A lo largo de la historia se produjeron conflictos sociales, en distintos contextos, que pueden describirse en base a actitudes grupales similares, tal el caso de la Inquisición y de los recientes totalitarismos aparecidos durante el siglo XX. Toby Green escribió: “La Inquisición afectó todos los aspectos de la sociedad: los feligreses debían dar muestras de gran devoción, o de lo contrario podían ser denunciados; una blasfemia dicha en un momento de ira durante un juego de cartas podía provocar que se iniciara una investigación; remover la grasa de una pata de cordero era motivo suficiente para recibir acusaciones de practicar el judaísmo. Con su carácter de policía secreta y del pensamiento, la Inquisición instauró una permanente situación de temor, e impuso un entorno de paranoia y persecución institucional considerado en la actualidad un claro antecedente de los totalitarismos contemporáneos”. “Durante más de tres siglos –desde la unificación de España, que tuvo lugar en el siglo XV durante el reinado de Fernando e Isabel, hasta las guerras napoleónicas- esta institución condenó a supuestos herejes no sólo en España y Portugal, sino también en África, Asia y Latinoamérica”.
La importancia de la Inquisición, como organización que habría de velar por la vigencia de los dogmas cristianos, surge de la Iglesia Católica, aunque los desvíos de los fines originales, y la peligrosidad que la caracterizó, provienen del apoyo de los reyes católicos, de donde surge la analogía mencionada con los totalitarismos. “El abuso de poder en la Península Ibérica fue un asunto político y no religioso, y la historia de las Inquisiciones ibéricas no tiene por qué ser una diatriba anticatólica. La persecución nunca fue un monopolio de españoles, portugueses o católicos. Fue algo de lo que todos los pueblos eran capaces” (De “La Inquisición”-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2007).
El atractivo que despertaba ser parte de la Inquisición era similar al ofrecido por los totalitarismos, tal la posibilidad del saqueo de sus victimas que permitía el posterior enriquecimiento del inquisidor. Luigi Sanzoni escribió: “Alejandro III decretó, en el Concilio de Letrán, en 1197, que era absolutamente necesario oponerse a los herejes, así como a confiscar sus bienes y reducirlos a la servidumbre” (De “La Inquisición”-Grupo Editorial GRM-Barcelona 2004).
En cuanto al saqueo establecido en Cuba por los seguidores de Fidel Castro, Hilda Molina escribió: “La desacreditada Dirección de Recuperación de Bienes Malversados disponía de numerosas oficinas inoperantes y de varios salones enormes llenos de verdaderos tesoros apiñados sin orden ni control. Era constante la llegada de camiones cargados con muebles, artículos eléctricos, obras de arte, etc. Pude conocer que no solamente confiscaban los bienes de los supuestos ladrones del erario público, además saqueaban las viviendas de los que abandonaban el país e incluso las de personas honradas ajenas a la política. Comprobé también que los jefes de la ciudad incursionaban en esos locales cual lo harían en sus propios feudos y se repartían los recursos más valiosos, incrementado así sus ya abultados patrimonios personales y las de sus familiares y amigos. Finalmente, supe que el motivo fundamental de las asiduas visitas de los directivos de la Asociación de Jóvenes Rebeldes a ese antro, no era otro que participar en la rapiña, apropiándose de todo lo que les interesaba” (De “Mi verdad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).
La Inquisición promovía el terror, por lo que los juicios en los que se sentenciaba a algún hereje, o sospechoso de herejía, tenían carácter público. Luigi Sanzoni escribió: “Si se acusa al Santo Oficio de crueldad manifiesta no se cae en el más mínimo error. Por consiguiente, cabe preguntarse si esta excepcional actuación de la justicia no se escapaba a todo control. No es difícil imaginar a los inquisidores torturando cruelmente para obtener confesiones y condenando sin remisión a las víctimas a la hoguera, única purificación aceptada por el fanatismo. Sin embargo, hemos de aportar algunos matices a este respecto; no intentamos, en absoluto, justificar la violencia, sino puntualizar simplemente que los tribunales inquisitoriales estaban sujetos a normas muy precisas”.
También en los sistemas totalitarios era esencial implantar el terror generalizado para mantener el control absoluto sobre la población. Hilda Molina agrega: “Hasta entonces permanecí inerme frente al enajenante, prolongado y minucioso proceso de manipulación sentimental, de inoculación de terror y de chantaje psicológico al que han sometido al pueblo cubano, y que ha transformado en marionetas a millones de seres pensantes”.
De la misma forma en que, durante una guerra civil, la violencia generalizada se utiliza a veces para encubrir asesinatos que nada tienen que ver con ella, durante la época de la Inquisición se la podía utilizar para establecer venganzas personales ajenas al proceso. Toby Green escribió: “En el hogar de Juan Garcés de Marcilla, el odio acechaba. Marcilla era un noble local en el remoto pueblo aragonés de Teruel. Avergonzado de su indigencia, se había casado con Brianda, la hija de Jaime Martínez Santángel, un poderoso hombre de negocios local. Marcilla aborrecía a sus parientes políticos, y en esa época un odio semejante podía llevarse a los extremos: se propuso hacer que los quemaran vivos”. “En marzo de 1485, Marcilla se apoderó del pueblo y la Inquisición comenzó a trabajar. En agosto tuvo lugar el primer auto; en enero de 1486 hubo otro auto de fe y nueve conversos murieron en la hoguera. El más importante de ellos era Jaime Martínez Santángel…Además, dos de los hijos de Santángel murieron en la hoguera y se quemó la efigie de un tercero. Gracias a la Inquisición, Marcilla comenzó a deshacerse de sus parientes políticos. Además, se había mostrado partidario de una institución que los nuevos monarcas de Aragón y Castilla, Fernando e Isabel (conocidos como los «Reyes Católicos»), consideraban un aspecto esencial de su política doméstica. Esto era de por sí suficiente para verlo ascender socialmente, a pesar de que la familia de su esposa estaba destruida”.
Entre las creencias comunes de inquisidores y totalitarios aparece la de considerarse poseedores exclusivos de la verdad absoluta y universal; creencia que adoptan como justificativo para imponerla a los demás de cualquier forma posible. Desde el punto de vista de la religión revelada, existen los elegidos por Dios para recibir esa verdad, lo que impide cualquier tipo de entendimiento quedando al resto de los mortales tan sólo la opción a obedecer. Una conjunción de religión revelada y de totalitarismo se advierte en la actualidad en los grupos islámicos radicales. “Según algunos filósofos de la actualidad, Michel de Montaigne fue la figura central de la evolución de la filosofía escéptica moderna, un precursor de Descartes y Hume y del auge de la cosmovisión científica. En el siglo XVI, fue el defensor más elocuente de una corriente de pensamiento denominada escepticismo pirrónico, que sostenía que nunca había bastante evidencia para determinar si el conocimiento era o no posible, por lo que cualquier dictamen debía eliminarse; una especie de agnosticismo con respecto a si era posible o no saber algo”. “Uno de los aspectos del pensamiento de Montaigne era el énfasis en la distancia entre intención y acción. Como dijo en cierto momento: «los actos deben acompañar a la palabras […] el verdadero espejo de nuestras ideas es el curso que toman nuestras vidas»” (Toby Green).
Nada hubo tan opuesto a la Inquisición y al totalitarismo como la libertad de pensamiento asociado a la ciencia experimental, de ahí que entre quienes debieron padecer los embates inquisitoriales aparecen varios precursores de la indagación científica. Uno de ellos fue el filósofo y sacerdote Giordano Bruno. Michael White escribió: “Lo que realmente selló su destino e hizo de él un paria dentro del monasterio fue el que se supiera que había leído textos prohibidos, las obras de místicos y alquimistas. Un hermano, Bruno nunca llegó a descubrir quien, fue el que lo denunció después de haberlo sorprendido leyendo a Erasmo. La falta era considerada de tanta gravedad que el prior Ambrogio Pasque, quien ya se había hartado de su díscolo pupilo, no vaciló en comunicar lo ocurrido al padre provincial para que Bruno respondiera a la acusación de herejía, un crimen que conllevaba la excomunión y, en casos extremos, la muerte por el fuego”. “A aquellas alturas, Bruno ya había comprendido que la vida monástica no estaba hecha para él”. “Y sabiendo cómo se habría cerrado la red para atraparlo, Bruno optó por la huida para no tener que enfrentarse al inquisidor local. Con todo, semejante decisión lo obligó a llevar una vida sin hogar. Nunca podía quedarse mucho tiempo en el mismo sitio, nunca se sentía seguro. Unos meses después fue excomulgado «in absentia» y se convirtió en un fugitivo” (De “Giordano Bruno”-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2002).
De la misma manera en que la Inquisición evitaba que los fieles se “contaminaran” con lecturas heréticas y castigaba toda opinión adversa hacia la Iglesia, en la URSS se trataba de mantener al pueblo lejos de toda contaminación “burguesa” castigando con la cárcel cualquier forma de disidencia. Ni siquiera podía tolerarse en un destacado físico teórico como Lev D. Landau. Al respecto, Kip S. Thorne escribió: “Landau estaba en peligro debido a sus anteriores contactos con los científicos occidentales. Poco después de la Revolución rusa, la ciencia había sido objeto de atención especial por parte de la nueva dirección comunista. El propio Lenin había impulsado una resolución en 1919 ….eximiendo a los científicos de los requisitos de pureza ideológica: «El problema del desarrollo industrial y económico exige el inmediato y amplio uso de expertos en la ciencia y la tecnología que hemos heredado del capitalismo, pese al hecho de que ellos están inevitablemente contaminados con ideas y costumbres burguesas»”. “En la Rusia de Stalin raramente sabía uno la razón real de que hubiese sido encarcelado –aunque en el caso de Landau existen indicios en los archivos del KGB: en conversaciones con colegas había criticado al Partido Comunista y al Gobierno soviético por su forma de organizar la investigación científica y por los arrestos masivos de 1936-1937 que caracterizaron la época del Gran Terror. Tales críticas se consideraban una «actividad antisoviética» y podían llevarle a uno a la cárcel” (De “Agujeros negros y tiempo curvo”-Crítica-Barcelona 1995).
Si bien existieron coincidencias entre la Inquisición y los totalitarismos del siglo XX, debe advertirse que existió una diferente escala de violencia, ya que en el primer caso produjo la muerte de miles de victimas mientras que en el segundo caso se llegó al orden de las decenas de millones. Lo que no deja de sorprender es que un amplio sector de la población rechaza absolutamente a la Inquisición mientras profesa una íntima y secreta admiración por personajes como Fidel Castro y otros líderes que implantaron el terror como una habitual estrategia de gobierno. En estos casos, la adhesión se debe principalmente a que tales personajes no ejercían la violencia contra delincuentes, sino principalmente contra la gente decente sospechosa de gozar de un nivel de felicidad superior al de los demás.
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