La religión revelada admite la existencia de leyes naturales y también de interrupciones a dichas leyes desde el nivel sobrenatural. Incluso la propia revelación implica tal tipo de interrupción. La religión natural, por otra parte, sólo considera la existencia de leyes naturales. Al igual que la ciencia experimental, se basa en la observación directa de la realidad. La verdad, en este caso, es sinónimo de “exacta descripción”, aunque pocas veces podamos alcanzarla.
Desde el punto de vista de la religión natural, el grado de veracidad alcanzado por una descripción se mantiene inalterable a través del tiempo. Ello se debe a la invariabilidad de la ley natural. Desde la religión revelada, o sobrenatural, por el contrario, se recibe la verdad en el acto de la revelación (desde Dios hacia el enviado o el elegido) y tiene un carácter definitivo (al menos hasta que ocurra una revelación posterior).
Si se descubre un milagro (intervención de Dios o de seres sobrenaturales) la religión natural perdería bastante credibilidad, ya que dejaría de lado una parte esencial de la realidad. La comprobación de un milagro resulta muy dificultosa. Además, al existir varias religiones reveladas, la veracidad de las mismas deberá ser comprobada con el mismo criterio con el que se comprueba la validez de la religión natural, esto es, por su grado de vinculación con la ley natural.
Desde la religión natural se observa al milagro como una trasgresión de Dios hacia su propia ley, mientras que los pecados implican su trasgresión por parte del hombre. Para David Hume “un milagro es una violación de las leyes de la Naturaleza”. Otras expresiones similares son: “es un hecho producido contrariamente a la Naturaleza”, “que se sale del orden de la Naturaleza”, etc. José María Riaza Morales escribió: “La creencia en Dios no presupone necesariamente la admisión de milagros. Científicos se encontrarán convencidos de la existencia de Dios y vacilantes o escépticos delante de todo fenómeno de tipo maravilloso. Más si es verdad que existe el Autor del universo, habremos de reconocerle la posibilidad de que, cuando lo estime conveniente, intervenga en su obra” (De “Azar, ley, milagro”–La Editorial Católica SA-Madrid 1964).
Muchos cristianos aceptan las prédicas evangélicas sin necesidad de observar, o de creer, en los milagros. Sólo les basta la palabra de Cristo. Sin embargo, como la creencia en lo sobrenatural resulta, para otros, prioritaria a la postura ética, acusan de ser no creyente, o no cristiano, a quien no necesita ser convencido mediante la existencia de milagros. Hacer que la mayoría de los hombres acepte una postura filosófica determinada, resulta imposible de lograr, ya que tales posturas están ligadas al tipo psicológico al que pertenecen. En cambio, si se trata de hacer prevalecer una postura ética, es factible lograr coincidencias. Es un caso similar al de la ciencia experimental: pueden haber diferentes posturas filosóficas respecto de la interpretación de las teorías; sin embargo, no se ponen en duda los hechos experimentales ni las teorías verificadas.
La incertidumbre asociada a la intervención de seres sobrenaturales radica en que a veces actúan y a veces no, permitiendo la ocurrencia de males que pudieron evitarse fácilmente. En cuanto a las profecías bíblicas, interpretadas como anuncios de Dios, cabe preguntarse por la demora en la finalización de una época caracterizada por un sufrimiento extremo cuando podría actuarse en forma rápida.
Si existe un Dios que produce interrupciones de la ley natural, el hombre tiende a adoptar una actitud pasiva. Incluso trata de homenajear y de adular al causante de todos los beneficios que le serán otorgados. Por el contrario, la existencia de una ley natural invariante nos obliga a adoptar una actitud activa, ya que debemos adaptarnos al orden natural a partir de un gran trabajo de mejoramiento individual.
Así como alguien puede sentirse superior a los demás por su clase social o por su origen racial, muchos se sienten superiores a los demás por su condición de “creyentes en lo sobrenatural”, observando al resto de los mortales como simples seres naturales de esencia biológica.
El camino de adaptación al orden natural está ligado al razonamiento y a cierta intelectualidad, lo que lo hace atractivo desde ese punto de vista. Thomas Merton escribió: “El concepto de virtud no atrae a los hombres, porque ya no están interesados en hacerse buenos. Sin embargo, si se les dice que Santo Tomás habla de las virtudes como hábitos del intelecto práctico quizás presten cierta atención a esas palabras. Les agrada el pensamiento de todo cuanto parezca hacerles inteligentes” (De “Nuevas semillas de contemplación”).
Quienes poseen un pobre nivel intelectual, tienden a valorar a Dios por su poder manifestado en su capacidad para actuar sobre la naturaleza. Baruch de Spinoza escribió: “De ahí que el vulgo llama milagros u obras de Dios a las obras insólitas de la naturaleza; y, en parte por devoción, en parte por deseos de oponerse a aquellos que cultivan las ciencias naturales y sólo quiere oír lo que ignora y, por tanto, lo que más admira. Y es que el vulgo sólo puede adorar a Dios y referir todas las cosas a su dominio y a su voluntad, suprimiendo las causas naturales e imaginando las cosas fuera del orden de la naturaleza; y nunca admira más el poder de Dios, que cuando imagina el poder de la naturaleza como sometido por Dios” (Del “Tratado teológico-político”–Ediciones Altaya SA-Barcelna 1994).
Según la Biblia, el “milagro” también puede ser asociado a los falsos profetas, de ahí que, finalmente, ha de ser la compatibilidad con la ley natural lo que garantizará la verdad. Baruch de Spinoza escribió: “En primer lugar, del hecho de que Moisés (Deuteronomio, 13) manda que condenen a muerte al profeta seductor, aunque haga milagros. Pues se expresa así: «aunque se produzca la señal o el portento que te predijo, etc., no quieras (sin embargo) dar crédito a las palabras de ese profeta, etc., porque vuestro Dios os tienta, etc. Que aquel profeta sea pues condenado a muerte, etc». De donde se sigue claramente que los milagros también pueden ser realizados por falsos profetas y que, a menos que los hombres estén provistos del verdadero conocimiento y amor de Dios, por los milagros pueden ser inducidos con la misma facilidad a abrazar dioses falsos o el Dios verdadero”.
La teología es el estudio de Dios, o el conocimiento de Dios. Existen dos caminos posibles para ese conocimiento: a partir de su obra, conociendo el orden natural y las leyes naturales subyacentes, o bien a través de las interrupciones de tales leyes y la destrucción momentánea de dicho orden. En el primer caso podemos llegar a un conocimiento claro y concreto. En el segundo caso sólo llegaremos a una situación confusa. De ahí que Spinoza haya expresado: “Los israelitas no lograron formar, a partir de tantos milagros, una idea correcta de Dios, como la misma experiencia ha confirmado. Y así, cuando creyeron que Moisés se había marchado, pidieron a Aarón divinidades visibles y, ¡qué vergüenza!, un becerro fue la idea que ellos formaron, finalmente, de Dios a partir de tantos milagros”.
Muchas veces se ha designado como milagro al acontecimiento que el hombre no pudo explicar a partir de leyes naturales, o que nunca podrá explicar debido a las limitaciones inherentes a nuestra propia naturaleza. De todas formas, existen fenómenos asociados a efectos sorprendentes. El médico y Premio Nobel Alexis Carrel escribió: “Fue generalmente admitido que no sólo no existen los milagros, sino que no podían existir. Lo mismo que las leyes de la termodinámica hacen imposible el movimiento continuo, las leyes fisiológicas se oponen a los milagros. Todavía es está la actitud de la mayor parte de los fisiólogos y de los médicos. Sin embargo, en vista de los hechos observados durante los últimos cincuenta años, no puede sostenerse esta actitud. Los casos más importantes de curación milagrosa se han registrado en la Oficina Médica de Lourdes. Nuestro concepto actual de la influencia de la oración sobre las lesiones patológicas está basado en la observación de pacientes que han sido curados casi instantáneamente de diversas afecciones, tales como tuberculosis peritoneal, abscesos fríos, osteítis, heridas supurantes, lupus, cáncer, etc. El proceso de la curación varía poco de unos individuos a otros. A menudo, un dolor agudo. Luego, una sensación instantánea de estar curado. En unos segundos, unos minutos, todo lo más unas horas, se cicatrizan las heridas, desaparecen los síntomas patológicos, vuelve el apetito”.
“El milagro se caracteriza principalmente por una extraordinaria aceleración de los procesos de reparación orgánica. No hay duda de que el grado de cicatrización de los defectos anatómicos es mucho más rápido que lo normal. La única condición indispensable para que el fenómeno se produzca es la plegaria. Pero no es necesario que sea el mismo paciente el que rece, ni siquiera que tenga fe religiosa. Basta con que alguien a su alrededor se halle en estado de oración. Estos hechos son profundamente significativos. Muestran la realidad de ciertas relaciones, de naturaleza aún desconocida, entre los procesos psicológicos y orgánicos. Prueban la importancia objetiva de las actividades espirituales, que los higienistas, los médicos, los educadores y los sociólogos han dejado de estudiar casi siempre. Abren al hombre un mundo nuevo” (De “La incógnita del hombre”–Editorial Época SA-México 1967.
En el caso de que existiesen los milagros, en el sentido estricto de la palabra, es importante resaltar que las probabilidades de ocurrencia son muy pequeñas, al menos muchos de nosotros podemos afirmar no haber visto ninguno durante nuestra vida. De ahí que debe darse prioridad al predominio de la ley natural por encima de lo sobrenatural. En cambio, quienes suponen la existencia de intervenciones cotidianas, fundamentan sus vidas en visiones subjetivas y, seguramente, alejadas de la realidad. La religión debe tener una validez general, y no particular, ya que, en este caso, no tendría razón de ser.
Es oportuno mencionar que la ley natural no excluye al suceso poco probable, siendo tal tipo de acontecimiento algo tan sorprendente como el milagro propiamente dicho. Así, no es imposible que todas las moléculas de aire de la habitación en donde estamos se muevan hacia un sector de la misma y tengamos dificultades para respirar. La ocurrencia de este fenómeno es tan poco probable que nunca ha sido observado, si bien la teoría respectiva le asigna una probabilidad muy pequeña, pero no nula.
Debido a la abrumadora diferencia existente entre la probabilidad de ocurrencia de los acontecimientos regidos por la ley natural respecto de aquellos que, posiblemente, sean motivados por las intervenciones divinas, es prioritaria la consideración de dicha ley como una guía efectiva para nuestra vida. Quienes, en sus visiones personales, alteran esta prioridad, suponen la existencia de mundos imaginarios, lo que implica una tendencia hacia su desadaptación al orden natural.
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