Toda buena política se ha de asentar en dos pilares básicos; la verdad y el amor, mientras que toda mala política se sostendrá en la mentira y en el odio. En cuanto al significado de “buena política”, puede decirse que se trata de aquella que favorece los resultados deseados o esperados por la población, mientras que la “mala” es la que impide mejoras sustanciales, o la que empeora la situación. Quienes proponen una política basada en la mentira y en el odio, tienden a disfrazar tales conceptos deformando el lenguaje o bien redefiniendo términos utilizados desde siempre; lo que vendría a ser lo mismo. Uno de ellos es el concepto de “verdad”.
Tanto un niño como un científico saben que esa palabra implica haber descrito la realidad, o una parte de ella, con pocos errores. Cuando se trata de describir al orden natural, que es un sistema complejo, se establecen sistemas descriptivos que provienen de la religión, de la filosofía o de la ciencia. Si bien en este caso no lo describen detalladamente, al menos se busca que sean compatibles con el orden descrito. Puede explicitarse mejor este concepto:
Error = Lo descrito (la realidad) – La descripción
Error = Orden natural – Sistema descriptivo
Verdad = Error nulo
Así, la verdad resulta ser un límite al que tiende nuestra actividad cognitiva, aunque muchas veces sólo sea necesario disponer de buenas aproximaciones, sin llegar nunca a dicho objetivo.
En política, sin embargo, hay ideólogos que sostienen que la realidad no debe ser la referencia a tener en cuenta para comparar las descripciones que hacemos de ella, sino algún sistema de ideas propuesto por un filósofo, lo que resulta un tanto alejado del criterio que todo niño o todo científico aprenden como primer requisito que se requiere para adaptarse al mundo, en el primer caso, y para ajustar sus teorías, en el otro caso. José Enrique Miguens escribió: “El nuevo concepto modernista de verdad […] puede definirse así: La verdad de las afirmaciones sobre la realidad no se apoya en las cosas tal como son, sino que se apoya en el contexto de un sistema racional de comprender el mundo forjado por algún filósofo y adoptado por un movimiento político o incorporado a la cultura modernista”.
“Es así como toda acción política de ellos no sólo es verdad, sino que se sacraliza, por estar llevando a la construcción del reino del dios Espíritu Absoluto”.
La diferencia entre una persona psicológicamente normal y otra que no lo es, radica esencialmente en el grado de aceptación y reconocimiento de la realidad. De ahí que el seguimiento de ideologías que reemplazan la realidad, como referencia para todo diálogo o discusión, en cierta forma promueve una tendencia hacia alguna anormalidad psíquica. “La «verdad orgánica» es tal y revela su calidad de verdad, porque es parte de un sistema coherente y unitivo de ideas, no porque tenga relación alguna con lo que podemos llamar el orden real de las cosas”.
“No se trata de una diferencia entre interpretaciones de la realidad ni tampoco sobre lo que conviene hacer o dejar de hacer políticamente, diferencias que se presentarán lealmente al debate entre los ciudadanos. Se trata de definiciones dogmáticas que se pretende imponer a todos desde el poder, acerca de la realidad de los sucesos y acontecimientos y acerca del orden real de las cosas, que no admite discusión alguna. Además, se fundan en premisas que los creadores de estos sistemas filosóficos no aceptan poner en discusión, tal como lo demostró Eric Voegelin en los casos de Hegel, Marx, Nietzsche y Comte” (De “Modernismo y satanismo en la política actual”-J.E. Miguens-Buenos Aires 2011).
Luego de la caída del socialismo, quedaron algunos “intelectuales” que tratan de mantener en vigencia ideologías no contrastables con la realidad que se las trata de imponer mediante el engaño y el autoritarismo, constituyendo formas políticas esencialmente totalitarias. El citado autor agrega: “El principio básico que intentan rescatar […] como el fundamento en el que se apoya el modernismo revolucionario surgido del romanticismo hegeliano: la negación satánica de la realidad social y su pretensión de imponer sus construcciones mentales imaginarias mediante el apoderamiento del poder del Estado, que no podrá ser sino autoritario”.
El kirchnerismo se ha identificado ideológicamente con esta tendencia al compartir el punto de vista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, autores de “Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia” (Fondo de Cultura Económica-Buenos Aires 2010). Miguens comenta: “Resulta difícil analizar este libro porque está plagado de agachadas engañosas y de juegos artificiosos con los conceptos y las afirmaciones, que disimulan la intencionalidad concreta del texto y sus objetivos políticos de dominación. Cuando se sustituye la realidad por el pensamiento, como lo hacen los autores declaradamente, se está negando injustamente la objetividad de la realidad como tal; esto les permite hacer cualquier truco discursivo engañoso con tal de que tenga alguna coherencia interna”.
“Reconociendo que el «proletariado» ya dejó de ser el protagonista de la revolución, los autores lo dejan de lado desdeñosamente y espigan algunos nuevos sujetos con potencial revolucionario para apoyarse en ellos en la apropiación del poder político. Movimientos como el feminismo, el ecologismo, el antirracismo, el antiinstitucionalismo, los de las minorías étnicas, regionales o sexuales, pueden ser «rearticulados como relaciones de opresión […] de las que puede surgir un antagonismo»”.
“Dicho en lenguaje usual prescindiendo de todos estos disimulos verbales, los autores están diciendo que hay que «articularlos» o sea, aprovechar cualquier conflictividad social exacerbándola como «relaciones de opresión» (lo que significa inventarles un culpable o un enemigo) suscitándoles el odio y la violencia”.
“Todo este potencial articulado de antagonismos se aprovecha para encaramarse sobre su potencial, con el fin de obtener la hegemonía sobre el resto de la sociedad, incrementando los resentimientos y las frustraciones y canalizándolas hacia algo que es el culpable y el enemigo, para así apoderarse y perpetuarse en el poder político”.
“No les interesa solucionar los problemas, sino exhibir ante la opinión pública las maldades de la sociedad represora y utilizar políticamente los resentimientos desatados para ponerlos a su servicio. Una sociedad antagónica nunca puede ni sabe, resolver los problemas concretos de la gente ni los que tiene como sociedad, sino articularlos para construir hegemonías y anestesiar a los que padecen con las promesas de una futura sociedad feliz”.
“Para estos autores […] lo fundamental es la creación del enemigo al modo de los descendientes políticos del hegelianismo. Ernesto Laclau en su libro de 2007 titulado «La razón populista» sostiene que lo que une a estos movimientos para hacerlos efectivos es crearle enemigos a quienes odiar. «Lo que hace posible la mutua identificación entre los miembros, es la hostilidad común hacia algo o hacia alguien»”.
“Cualquiera puede darse cuenta que los gobiernos que van a aplicar estas recetas van a crear una sociedad espantosa, separada y enfrentada entre sí por odios y discordias, y generadora de violencia, de desprecio por la dignidad de todas las personas, de aprovechamiento de los que sufren, de inseguridad para todos sus miembros y hasta de enfrentamientos armados. A nadie se le puede hacer creer que una sociedad antagónica pueda funcionar en tal situación. El enfrentamiento de unos sectores sociales contra otros, paraliza a cualquier nación”.
“La sociedad civil no se ve como colaboradora y equilibradora de los poderes políticos y económicos, sino como «generadora de antagonismos». Vale decir que lo que los une es el odio y el resentimiento que los líderes revolucionarios van a exacerbar y aprovechar”.
“Para estos autores, «pluralismo» es tomar en cuenta a tales variados sujetos de acción elegidos por ellos, para unificarlos y así poder aprovecharlos para sus designios políticos. A mi parecer, esta actuación no está motivada por el respeto y el deseo de justicia para los marginados y oprimidos, sino por la manipulación, suscitándoles resentimientos antagónicos”.
“[Hegel, Marx, Nietzsche y Comte] adoptan como punto de partida de su sistema, sin admitir discusión ni presentar prueba alguna, la afirmación dogmática de que las sociedades se basan en el antagonismo, lo que no es cierto. Las sociedades se hacen por solidaridad y la mutua colaboración y se deshacen por los antagonismos. Pero, con esta óptica distorsionada, interpretan a las sociedades haciéndolas «inteligibles» según ellos”.
“Para Laclau y Moffe, el aporte que dejó Hegel al modernismo es la afirmación de que todo es «transición, relación, diferencia» o sea que el mundo exterior es caótico y sin sentido; por tanto depende, para entenderlo y darle un sentido, de las conexiones lógicas y construcciones mentales de los intelectuales políticos de la izquierda subversiva y de sus antagonistas de la derecha revolucionaria, ambos derivados de Hegel”.
“Esto significa negar despectivamente a la sociología científica actual y rechazar todo aporte que ésta pueda hacer a la política concreta. Sin esa negación de la sociología, el concepto de «articulación» que funda la pretensión de «hegemonía» caduca. Las cosas son o no son y los problemas sociales son los que afectan a la gente, no los que definen estos intelectuales para articular y sostener sus pretensiones de hegemonía y dominación”.
“Los autores del libro declaran explícitamente que el punto decisivo de su argumento es que «la sociedad no es un objeto legítimo de discurso» y que si se aceptara «una concepción sociologística de lo social no habría espacio para las articulaciones hegemónicas, ni tampoco, desde luego, para la política como actividad autónoma». Esto hace lógicamente necesaria la negación de toda sociología como análisis científico de la realidad circundante”.
Quienes esperan que la Argentina resurja desde la irracionalidad, el oscurantismo, la mentira y el odio, esperan un milagro. Las mejoras sociales e individuales provendrán de la racionalidad, la claridad, la verdad y el amor. Es oportuno destacar el detallado análisis que hace José Enrique Miguens cuyo mérito consistió en descender al mundo de las ideologías nefastas y volver para describirlo haciéndolas accesibles a la persona normal.
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