigoyen, se conoce como “la década infame” a la iniciada en 1930 en lugar de atribuir tal denominación, con mayor justicia, a la que se inició en 1943. Esta etapa, que va del 43 hasta la destitución de Perón en 1955, fue la de un régimen totalitario que esencialmente imitaba la fallida política social y económica del fascismo y del nazismo. Sin embargo, como el criterio imperante consiste en valorar la legitimidad del acceso al poder (como fue el caso de Perón) sin tener en cuenta los resultados concretos de la gestión, se pasa por alto el proceso que deterioró seriamente a la nación y del que todavía no nos hemos podido liberar. El citado autor escribió: “A pesar que durante la gestión de Uriburu existieron algunas pretensiones corporativistas en materia económica, afortunadamente no llegaron a aplicarse por falta de consenso político y por ende el de Uriburu acabó siendo un gobierno de orden y transición. Al poco tiempo, el Presidente de facto llamó a elecciones reanudándose así los comicios y la actividad política, consagrándose Presidente el candidato conservador Agustín P. Justo (que paradójicamente había sido Ministro radical durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear), quien gobernó el país entre 1932 y 1938 restaurando una tradición de administraciones conservadoras que se prolongarán hasta junio de 1943”.
Mientras que alemanes e italianos abandonaron lo que perjudicó seriamente a sus países, como el nazismo y el fascismo, gran parte de los argentinos mantiene vigente al peronismo. Debido a que el peronismo asegura un importante caudal de votos y de apoyo, varios gobiernos posteriores lo imitaron, ya se tratara de políticos o de militares. Así nos va.
Mientras se aduce la legitimidad de acceso al poder, al respetar la decisión popular manifestada mediante una votación, se incumplen leyes asociadas a la gestión del mandato, lo que implica establecer un gobierno ilegítimo por ser también ilegal en su mayor parte. También es ilegítimo el gobierno que accede al poder sin respetar el mandato electoral aunque cumpla con las leyes asociadas a su gestión. Sin embargo, para valorar los distintos tipos de gobierno del pasado, debe adoptarse el criterio de contemplar ambos aspectos simultáneamente, de manera de poder considerar como ilegítimos a los gobiernos de tipo populista que se caracterizaron por infringir la mayor parte de las leyes vigentes, o bien cuando las cambiaron por otras leyes que resultaron incompatibles con los principios elementales de la democracia.
Si se adoptara este criterio, miraríamos la historia de manera distinta, incluso considerando como antidemocráticos algunos gobiernos totalitarios surgidos mediante procesos eleccionarios (como los gobiernos de Perón) y democráticos los gobiernos de facto que pretendieron restaurar la democracia usurpada y tergiversada por la demagogia y la mentira. Quienes consideran, con bastante razón, que es injusto considerar democráticos a gobiernos surgidos mediante golpes de Estado, entenderán también que es una aberración considerar democráticos a gobiernos que usaron el poder para destruir el orden social imponiendo el criterio del déspota de turno y cuyas intenciones eran impropias de una persona normal. Germán J. Bidart Campos escribió: “Ha sido necesario que, paulatinamente, la infiltración del cristianismo en la ideología política iluminara la concepción del Estado y del orden político para que de ahí en más surgieran autores y corrientes de doctrina que negaran obediencia al gobernante injusto, y que acordaran a la comunidad el derecho de resistirle y deponerlo en casos excepcionales y con ciertas precauciones”.
“El primer atisbo lo hallamos ya en el Nuevo Testamento, en el texto de los Hechos de los Apóstoles donde se dice que hay que obedecer primero a Dios que a los hombres. O sea que cuando el gobernante manda algo en contra de la ley divina, la prioridad de la obediencia a Dios permite que se desobedezca la orden del gobernante, y a veces, según los casos, hasta obliga a esa desobediencia”.
“Desde este planteo de base religiosa y ética, se salta a muy ulteriores concepciones, que al distinguir en el poder y en el gobernante una legitimidad de origen (cuando el acceso al poder es legal y regular) y una legitimidad de ejercicio (cuando el poder se usa conforme a derecho y justicia), van a fabricar la idea de que la legitimidad de ejercicio se pierde por el mal uso del poder. Ese ejercicio desviado llega a autorizar, en situaciones de extrema gravedad, la desobediencia y la resistencia. Estamos ante el tirano de ejercicio, o sea, aquél que pese a su título legal en el acceso al poder, emplea el poder en contra del bien común, de la ley natural, de la ley divina, de la justicia, etc.” (De “Lecciones elementales de política”-Ediart-Buenos Aires 1996).
Lo esencial del cristianismo consiste en el prioritario acatamiento a la ley de Dios antes que a las leyes del hombre, lo que se simboliza como el gobierno o el Reino de Dios. Para promover la obediencia de los hombres a la autoridad del rey, se admitía que el propio rey debía estar sometido previamente a la ley de Dios. Posteriormente se consideró que entre gobernantes y pueblo existía un pacto o contrato que debía ser cumplido por ambas partes. Su incumplimiento, por parte del gobernante, daría lugar a una legítima desobediencia por parte de los gobernados. El citado autor agrega: “En un primer momento, la máxima injusticia por parte del gobernante se consideró radicada en los mandatos y órdenes opuestos a la ley divina. Es allí donde la ya citada afirmación apostólica ponía frente a frente dos lealtades en conflicto: la lealtad a Dios y la lealtad al poder temporal. La opción se decidía por lo más valioso: la obediencia a Dios antes que la obediencia a los hombres. En alguna medida, el pensamiento griego anterior a Cristo había dejado un planteo semejante en la Antígona de Sófocles, que prefirió sepultar a su hermano conforme a la ley de los dioses, desobedeciendo al gobernante que lo tenía prohibido”.
“Cuando, avanzada la especulación ética y política, se da por cierto que el gobernante tiene un deber de servicio para el bien de la comunidad, y que debe actuar según la ley natural y el derecho humano vigente en su reino, la infracción a la justicia halla campo más amplio para considerarse consumada, cada vez que de modo sistemático y habitual el gobernante se aparta de sus obligaciones frente al pueblo. Y aunque durante mucho tiempo no se llegue a admitir que el pueblo pueda hacer responsable ante sí al rey injusto, ni se acepte una vis o fuerza coactiva contra el gobernante, se alegará en casos extremos que el derecho de legítima defensa autoriza a desobedecer y a resistir frente a la tiranía insoportable, cuando agotados los recursos normales previos, no quede a disposición de la comunidad otra vía para deshacerse del tirano”.
“Al jugar entre rey y pueblo un vínculo pactado, con la consiguiente obligación recíproca, se va a decir que el juramento de fidelidad y el consentimiento prestado por la comunidad al gobernante están condicionados a que el gobernante cumpla, a su vez, con su deber de actuar justamente y en beneficio de la comunidad. Y aquel vínculo se considerará roto cuando el gobernante incurra en infracción a su obligación regia”.
Por lo general, en la Argentina se acepta como legítimo y “bueno” al gobierno que accede al poder vía elecciones, aunque luego establezca una tiranía de tipo totalitario. Por el contrario, se considera ilegítimo y “malo” todo intento de liberar al pueblo de tal tiranía. Así, se considera como “democráticos” a los tiránicos primeros gobiernos ejercidos por Perón y “antidemocrática” la Revolución Libertadora que debió ser realizada para restaurar la democracia. De ahí que el peronismo considere sólo la legitimidad de acceso al poder mientras que la oposición considera también la legitimidad de la gestión gubernamental.
Daremos un paso adelante cuando tengamos en cuenta que no todos los golpes de Estado han sido antidemocráticos ni todos los gobiernos electos han sido democráticos, para poder así incluir entre las causas del subdesarrollo no sólo los errores de los militares, sino también de los políticos populistas.
Hubo golpes de Estado posteriores que no respondieron a causas extremas, tales los que destituyeron a Arturo Frondizi y Arturo Illia. El reemplazo de gobiernos legítimos, que podrían considerarse mediocres, al ser reemplazados por gobiernos de facto también mediocres, no tenía razón de ser.
Luego de una etapa bastante exitosa, conocida como “el orden conservador”, se inicia la era del populismo y de los golpes de Estado, que produjeron el continuo retroceso del país en comparación con el resto de los países. Mientras que la Argentina se ha liberado de los gobiernos militares, todavía estamos lejos de liberarnos de los gobiernos populistas y totalitarios con acceso legítimo al poder.
El primer golpe de Estado del siglo XX fue el que derrocó a Hipólito Yrigoyen. La “culpa” de ese golpe no debe atribuirse sólo al Gral. José F. Uriburu, sino también al propio Yrigoyen, quien había constituido un gobierno populista con ciertos atisbos de tiranía. Nicolás Márquez escribió: “El anciano mandatario gestionaba con una notoria lentitud e ineptitud personal a la hora de responder a los reclamos políticos y sociales. Pasaban los meses y aún no se había llevado a cabo ninguna sesión ordinaria del Congreso. Las provincias opositoras eran intervenidas, y el país padecía a un gobierno paralizado”.
“El deterioro era tan evidente que hasta sus propios partidarios comenzaron a quitarle apoyo sumándose al descontento popular y con ello potenciando la debilidad gubernamental: «Una de las pobres respuestas que el radicalismo había encontrado, contraproducente y peligrosa, fue la de promover el fraude electoral en las Provincias de San Juan, Mendoza y Córdoba, y responder con más violencia a la violencia de la oposición», señala el historiador Claudio Chaves”.
“El de 1930 ni siquiera puede considerarse un golpe anti-radical: relevantes hombres de la UCR […] reivindicaron la sublevación militar. El propio ex Presidente Alvear […] arremetía con lenguaje socarrón: «Tenía que ser así. Yrigoyen con una absoluta ignorancia de toda práctica de gobierno democrático, parece que se hubiese complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar no es payar. Para él no existía ni la opinión pública, ni los cargos, ni los hombres. Humilló a sus ministros y desvalorizó las más altas investiduras. Quien siembra vientos cosecha tempestades»” (De “Perón. El fetiche de las masas”-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).
En forma similar en que se considera la Revolución de 1930 como el inicio del deterioro y estancamiento nacional, y no a la presidencia de Yrigoyen, se conoce como “la década infame” a la iniciada en 1930 en lugar de atribuir tal denominación, con mayor justicia, a la que se inició en 1943. Esta etapa, que va del 43 hasta la destitución de Perón en 1955, fue la de un régimen totalitario que esencialmente imitaba la fallida política social y económica del fascismo y del nazismo. Sin embargo, como el criterio imperante consiste en valorar la legitimidad del acceso al poder (como fue el caso de Perón) sin tener en cuenta los resultados concretos de la gestión, se pasa por alto el proceso que deterioró seriamente a la nación y del que todavía no nos hemos podido liberar. El citado autor escribió: “A pesar que durante la gestión de Uriburu existieron algunas pretensiones corporativistas en materia económica, afortunadamente no llegaron a aplicarse por falta de consenso político y por ende el de Uriburu acabó siendo un gobierno de orden y transición. Al poco tiempo, el Presidente de facto llamó a elecciones reanudándose así los comicios y la actividad política, consagrándose Presidente el candidato conservador Agustín P. Justo (que paradójicamente había sido Ministro radical durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear), quien gobernó el país entre 1932 y 1938 restaurando una tradición de administraciones conservadoras que se prolongarán hasta junio de 1943”.
Mientras que alemanes e italianos abandonaron lo que perjudicó seriamente a sus países, como el nazismo y el fascismo, gran parte de los argentinos mantiene vigente al peronismo. Debido a que el peronismo asegura un importante caudal de votos y de apoyo, varios gobiernos posteriores lo imitaron, ya se tratara de políticos o de militares. Así nos va.
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