El bien lo asociamos a la felicidad mientras que el mal lo asociamos al sufrimiento. Por ello, un padre que se preocupa por sus hijos, y los quiere por igual, buscará tanto el bien como la felicidad de todos ellos. Tratará de convencerlos de que deberán compartir tanto las alegrías como las tristezas de los demás. De esa forma se asegurará que cada uno tratará de beneficiarse junto con los demás. Tampoco ninguno intentará perjudicar al resto, ya que el sufrimiento compartido será su propio sufrimiento.
La ética natural apunta, justamente, a compartir las penas y las alegrías de los demás, es decir, propone amar al prójimo como a uno mismo. El orden natural nos ofrece una simple alternativa que resulta accesible a los hombres de todos los pueblos y de todos los tiempos. Decimos que dicho orden se comporta (a través de sus leyes) como un padre que ha previsto la posibilidad de que sus hijos puedan vivir felices y en armonía; de ahí que la ética cristiana sea una ética natural.
Este conocimiento básico y elemental no requiere necesariamente de una revelación desde Dios hacia los hombres, sino más bien de cierta capacidad de observación que permite interpretar adecuadamente el espíritu de la ley natural. Identificando la ética natural con la ética cristiana, podemos decir también que la religión de Cristo es una religión natural; una religión que surge del hombre y que no requiere de intermediarios ni de intérpretes, sino de difusores que la comuniquen a nivel masivo.
Quienes adhieren a la postura filosófica que supone que la acción de Dios consiste en interrumpir la ley natural en beneficio del hombre, y a pedido del hombre, tiende a reemplazar la obediencia que debe mostrar acatando dicha ley. Promueven cierta rebeldía al desconocerla mientras priorizan rituales que muchas veces muestran cierta intención de adular a quien consideran capaz de lograr tal interrupción. En este caso, la ética queda relegada por cuanto asocian la virtud a la creencia de que la postura filosófica adoptada es la correcta.
Toda actitud filosófica depende bastante del tipo psicológico asociado a cada individuo. De ahí que sea prácticamente imposible lograr acuerdos ideológicos más allá de aquellas cuestiones tan simples como las propuestas por la ética natural.
Las religiones bíblicas apuntan, esencialmente, a lograr un comportamiento ético adecuado, mostrando que el triunfo del bien sobre el mal es prioritario al triunfo de la postura que adhiere al Dios trascendente, con atributos humanos, sobre la postura que adhiere al Dios inmanente, identificado con el orden natural.
Tanto en el ámbito de la religión como en el de las ciencias sociales se debería adoptar un criterio similar al vigente en las ciencias exactas, en donde matemáticos y físicos tienen distintas posturas filosóficas respecto de sus respectivas ciencias, pero están de acuerdo en cuestiones demostradas o verificadas experimentalmente. En cuestiones sociales, debemos lograr acuerdos en una cuestión tan básica como la ética natural.
El Reino de Dios es una propuesta cercana e inmediata, dirigida a todo ser humano, cualquiera sea su postura filosófica o creencia personal. Este ideal ha sido manifestado a toda la humanidad y no a un reducido sector que se atribuye cierta exclusividad en el conocimiento religioso. Lo simple ha sido revestido con misterios que tienden a desplazar de la mente de los hombres el conocimiento necesario para una plena adaptación al orden natural.
Las religiones que promueven un comportamiento ético adecuado, tienen en cuenta lo que es accesible a nuestras decisiones, mientras que las de tipo pagano tienden a establecer rituales para orientar las posibles acciones de Dios. La adulación a Dios también es propia de la religión que perdió su carácter moral para facilitar un intercambio de pedidos y concesiones. Cristo previno ese deterioro al afirmar: “..porque Dios ya sabe qué os hace falta antes que se lo pidáis”. Por otra parte, Epicteto escribió: “Consultamos temblando a los augures y en nuestro miedo insensato dirigimos a los dioses ardientes plegarias como ésta: «¡Dioses, apiadaos de mí y permitid que salga con bien de esta empresa!». Vil esclavo, ¿cómo pretendes de ellos algo que no sea lo mejor para ti? ¿Y qué puede ser lo mejor para ti sino lo que ellos te deparen? ¿Por qué, pues, tratas de sobornar por cuantos medios están a tu alcance a tu juez y árbitro?”.
Nuestro futuro ha de depender de nuestras decisiones, antes que de un destino prefijado e independiente de ellas. Tales decisiones estarán orientadas por el criterio del bien y del mal, buscando lo primero y evitando lo segundo. “¿Habrá algo más inútil que ir a consultar a augures y adivinos sobre las cosas que ya nos están señaladas? Y si se trata de exponerme a un peligro para salvar a un amigo, o morir por él, ¿qué necesidad tengo de adivino alguno? ¿No llevo en mi interior un adivino más infalible, el cual me ha enseñado la naturaleza del bien y del mal y me ha revelado todas las señales mediante las cuales puedo reconocer todo lo que me sucederá?”.
“De lo existente, unas cosas dependen de nosotros: otras no dependen de nosotros. De nosotros dependen el juicio, el impulso, el deseo, el rechazo y, en una palabra, cuanto es asunto nuestro. Y no dependen de nosotros el cuerpo, la hacienda, la reputación, los cargos y, en una palabra, cuanto no es asunto nuestro. Y lo que depende de nosotros es por naturaleza libre, no sometido a estorbos ni impedimentos; mientras que lo que no depende de nosotros es débil, esclavo, sometido a impedimentos, ajeno. Recuerda, por tanto, que si lo que por naturaleza es esclavo lo consideras libre y lo ajeno propio, sufrirás impedimentos, padecerás, te verás perturbado, harás reproches a los dioses y a los hombres, mientras que si consideras que sólo lo tuyo es tuyo y lo ajeno, como es en realidad, ajeno, nunca nadie te obligará, nadie te estorbará, no harás reproches a nadie, no irás con reclamos a nadie, no harás ni una sola cosa contra tu voluntad, no tendrás enemigo, nadie te perjudicará ni nada perjudicial te sucederá” (Del “Manual”-Editorial Gredos SA-Madrid 2001).
La validez de una religión depende de su grado de aproximación a la ética natural, sin interesar demasiado su origen. Tampoco resulta esencial distinguir entre religión y filosofía mientras sus sugerencias orienten al ser humano por el camino del bien. Epicteto agrega: “Lo primero que es preciso aprender es que hay un Dios que con su providencia lo gobierna todo, al cual no se le oculta ninguno de nuestros actos, como ninguno de nuestros pensamientos e inclinaciones. Luego hay que examinar cuál es su naturaleza. Conocida ésta, es indispensable que los que quieran agradarle y obedecerle se esfuercen en parecérsele, y, por tanto, que sean libres, fieles, benéficos, misericordiosos y magnánimos. Por consiguiente, que todos tus pensamientos, todas tus palabras y todos tus actos sean los actos, pensamientos y palabras de un hombre que quiere imitar a Dios y parecérsele”.
Epicteto tiene presente la existencia de las pasiones, ligadas a nuestra esencia biológica, que se oponen a las virtudes, ligadas a nuestra esencia cultural. En las prédicas cristianas se habla de la esclavitud asociada al pecado, concepto enteramente similar. “El ser libres o esclavos no depende de la ley ni del nacimiento, sino de nosotros mismos; porque todas las cadenas y todo el peso de ciertas prescripciones legales serán siempre mucho más leves que el dominio brutal de las pasiones no sometidas, de los apetitos insanos no satisfechos, de las codicias, de las avaricias, de las envidias y demás desenfrenos. Que aquéllas, cuando más, sólo podrán pasar sobre el cuerpo, y éstas, además, sobre el espíritu. Por malo que sea el amo a que aquellas nos sometan, siempre tendremos momentos de respiro y esperanzas de manumisión; éstas nos someten a tantos y tan crueles males, que generalmente sólo la muerte puede librarnos de su yugo”.
“Los dioses me han concedido la libertad, y como conozco y acato sus mandatos, nadie puede hacerme esclavo, porque tengo el libertador y los jueces que necesito”. “No consiste la felicidad en adquirir y gozar, sino en no desear. En esto es en lo que verdaderamente consiste ser libre”.
En el caso de las ciencias sociales, existen autores que consideran que sus descripciones deben estar exentas de consideraciones éticas considerando que los valores asociados carecen de la objetividad requerida por el método científico. Sin embargo, debido a que la ética natural implica un fenómeno psicológico elemental, asociado a la empatía entre seres humanos, cabe incluir en las distintas descripciones el carácter ético, o no, que puedan tener las acciones humanas. Alvin W. Gouldner escribió: “Me temo que muchos sociólogos actuales, al concebir la ciencia social como libre de valores, aluden a cosas muy diferentes; que muchos sostienen estas creencias dogmáticamente, sin haber examinado con seriedad las bases de su confiabilidad, y que algunos abogan por una sociología libre de valores de manera ritual, sin tener idea clara de lo que ello puede significar”. “Si bien Max Weber veía grandes peligros en el hecho de que los sociólogos expresaran juicios de valor, también afirmaba que era dable denunciarlos siempre y cuando se tomase la precaución de distinguirlos de los enunciados fácticos. Si bien insistía en la necesidad de mantener la objetividad científica, también advertía que ésta es muy distinta a la indiferencia moral” (De “La sociología actual: renovación y crítica”-Alianza Editorial SA-Madrid 1979).
Sería absurdo que quienes se especializan en describir las acciones y las decisiones humanas dejaran de lado una parte importante del comportamiento social relegando tal labor exclusivamente a la religión o a la filosofía, ámbitos en los que no existe objetividad en sus afirmaciones. El citado autor escribió: “Para Talcott Parsons, el mundo social es ante todo un mundo moral, y la realidad social, una realidad moral. Según él, lo más importante no es lo que los hombres realmente hacen; esto no es sino discrepancias, perturbaciones secundarias, desviaciones erráticas de una u otra clase. Examina, en cambio, su conducta real desde una perspectiva constituida por lo que determinan los valores grupales. Así, en la obra de Parsons existe una persistente presión tendiente a ignorar las regularidades sociales no originadas en códigos morales” (De “La crisis de la sociología occidental”-Amorrortu Editores SA-Buenos Aires 2000).
Considerando a Baruch de Spinoza como un precursor de la psicología social y teniendo presente su definición del amor y del odio, resulta oportuno que las ciencias sociales, con todo derecho, contemplen la posibilidad de desarrollar una labor moralizadora complementaria a partir de tal conocimiento. Debido a las dificultades propias de las interpretaciones teológicas del cristianismo, resulta necesario que las ciencias sociales adopten con firmeza la tarea de difundir la ética natural para que la mejora moral subsiguiente llegue masivamente a toda la población.
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