La falta de entendimiento y los conflictos entre naciones provienen tanto de fallas éticas como también de cuestiones cognitivas. Ello se debe a que, mientras que unas están orientadas por distintas creencias, otras lo están por diversas evidencias. De ahí que la solución de conflictos deba esperar coincidencias previas en los aspectos señalados, es decir, en las formas que adopta el pensamiento dominante en los diversos pueblos. Auguste Comte señalaba que toda rama del conocimiento pasaba por tres etapas: teológica (religiosa), metafísica (filosófica) y positiva (científica), de donde, presuponiendo la validez de esta hipótesis, puede deducirse que los conflictos se deben a que los distintos pueblos transitan, en una misma época, distintas etapas cognitivas y que la mayor parte de ellos vive alejada de la actitud científica (además de los desencuentros por carencias éticas ya señalados).
El científico, por lo general, no pregunta por qué el mundo funciona de tal o cual manera, ya que las posibles respuestas serán difíciles de verificar. Adopta una postura más simple y menos exigente contentándose con describir cómo funciona la pequeña porción de universo a la que dedica sus indagaciones, mientras que los “por qué” reciben siempre una misma respuesta: porque Dios lo hizo así, o porque la naturaleza ha sido creada de esa manera. El religioso, mediante la revelación de la verdad, tiene respuestas para todo, siendo su conocimiento incompatible con otras creencias, mientras que el filósofo trata de lograr una visión personal y general de todo lo existente.
El científico colabora con su pequeño aporte para la construcción de un edificio realizado por muchas manos, mientras que el filósofo sólo puede realizar una pequeña vivienda. El primero es el que, al especializarse, “sabe todo de nada”, mientras que el segundo, al no especializarse, “sabe nada de todo”.
El científico se distingue de los teólogos por cuanto adopta como referencia la propia realidad, sin confiar demasiado en las opiniones de otros hombres y ni siquiera de la propia, ya que la pone a prueba a cada instante. Por el contrario, el religioso, al basarse en la fe, una mezcla de creencia y de confianza en la palabra de otro hombre, la adopta como referencia. En realidad, el científico tiene muy en cuenta las opiniones y los resultados obtenidos por otros hombres, especialmente en su etapa de formación. Sin embargo, sus maestros son sólo intermediarios entre la realidad y sus discípulos. De ahí que se pretenda en la educación que los alumnos adopten un pensamiento critico, no en el sentido de dudar de todo lo que se les dice, sino de adoptar la realidad como referencia tanto para su formación ética como intelectual. Albert Einstein escribió:
“La insistencia exagerada en el sistema competitivo y la especialización prematura en base a la utilidad inmediata matan el espíritu en que se basa toda vida cultural, incluido el conocimiento especializado”. “Es también vital para una educación fecunda que se desarrolle en el joven una capacidad de pensamiento crítico independiente, desarrollo que corre graves riesgos si se le sobrecarga con muchas y variadas disciplinas. Este exceso conduce inevitablemente a la superficialidad. La enseñanza debería ser de tal naturaleza que lo que se ofreciese se recibiera como un don valioso y no como un penoso deber” (De “De mis últimos años”-Aguilar SA de Ediciones-México 1969).
No son pocos los que ven un antagonismo entre ciencia y religión al no advertir que en ambos casos se busca conocer leyes naturales, o las leyes de Dios; que rigen el mundo material y orgánico en el caso de la indagación científica y los aspectos éticos y conductuales en el caso de la religiosa. Ernst Mayr escribió: “Prácticamente todos los arquitectos de la revolución científica siguieron siendo devotos cristianos; por eso no debe sorprendernos que el tipo de ciencia que desarrollaron fuera, en muchos aspectos, una ramificación de la fe cristiana. Desde su punto de vista, el mundo había sido creado por Dios y, por lo tanto, no podía ser caótico. Estaba gobernado por Sus leyes, que, puesto que eran leyes divinas, eran universales. Se consideraba que una explicación de un fenómeno o un proceso era sólida si se ajustaba a una de dichas leyes. De este modo se pretendía llegar a un conocimiento claro y absoluto del funcionamiento del cosmos, y con el tiempo sería posible demostrar y predecir todo. Así pues, la tarea de la ciencia de Dios consistía en descubrir aquellas leyes universales para descubrir la verdad universal definitiva encarnada en dichas leyes, y en poner a prueba su veracidad mediante predicciones y experimentos” (De “Así es la biología”-Editorial Debate SA-Madrid 1995).
En realidad, ante los avances de las investigaciones acerca de la conducta humana, se halla cada vez más cerca la posibilidad de que la ética sea una rama más de la ciencia experimental. En cuanto a la visión científica de la realidad, podemos asociarla esencialmente a la supuesta existencia de un universo regido íntegramente por leyes naturales invariables, siendo la tarea del científico describirlas en una forma objetiva tratando de llegar a una verdad aproximada, cuando la diferencia (o error) entre la ley natural y la descripción es muy pequeña, o bien llegar a la verdad cuando el error sea nulo.
“Otro rasgo de la ciencia que la distingue de la teología es su carácter abierto. Las religiones se caracterizan por su relativa inviolabilidad; en las religiones reveladas, una diferencia en la interpretación de una sola palabra del documento fundacional revelado puede dar origen a una nueva religión. Esto contrasta de manera espectacular con la situación en cualquier campo activo de la ciencia, donde existen versiones diferentes de casi todas las teorías. Continuamente se hacen nuevas conjeturas, y la diversidad intelectual es considerable en todo momento. De hecho, la ciencia avanza por un proceso darviniano de variación y selección en la elaboración y comprobación de hipótesis”.
Si el “oficio” del científico es la búsqueda de la verdad, se sobreentiende que la ha de buscar con ansiedad respetando las leyes y convenciones aceptadas tácitamente en su actividad. Idealmente debería sentirse mejor con un nuevo e importante conocimiento aportado por otro investigador, que por un pequeño avance logrado por él mismo. “Los científicos tienen tradiciones y valores propios y específicos, que aprenden de un profesor, un colega de más edad o algún otro modelo. El sistema de valores no sólo proscribe los fraudes y mentiras, sino que obliga a dar crédito adecuado a los competidores si éstos tienen prioridad en un descubrimiento. Un buen científico defenderá tenazmente sus propias reivindicaciones de prioridad, pero al mismo tiempo suele estar deseoso de agradar a las figuras principales de su campo y a veces acatará su autoridad aunque debería ser más crítico”.
“Toda trampa o manipulación de datos se descubre tarde o temprano y significa el final de una carrera; aunque sólo fuera por esta razón, el fraude no es una opción viable en la ciencia. La inconsistencia es un defecto más extendido; seguramente no existe un solo científico que esté completamente libre de él”.
“Reconociendo que el error y la inconsistencia son frecuentes en la ciencia, Karl Popper propuso en 1981 un conjunto de normas éticas profesionales para científicos. El primer principio dice que no existe la autoridad; las inferencias científicas van mucho más allá de lo que cualquier individuo puede dominar, aunque se trate de un especialista. En segundo lugar, todos los científicos cometen errores algunas veces; parece algo inevitable. Hay que buscar los errores, analizarlos cuando se los encuentra y aprender de ellos. Ocultar los errores es un pecado imperdonable. En tercer lugar, aunque esta autocrítica es importante, tiene que complementarse con críticas ajenas, que pueden ayudarnos a descubrir y corregir los errores propios. Para poder aprender de los errores, hay que reconocerlos cuando otros nos los señalan. Y por último, siempre hay que ser conscientes de los errores propios cuando se señalan los ajenos”.
Se advierte que, mientras que el hombre avanza en el conocimiento científico asociado a la materia y a la vida no humana, permanece atrasado en los conocimientos necesarios para adecuar su vida a las leyes naturales existentes. Si bien se aduce generalmente que ello se debe a que las humanidades son más difíciles que las otras ciencias, no debe dejarse de considerar la posibilidad de que el atraso se deba a que no exista una real voluntad por conocer la verdad o bien por no establecer las preguntas adecuadas que orientarán la indagación intelectual.
En cierta forma, debe imitarse la actitud del científico en el sentido de que busca la verdad con todas sus fuerzas, rechaza la mentira de igual manera tanto como todo conocimiento dudoso o incompleto, observa los resultados de su tarea y corrige los errores. Por el contrario, en el caso de la religión, es impensable que se vaya a ceder un poco ante críticas adversas recibidas. Así, cuando Hans Kung, en años recientes, cuestionó la “infalibilidad papal” en aspectos asociados a la fe, decretada en 1870 por la Iglesia Católica, fue separado de la misma en sus funciones de teólogo católico.
De la misma manera en que resulta efectivo que los Estados sean regidos principalmente por leyes ante que por decisiones del momento de líderes políticos, la religión debería adoptar una postura similar. Daisaku Ikeda escribió: “El mundo de hoy requiere urgentemente un sistema de pensamiento superior. No obstante, creo que deberíamos analizar la naturaleza de una creencia de este tipo en función de las bases sobre las cuales se asienta. Lo que quiero decir es que tendríamos que preguntarnos si una religión superior debería basarse en un dios o en una ley. Creo que el hombre actual se beneficiaría creyendo en una religión basada en una ley, porque un culto así, además de ser confiable, superaría los criterios modernos regidos por la lógica y la razón” (De “Elige la vida”-A.J. Toynbee y D. Ikeda-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2005).
Mientras que la actitud del científico no es tibia ni neutral, ya que en forma decisiva propone la verdad y rechaza el error y la mentira, los pueblos adoptan el multiculturalismo y el relativismo cultural y moral, que conducen a la aceptación igualitaria tanto del bien como del mal, o de la verdad como la mentira. Tal es así que la religión está siendo usada como vehículo para imponer un totalitarismo teocrático en Europa, constituyendo un serio riesgo tanto para la civilización como para la libertad y la seguridad individual.
En el campo económico ocurre otro tanto ya que, ante el fracaso del comunismo, consecuencia de seguir una filosofía errónea, se critica al denominado “pensamiento único”, es decir, para el científico social, existe una ciencia económica aceptada y verificada, y también posturas anticientíficas, debiendo rechazar una de las dos. Al elegir la ciencia, será luego difamado como promotor de tal pensamiento “excluyente”, que es justamente el tipo de pensamiento que fue puesto en práctica en los países socialistas ante toda manifestación científica y religiosa que, por lo general, no se adecuaba, no a la realidad, sino a la ideología imperante.
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