Puede decirse que una economía, ya sea de una familia, una empresa o una nación, es eficiente cuando, además de satisfacer la demanda, se encuentra en condiciones de incrementar año a año los factores productivos. Ello implica que se produce más de lo que se consume, siendo tal diferencia convertida en alguna forma de capital, como es el caso de la inversión productiva o bien de la capacitación profesional, lo que implica un incremento del capital humano. Un comportamiento económico ineficiente, por lo tanto, será el de quienes consumen más de lo que producen, por lo que tienden a reducir el capital acumulado previamente, reduciendo la potencialidad de los factores de producción.
Desde hace bastante tiempo, el capital humano, asociado a la posesión o manejo de información, ha sido un factor tanto o más importante que el capital invertido en máquinas o en herramientas. De ahí que toda empresa eficiente trate de mantener y acrecentar su capital humano (directivos y empleados) pagándoles los mejores salarios que pueda. De lo contrario se producirán dos posibles efectos negativos: los empleados podrán irse a otra empresa o bien trabajarán a desgano. De ahí que tiene poca coherencia lógica la difamación marxista que afirma que los empresarios siempre tratan de pagar los menores salarios, es decir, que tratan de explotar a sus empleados. Ello equivale a decir que la empresa eficiente trata de realizar un sabotaje sistemático contra ella misma. Existe explotación laboral, por cierto, pero no establecida por las empresas eficientes, sino por las que no lo son.
El trabajo esclavo, justamente, es el mal remunerado, asociado además a ciertas circunstancias sociales que obligan al trabajador a someterse a esa situación. Ante esa circunstancia, tratará de trabajar lo menos posible, incluso tratará de robarle al empleador o a sabotear de alguna forma la empresa. Estas son algunas reacciones que ocurren, justamente, en las economías socialistas. Milovan Djilas escribió: “El trabajo esclavo obligatorio creaba dificultades políticas al régimen y además se hizo demasiado costoso tan pronto como se introdujo en la Unión Soviética una técnica avanzada. Un trabajador esclavo, por mal que se le alimente, cuesta más que lo que puede producir si se tiene en cuenta el aparato administrativo necesario para poder someterlo a coerción. Su trabajo se hace absurdo y hay que suspenderlo. La producción moderna limita la explotación de otros modos. No se puede hacer funcionar eficientemente la maquinaria mediante obreros forzosos agotados y la salud y las condiciones adecuadas se han convertido en un requisito indispensable”.
“En los sistemas comunistas son inevitables los robos y las malversaciones. No es sólo la pobreza lo que hace que la gente robe la «propiedad nacional», sino también el hecho de que la propiedad no parece pertenecer a nadie. Todos los objetos de valor lo pierden de algún modo, lo que crea una atmósfera favorable para el robo y el derroche. En 1954 solamente en Yugoslavia, se descubrieron más de 20.000 casos de robo de la «propiedad socialista». Los dirigentes comunistas manejan la propiedad nacional como si fuera suya, pero también la derrochan como si fuera de otros. Tal es la naturaleza de la propiedad y del gobierno en ese sistema”.
“El mayor despilfarro no es ni siquiera visible. Es el despilfarro del potencial humano. El trabajo lento e improductivo de millones de personas desinteresadas, juntamente con la prohibición de todo trabajo no considerado «socialista», constituyen el despilfarro incalculable, invisible y gigantesco que ningún régimen comunista ha podido evitar. Aunque se adhieren a la teoría de Adam Smith de que el trabajo crea valor, teoría que adoptó Marx, los que manejan el poder no prestan la menor atención al trabajo y al potencial humano, pues los consideran como algo muy poco valioso que se puede reemplazar fácilmente” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).
Las economías eficientes se concentran en la producción especializada, la que pueden realizar con la mayor eficacia. Luego, mediante intercambios, pueden adquirir los bienes que más les cuesta producir. Este procedimiento es el mismo por el cual los individuos han dejado de construir su propio calzado, su vestimenta o cultivar sus verduras por cuanto les resulta mejor especializarse en determinada tarea productiva para luego establecer intercambios en el mercado por medio del dinero. De ahí que los gobernantes y empresarios de los países eficientes tienen presentes los costos internacionales para determinar la conveniencia de emprender cierta y determinada producción, o especializarse en alguna otra. Esta idea tan simple, es ignorada por los dirigentes socialistas. El citado autor escribió:
“Los planes comunistas, entre otras cosas, tienen muy poco en cuenta las necesidades de los mercados mundiales o la producción de otros países. En parte como consecuencia de esto, y en parte como resultado de motivos ideológicos y de otras clases, los gobiernos comunistas toman demasiado poco en cuenta las condiciones naturales que afectan a la producción. Construyen con frecuencia plantas industriales sin contar con las materias primas suficientes, y casi nunca prestan atención al nivel mundial de los precios y la producción. Producen algunas mercaderías a un costo varias veces mayor que el de otros países. Simultáneamente, son descuidadas otras ramas de la industria que podrían superar en productividad al promedio mundial. Se crean nuevas industrias aunque los mercados mundiales estén abarrotados de las mercaderías que van a producir. La población trabajadora tiene que pagar todo eso para que los oligarcas sean «independientes»”. “La economía planificada comunista oculta dentro de sí misma una anarquía de un género especial. A pesar de ser planificada, es quizá la más despilfarradora en la historia de la sociedad humana”.
“El despilfarro en proporciones fantásticas era inevitable si manejaba la economía un grupo que lo veía todo, inclusive la economía, desde el punto de vista estrecho de su propiedad y de su ideología”. “A causa de esta omnipotencia política y económica es imposible evitar las empresas ruinosas aunque se tengan las mejores intenciones. Se presta muy poca atención a lo que significa el costo de esas empresas para la economía en general. ¿Cuánto le cuesta a una nación una agricultura estancada a causa del temor supersticioso que sienten los comunistas con respecto al campesino y de las inversiones irrazonables en la industria pesada? ¿Cuál es el costo del capital invertido en industrias ineficientes? ¿Qué cuestan los obreros mal pagados que, en consecuencia, trabajan mal y lentamente? ¿Qué cuesta la mala calidad de la producción? No se tienen en cuenta esos costos, ni pueden ser calculados”.
Por lo general, los ideólogos marxistas critican la competencia entre empresas como un mal propio del capitalismo. Sin embargo, tal proceso resulta indispensable para mejorar la productividad y la eficiencia, ya que, cuando una empresa derrocha su capital, ya sea material o humano, pierde efectividad, siendo los propios consumidores los que la abandonan por cuanto tal ineptitud conduce a la fabricación de bienes más caros o de menor calidad. La competencia empresarial protege a la sociedad del derroche y de la aniquilación de capital productivo. Sin embargo, los dirigentes socialistas, motivados por una ideología competitiva, trataban de triunfar sobre las economías capitalistas. Djilas agrega: “Éste es uno de los aspectos del problema común a todos los regimenes comunistas. Otro es la carrera insensata del «primer país socialista», la Unión Soviética, para alcanzar y sobrepasar a los países más avanzados. ¿Qué cuesta eso? ¿Y a dónde lleva? Quizá la Unión Soviética pueda alcanzar en algunas ramas de la economía a los países más avanzados. Mediante un derroche infinito del potencial humano, los salarios bajos y el descuido de otras ramas de la industria, eso es posible. Es una cuestión enteramente distinta si se lo puede justificar económicamente”.
La economía capitalista adopta una postura similar a la del competidor con compite consigo mismo, superándose día a día, mientras que la economía socialista adopta una postura análoga a la del competidor que, en lugar de concentrarse en su propia actividad, mira al adversario, no para emularlo, sino para vencerlo por puro espíritu deportivo.
Los socialistas se oponen tenazmente a la globalización, ya que tal proceso está sustentado por la economía de mercado, siendo sinónimo de mercado mundial único. Sin embargo, el propio Stalin proyectaba una semi-globalización socialista: “La separación del mercado mundial, o la creación de un mercado «socialista mundial» que inició Stalin y a la que permanecen fieles los dirigentes soviéticos, representa quizá el motivo principal de la tensión mundial y el despilfarro que se produce en todo el mundo”. “El monopolio de la propiedad y los métodos de producción anticuados –quienquiera que los emplee o cualquiera que sea su clase- se hallan en conflicto con las necesidades económicas mundiales. La libertad contra la propiedad se ha convertido en un problema mundial”.
Mientras que en una economía de mercado se planifica a nivel empresarial, en base a las señales que se reciben desde la demanda y el mercado, en una economía socialista se planifica a nivel nacional en base a los criterios particulares del sector político estatal. En este caso, por lo general, se busca lograr records de producción en lugar de mejorar el nivel de vida de la población. Y para ello se trata de crear muchas fábricas, o medios de producción, incluso para producir lo que no hace falta o lo que poca utilidad tiene. Como la cantidad de recursos no es infinita, en ninguna parte, toda la superproducción en algún sector de la economía implica una pobre producción en otro sector. De ahí que aparezca el derroche socialista junto a las necesidades insatisfechas. Vladimir Bukosvky escribió: “La monopolización extrema ha tenido lugar en los países socialistas, con la dictadura del productor, la carrera alocada en pos de la reproducción de los medios de producción a expensas del consumo de las masas, al precio de un agotamiento de los recursos naturales, emprendimientos que los propios explotadores ya no podrían salvar”.
“¿Por qué tendría que verse aparecer en la práctica un modelo que sólo existía en los libros de Marx y que nunca se puso de manifiesto en otra parte? No han sido las deformaciones de los ejecutantes ni las particularidades de la historia rusa, sino el vicio de principio que alienta en la idea inicial, ajena a la naturaleza humana, lo que condujo a la catástrofe a todos los países que construyeron el socialismo. La fatalidad del fracaso final estaba escrita en el modelo en sí, y lo que hoy estamos contemplando son los efectos. La «socialización de los medios de producción» salvadora no creó la menor «conciencia socialista», porque la conciencia no determina el ser. Con lo que esos señores se quedaron detenidos en un «modelo históricamente inadecuado»” (De “URSS: de la utopía al desastre”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1991)
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