Estando acostumbrados a observar en los medios masivos de comunicación las diversas formas de maltrato, cabe también contemplar el que sufre el ciudadano común por parte de las autoridades de gobierno cuando se trata de personas que pueden calificarse como perversas. Si bien todo individuo puede eludir la influencia directa del gobernante, le resultará menos fácil eludir la indirecta ejercida por sus adeptos. Marie-France Hirigoyen escribió: “Mediante un proceso de acoso moral, o de maltrato psicológico, un individuo puede conseguir hacer pedazos a otro. El ensañamiento puede conducir incluso a un verdadero asesinato psíquico. Todos hemos sido testigos de ataques perversos en uno u otro nivel, ya sea en la pareja, en la familia, en la empresa, o en la vida política y social. Sin embargo, parece como si nuestra sociedad no percibiera esa forma de violencia indirecta. Con el pretexto de la tolerancia, nos volvemos indulgentes” (De “El acoso moral”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2014)
El maltrato psicológico se advierte principalmente en los países con gobiernos populistas o totalitarios, cuyos líderes necesitan de la existencia de un enemigo real o imaginario para establecer su protectora presencia y justificar de esa manera su gestión en el gobierno. Los opositores serán pronto considerados partidarios del bando enemigo y, por lo tanto, serán el blanco preferido de la violencia verbal y psicológica. Hilda Molina expresó: “En Cuba se han hecho muchas ejecuciones morales. Cuando usted trata de degradar a un ser humano ante su pueblo, lo está ejecutando moralmente. A veces, es mejor hasta que te maten físicamente. Y con todo esto que él [Fidel Castro] escribió no pretendía otra cosa que ejecutarme moralmente. Estoy hablando de mi caso. Las ejecuciones morales siguen y antecedieron al caso mío” (De “Reportajes 2” de Jorge Fontevecchia-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).
El perverso comparte varios atributos personales con el psicópata, sólo que, en lugar de ejecutar físicamente a una persona, la ejecuta psicológicamente. Marie-France Hirigoyen escribió: “Cada uno de nosotros puede utilizar puntualmente un proceso perverso. Éste sólo se vuelve destructor con la frecuencia y la repetición a lo largo del tiempo. Todo individuo «normalmente neurótico» presenta comportamientos perversos en determinados momentos –por ejemplo, en un momento de rabia-, pero también es capaz de pasar a otros registros de comportamiento (histérico, fóbico, obsesivo…), y sus movimientos perversos dan lugar a un cuestionamiento posterior. Un individuo perverso, en cambio, es permanentemente perverso; se encuentra fijado a ese modo de relación con el otro y no se pone a sí mismo en tela de juicio en ningún momento. Aun cuando su perversidad pase inadvertida durante un tiempo, se expresará en cada situación en la que tenga que comprometerse y reconocer su parte de responsabilidad, pues le resulta imposible cuestionarse a sí mismo. Estos individuos sólo pueden existir si «desmontan» a alguien: necesitan rebajar a los otros para adquirir una buena autoestima y, mediante ésta, adquirir el poder, pues están ávidos de admiración y de aprobación. No tienen ni compasión ni respeto por los demás, puesto que su relación con ellos no les afecta. Respetar al otro supondría considerarlo en tanto que ser humano y reconocer el sufrimiento que se le inflige”.
La actitud presidencial, mostrada hacia el fiscal Alberto Nisman, delata una vez más la personalidad de quien no respeta ni siquiera la muerte de un ser humano. En tres oportunidades adujo la posibilidad de un asesinato ocurrido entre dos amantes en una relación de tipo homosexual; expresiones que seguramente afectarán a las hijas y demás familiares del desparecido fiscal. Cada uno de nosotros tiene la libertad de suponer, acerca de los demás, cualquier tipo de comportamiento personal, pero difundir masivamente una posibilidad tal, implica una actitud que apunta a una “ejecución moral”.
Mientras que el político perverso tiene en cuenta a la multitud que escucha la difamación del “enemigo”, ignora la opinión adversa que ha de surgir en la multitud restante; la de sus opositores. No sólo logra una división abrupta en la sociedad, sino que promueve, mediante el cinismo, un abandono de los principios éticos elementales. Paul Foulquié escribió: “Como actitud moral o práctica, el cínico desprecia, no sólo los convencionalismos, sino también la moral, que viola sin sombra de vergüenza o pesar, incluso con afectación de impudor” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
Existen trastornos psicológicos de tipo cognitivos que son detectados con cierta facilidad mientras que las actitudes perversas están revestidas de cierta normalidad por cuanto sus efectos se logran en el largo plazo. En cierta forma se parecen a la “inofensiva” gota de agua que cae en la cabeza de la víctima y que constituye una de las torturas chinas más conocidas. “Los mismos psiquiatras se muestran dubitativos a la hora de nombrar la perversión, y sólo lo hacen para expresar su incapacidad de intervenir, o bien para mostrar su curiosidad ante la habilidad del manipulador. Algunos de ellos discuten la misma definición de perversión moral y prefieren hablar de psicopatía, un vasto desván en el que tienden a acumular todo lo que no saben curar. La perversidad no proviene de un trastorno psiquiátrico, sino de una fría racionalidad que se combina con la incapacidad de considerar a los demás como a seres humanos. Algunos de estos perversos cometen actos delictivos, por los que se los juzga, pero la mayoría de ellos usa su encanto y sus facultades de adaptación para abrirse camino en la sociedad dejando tras de sí heridas y vidas desvastadas. Psiquiatras, jueces y educadores hemos caído en la trampa de perversos que se hacían pasar por víctimas. Nos dejaron ver lo que ya esperábamos de ellos para seducirnos mejor, y les atribuimos sentimientos neuróticos. Luego, cuando se mostraron como lo que eran realmente al declarar sus objetivos de poder, nos sentimos engañados, ridiculizados y a veces incluso humillados”.
“Esto explica la prudencia de los profesionales a la hora de desenmascararlos. Los psiquiatras se previenen unos a otros -«¡Cuidado, es un perverso!»-, con lo que dan a entender que «Es peligroso», o que «Nada podemos hacer». Se renuncia así a ayudar a las víctimas. Por supuesto, nombrar la perversión es grave. La mayoría de las veces, este término se reserva para actos de gran crueldad, inimaginables incluso para los psiquiatras, como es el caso de los daños que ocasionan los asesinos en serie. Sin embargo, tanto si evocamos las agresiones sutiles como si hablamos de asesinos en serie, se trata de «depredación», es decir, de un acto que consiste en apropiarse de la vida. La palabra perverso choca, molesta. Corresponde a un juicio de valor, y los psicoanalistas se niegan a emitir juicios de valor. Pero ¿es ésta una razón para aceptar cualquier cosa? Dejar de nombrar la perversión es un acto todavía más grave, pues supone tolerar que la victima permanezca indefensa, que sea agredida y que se la pueda agredir a voluntad”.
“Aquí no se trata de procesar a los perversos –además, ya se defienden bien solos-, sino de tener en cuenta su nocividad y su peligrosidad con el fin de que las víctimas o futuras victimas puedan defenderse mejor. Aun cuando consideremos, muy exactamente, que la perversión es un arreglo defensivo (contra la psicosis, o contra la depresión) del perverso, esto no lo excusa en absoluto. Existen manipulaciones anodinas que dejan un rastro de amargura o de vergüenza por el hecho de haber sido engañado, pero también existen manipulaciones mucho más graves que afectan a la misma identidad de la victima y que son cuestión de vida o muerte. Hay que saber que los perversos son directamente peligrosos para sus victimas, pero también indirectamente peligrosos para su círculo de relaciones, pues conducen a la gente a perder sus puntos de referencia y a creer que es posible acceder a un modo de pensamiento más libre a costa de los demás”.
“He elegido utilizar los términos agresor y agredido a propósito, pues se trata de una violencia probada, aunque se mantenga oculta, que tiende a atacar la identidad del otro y a privarlo de toda individualidad. Estamos ante un proceso real de destrucción moral que puede conducir a la enfermedad mental o al suicidio” (De “El acoso moral”).
En cuanto a la imperiosa necesidad de gobernar a los demás, la citada autora agrega: “Nos hallamos en una lógica del abuso de poder en la que el más fuerte somete al otro. La toma de poder se lleva a cabo mediante la palabra. Se trata de dar la impresión de conocer mejor las cosas, de detentar una verdad, «la» verdad. El discurso del perverso es un discurso totalizador que enuncia proposiciones que parecen universalmente verdaderas. El perverso «sabe», tiene razón e intenta que el otro acepte su discurso con el objetivo de arrastrarlo a su terreno. Por ejemplo, en lugar de decir «No me gusta Fulano», dice «Fulano es un idiota; todo el mundo lo sabe, y tú ni siquiera lo sospechas»”.
“Luego se establece una generalización que consiste en hacer de ese discurso una premisa universal. El interlocutor piensa: «Debe tener razón; da la impresión de saber de qué habla». Por esa vía, los perversos narcisistas atraen a compañeros que no están seguros de sí mismos y que tienden a pensar que los otros saben más que ellos mismos. Los perversos dan mucha seguridad a las personas más frágiles”.
Respecto de la división creada ex profeso en la sociedad, agrega: “El arte en el que el perverso narcisista destaca por excelencia es el de enfrentar a unas personas con otras, el de provocar rivalidades y celos. Esto lo puede conseguir mediante alusiones que siembran la duda: «¿No crees que los Fulano son así o asá?», o mediante la revelación de lo que una persona ha dicho de su interlocutor: «Tu hermano me ha dicho que consideraba que te habías portado mal»; o mediante mentiras que colocan a las personas en posiciones enfrentadas”. “Para un perverso, el placer supremo consiste en conseguir la destrucción de un individuo por parte de otro y en presenciar ese combate en que ambos saldrán debilitados y que, por tanto, reforzará su omnipotencia personal”.
Mientras que las nuevas generaciones de argentinos tratan de superar la abrupta división promovida por el perverso Juan D. Perón, se ha establecido otra similar estimulada esta vez por el kirchnerismo, en cuyos discursos partidarios se habla de “ellos” (los opositores) y de “nosotros” (los kirchneristas), mientras que en los países conducidos por gente normal existe sólo un “nosotros”; los habitantes de la nación.
Se dice generalmente que el socialismo es un sistema en el cual la población se ha de adaptar a la voluntad de Marx, en lugar de adaptarse a la ley natural o a la voluntad de Dios. Teniendo presente los casos ocurridos en la URSS, China, Cuba y ahora en Venezuela y Argentina, puede ampliarse la expresión para decir que es un sistema en el cual la población ha de adaptarse a un líder perverso caracterizado por sus ansias infinitas de poder y de los demás síntomas mencionados.
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