La naturaleza social del hombre se advierte en la interacción social cotidiana en la que se produce una influencia conciente o inconsciente sobre los demás integrantes de la sociedad. Al disponer de memoria, toda interacción social tiende a dejar su rastro. Al existir personas influyentes y también poco influyentes, con una transición gradual entre ambos extremos, podemos asociar a la capacidad de influir sobre los demás, cierta cantidad de poder social. Además, como la influencia ejercida puede ser orientada para el bien tanto como para el mal, podemos asociar a la capacidad de influir sobre los demás, cierta calidad de poder social. De ahí que sea necesario caracterizar el poder asociado a las distintas acciones humanas mediante cantidad y calidad. Alejandro Rozitchner escribió: “Podríamos formular la idea de que el poder es una riqueza comunitaria específica y que incluso posee magnitudes, que hay una cantidad social de poder en una sociedad dada, y que no está necesaria o exclusivamente representada por el poder del dinero o de las armas. Ni siquiera por el poder que esa sociedad posee como bloque y capacidad de avance sobre otras sociedades. Este poder sería una especie de suma de las capacidades de una comunidad, a la que todos aportaríamos al hacer crecer nuestras cualidades de realización personal”.
“Podríamos pensar que esta existencia de un poder social se expresa en sus tensiones internas, pero no sólo en ellas. Es más, podríamos postular la idea de que si el poder de una sociedad se expresa demasiado en forma de enfrentamientos internos lo hace a costa de otros desarrollos posibles. Mucha de la fuerza que se invierte en choques sociales podría tener un destino más alto y efectivo, desde donde los choques pueden verse muchas veces más como el recurso neurótico de la indirección (dar vueltas innecesarias en vez de invertir la energía en el acceso directo a los objetivos) que como la lucha por el logro”.
“Esta visión del poder no responde a una visión sólo cuantificable, el poder también posee cualidades, estilos, modos de concepción y comportamiento que es necesario concebir y desplegar para que el efecto de su magnitud general permita unos y otros objetivos. No sólo se trata entonces de intervenir en el juego del poder haciendo fuerza por una u otra fracción, la intervención posible tiene en primer lugar un efecto formativo según el plan que se adopte” (De “Amor y país”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
Por lo general, se considera al poder como algo negativo, lo que en realidad no resulta siempre cierto, ya que se puede tener capacidad de influenciar a los demás tanto actuando en forma cooperativa como competitiva. No siempre se busca tener una situación preponderante, o socialmente influyente, para hacer el mal, ya que muchos líderes sociales, religiosos o políticos han tenido significativos desempeños a favor del bien de sus propios pueblos. Annabelle Hoffs escribió: “El poder era originariamente un término sociológico, pero al descubrir que el poder depende de las emociones, actitudes y motivos inconscientes, se ha buscado en la psicología una clarificación. En psicología, el poder significa la habilidad de afectar, cambiar e influir en otras personas. Por tanto, consideraciones tales como el status, la autoridad y el prestigio resultan centrales en el asunto de poder” (De “El poder del poder”-Editorial Diana SA-México 1986).
Teniendo presente que el complejo de inferioridad tiende a ser compensado por el de superioridad, se advierte que la búsqueda de poder a veces proviene de personas que tratan de compensar sus sentimientos de minusvalía social. La citada autora agrega: “Es difícil confrontar nuestra carencia de poder. Admitir la poca influencia que tenemos sobre otros, y que somos insignificantes, es ciertamente difícil, ya que hiere nuestro narcisismo. Vemos cómo, en nuestra sociedad, la violencia la realizan aquellos que intentan de ese modo preservar su imagen, establecer su autoestima y sentirse significativos. Por tanto, la violencia no surge de la sensación real de poder, sino de la falta de éste”.
En todo ámbito social, existe una natural lucha por el poder, es decir, por la capacidad de influir sobre los demás. Cuando quienes, adoptando una actitud cooperativa, ceden su lugar a quienes adoptan una competitiva, las cosas andarán mal. Esto pasa también en un hogar cuando los padres, creyendo que, con una limitada intervención, favorecerán la formación de sus hijos, terminan dejando un vacío que será ocupado por éstos, bastante menos expertos. La ausencia de autoridad, motivada por el temor a que parezca autoritarismo, termina favoreciendo cierto estado caótico que ha de ser perjudicial para el grupo familiar. “Rollo May, en su libro «Poder e inocencia», afirma que la violencia es la expresión de la carencia de poder. Asimismo, el autor intenta establecer una relación entre poder y amor. Nos plantea que ambos términos están tradicionalmente citados como opuestos, o sea que a más poder, menos amor, y a más amor, menos poder. Dicho de otro modo, entre más desarrollada esté la capacidad de amar de un individuo, menor será su interés por el poder”.
“Se dice que el poder conduce a la violencia y al dominio, mientras que el amor nos acerca a la igualdad y al bienestar humano. Esta postura vino como reacción al autoritarismo victoriano, y se vio reflejada en el núcleo familiar. Los padres asumían que renunciando a su poder sobre los hijos, mostraban su amor por ellos. Los niños, por su lado, manipulaban a sus padres despertando en ellos resentimientos y culpa, así que el cúmulo de tensiones estallaba en arranques de ira, ya sea en berrinches en los niños o enojos violentos en los padres. Los hijos de estas familias inestructuradas que operaban supuestamente en el amor sin poder, crecían, para luego reclamar a sus padres el que nunca se les hubiera dicho NO, ya que los abrumaba el no estar capacitados entonces para tomar decisiones y poner límites por sí mismos” (Annabelle Hoffs).
El deterioro que se advierte en la educación se debe, entre otros aspectos, a la promoción de cierto antiautoritarismo que deberían mostrar los docentes para ceder protagonismo a los alumnos. Jorge Bosch escribió: “Una de las consecuencias más desopilantes de la ideología activista-creativista-anticonsumista es la pretensión de suprimir por medio de consignas revolucionarias ciertas diferencias objetivas que la realidad se empeña en mantener. En términos generales, esta pretensión se puede describir diciendo que se aspira a suprimir las diferencias entre el emisor y el receptor de un mensaje, entre el maestro y el alumno, entre el estimulador y el estimulado, advirtiendo que todas estas diferencias están basadas en la relación dominante-dominado”.
“El grado de penetración de esta ideología «igualitarista» y borradora de diferencias es enorme. En los congresos internacionales, en las reuniones de «expertos»…se insiste hasta el hartazgo en esta consigna supuestamente democrática y que en realidad contribuye a la ruina de la democracia”. “¿Cómo no se les ha ocurrido a estos profetas de la liberación total que también la relación médico-enfermo puede ser puesta bajo el anatema de la relación dominante-dominado? No la edad, pero sí el saber y la autoridad están de parte del médico; y la inferioridad y la sumisión del enfermo son mucho mayores que las del alumno”. “La verdad es que el perverso mundo capitalista está lleno de estas relaciones de dominación: la relación agente de tránsito-automovilista, la relación bombero-víctima del incendio, la relación mamá-bebé, etc.”.
“Leemos [en un libro de Paulo Freire]: «Toda relación de dominación, de explotación, de opresión ya en sí es violencia. No importa que se haga a través de medios drásticos o no». Así se reencuentra el conocido slogan de los terroristas de izquierda: «La violencia de arriba engendra la violencia de abajo». Pero, ¿qué es la violencia de arriba? Ya lo ha dicho Paulo Freire: la dominación, la explotación, la opresión, aunque no se realicen por medios drásticos. La conclusión que se extrae de toda esta «pedagogía» es la siguiente: todo el que se considera explotado tiene derecho a radicalizarse y entonces, por una cuestión de amor, debe reaccionar con violencia. Ésta es la forma insurreccional que nada tiene que ver con la pedagogía, evidentemente. Es más bien contrapedagogía” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
En el ámbito de la política se considera que ambicionar el poder social es necesariamente algo malo, por lo cual la gente bien intencionada tiende a no participar en las decisiones del Estado cediendo esa posibilidad a gente inescrupulosa y, a veces, psíquicamente poco normal, cuya meta es el poder en sí mismo. “Al poder se le puede dar un uso constructivo o uno destructivo; tener manifestaciones creativas, sanas y normales, o por el contrario, tener expresiones patológicas y negativas”. “En conclusión, el poder es amoral, ya que por sí mismo, no determina valores” (Annabelle Hoffs).
Cuando personajes positivos como el Mahatma Gandhi o Nelson Mandela adquieren bastante poder, las cosas tienden a ir bien. Por el contrario, cuando en un país los líderes populistas, como Juan D. Perón, tratan de responder afirmativamente a todo lo que las masas exigen, ocurre algo similar al caso familiar antes mencionado en el que los padres delegan en sus hijos inmaduros la libertad que no son capaces de administrar. La irresponsabilidad del líder que busca popularidad y votos promueve lo que Ortega y Gasset denominó “la rebelión de las masas”. El subdesarrollo de una nación es la consecuencia inmediata y necesaria de todo populismo.
En cada sociedad, el poder esta dividido en varias partes; el poder político, el económico, el militar, el religioso, el financiero, el periodístico, etc. De ahí surgen dos posibilidades extremas que dan lugar a dos tendencias opuestas; el liberalismo, que propone la división del poder social en varias partes para evitar que caiga en manos de una persona o de un grupo reducido de personas, y el socialismo, que propone la concentración total y absoluta de poder en manos del Estado, lo que implica que caiga justamente en una persona o en un grupo reducido.
Para el liberalismo, las personas pueden ser buenas o malas, con una transición gradual entre los extremos, de ahí que busca evitar, aplicando cierto factor de seguridad social, la unificación del poder. Para el socialismo, las personas son esencialmente corruptas y egoístas, de ahí que busca concentrar todo el poder social en una persona, o en un grupo reducido, de mentalidad socialista, es decir, “exento de egoísmo”, para asegurar el buen desarrollo de la vida social.
En épocas pasadas se postulaba un principio físico que sugería que “la naturaleza tiene horror al vacío” (ya que si lo había, habría lugares no ocupados por Dios). En forma análoga, puede decirse que la sociedad tiene horror al vacío de poder y que si no lo llenan los “buenos”, lo llenarán los “malos”.
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