La religión cristiana nace entre los hebreos, un pueblo que formaba parte del Imperio Romano, quedando ligada su posterior difusión a dicho Imperio. Dos de sus principales promotores, Pedro y Pablo, el primero fundador de la Iglesia y el segundo su gran difusor, son ajusticiados precisamente en Roma como reacción ante la nueva religión que no aceptaba a las vigentes en ese entonces. Eric Frattini escribió: “San Pedro, llamado realmente Simón bar Joná, fue crucificado en el año 64 o 65 DC por orden del emperador Nerón. Condenado a morir en la cruz, San Pedro pidió ser crucificado cabeza abajo, ya que se consideraba indigno de morir de la misma forma que Jesucristo”. “San Pedro y San Pablo murieron en Roma, el primero en la colina vaticana y en segundo en la vía Ostiense” (De “Secretos vaticanos”-Editorial EDAF SA-Madrid 2003).
Quien promueve, sin quererlo, que los predicadores lleven el mensaje cristiano a todas las naciones, en cumplimento de la voluntad de su fundador, es el propio Saulo de Tarso (Pablo luego de su conversión y posteriormente San Pablo) quien se dedicaba a combatir a los primeros cristianos. Frank G. Slaughter escribió: “En Jerusalén, la práctica inicial en la Iglesia de compartir los propios bienes tuvo que ser abandonada, porque la congregación se veía obligada a reunirse en secreto para evitar la persecución de Saulo. Fueron tiempos de grandes calamidades para la joven iglesia, y si no hubiera sido por la fe y la confianza inconmovibles de Simón Pedro, hubiera sido destruida por completo”. “Algún día le vamos a agradecer a Saulo de Tarso por el favor que nos hizo cuando intentaba acabar con nosotros –dijo Bernabé con tristeza- ¿Qué harás ahora que las persecuciones han empezado a ceder, Pedro?”. “…Pienso que nuestro futuro está fuera de Jerusalén” (De “Tu eres Pedro”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2009).
En Roma, los sucesivos emperadores mantienen la prohibición a los cristianos de profesar su fe hasta que Constantino y Licinio, mediante el Edicto de Milán del año 313, les conceden los mismos derechos que al resto de los religiosos. Jonathan Kirsch escribió: “Constantino había puesto fin a la Gran Persecución y garantizado a los cristianos la misma libertad de culto que habían disfrutado los diversos credos paganos, pero todavía oficiaba de Pontifex Maximus en los colegios sacerdotales que preservaban y practicaban el culto al viejo panteón”.
Los cristianos se mantienen unidos mientras son víctimas de la persecución. Sin embargo, cuando ese peligro deja de existir, comienzan los conflictos internos, ya que surgen reproches desde quienes soportaron los castigos (los mártires) hacia los que cedieron para evitarlos. “No todo cristiano, sin embargo, contempló la Paz de la Iglesia como una bendición absoluta. Por la mayor ironía de todas, la libertad de culto que Licinio y Constantino establecieron en Milán fue la fuente de un tipo de terror completamente nuevo. Para el verdadero creyente en el monoteísmo, la libertad de abrazar cualquier fe conllevaba el riesgo de que algunos hombres y mujeres sumidos en las tinieblas abrazaran la fe equivocada. Para los cristianos rigoristas, el riesgo en sí resultaba intolerable: «Así pues, en el siglo que inauguró la Paz de la Iglesia –explica Ramsay MacMullen-, murieron más cristianos por su fe a manos de correligionarios cristianos de los que habían muerto en todas las persecuciones». Con la Paz de la Iglesia comienza un nuevo, notable y terrible fenómeno. Algunos cristianos se apresuran a convertirse de perseguidos en perseguidores” (De “Dios contra los dioses”-Ediciones B SA-Barcelona 2006).
“El primer obispo de la Iglesia de los Mártires de Cartago fue un hombre llamado Mayorino. Su sucesor fue Donato, de modo que los clérigos y fieles de la Iglesia de los Mártires llegaron a ser conocidos como donatistas”. “Los obispos cristianos que pretendían aplastar a los donatistas afirmaban actuar en nombre de la Iglesia «católica» y «ortodoxa». Según el significado literal de estos términos, «católica» significa «universal» y «ortodoxa» quiere decir «conforme al dogma»”. “Hacia el siglo IV, un obispo fue capaz de citar un total de 156 creencias y prácticas falsas dentro de la comunidad cristiana”.
Puede decirse que gran parte de los conflictos derivan, no de ponerse de acuerdo en lo que Cristo dijo a los hombres, sino en lo que los hombres dicen sobre Cristo. El caso más conocido fue el del sacerdote alejandrino Arrio. “Reducido a su más simple expresión –que es exactamente lo que el propio Arrio trataba de hacer- el arrianismo se basa en la idea en apariencia intrascendente de que Jesús es el Hijo de Dios y no el propio Dios. Al fin y al cabo, eso es exactamente lo que la Biblia cristiana dice de Jesús en la que tal vez sea su línea de texto más conmovedora y citada: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito- reza el versículo del Evangelio de San Juan- , para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»”.
“Por supuesto, la creencia cristiana de que Dios engendró un hijo haciendo que una mujer concibiera era una noción que sus pares en el monoteísmo –los judíos- consideraran ajena y ofensiva. La teología judía sostenía que Dios podía otorgar a un hombre o mujer el don de la profecía o nombrar a un rey o conquistador para que realizase hazañas maravillosas como Mesías o «ungido», pero de ninguna manera engendraba hijos, fueran mortales o divinos”.
“Lo irónico es que esa misma idea resultaba del todo plausible para los paganos a quienes los cristianos pretendían convertir al monoteísmo. En verdad, se trataba de un lugar común de los mitos y leyendas del paganismo: los dioses estaban tanto dispuestos como capacitados para engendrar hijos con mujeres mortales, según la manera pagana de pensar, aunque se creyera que un mortal era incapaz de hacer lo mismo con una diosa”.
“Además, el concepto de una relación padre-hijo entre Dios y Jesús era para los cristianos un modo práctico de explicar al mundo pagano lo que quiere decir el Nuevo Testamento cuando parece referirse no a una sino a tres divinidades: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la Tierra- dice Jesús a sus discípulos, y les pone una tarea-: id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». En cuanto Constantino accedió al trono –y en cuanto el Edicto de Milán legalizó el cristianismo-, las iglesias empezaron a llenarse de paganos curiosos dispuestos a escuchar a predicadores cristianos como Arrio, y él se expresaba con palabras y frases sacadas de las Sagradas Escrituras que ellos pudieran comprender”.
“Incluso Agustín, que participó en la lucha contra el arrianismo, reconoce en las Confesiones que no ha penetrado el misterio –la «Trinidad se me aparece en un espejo oscuro», escribe- y duda que nadie haya logrado una mayor comprensión. «¿Quién de nosotros comprende la Todopoderosa Trinidad? –dice con resignación- Rara es el alma que mientras habla de ella, sabe de lo que habla»”.
“¿Fue Jesús «engendrado», como insistían los arrianos con fervor? Es decir, ¿fue creado por Dios? ¿O era «ingénito», como insistían los antiarrianos con no menor pasión? O lo que es lo mismo, ¿era uno y lo mismo que Dios? ¿Creó Dios a Jesús ex nihilo («de la nada») o había coexistido eternamente con Dios?”. “Nos persiguen –protestaba Arrio en un resumen de los argumentos de sus enemigos contra él- porque decimos: «El Hijo tiene un principio pero Dios no tiene principio»”.
Desde el punto de vista de la religión natural, puede decirse que Cristo es el hijo del orden natural, considerando que la narración bíblica personifica o humaniza todo concepto religioso para expresarlo de una manera simbólica. Considera que la religión surge del hombre, como una necesidad imperiosa de adaptarse a las leyes naturales que conforman el orden natural, siendo el precio que nos impone dicho orden como precio para nuestra supervivencia.
En el año 324, Constantino derrota y ejecuta a Licinio, quedando como único emperador. Al año siguiente se reúne el Concilio de Nicea en el cual Constantino tiene una importante participación. Jonathan Kirsch escribe: “Os deseo a todos paz y unanimidad –declaró el viejo guerrero que había empapado su espada con la sangre de sus enemigos derrotados, dentro y fuera del Imperio- El conflicto interno dentro de la Iglesia de Dios es mucho más maligno y peligroso que cualquier tipo de guerra”.
Con el tiempo, la fe en Cristo fue reemplazada por “la fe en los predicadores que hablan sobre Cristo”, siendo la religión moral reemplazada por una religión de misterios y de creencias poco accesibles al entendimiento. El cumplimiento de los mandamientos de Cristo quedó relegado ante el mérito de creer y obedecer las prioridades de la Iglesia. Tal es así que quien “no cree”, aunque ame al prójimo como a si mismo, no será considerado “cristiano” por la mayoría de sus supuestos seguidores; lo que confirma que no se trata ya de una religión moral, sino de algo distinto.
Posteriormente, se produce la separación de importantes sectores de la Iglesia, dando lugar a las congregaciones ortodoxa, anglicana y luterana. Eric Frattini escribe de la primera: “Era Silvestre I Pontífice cuando, en el año 330 y tan solo por una cuestión administrativa, se creó la iglesia ortodoxa. Con el paso de los siglos las separaciones administrativas se convirtieron en abismos doctrinales. En el año 1204 el papa Inocencio III ordenó a los cruzados el saqueo de la sede patriarcal de Constantinopla”.
En cuanto a la segunda: “El monarca quería divorciarse de la reina Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena. El papa Clemente VII negó el permiso a Enrique VIII, y este pidió entonces al Parlamento que apoyase la creación de la Iglesia de Inglaterra con el propio monarca como cabeza de la misma”.
En cuanto al origen del protestantismo, escribe: “En 1510 Martín Lutero visitaba Roma cuando descubrió la pompa, el boato y el exceso que se vivía en la corte del papa Julio II. A su regreso, y decepcionado con lo que vio, Lutero decidió crear una iglesia cismática de Alemania y los países escandinavos. La Iglesia luterana carece de un solo dirigente, pero los líderes de todas las comunidades luteranas formaron a finales de los años cuarenta una Federación Mundial con el fin de unificar criterios en materia de dogma”.
La unión de las diversas iglesias cristianas se establecerá, posiblemente, cuando las investigaciones en ciencias sociales y en neurociencias aclaren suficientemente el origen de nuestra conducta moral y tiendan a reemplazar paulatinamente a los misterios y dogmas de las Iglesias que, como antes se dijo, sólo consiguieron relegar los mandamientos éticos que Cristo consideraba prioritarios.
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