Puede considerarse que las distintas posturas filosóficas adoptadas son visiones complementarias de la realidad análogas a las fotografías que, tomadas desde distintos ángulos, dan una imagen veraz de cierto paisaje. Esta es la postura optimista de la filosofía, ya que, en principio, se acepta la posible validez de tendencias, en apariencia, antagónicas. La actitud pesimista, por el contrario, supone que gran parte de la filosofía es esencialmente errónea.
A las ramas humanistas de la ciencia se les puede asociar la actitud optimista anterior y considerar que el hombre es descrito desde varios “ángulos” por la psicología, la sociología, la psicología social, la antropología, etc. Estas visiones complementarias pueden ayudar a establecer una descripción cercana a la realidad. De todas las perspectivas posibles, se distinguen las que toman como punto de partida al individuo y las que parten desde la sociedad.
La idea de la complementariedad de visiones puede ayudar a vencer cierta dificultad que se presenta a quienes tienen formada una concepción del mundo y les cuesta bastante comprender posturas muy distintas a la propia. Nos cuesta aceptar posturas filosóficas ajenas de la misma forma en que nos cuesta comprender la vida emprendida por personas con gustos y creencias muy distintas a las nuestras. Existe, por lo tanto, cierta empatía intelectual, que implica ubicarnos imaginariamente en el pensamiento ajeno. Un amigo de Kant escribió sobre el filósofo: “Precisamente en una época de mayor madurez y fuerza intelectual, cuando estaba trabajando en la filosofía crítica, nada le era más difícil que pensar en el sistema de otro. Le costaba supremos esfuerzos comprender los escritos siquiera de sus oponentes, pues le era imposible apartarse, por poco tiempo que fuera, de su sistema original de pensamiento” (Citado en “Los filósofos y sus vidas” de Ben-Ami Scharfstein-Ediciones Cátedra SA-Madrid 1984).
Puede decirse que, en principio, existen tantas filosofías como filósofos hay. Hay filosofías prácticas y otras descriptivas. Las hay constituidas como sistemas formales y otras que sólo adoptan principios implícitos. Hay filosofías objetivas y otras predominantemente subjetivas. En algunas se busca “lo que el hombre debe ser” y otras apuntan hacia “lo que el hombre es”.
Algunos autores describen al filósofo existencialista como un “actor”, mientras que los demás filósofos serían “espectadores” del mundo. En unos predomina la necesidad imperiosa de conocimientos para resolver sus problemas personales, mientras que en los otros predomina una “saludable curiosidad intelectual”. Sin embargo, en casos como el de Baruch de Spinoza, en que el filósofo establece una “ética demostrada según el orden geométrico”, siendo la descripción filosófica más formalizada que se haya realizado, puede decirse que surge como una necesidad de encontrar respuestas para su propia vida. Pero esas respuestas habrán de ser generales y de interés para todos los hombres.
Se considera al existencialismo como una postura emergente en épocas de crisis, en las que el hombre se siente decepcionado ante las visiones vigentes sobre el mundo. Tuvo aceptación en la Europa del siglo XX, que padeció las dos grandes Guerras Mundiales y los totalitarismos. No sólo se dice que el existencialismo es la filosofía de la crisis, sino también que es la crisis de la filosofía. Norberto Bobbio escribió: “Cuando la crisis cunde, hay entre las actitudes espirituales una que pretende presentarse como la única válida y legítima: es la actitud de aquel que renuncia a la autoridad y acepta el desorden, echándose encima la crisis como una carga que hay que llevar hasta quedar aniquilado, como una pena que hay que aceptar hasta la destrucción de nosotros mismos; aquel que, en resumidas cuentas, hace de la crisis no el objeto de una reprobación, ni un trampolín para un salto hacia delante, sino su propio destino, su último refugio, y encuentra en esta degradación su complacencia y casi una exaltación de su propia falta de sostén. Toda una experiencia cultural, nueva, difundida particularmente en la poesía y en el arte, ha expresado en las formas más diversas y visibles esta actitud de autodenigración, formas ora altamente sugestivas ora polémicamente audaces; la misma dio origen, a fines del siglo pasado (XIX) y a comienzos de éste, a un gusto y a un hábito que tanto partidarios como adversarios –los unos con aire de desafío, los otros con propósito de escarnio- han bautizado con el nombre que después han reconocido para aceptarlo o para cambiarlo: decadentismo”.
“El decadentismo, pues, ya en los umbrales de su disolución, ha encontrado el camino para su afirmación teórica. Este camino es el existencialismo, el cual se presenta como aquella filosofía que, consciente y abiertamente, a la esperanza opone la desesperación, a la consecución de la meta el naufragio final, a la continuidad del ser la quiebra entre ser y existencia, a la coherencia del pensamiento racional lo inconsecuente y huidizo de un estado de ánimo, al gozo inefable frente al ser la angustia frente a la nada, en suma a la fe en el espíritu creador del hombre, que es propia del idealismo y del positivismo, la incredulidad y la voluntad de destrucción” (De “El existencialismo”-Fondo de Cultura Económica-México 1958).
Un sistema descriptivo general, basado en el conocimiento de leyes naturales, deja de lado lo que no es común a todos los hombres; lo subjetivo. Y ahí se encuentra el lugar para la actitud existencialista; como un complemento a las descripciones objetivas. Pietro Chiodi escribió: “Inobjetabilidad, imposibilidad de ser generalizado, finitud y negatividad son, pues, los caracteres fundamentales que la existencia asume en una problemática existencialista” (De “El pensamiento existencialista”).
Muchas veces, la actitud subjetiva se opone a la actitud objetiva, en vez de aceptar la posible validez de ambas. E. Paolo Lamanna escribió:”El espíritu del sistema pretende instaurar una verdad pública, igual para todos, y por ello mismo no válida verdaderamente para ninguno, porque cada uno necesita su verdad, la que justamente él alcanza en lo íntimo de su incomparable experiencia personal. El espíritu de sistema pretende extender sobre toda la realidad una luminosidad meridiana, mientras que el alma sólo discierne la verdad en medio de las tinieblas de la noche que lleva dentro de sí” (De “La filosofía del siglo XX”-Librería Hachette SA-Buenos Aires 1981).
Sören Kierkegaard, el primer filósofo existencialista, reacciona contra el sistema filosófico propuesto por Georg Hegel. Su pensamiento al respecto ha sido sintetizado por Matthew Stewart, quien se ubica imaginariamente en la postura de Kierkegaard y escribe: “Hoy me burlé nuevamente de Hegel. Anda que no es bufón. Todo filósofo imagina que habla en representación de toda la humanidad, olvidándose de que es una persona existente particular. Al final, el filósofo no habla en representación de nadie. Es una figura cómica. Uno no puede sino reírse ante el intento de atrapar la existencia en las mallas de un sistema lógico. No puede haber sistema existencial. Ser y pensar no pueden ser unidos salvo en las fantasías absurdas de los filósofos. De todas formas, ¿qué me importan todos estos sistemas filosóficos. Lo que quiero es la verdad para mí. Quiero saber lo que puedo y debo creer, lo que me importa, mi inquietud última, y no una verdad de la lógica carente de vida” (De “La verdad sobre todo”-Ediciones Taurus-Madrid 1998).
El físico Louis de Broglie dijo que “en los fundamentos de toda teoría física existen postulados arbitrarios; el éxito posterior legitima su empleo”. También los sistemas filosóficos proponen ciertas bases para un edificio descriptivo que tendrá cierta coherencia lógica. Si las conclusiones posteriores son compatibles con la realidad, dentro del margen de error admitido en cuestiones filosóficas, podrán aceptarse esos principios. Así, todo sistema filosófico implicará una “prueba de verdad” para sus propios fundamentos.
Cuando no se establece un punto de partida explícito, no se lo puede poner a prueba, y puede incurrirse en serios errores. Así, uno de los problemas existenciales que debe resolver Kierkegaard, para su propia vida, parte de una creencia extraña. Alguna vez, en el pasado, su padre maldijo a Dios por haberle dado una vida llena de incomodidades. Con el tiempo, logra una sólida posición económica, pero mueren sus hijos a una temprana edad. El filósofo interpreta estos hechos como una venganza de Dios contra su padre. En pocas palabras, supone la existencia de un Dios vengativo que utiliza la “vendetta”; algo tradicional en el ámbito de la mafia siciliana.
Los sistemas filosóficos no deben interpretarse como intentos por reducir la realidad a unos pocos conceptos, perdiéndose mucha información, sino que son intentos por lograr un conocimiento organizado, de tipo axiomático, que puede ser aceptado y comprendido por cada hombre. De todas formas, cualquiera sea la postura adoptada, una secuencia de pensamientos se inicia en algún origen, que algunos lo hacen explícito y otros lo mantienen oculto. Ninguno de los dos métodos garantiza el éxito, pero las filosofías con principios explícitos son más “honestas” y “sinceras”.
Hay sistemas descriptivos que llevan implícito “lo que el hombre debe ser”; hacia donde debe apuntar, hacia donde debe mirar. Utilizan un principio de simplicidad; ya que es mucho más fácil describir al hombre en general que a los millones de seres humanos reales y existentes. De ahí que muchos individuos se sientan excluidos de los grandes sistemas. De todas formas, un sistema filosófico con sentido práctico, deberá tener la suficiente generalidad como para ser útil y accesible a cualquier ser humano de cualquier época; de lo contrario, tiene muy poca razón de ser.
Entre los aspectos negativos del existencialismo se advierte un distanciamiento de una ética concreta. Al respecto, Norberto Bobbio escribió: “Una antropología, esto es, la investigación del hombre realizada con el objeto de revelar su posición en el cosmos, implica supuestos éticos o es ella misma la fuente de una ética, si por ética se entiende un sistema de valores a base de los cuales se hacen valoraciones y se establecen normas del obrar. Cierto es que ni la antropología ontológica de Heidegger, ni la antropología patético-mística de Jaspers se presentan como sistemas de ética y confluyen en una filosofía moral profesada abiertamente: más aún, rara vez se ha dado una filosofía que, como el existencialismo, se resista a tomar cualquier posición moral y sepa evitar con igual rigor todo compromiso con la filosofía moral, e incluso el nombre mismo de «moral»”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario