Los sistemas sociales más importantes son los propuestos por el liberalismo y el marxismo. Mientras que el liberalismo propone un sistema social completo, con una democracia política y una democracia económica (mercado), el socialismo consiste esencialmente en un sistema político. Julien Freund escribió: “El socialismo es una construcción intelectual e incluso artificial, más o menos coherente, que, como tal, no está en condiciones de animarse por sí mismo. Su indumentaria es más bien abigarrada, como la del arlequín, hecha de fragmentos de diversos orígenes. Recibe su movimiento del exterior. Las primeras formas de socialismo, correspondientes al siglo XIX, fueron de inspiración cristiana; sólo después ese movimiento se tornó a menudo agresivamente ateo. Sin embargo, lo que en verdad lo estimula no es a mi juicio la teología, aun la negativa que adopta forma de ateísmo, sino más bien la economía capitalista”.
“Por otra parte, su actitud ante este sistema económico sigue siendo ambigua, incluido el caso del marxismo. No sólo escribió Marx páginas particularmente elogiosas sobre el capitalismo, sobre el papel que ha desempeñado y puede todavía desempeñar; además, nunca cambió de opinión sobre la necesidad de que toda sociedad que desee llegar al socialismo cumpla antes su revolución capitalista, que la familiarizará con los principios de la economía moderna. El productor de abundancia es el sistema capitalista, y el socialismo intervendrá después para, según lo dice, corregir las injusticias y poner fin a las desigualdades de clases distribuyendo en forma distinta los bienes existentes y producidos con anterioridad”.
“Esto significa reconocer implícitamente que el socialismo no es el creador de lo que se siente llamado a administrar; se limitará a reproducir, en el seno de una organización social nueva, los principios de una economía elaborados al margen de él. Podría decirse que el socialismo es una doctrina social y no un sistema económico. De cualquier manera, cabe prever que el fin del capitalismo significará también el fin del socialismo”.
“La grandeza de Europa reside en ser capitalista, en haber inventado el capitalismo, que por primera vez en la historia permitió al hombre combatir con éxito la escasez en el plano de las necesidades inmediatas y hacer disfrutar de una abundancia relativa, en diversas proporciones, a todas las capas de la población. Generalizó el bienestar, sin suprimir evidentemente las desigualdades, en la medida misma en que la dependencia es un fenómeno inherente a la esencia de lo económico”.
“Es poco probable que un sistema económico, cualquiera que fuese, pueda eliminar algún día esa dependencia. En aquellos espacios económicos donde reinaba la escasez, las condiciones de vida eran sin duda más iguales de un grupo a otro, pero se vivía bajo la amenaza constante de la penuria. En las sociedades capitalistas actuales es posible disminuir las desigualdades o su volumen, pero no borrarlas definitivamente. En ese sentido, la acción del socialismo ha sido eficaz, pero se torna demagógico si se cree capaz de instaurar un sistema igualitario, o siquiera de reducir a un mínimo las desigualdades manteniendo a la vez el bienestar. A decir verdad, siempre hubo demagogia en el socialismo, en la medida en que la demagogia consiste en formular promesas halagadoras como si ella dispusiera del secreto de la solución de todos los problemas, o al menos la solución de los problemas en un sector o una actividad determinados. Una humanidad sin problemas dejaría de ser humanidad”.
Ante los reiterados fracasos del socialismo en sus intenciones de reemplazar al sistema productivo capitalista, surge la posibilidad de gobierne por un periodo determinado un partido liberal, para fortalecer la economía, seguido por un partido socialdemócrata, para tratar de mejorar la igualdad que antes no pudo establecerse. La persistencia de gobiernos socialistas produce el fracaso absoluto de la economía y de la sociedad. De ahí que los intentos por profundizar la “etapa distributiva” llevan al deterioro social y económico en forma inevitable. El citado autor agrega: “La admisión del socialismo por la mayoría de los países del Tercer Mundo no careció de malentendidos ni de confusiones. Como lo dije líneas arriba, el socialismo es una doctrina social, no un sistema económico. No inventó los mecanismos propios de la moderna producción de riquezas, sino que se propone, exclusivamente, distribuir mejor los frutos del trabajo económico. Es erróneo, por lo tanto, creer que el socialismo sería una nueva fórmula de producción económica que permitiría sustituir al sistema capitalista. A un país de producción débil de nada le valdrá pasar al régimen socialista; no por ello se enriquecerá. Un país pobre, de recursos limitados, e ignorante de los mecanismos de desarrollo, podrá volverse socialista por voluntad política, pero se limitará a socializar su pobreza” (De “El fin del Renacimiento”-Editorial de Belgrano-Buenos Aires 1981).
Como señalan muchos autores, el subdesarrollo ha sido lo normal durante gran parte de la historia de la humanidad. La anomalía ha sido el desarrollo, asociado a la aparición del capitalismo. L. Moulin escribió: “El no desarrollo económico es el estado normal de la humanidad. La excepción, además por completo reciente, de esa regla, la anomalía, que por ahora se circunscribe a una pequeña parte de las naciones, reside en que, en lo futuro, algunos centenares de millones de hombres habrán dejado de vivir en el temor permanente del hambre, de la peste, de la muerte innumerable de recién nacidos y de mujeres jóvenes que acaban de ser madres” (Citado en “El fin del Renacimiento”).
Si todo resulta tan claro, surge la pregunta acerca de por qué los países subdesarrollados se oponen a la adopción del “sistema capitalista”. En realidad, no se trata sólo de adoptar un sistema político y económico, sino de establecer una paulatina adaptación mental al mismo. Los diversos intentos de imitación, antes que de adaptación, tuvieron muy escaso éxito, como era de esperarse. No puede hacerse surgir de la noche a la mañana una mentalidad empresaria y productiva cuando ni siquiera se han hecho los mínimos esfuerzos para ello. Julien Freund agrega:
“Cuando en el mundo entero los pueblos vivían en condiciones de subdesarrollo, el concepto de subdesarrollo no tenía sentido alguno, salvo en las utopías literarias posteriores al Renacimiento. El término adquirió un significado pertinente sólo el día en que resultó posible establecer una comparación con Europa, que se ha desarrollado recientemente. Parece estúpido, pues, imputar a los europeos la culpa de haber sido los primeros en salir del estado de desnutrición permanente y no haber obsequiado inmediatamente esas técnicas, recién sometidas a prueba, a otros pueblos. Si lo hubiesen hecho, el regalo no habría servido de nada. En efecto, el desarrollo europeo no tiene nada de milagroso; no es un privilegio que se haya otorgado al Viejo Mundo. Por el contrario, fue preparado por esfuerzos seculares y por una lenta adaptación de las mentalidades a las condiciones nuevas. Los europeos necesitaron tiempo para elaborar e instituir la economía de mercado o el sistema democrático”.
“Se pueden explotar técnicas hospitalarias, o máquinas para trazado rápido de nuevas rutas, o universidades, pero no el espíritu que presidió su creación. Es necesario poseer previamente mentalidad industrial para ser capaz de utilizar en forma conveniente los mecanismos de la industria moderna. La simple imitación no basta, pues en el dominio de esos campos no se queman etapas. También en este caso se necesita tiempo. No se efectúan descubrimientos por encargo, y la historia de Europa muestra que las diversas actividades –económica, política, técnica o científica- no avanzaron por igual al mismo tiempo, como avanza un cuerpo de tropa sobre una misma línea de frente. Hubo desfasajes entre ellas. A todo eso, los países del Tercer Mundo conocen en forma simultánea, sin preparación ni retardo, todos esos descubrimientos, cuando los espíritus no están todavía maduros para asimilarlos. No es cuestión de mayor o menor inteligencia, sino de costumbres mentales e intelectuales y de experiencia técnica”.
El subdesarrollo, en el caso argentino, resulta evidente cuando la mayoría de la población, y de los políticos, piensa en redistribuir las riquezas y no tanto en producirlas. Luego, los héroes nacionales son los líderes populistas mientras que los antihéroes son los empresarios. Con una tradición y una población, en gran parte, de origen europeo, y con un medio geográfico favorable, no se ha podido reconquistar el desarrollo que alguna vez se alcanzó. En lugar de intentar el cambio favorable desde la cultura, para luego promover juntas la política y la economía, hubo algunos intentos por establecer el desarrollo priorizando la economía (desarrollismo) o la política (democratismo), aunque con pobres resultados, ya que la mentalidad reinante resultó ser poco favorable. Mariano Grondona escribió:
“También es filosófico el planteo según el cual el desarrollo es un proceso por el cual determinada sociedad realiza sus posibilidades. Apoyado en la distinción aristotélica entre potencia –lo que podríamos llegar a ser- y acto –lo que efectivamente somos- este atractivo criterio exigiría largas y azarosas investigaciones para determinar la potencialidad de cada sociedad. En un artículo que publicó hace tiempo La Nación, el economista argentino Julio Olivera hizo notar, aplicando este criterio, que la Argentina es una sociedad mucho más subdesarrollada que otras más atrasadas que ella –africanas, por ejemplo- porque sus posibilidades son también mucho mayores: su «acto» está más lejos de su «potencia»”.
“En los años cincuenta y sesenta se creyó que había que buscar primero el desarrollo económico y que lo demás –la democracia, la educación, la civilización- vendría por añadidura. Los partidarios de esta posición recibieron el nombre de desarrollistas”. “W.W. Rostow sostenía en «Las etapas del crecimiento económico» que a cada nivel de ingreso por habitante corresponde un estadio determinado de civilización”.
“El desarrollo económico ocurre cuando una nación reinvierte el sobrante económico del que dispone en su propia capacidad de producción, con lo cual el sobrante y la inversión crecen sistemáticamente como una bola de nieve. Pero es evidente que las decisiones por las cuales se llega a este proceso de naturaleza económica no son, ellas mismas, económicas, en cuanto suponen cierta predisposición en quienes las toman cuyas raíces se hunden en las motivaciones profundas del ser humano”.
“El espejismo «desarrollista» quedó al desnudo cuando los estudiantes «desarrollados» llegaban para manifestarse violentamente en la Sorbonne a bordo de su Alfa Romeo, precipitando los acontecimientos de mayo de 1968 en París, el mundo aprendió que la economía no lo explica todo”.
“Los dirigentes políticos democráticos han manifestado con frecuencia la convicción de que, una vez en posesión de firmes instituciones democráticas, nuestros pueblos avanzarían derechamente hacia el desarrollo económico. Esta fe casi absoluta en el impacto económico casi automático de las instituciones democráticas, esta suerte de democratismo, ha sido típica de la Unión Cívica Radical en la Argentina” (Del Prólogo de “El subdesarrollo está en la mente” de L. E. Harrison-Editorial REI Argentina SA-Buenos Aires 1987).
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