Puede decirse que la formulación de una ética natural, de carácter universal, ha de ser el objetivo principal de toda religión, de toda filosofía y de las ciencias sociales. Se entiende por ética natural aquel conjunto de normas, mandamientos o sugerencias éticas que permitirán adaptar al hombre al orden natural, y que han de provenir de una adecuada ideología de adaptación. De la misma manera en que una teoría científica se impone a otras anteriores según el grado de concordancia con la realidad a describir, toda ética natural propuesta deberá perfeccionar los intentos previos.
Así como existe una historia de la ciencia que describe la secuencia de intentos que han de ser seleccionados luego de numerosos intentos de prueba y error, existe también una historia de las ideas morales que describe los distintos intentos por conformar una ética universal que ponga fin a los persistentes conflictos exigentes entre los hombres. Si bien puede calificarse tal objetivo como demasiado pretencioso, resulta conveniente apuntar hacia lo alto para lograr un objetivo comparable.
Una ética natural es, esencialmente, una religión natural, de ahí que tengan una historia común. Para poder tener éxito y aceptación, deberá consistir, no sólo en una sugerencia promotora de una actitud cooperativa asociada a los aspectos emocionales del hombre, sino también deberá disponer de una sugerencia de tipo cognitivo o intelectual que permita reforzar tales aspectos a través del razonamiento.
Uno de los primeros intentos por establecer una ética universal fue realizado por los estoicos, nombre asociado a los filósofos que se reunían en la Stoa (Pórtico), que era una edificación con columnas. De origen griego, el estoicismo tiene gran influencia en Roma, resultando posteriormente compatible con el cristianismo, de ahí que la aceptación de Cristo, por parte del Imperio Romano, haya sido menos dificultosa de lo que pueda suponerse. Adviértase que las sugerencias éticas de filósofos influyentes como Aristóteles y Platón estaban dirigidas a su propio pueblo, y no a los extranjeros, ni tampoco a los propios esclavos. La religión judía, por otra parte, contemplaba a sus propios seguidores excluyendo a los demás. La innovación estoica consiste precisamente en apuntar hacia una ética del “ciudadano del mundo”, es decir, de valor universal. Paul Gille escribió: “Fundada en Atenas, hacia el año 300 AC, por Zenón de Citium (Chipre), la escuela estoica no tardó en hacerse un lugar notable en la república filosófica. Primeramente fue propagada por Cleanto de Assos, quien más austero que Zenón, tomó por divisa: «Vivir conforme a la razón, eligiendo entre nuestras tendencias naturales»”.
“Como filosofía, el estoicismo en un panteísmo espiritualista que admite la inmortalidad condicional del alma. Los estoicos no reconocen ningún dios trascendente, ni alma absolutamente distinta del cuerpo; pero su materia está completamente animada y no simplemente puesta en movimiento; su dios es uno con el mundo, pero es, no obstante, más que la materia que se mueve, es la «razón ígnea del mundo»”.
“La unidad del género humano, un mismo derecho y una misma ley para todos los seres razonables, la igualdad, la filantropía, la comunidad o la solidaridad universal: tales son las grandes novedades de la filosofía contemporánea de Alejandro Magno” (De “Historia de las ideas morales”-Editorial Partenón-Buenos Aires 1945).
Entre los difusores romanos del estoicismo puede mencionarse a Cicerón, Séneca, Epicteto (el filósofo que fue esclavo) y Marco Aurelio (el filósofo que fue Emperador). “El espíritu de los romanos, admirable para adaptarse a todo lo que era susceptible de aplicación práctica, se apoderó con ardor indecible de una filosofía que concertaba con tanta precisión a sus fieros instintos. Los jurisconsultos la aplicaron a la interpretación de las leyes nacionales, y los más bellos genios de la literatura latina la adornaron con todos los encantos del estilo para propagar su gusto y su conocimiento”.
“Epicteto y Marco Aurelio son propiamente, casi exclusivamente, moralistas. En ellos el estoicismo se reduce a sus verdaderas proporciones: le despojaron con mano valerosa y firme de todos los ornamentos superfluos, o si se prefiere, de todos los estorbos, de todas las superfetaciones parásitas”. “La Naturaleza ha recobrado sus derechos, en el mismo estoicismo, por Epicteto y por Marco Aurelio. Ya no hay en ellos nada de utópico: el uno ha dictado lecciones que han podido ser la regla de los santos del cristianismo, y el otro, pintándose a sí mismo, ha escrito uno de los más sublimes tratados de moral que se hayan escrito jamás”.
Con la aparición del cristianismo, la religión natural se perfecciona, aunque tradicionalmente se acepte que su origen es sobrenatural. Puede decirse que la religión natural “pide prestados” al cristianismo sus mandamientos para conformar definitivamente una religión universal, o católica. El mandamiento del amor al próximo induce a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, orientando nuestra actitud emocional. El mandamiento del amor a Dios coincide con el posterior “amor intelectual de Dios” de Baruch de Spinoza respondiendo al aspecto cognitivo y racional.
Sin embargo, las diversas interpretaciones cristianas hicieron del amor al prójimo una sugerencia con un significado casi adaptable al gusto del creyente, convirtiendo adicionalmente el amor a Dios es una actitud emocional hacia un ser perfecto e imaginario sin constatar que en realidad era el vehículo intelectual que habría de permitir una efectiva cooperación con todos los demás seres humanos a través de la actitud afectiva o emocional correspondiente.
Los intentos por “naturalizar” la religión revelada están asociados a la Ilustración, o Iluminismo. Durante el siglo XVIII surgen los deístas, o librepensadores, que suponen que Dios sólo actuó en el momento de la Creación, o bien identificaron a Dios con el orden natural, oponiéndose a los teístas, que sostenían que Dios sigue interviniendo cotidianamente en el mundo. Federico Klimke S.J. escribió: “El postulado de la tolerancia y de la libertad de conciencia señala el punto culminante de todas estas tendencias. La «iluminación» ama la tolerancia con delirio. Spinoza es uno de los primeros que intenta probar filosóficamente la libertad de conciencia; en su “Tratado teológico-político” quiere probar que esa libertad está fundada en el mismo Derecho natural, por lo que el hombre no puede jamás renunciar a ella”.
“La «iluminación» no reconoce como fuente de verdad la autoridad y la tradición, sino sólo la razón humana; además, únicamente admite la Religión natural”. “La «iluminación» tan sólo reconoce tres verdades religiosas: Dios, la virtud, o sea, la libertad, y la inmortalidad, porque esas tres ideas son obvias a la razón natural y comunes a todas las religiones. Conviene con la doctrina católica en el concepto de religión natural, pero el valor y el significado de ese concepto en ambas es distinto. Según la doctrina de la Iglesia, la Religión meramente natural nunca existió como tal, sino que ya desde los orígenes del género humano ha sido elevada y perfeccionada por la Religión sobrenatural; en cambio, según los filósofos empiristas y racionalistas, la única religión verdadera y cierta es la Religión natural; destruyendo cada vez más con su escepticismo la Religión sobrenatural”.
“Algunos que todavía admiten la Revelación, o bien afirman que sobreañade nuevas verdades a las de la Religión natural, o bien creen que sólo comprueba las verdades naturales; otros, yendo mucho más lejos, defienden que todas las doctrinas reveladas no son más que una corrupción de la Religión natural, un efecto de la superstición, de la ignorancia o del deseo de dominar de algunos”. “De este modo naturalista y escéptico de interpretar las cosas de la Religión se siguió la desaparición de la fe en los milagros. De la ciencia natural matemático-mecánica nació la persuasión de que en el cosmos las leyes naturales rigen de una manera inviolable, y que todos los fenómenos que hasta el presente no han sido descifrados, con el progreso de la ciencia hallarán su explicación natural”.
“Así, toda la religión cristiana ya no se considera como una institución sobrenatural, sino como un suceso meramente natural sujeto a las mismas causas que todos los demás acontecimientos históricos. Spinoza es el primero que niega los milagros apoyado en los principios de su filosofía”. “Otros, como Newton y Leibniz, al desarrollar con el mayor rigor posible el aspecto mecánico de la Naturaleza, se esfuerzan en demostrar la existencia de una causa inteligente y suprema, deduciéndola precisamente del admirable orden del mecanismo cósmico, con lo que el argumento teleológico viene a ser uno de los más usados. Pero de esta misma consideración se sacan argumentos contra los milagros: un mundo tan bien ordenado, requiere de suyo la existencia y grandeza de Dios, pero los milagros derogarían esta grandeza divina y además son superfluos”.
“Esa misma conciliación de la religión con la mentalidad moderna, hizo que la esencia de la religión se colocara en la simple moralidad y que se negaran todos los dogmas. El fin del hombre no se pone en la salvación del alma y la bienaventuranza después de la muerte, sino en la presente felicidad interna que brota espontáneamente de la vida honesta. De aquí que los dogmas y el culto o se rechacen o se menosprecien; por lo mismo la fe inquebrantable en los dogmas como absolutamente imprescindible para la salvación, es atacada como «intolerancia»; el afecto y sentimiento religioso son mirados con desprecio y tenidos como «misticismo» y «fanatismo»”.
“La persuasión optimista de que el hombre es bueno por naturaleza está en pugna con el dogma del pecado original, por lo que despreciado este dogma, se da poca importancia al pecado en general”. “Nuestro Señor Jesucristo se considera cada vez más como mero hombre que enseñó únicamente la moralidad y restauró la Religión natural. De ahí viene aquella distinción entre religión de Jesús y la religión cristiana, que como corrupción humana de la primera es condenada y rechazada; de ahí nace aquel pesimismo en el juzgar la historia de la Iglesia; de ahí también la crítica racionalista de libros sagrados, que ya no se tienen como divinamente inspirados, sino como una simple obra humana” (De “Historia de la Filosofía”-Editorial Labor SA-Barcelona 1947).
Teniendo presentes las propias Sagradas Escrituras y las palabras de Cristo, se advierte la existencia de la profecía que anuncia la Parusía (presencia), o Segunda Venida, de donde se supone que ha de haber cambios importantes en la religión cristiana. De lo contrario, tal acontecimiento tendría poca razón de ser. Debido a que el cristianismo actual dista bastante de ser universal, y de ser eficaz, al menos como sería deseable y necesario, resulta acertado suponer que tal cambio consistirá en “aliarse” a la ciencia experimental para compartir con ella su universalidad, de la misma manera en que en la antigüedad se alió al Imperio Romano para su difusión planetaria. Un cristianismo accesible a todos los hombres, desprovisto de misterios, seguramente podrá revertir la severa crisis moral.
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