La personalidad de todo individuo va conformando en base al elemental proceso adaptativo de “prueba y error”, cuya primera etapa es la introspección. Luego, podrá modificar sus actitudes erróneas al observar las respuestas que induce en los demás. Introspección implica “mirar hacia uno mismo”, y consiste en un control racional de nuestras respuestas emocionales. B. R. Hergenhahn escribió: “Ernst Mach se mostró de acuerdo con empiristas británicos como Berkeley y Hume, al afirmar que de lo único que podemos estar seguros es de nuestras sensaciones. Así, éstas conforman el tema de interés final de todas las ciencias, incluyendo la física y la psicología. Para Mach, la introspección era esencial en todas las ciencias, toda vez que constituía el único método mediante el cual era posible analizar las sensaciones. No obstante, no se debe especular respecto de qué existe más allá de las sensaciones, ni tratar de determinar su significado último” (De “Introducción a la Historia de la Psicología”-Cengage Learning Editores SA-México 2011).
El razonamiento tiene, por lo general, un alcance mayor al de las actitudes reales, de donde surge cierta dualidad por la cual un hombre no hace lo que dice, ni tampoco lo que piensa. José Ingenieros escribió: “Un ideal no es una forma muerta, sino una hipótesis perfectible; para que sirva, debe ser concebida así, actuante en función de la vida social que incesantemente deviene. La imaginación, partiendo de la experiencia, anticipa juicios acerca de futuros perfeccionamientos: los ideales, entre todas las creencias, representan el resultado más alto de la función de pensar”.
“La evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Para ello necesita conocer la realidad ambiente y prever el sentido de las propias adaptaciones: los caminos de su perfección. Sus etapas refléjanse en la mente humana como ideales. Un hombre, un grupo o una raza son idealistas porque circunstancias propicias determinan su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles”.
“Experiencia e imaginación siguen vías paralelas, aunque va muy retardada aquélla respecto de ésta. La hipótesis vuela, el hecho camina; a veces el ala rumbea mal, el pie pisa siempre en firme; pero el vuelo puede rectificarse, mientras el paso no puede volar nunca” (De “El hombre mediocre”-Editorial Época SA-México 1967).
Si se trata de establecer una ética que oriente a los hombres en la vida, posiblemente la persona más idónea sea la que haya padecido fallas morales y las haya podido superar, incluso podrá desempeñarse mejor que alguien que nunca padeció tales debilidades. El primero conoce tanto las virtudes como los defectos humanos, mientras que el segundo sólo conoce las virtudes.
Un personaje histórico discutido fue el filósofo romano Lucio Anneo Séneca, quien contribuye con sus escritos morales a la cultura universal, mientras es criticado por vivir en una forma un tanto alejada de su propia prédica. Al respecto puede decirse que la validez de una sugerencia ética, derivada de una previa descripción del hombre, depende del grado de adaptación que tiene respecto de la naturaleza humana, en forma semejante a la validez de una teoría científica, que no depende de los atributos éticos o intelectuales de su autor, sino sólo de la concordancia que presenta respecto de la realidad. Gerardo Vidal Guzmán escribió: “La reflexión de Séneca tenía siempre como horizonte a alguien concreto, a quien buscaba exponer persuasivamente sus consideraciones filosóficas y morales. Justamente por eso en su obra tenían poca relevancia las consideraciones abstractas sobre las implicaciones metafísicas de su filosofía moral. Séneca era muy consciente de que nadie se convencía de aceptar un determinado ideal ético por medio de intrincados argumentos de carácter racional. Adoptar ciertas normas de vida no era cuestión primaria del intelecto ni de la razón, sino de la voluntad. Y ésta, según Séneca, sólo se la conquistaba presentando hábil y sugestivamente los motivos, apelando a los sentimientos, suministrando emociones, en fin, utilizando el arte retórico de la persuasión”.
“Séneca había sido testigo de las locuras del palacio imperial: el hipócrita asesinato de Claudio, la demencial pugna entre Agripina y Nerón, los excesos cotidianos del emperador y sus amigos…Todo ello constituía una patente prueba de que al traspasar «la medida natural» el hombre renunciaba a su propia dignidad para rebajarse al nivel de las bestias”. “Para el sabio, en cambio, el único bien era el bien moral, el que provenía del hombre mismo y de la virtud. Ni el placer, ni el poder, ni la riqueza ejercían sugestión alguna sobre él, porque ninguno de ellos podía considerarse un «bien». Y quien, por el contrario, los perseguía como si lo fuesen, no era un hombre libre sino un esclavo”.
Sin embargo…“Su doctrina era más aleccionadora que su ejemplo. Para muchos de sus contemporáneos, su prédica era tan animosa como vacía. En una ocasión un viejo procónsul lo encaró en el senado pidiéndole que explicara por qué tipo de procedimiento filosófico había adquirido en sus tiempos de ministro 300 millones de sestercios… Séneca, de hecho, comía en vajilla de plata, poseía dos extensas villas, mantenía propiedades en Egipto y acumulaba cuantiosas rentas por los favores de un emperador corrupto. Haya sido o no consciente de ello, lo cierto es que tal dicotomía le costó la reprobación de sus contemporáneos y el duro juicio de la historia” (De “Retratos de la antigüedad romana y la primera cristiandad”-Editorial Universitaria SA-Santiago de Chile 2004).
Por otra parte, Francisco Nóvoa escribe sobre Séneca: “La contradicción entre su vida y su obra fue problema que ya dividió a sus contemporáneos. Si hubo quienes lo censuraron, hubo también quienes, sin llegar a aprobarlo, encontraron como excusarlo”. “Séneca no fue indiferente a esos ataques y trató varias veces de justificarse ante la opinión pública. Cuando se le critica su enorme riqueza, en contradicción tan aparente con el ideal de sabio que predicaba, contesta que éste puede poseer, sin contradecirse, los bienes legítimamente adquiridos o heredados y que, por lo demás, la sabiduría no exige la pobreza efectiva, sino la indiferencia de ánimo para con las riquezas, tal que se pueda perderlas sin perderse”.
“Nunca se presentó como modelo o garantía de su doctrina. Se consideraba el primero de sus oyentes, tan necesitado como ellos. ¿Cómo ignorar sus fallas de carácter, su falta de constancia?” (Del Estudio preliminar de “Tratados morales” de Cicerón y Séneca-Editorial de Ediciones Selectas SRL-Buenos Aires 1963).
El docente, como educador, no siempre resulta ser una persona ejemplar o excepcional, ya que se trata de una actividad social desempeñada por personas normales. Podemos hacer, en este caso, una analogía con los conductores de automóviles: el conductor excepcional es el que nunca comete infracciones, el conductor normal es el que se esfuerza por no cometerlas, aunque algunas veces no pueda evitarlo. El conductor irresponsable es el que hace lo que le conviene en cada momento ignorando las normas de tránsito. Luego, el docente normal no es el que carece de defectos, sino el que se esfuerza por carecer de ellos.
En épocas recientes, se le otorgó el Premio Nobel de la Paz a Andrei Sajarov, el “padre de la bomba de hidrógeno” de la URSS. La aparente contradicción debe analizarse observando que en la época de la Guerra Fría, los científicos estaban presionados a colaborar en el aumento del potencial bélico de su país. En caso contrario estarían permitiendo el aumento relativo del potencial del país enemigo. Sin embargo, en algún momento se produce el “salto al universalismo” por el cual el individuo se siente parte de la humanidad en lugar de sentirse sólo una parte de un país. Desde ese momento deja de luchar por la supremacía nacional para promover un acercamiento pacífico con los enemigos ocasionales.
En el ámbito de la política existe la tendencia a valorar a los líderes según lo que dicen y no según lo que hacen. De esa manera, el populismo se impone en muchos países subdesarrollados por cuanto es impulsado masivamente por quienes declaman con mayor eficacia una gran vocación a favor de los pobres, aunque en realidad sólo tratan de conseguir sus votos y su incondicional apoyo. En esos mismos países se denigran las imágenes de los antipopulistas, como Domingo F. Sarmiento, quien, en sus escritos, denigra al gaucho, pero en su acción concreta promueve la educación masiva que permitirá incluirlo socialmente. En política se valora más lo que se dice que lo que se hace.
En la marcha peronista aparece la expresión “luchando contra el capital”. Oponerse a las ventajas del sistema capitalista, trae perjuicios para todos los sectores, por cuanto ni siquiera el propio Marx dudaba de la eficacia del capitalismo en la producción; ya que sólo dudaba de su eficacia distributiva. Recordemos que en todo mercado poco desarrollado las virtudes del capitalismo no resultan tan evidentes, especialmente cuando se observa el aspecto poco igualitario de la situación.
El caso extremo de cinismo lo encontramos en los revolucionarios, ya que tales personajes observan los defectos de los demás para generalizarlos hacia todo un sector social, mientras ellos mismos se excluyen de toda culpa, incluso hasta el extremo de sentirse “éticamente superiores” al resto de la sociedad. Tal “superioridad” legitima luego las atrocidades que cometen durante la etapa revolucionaria. Este fue el caso de Robespierre, a quien se le conocía por el contradictorio apodo de El Incorruptible. Erik Durschmied escribió: “«¡El rey debe morir para que la patria pueda vivir!» Con una sola frase, Maximilien de Roberpierre, alguien que nunca tuvo demasiados escrúpulos, selló el destino del monarca. Antes de que la Convención francesa llegara a un voto decisivo, Victorien Vergniaud, dirigente de la facción girondina, desafió a Robespierre, el jacobino, con la frase: «Mata a un rey y enfréntate al mundo entero. Eso costará vidas»”.
“Robespierre, cuyas convicciones rozaban el dogmatismo, replicó: «¿Cuántos hombres harán falta y cuántas vidas costará? ¿Cuántas? ¿Cien? ¿Mil? Por supuesto se perderán vidas. Si no tienes valor para apoyar tus convicciones, háznoslo saber…»”.
“Otros llevaban consigo las tinieblas, apuñalaban corazones y aplastaban huesos. Entre ellos se contaban los que decidieron asesinar a sus enemigos de clase no por lo que hacían sino por lo que eran. Vivian de acuerdo con su lema: «La historia me absolverá», y utilizaban el mal como un poderoso estímulo para cumplir alguna profecía bíblica. Su voluntad para matar despiadadamente inspiró un proceso de pensamiento totalmente nuevo acerca del bien y del mal. Hasta que por fin otros se enfrentaban al terror y luchaban por la supervivencia del espíritu humano” (De “En las entrañas de la revolución”-Ediciones Robinbook SL-Barcelona 2005).
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