Si la religión es el alma de una nación, el Estado será su cuerpo. De la misma manera en que debe existir en todo individuo una armonía entre alma y cuerpo, o entre los aspectos afectivos e intelectuales y los aspectos materiales, en toda nación debe imperar una armonía entre Estado y religión. De ahí que podrá haber entendimiento entre ambos o bien conflictos. Para permitir el entendimiento, se establece un criterio similar al de la división de poderes imperante en las democracias, tal el que promueve la separación de Estado y religión, mientras que los conflictos surgirán cuando el Estado trate de dominar, minimizar, separar, reemplazar o suprimir la religión. Como ejemplos de estas posibilidades tenemos a la España de Francisco Franco en donde el Estado domina a la Iglesia Católica; a la Argentina de Juan D. Perón donde se trata de desplazar la Doctrina Católica para imponer la Doctrina Justicialista, incluso sus seguidores queman varios templos; a la Rusia de Vladimir Lenin en donde el Estado suprime la religión eliminando a miles de sacerdotes y predicadores. También puede darse el caso inverso, en donde es la religión la que domina al Estado, como ocurre en algunos países islámicos.
La división existente en la población de un país, junto a la división conflictiva entre Estado y religión, es un problema tan viejo como el mundo, siendo generalmente promovido por líderes con excesivas ansias de poder. En la simbología cristiana aparece tal división como el Reino del Hombre, o Reino del César, en oposición al Reino de Dios.
Dentro de la comunidad judía se advierte una división interna entre adherentes al judaísmo tradicional y aquellos que apoyan al sionismo, aunque el primer grupo reúna, en todo el mundo, a unos cientos de miles en contraste con los millones restantes con que cuenta el segundo. Yakov Rabkin menciona una proclama de manifestantes de Montreal en ese sentido:
“Peor que el sufrimiento, la explotación, la muerte y la profanación de la Torá ha sido la putrefacción interior que el sionismo inyectó en el alma judía. El sionismo ha ofrecido una definición laica de la identidad judía como un reemplazo de la fe unánime de nuestro pueblo en la Torá recibida del cielo. Ha llevado a los judíos a ver el exilio como el resultado de una debilidad militar; y también ha destruido el concepto religioso del exilio como un castigo por nuestras transgresiones. Ha sembrado la confusión entre los judíos tanto en Israel como en los EEUU, haciendo de nosotros un Goliat opresor. Ha hecho de la crueldad y la corrupción la norma de sus adeptos”. “Es por eso que el quinto día del mes de Iyar [fecha de la proclamación del Estado de Israel según el calendario judío] es un día de pena extraordinaria para el pueblo judío y para toda la humanidad. Los círculos ortodoxos lo marcaron con un ayuno y un duelo, haciendo penitencia con un sayal y la ceniza. ¡Quizás nos merezcamos poder ver el desmantelamiento pacifico del Estado y el arribo de la paz entre musulmanes y los judíos de todo el mundo” (De “Contra el Estado de Israel”-Ed. Martínez Roca-Buenos Aires 2008).
Es ésta la típica división entre sectores que podríamos denominar patriotas, por una parte, y nacionalistas, por la otra. Así, el judaísmo tradicional se identifica con los patriotas, que aman a su pueblo sin menoscabo del resto de los pueblos, mientras que el sionismo se identifica con el nacionalismo, que pretende que sus seguidores amen a su pueblo pero muy poco al resto. Mientras que los distintos patriotismos se proyectan hacia un “saludable” internacionalismo, los diversos nacionalismos se orientan, cuando las circunstancias lo permiten, hacia algún tipo de imperialismo (sin descartar el que a veces ejercen contra sus propios connacionales).
Mientras que el judaísmo se preocupa por el “alma” de la comunidad, incluso aceptando su condición histórica de “inquilinos” dispersos por el mundo, el sionismo se preocupa por el “cuerpo” de la comunidad, asegurando la existencia de una “casa propia”, como es el Estado de Israel. De ahí que, si predominara el judaísmo en lugar del sionismo, seguramente no se habrían producido los serios conflictos con los palestinos, como los ocurridos recientemente en Gaza y que son sólo una muestra de un estado de guerra casi permanente desde la fundación de dicho Estado.
Los sionistas pretenden hablar en nombre de todos los judíos del mundo, mientras que los adeptos al judaísmo temen convertirse en rehenes, en el resto de los países, de las políticas israelíes y de sus consecuencias. “Los sionistas afirman que el Estado de Israel debe ser conocido como «el Estado sionista» y no como «el Estado judío» o «el Estado hebreo»”. “Al indicar que «el Estado ha pasado a ser más importante que los judíos» se pone de relieve la transformación de identidad que sufren los judíos desde hace más de un siglo, pasando de una «colectividad de fe» hacia una «colectividad de destino»”.
La presencia preponderante del Estado se advierte desde los inicios de su fundación. Yakov Rabkin agrega: “El verdadero fundador del Estado de Israel, David Ben Gurion (1886-1973), admira a Lenin, y se puede comprender mejor el proyecto sionista en la admiración que él siente respecto de la imposición del régimen comunista en Rusia: «La gran revolución, la revolución primordial, que debía arrancar de raíz la realidad imperante, estremeciendo sus fundamentos hasta lo más recóndito de esa sociedad decadente y putrefacta»”.
Recordemos que Vladimir Lenin establece un poderoso Estado que trata de borrar todo vestigio de religión, especialmente cristiana. Si los posteriores dirigentes sionistas piensan y sienten en forma similar a Ben Gurion, no resulta extraño que se haya reemplazado también en Israel su religión por un pensamiento esencialmente antirreligioso, aunque seguramente se hayan respetado las apariencias. El escaso respeto hacia la vida de los palestinos sigue de cerca el desprecio que Lenin sentía por la vida de los cristianos de la Rusia de principios del siglo XX. Resulta evidente que el Estado de Israel resulta bastante más afín al ideal totalitario del marxismo-leninismo que a la tradición religiosa que ha pretendido suplantar. De la misma forma en que un pequeño grupo bolchevique se arrogaba el derecho de representar a toda una clase social (el proletariado), el sionismo se arroga el derecho a representar a todos los judíos, lo que implica, necesariamente imponer sus criterios sectoriales borrando, o minimizando, algunos aspectos importantes de sus “representados”, como es la religión.
En cuanto los objetivos perseguidos por el sionismo, el citado autor escribe: “El sionismo representa un movimiento nacionalista que persigue cuatro objetivos esenciales:
1- Transformar la identidad transnacional judía centrada en la Torá en una identidad nacional a semejanza de otras naciones europeas
2- Desarrollar una nueva lengua vernácula, es decir una lengua nacional, fundada en el hebreo bíblico y rabínico
3- Desplazar a los judíos de sus países de origen hacia Palestina
4- Establecer un control político y económico sobre Palestina
“Mientras que los otros nacionalismos de la época sólo tienen que ocuparse de la lucha por el control de su país, para convertirse en «dueños de casa», el sionismo se propone un desafío más grande y debe al mismo tiempo realizar los tres primeros objetivos”. “A fin de comprender la complejidad que subyace en cualquier discusión sobre el pueblo judío en los siglos XIX y XX, es necesario reconocer primero la secularización, es decir el abandono del «yugo de la Torá y de sus mandamientos”, que ahonda la división entre «judeidad» y «judaísmo»”.
Varios autores señalan que existen, además, planes siniestros para el resto del mundo, que estarían incluidos en los Protocolos de los Sabios de Sión. Sin embargo, si la adhesión de Ben Gurion a Lenin fuese compartida por el resto de los lideres sionistas, no habría necesidad alguna de tales Protocolos; a menos que Lenin los hubiese leído y puestos en práctica con anterioridad.
La escala de valores promovida por el sionismo difiere esencialmente de aquella promovida por la tradición. “Los alumnos de las escuelas públicas en Israel aprenden los mitos fundadores del nuevo Estado….Pero antes que nada, ellos aprenden el valor del arrojo, del coraje, de la intrepidez, cualidades que habrían desaparecido de la vida judía a causa del exilio. Las escuelas jaredis [ultra-ortodoxos], al contrario, enseñan que son esas mismas cualidades, a saber: el orgullo y la intransigencia, las que habrían causado el exilio. Los dos puntos de vista son totalmente opuestos y afectan las lecciones que cada grupo extrae de la historia judía”.
La postura tradicionalista supone que todo lo que le acontece a un individuo, o a un pueblo, depende de sus acciones, lo que en general es cierto, incluso acepta una intervención directa de Dios que impone premios y castigos fuera de la estricta ley natural que rige los acontecimientos humanos, lo que puede no ser cierto. Paul Johnson escribió: “El Holocausto y la nueva Sión estuvieron orgánicamente relacionados. El asesinato de seis millones de judíos fue un factor causal básico en la creación del Estado de Israel. Y esto armonizaba con una antigua y poderosa fuerza motriz de la historia judía: la redención por medio del sufrimiento. Millares de judíos piadosos entonaron su profesión de fe mientras se los empujaba hacia las cámaras de gas, porque creían que el castigo infligido a los judíos, un proceso en que Hitler y las SS eran meros agentes, era obra de Dios y constituía en sí mismo la prueba de que Él los había elegido. De acuerdo con el profeta Amós, Dios había dicho: «Sólo a vosotros he reconocido entre todas las familias de la tierra, y por lo tanto os castigaré por todas vuestras iniquidades». Los sufrimientos de Auschwitz no eran meros sucesos. Eran sanciones morales. Eran parte de un plan. Confirmaban la gloria futura. Más aun, Dios no sólo estaba irritado con los judíos. Estaba dolorido. Lloraba con ellos. Los acompañaba a las cámaras de gas, como los había acompañado al Exilio” (De “La historia de los judíos”-Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1991).
Mientras que el judaísmo propone continuar con una forma de vida que sitúa a los judíos en diversos países, pero unidos por la religión y la fe, el sionismo pretende unirlos en el Estado de Israel, bajo el asedio permanente de pueblos hostiles que sólo piensan en hacerlo desaparecer. Hannah Arendt escribió: “Incluso si los judíos pudieran ganar la guerra, los judíos victoriosos estarían rodeados por una población árabe totalmente hostil, aislados detrás de las fronteras, amenazados, absorbidos por la necesidad de la autodefensa física. Y este sería el destino de una nación que –poco importa el número de inmigrantes que pudiera integrar, y poco importa también hasta dónde podrían extenderse sus fronteras- albergará un pueblo muy pequeño ante vecinos hostiles mucho más numerosos” (Cita en “Contra el Estado de Israel”).
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