La empatía es una respuesta emocional, considerada por los psicólogos sociales, mientras que el amor es una respuesta sugerida inicialmente por la religión. Si la empatía se define como la capacidad para compartir el sufrimiento de otras personas, el amor es la capacidad para compartir tanto el sufrimiento como las alegrías de los demás, por lo que se trata de la misma actitud. Michael A. Hogg y Graham M. Vaughan escribieron: “La empatía es una respuesta emocional al sufrimiento de otra persona, una reacción al ser testigo de un evento perturbador. Es la capacidad de identificarnos con las experiencias de otra persona, especialmente con sus sentimientos” (De “Psicología Social”-Editorial Médica Panamericana SA-Madrid 2010).
La definición del amor aparece en forma explícita en los escritos de Baruch de Spinoza en el siglo XVII: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza: y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”. Siguiendo el retroceso en el tiempo, llegamos a uno de los mandamientos de Cristo: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, expresión que, para ser compatible con la definición anterior, implica “compartir las penas y las alegrías de los demás como propias”.
A partir de la empatía podemos definir la empatía negativa, que implica alegrarse del sufrimiento ajeno, estando el odio vinculado a tal actitud. Baruch de Spinoza escribió: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según mayor o menor el afecto contrario sea en aquello a que tiene odio” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1984).
A partir de estas actitudes es posible definir una ética natural objetiva e, incluso, una escala de valores objetiva. Así, los mejores serán los que posean una elevada capacidad para amar, mientras que los peores tendrán una elevada capacidad para odiar. Luego, el amor y el odio, junto al egoísmo y a la indiferencia, completan las cuatro actitudes básicas del hombre.
Los mandamientos de Cristo aparecen también en el Antiguo Testamento, aunque no tienen la relevancia que se les da en los Evangelios, algo similar a lo que ocurre con el amor y la empatía en los libros de psicología. Indagando en otras religiones, encontramos que el amor aparece en la tradición budista y confucionista. Daisaku Ikeda escribió al respecto:
“El concepto budista de jihi da al amor un valor sustancial. Su significado –un profundo sentimiento de benevolencia y empatía- se define, literalmente, como eliminar el sufrimiento de los demás e infundirles felicidad (bakku yoraku)”. “La palabra bakku significa erradicar la causa del sufrimiento oculto en las profundidades de la vida humana. Bakku comienza siendo una corriente de empatía (doku), es decir, sentir el dolor de otro semejante como si fuese el propio pesar, y querer aliviarlo. Sin la vivencia del doku, no habría acciones concretas inspiradas en el deseo de paliar la angustia ajena. Doku requiere de sutil inteligencia y de imaginación, pues, para sentir el dolor de otra persona, hay que ser capaz de crear un lazo emotivo con el prójimo e imaginar su penosa situación, identificándose con ella, poniéndose exactamente en su lugar…Las personas de escasa inteligencia son indiferentes al sufrimiento de otros seres”.
“Doku es la base sobre la cual se desarrolló la vida comunitaria que caracteriza al ser humano. La convivencia grupal cooperativa es común en el mundo de los seres vivos, pero el ser humano es el único que conserva una fuerte individualidad, al mismo tiempo que preserva el grupo en atención a las necesidades de la vida cotidiana. El hombre puede hacerlo, porque percibe el sufrimiento de sus semejantes y comprende que el grupo es una estructura de protección. Pero el sentimiento de doku no debe convertirse en lástima o en mero consuelo, desprovisto de acción. Por eso hay que ir de la empatía (doku) a la eliminación activa de la causa que genera el sufrimiento (bakku)”.
“¿Por qué motivo sigue habiendo tantos conflictos y guerras sangrientas, pese a que las grandes religiones del mundo predican el amor en todas las latitudes? Sin duda, no será porque el amor es más débil que el odio. La verdadera razón es que al amor no se le ha dado una expresión práctica, fiel a la naturaleza; se lo mantuvo en el plano de la mera abstracción. Por ese motivo, el odio sacó tanta ventaja” (De “Elige la vida” de Arnold J. Toynbee y Daisaku Ikeda-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2005).
En cuanto al confucionismo, el citado autor expresa: “En la historia de la filosofía china, se produjo una polémica en torno de la jerarquía de las distintas formas de amar. El filósofo confuciano Mencio, citando palabras del propio Confucio para convalidar su punto de vista, sostuvo que el amor debía ser distribuido de manera desigual y distintiva; así pues, el amor a los miembros de la propia familia debía estar por encima del amor a los desconocidos y extranjeros. En esta controversia, el antagonista de Mencio era Mo Tzu, para quien el amor del ser humano debía asignarse imparcialmente a todos los individuos y semejantes. Éste es uno de los eternos problemas éticos y sociales de la existencia humana”.
“Las perspectivas de Confucio y Mo Tzu difieren, dado que uno propugna jerarquizar el amor y poner en la cúspide el sentimiento familiar, por sobre cualquier otro tipo de afectividad, y el otro propone un amor universal, dirigido a todas las personas con la misma intensidad con que el individuo se ama a sí mismo. No obstante, tiene usted razón [se refiere a Toynbee] al decir que la sociedad moderna necesita imperiosamente de ambas clases de amor benevolente. En muchos casos, la falta de amor es dolorosamente visible; es común ver personas que no aman a sus padres o a sus hermanos. Y hasta hay padres que no sienten afecto por sus hijos. Esta carencia suele verse reflejada en la conducta de personas que llegan a suicidarse, por considerar su propia vida con profundo menosprecio. ¿De qué sirve la máxima de amarnos como al prójimo, cuando hay personas dispuestas a acabar con su vida por tener el corazón lleno de odio hacia sí mismas?”.
“En lo que respecta a las condiciones internacionales, coincido en que el amor universal de Mo Tzu es absolutamente pertinente en nuestro mundo, tan socavado por el odio, los prejuicios y la incomprensión. Las ideas de Mo Tzu armonizan muy bien con los ideales de la abolición bélica. Su exhortación a que la humanidad abandone los propósitos egoístas y busque metas más altruistas conduce directamente al tipo de política exterior que las grandes potencias harían muy bien en adoptar”.
La postura de Mo Tzu coincide con el mandamiento cristiano del amor al prójimo, el cual debe considerarse como una dirección hacia la cual debemos apuntar sin ser una meta concreta, dada la dificultad que ello conlleva. Arnold J. Toynbee escribe al respecto: “La propuesta confuciana de jerarquizar el amor en círculos concéntricos, de intensidad decreciente, es más afín a la naturaleza humana que el planteo de Mo Tzu, referido al imperativo del amor universal. Cada ser humano sabe, por propia experiencia, que es más fácil amar a los seres cercanos y conocidos que a personas extrañas. Así y todo, la necesidad más acuciante de nuestra época es, precisamente, poner en práctica este mandato ético tan difícil de amar a los desconocidos y de traducir este amor universal en actitudes y conductas cotidianas. Incluso el confucionismo dice que nuestro amor debe ser de alcance universal, aun cuando, en el anillo exterior de la jerarquía concéntrica, sea legítimamente menos intenso que en el núcleo. En este aspecto, el confucionismo adquiere semejanzas con el pensamiento de Mo Tzu”.
“El «motzuismo» es más difícil de poner en práctica que el confucionismo. Pero creo que es Mo Tzu, y no Confucio, el filósofo cuya enseñanza resulta más imprescindible para nosotros en la época actual. En el extremo occidental del Viejo Mundo, Zenón, el fundador de la escuela estoica de pensamiento griego, enseñó que el hombre era ciudadano del universo. En cierta forma, Zenón fue un «motzuista», sin saber que había tenido un predecesor entre los filósofos del Lejano Oriente”.
Si bien se ha logrado un progreso evidente al definir con precisión la meta ética que debemos alcanzar, es imprescindible transmitirla sin agregados y sin oscurecerla con diversos misterios, como ha ocurrido con frecuencia. De esa manera se habrá podido establecer un vínculo entre religiones y entre ciencia y religión. Así, el amor no sólo ha de ser el vínculo entre los distintos seres humanos, sino también entre sus instituciones más importantes. “Amor es la sensación de dolor/que siento al saber/que algo te hace sufrir.”. “Amor es el inmenso placer/que siento al saber/que la felicidad a ti volverá” (De “Una opinión sobre el mundo”-Pompilio Zigrino-Mendoza 1978).
Es de esperar que, a partir de las intensas investigaciones realizadas en el ámbito de las neurociencias, en poco tiempo el amor y la empatía sean entendidos en sus aspectos básicos. Tal conocimiento podrá ser accesible al ciudadano común sin la necesidad de una intermediación religiosa, ya que, desgraciadamente, disponiendo de información muy precisa e importante, las distintas religiones han tenido la triste “habilidad” de sembrar disputas y divisiones en una forma totalmente opuesta a su tarea esencial. Ello no implica el fin de las religiones, sino el umbral de una nueva etapa en la que se resolverá gran parte de los problemas que aquejan a la humanidad. Marco Iacoboni escribió: “La imitación y la sincronía son el adhesivo que nos une. De allí, la aseveración que formulé con toda confianza de que las neuronas espejo son esenciales para la necesidad que tenemos los humanos de encuadrar lo más armónicamente en nuestro contexto social”. “Las necesitamos. Nos permiten reconocer las acciones de otras personas, imitar a otras personas, entender sus intenciones y sentimientos” (De “Las neuronas espejo”-Katz Editores-Buenos Aires 2010).
Puede reproducirse la secuencia básica que va desde el descubrimiento de la empatía (fenómeno natural o biológico) y del amor (fenómeno cultural derivado de la empatía), ignorando involuntariamente algunos descubrimientos no conocidos por el autor:
1- Antiguo Testamento
2- Confucio
3- Buda
4- Cristo
5- Baruch de Spinoza
6- Psicología Social
7- Neurociencias
Seguramente surgirán opiniones descalificadoras ante la presunta quita de valor de la vida y el ejemplo de Cristo. Sin embargo, debe tenerse presente que debemos contemplar la religión en función del destinatario y no de los emisores de la información. De ahí que debemos considerar como un hecho positivo que se corroboren y fortalezcan distintas visiones religiosas, aunque sea parcialmente. En forma de “protesta”, Giovanni Papini escribió: “En el Budismo el amor del hombre al hombre no es más que un ejercicio saludable para desarraigar totalmente el amor a sí mismo, el primero y más fuerte sostén de la existencia. Buda quiere suprimir el dolor, y para suprimir el dolor no encuentra otro medio mejor que sumergir las almas personales en el alma universal, en el nirvana, en la nada. El budista no ama al hermano por amor al hermano, sino por amor a sí mismo, es decir, para apartar el dolor, para vencer el egoísmo, para encaminarse al aniquilamiento. Su amor universal es frío, interesado, egoísta: una forma de la indiferencia estoica tanto en presencia del dolor como de la alegría” (De “Historia de Cristo”-Ediciones del Peregrino-Rosario 1984)
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