Cuando se producen severas crisis sociales, dos son las formas extremas propuestas para salir de ellas. La primera surge de una visión optimista del hombre por la cual se supone que es naturalmente bueno, sin desconocer que también puede ser “naturalmente malo” cuando elige caminos equivocados. En ese caso, la solución buscada recurre a la restauración de valores vigentes en mejores épocas y el redescubrimiento de potencialidades escondidas en su propia naturaleza. Por el contrario, para quienes creen que el hombre es siempre “naturalmente malo”, el único camino posible es el de la revolución, por la cual se destruye el antiguo orden para establecer uno nuevo. La libertad individual será suprimida por cuanto, se supone, favorece la proliferación del mal. Tage Lindbom escribió:
“La revolución es la eliminación total de un orden existente y la instauración de un orden nuevo. Deben establecerse nuevos valores, nuevos criterios, nuevos artículos de fe, nuevos sistemas y nuevas estructuras. No es solamente, como la sublevación, una insurrección violenta contra una opresión con vistas a alcanzar un nuevo régimen. No es tampoco, como la revuelta, una acción que intente poner término a un poder juzgado intolerable. Tanto una como otra pueden formar parte –y lo hacen a menudo- de los preliminares que conducen o que pertenecen a un proceso revolucionario. Pero sólo con la revolución en sí se produce el derribo total; los signos más y menos se invierten. Esta inversión puede tener lugar en el plano social y económico; puede ser de carácter filosófico, político o cultural. Aún es más frecuente que intervenga en todos esos dominios. En efecto, poco puede hacerse para lograr que escape un sector cualquiera de la vida humana, porque, en su esencia, es universal y concierne tanto a los principios como a la humanidad en su conjunto”.
“La sublevación y la revuelta quieren abolir abusos y desequilibrios limitados en el tiempo y en el espacio. No atacan ningún principio del orden establecido, intentando, al contrario, hacer respetar los principios en su estado puro y original. La sublevación y la revuelta quieren restablecer. La revolución en cambio quiere acabar con un orden. Apunta siempre hacia lo alto. Ataca a la autoridad en sí; es, en su esencia, antiautoritaria”. “No conoce límite en el tiempo ni en el espacio. Tiene la pretensión de anunciar una verdad «eterna»”.
“El orden al que el Creador nos ha sometido no conoce ninguna revolución ni conmoción susceptible de introducir en las cosas creadas un cambio cualquiera de principio. Los hombres sólo tienen una elección: obedecer o desobedecer”. “La revolución es la más implacable de todas las acciones humanas. Destruye los puentes y quema las iglesias. Exalta y glorifica la ilegitimidad. Todo acto revolucionario es una obra colectiva que no deja lugar a ninguna desviación que pueda satisfacer los deseos y necesidades de los individuos. Porque la revolución no está hecha para los individuos, sino para esa figura de leyenda mística que se llama el Hombre y cuya manifestación colectiva es el Pueblo. Es al Hombre, al Pueblo, a quien se trata de liberar, de purificar, de hacer renacer”.
“Será el fuego el gran símbolo que tendrá preeminencia sobre los demás. Porque, en manos revolucionarias, las antorchas no tienen como primera función esparcir la luz, las teas flameantes encenderán grandes hogueras. La misión del fuego es doble: quemar y consumir lo antiguo y al mismo tiempo purgar y sanear. El fuego funde el mineral y el oro puro es separado de la escoria. Cada revolución es un purgatorio secular”.
“Todos los vínculos que, espacialmente, han unido a los hombres, a las familias, a las tribus, a las naciones, a los pueblos, así como todos los que temporalmente les relacionan con las cadenas de la tradición o conectan a las generaciones entre sí, deben ser cortados. La nueva divinidad de la Tierra ha sido proclamada: es el Hombre”. “Marx ha podido decir: «Para el hombre el Ser supremo es el hombre mismo»” (De “La semilla y la cizaña”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1980).
En cuanto a las crisis sociales, podemos encontrar sus primeros síntomas en el simple trato cotidiano en cada ambiente social. Es así que podremos sentirnos cómodos, o no, dependiendo de la sensación, o sentimiento, de igualdad, que surja en el trato. Si nos hacen sentir “poca cosa”, degradándonos de alguna manera, tal situación podrá incluso repercutir en nuestra autoestima, especialmente cuando no sea muy alta. También podremos sentirnos incómodos cuando tratan mal a otras personas, o bien cuando somos completamente ignorados. Por el contrario, al advertir un trato igualitario, nos surge la idea de que el interlocutor nos considera igual de importantes que su propia persona, o que al menos hacia ello apunta.
El sentimiento de igualdad, que surge del trato cotidiano, poco tiene que ver con nuestro nivel económico o social, sino que depende esencialmente de la predisposición de las personas a establecer vínculos sociales, ya que, por lo general, no conocemos nada acerca de ese nivel. De ahí que la mayor parte de los pueblos ha tratado de promover el buen trato, la educación y esencialmente la empatía, por la cual nos ubicamos imaginariamente en el lugar de los demás quedando predispuestos a compartir sus estados de ánimo.
La base de la restauración social es un proceso tanto cognitivo como afectivo, por cuanto primero conocemos, a través del lenguaje de los gestos, lo que una persona siente y transmite. Luego respondemos en forma solidaria tratando de compartir su alegría o su sufrimiento. Emilio J. Gimeno escribió: “Recientes investigaciones demuestran que sentimientos como el amor, no sólo se generan en áreas sub-corticales dominantes de los sistemas emotivos, sino en zonas con función racional cognitiva cortical, cuyas conexiones generan conductas con efectos de motivación cognoscitivas complejas. Por lo tanto el amor no es sólo una emoción, sino un complejo funcionamiento de centros, donde también intervienen aspectos de nuestra esfera racional” (De “Las huellas de las ideas”-Mesa Editorial-Buenos Aires 2012).
Una vez que encontramos en nuestra propia naturaleza la posibilidad de disponer de una potencialidad cooperativa y empática, desaparece el motivo (o el pretexto) para realizar la revolución. Ello no implica algo nuevo en el cristianismo, sin embargo, son importantes los conocimientos aportados por la neurociencia. La visión pesimista del hombre surge de personas que odian a la sociedad creyendo que los demás actúan también de esa manera. Jeremy Rifkin escribió: “En las ciencias biológicas y cognitivas está surgiendo una visión nueva y radical de la naturaleza humana”. “Descubrimientos recientes en el estudio del cerebro y del desarrollo infantil nos obligan a replantear la antigua creencia de que el ser humano es agresivo, materialista, utilitarista e interesado por naturaleza. La conciencia creciente de que somos una especie esencialmente empática tiene consecuencias trascendentales para la sociedad” (De “La civilización empática”-Editorial Paidós SACIAF-Buenos Aires 2010).
Mientras que la restauración implica transitar desde la desobediencia a Dios a la obediencia (o a la obediencia a la ley natural), la revolución implica transitar desde la desobediencia a la obediencia a un líder revolucionario. Mientras que la restauración está asociada al sentimiento de igualdad motivado por la empatía, la revolución proyecta el igualitarismo (o igualdad artificial), que implica que una clase dirigente minoritaria ha de comandar a otra clase social, mayoritaria, compuesta por seres carentes de atributos individuales, ya que serán borrados por el igualitarismo.
Lo novedoso de la revolución es que últimamente no promueve cambios abruptos, sino que la destrucción del antiguo orden ha de establecerse en “cuotas”, bajo un disfraz democrático. El igualitarismo, aplicado a la clase mayoritaria, anula tanto los premios como los castigos. No hay premios porque implica distinguir y elevar a algunos promoviendo así la desigualdad. No hay castigos porque implica distinguir y rebajar a otros promoviendo también desigualdad. La ausencia de premios reduce los estímulos para los más capaces mientras que la ausencia de castigos estimula la delincuencia. Incluso la lógica revolucionaria no descarta la posibilidad de castigar a los mejores y premiar a los peores con tal que se acelere el proceso. De ahí el desprecio manifiesto por los personajes representativos de la restauración y la admiración por quienes llevan adelante la revolución.
La restauración propone erradicar defectos en los individuos sembrando virtudes; la revolución propone arrasar con todo lo existente para levantar el socialismo sobre los escombros del antiguo orden social. La quita de premios y castigos afecta tanto a la educación como a la economía y a la seguridad social, sistemas que sufren de inmediato los efectos de la revolución en cuotas. Brian Crozier escribe sobre la experiencia pseudo-democrática de Chile en los setenta:
“Una simple trasposición puede ayudar a entender cómo fue la situación que ese país tuvo que soportar. Imaginemos que un primer ministro británico, que llega a Downing Street, gracias a un número minoritario de votos, que ha ganado en una elección en la que intervinieron tres partidos, declarara públicamente que no tiene confianza en la policía y disuelve sus cuerpos de seguridad. Imaginemos que después amnistiara a los terroristas de la Angry Brigade o del IRA, detenidos, que les diera armas y que los declarara guardianes a su cargo. Sigamos adelante. Imaginemos que este primer ministro, ignorando todos los votos de censura, despachara a un verdadero ejército de fisgones oficiales a espiar los negocios privados y que alentara a sus ministros para que fomentasen huelgas y desórdenes. Que se embarcara en un irracional programa de nacionalización y que lo financiara imprimiendo papel moneda, de modo que tres años más tarde la inflación alcanzara al 400% anual. Pero esto no es todo. Imaginemos que el primer ministro invitara a establecerse en Gran Bretaña no sólo al IRA sino también a terroristas palestinos adiestrados, a la pandilla Baader-Meinhof de Alemania y a grupos similares; que además llamara a la KGB y los coreanos del Norte para que dictaran clases de adiestramiento revolucionario”. “Pues bien, eso es lo que Allende hizo en Chile y lo sorprendente no es que las fuerzas armadas hayan intervenido sino que no lo hayan hecho antes. Cualquiera que haya sido el origen de donde provino el mandato de Allende, sin duda que no fue del Cielo” (De “Teoría del Conflicto”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1977).
En los recientes festejos por el subcampeonato mundial de fútbol, logrado por el seleccionado argentino, en Buenos Aires, no faltaron los hechos vandálicos que afectaron a negocios y locales céntricos. La policía detuvo a 170 delincuentes que fueron prontamente liberados (menos a dos) por algún juez “revolucionario en cuotas” que dispuso que no se les debía aplicar castigo teniendo presente, posiblemente, el principio igualitarista. Con ello promueve hechos similares que serán cometidos por quienes se divierten destruyendo la propiedad ajena y la seguridad económica de sus víctimas ocasionales.
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