Es frecuente que las decisiones electorales adoptadas por ciertos sectores de la población argentina tengan consecuencias negativas para todos, y que, simultáneamente, tales sectores mantengan su apoyo posterior a pesar de los resultados logrados. Ello se debe a dos motivos principales:
1- Por cuestiones ideológicas, mantienen una misma postura sin tener en cuenta las consecuencias
2- Al estar engañados por la propaganda política partidaria, terminan apoyando lo que los perjudica
En cuanto a la actitud del ciudadano común respecto de la propiedad, puede apreciarse que, en general, todo propietario exige ante los demás un respeto excesivo de sus derechos. El argentino es renuente a ceder un alfiler de su propiedad con tal de no favorecer al vecino que lo necesita. Incluso se ha de negar a recibir algún beneficio si también beneficiará a quien se lo otorga. En ello se observa el origen del “nacional populismo”, ya que, esta vez como integrante de una nación, tiende a adoptar la misma predisposición mostrada a nivel individual. Esta actitud, respecto del extranjero, puede sintetizarse así:
1- No favorecer al extranjero en lo más mínimo
2- Rechazar todo beneficio propuesto por el extranjero aunque ello implique perder la oportunidad de beneficiarnos nosotros mismos
El excesivo celo por la propiedad individual junto a la falta generalizada de respeto por las leyes vigentes, denotan la tendencia de cada uno a hacer lo que le venga en ganas sin someterse a ningún tutelaje, excepto del que proviene de un líder del “nacional populismo”. También aspira a poseer un automóvil, tanto para disfrutar de la comodidad que brinda como para no quedar rezagado en la escala de valoración social generalizada.
Cualquiera diría que tales individuos habrán de oponerse a un sistema de gobierno que restrinja totalmente los derechos de propiedad, que los obligue a compartir su patrimonio con extraños y que reduzca notoriamente sus libertades individuales. Sin embargo, en dos ocasiones la nación estuvo cerca de caer en el socialismo por mayoritaria voluntad de la población.
Algunos historiadores se preguntan acerca de lo que hubiese pasado en el futuro si hubiere cambiado, o no existido, algún hecho histórico, alterando esencialmente la secuencia de causas y efectos. Mediante este planteo podemos advertir que si Juan D. Perón hubiese fallecido dos años antes, algo probable debido a su edad, posiblemente hubiese continuado Héctor J. Cámpora en el gobierno, rodeado de guerrilleros y terroristas, habiéndose instalado un gobierno comunista surgido de un acto electoral libre. Como tal deceso anticipado no ocurrió, Cámpora fue desplazado en forma voluntaria y se llamó nuevamente a elecciones, accediendo Perón a la presidencia por tercera vez. Este acontecimiento, que “salvó la nación”, no se debió al patriotismo de Perón, quien no tuvo el menor inconveniente en apoyar la labor destructiva de los guerrilleros, ya que se debió simplemente a una estrategia motivada por sus propias e ilimitadas ambiciones de poder. Carlos Acuña escribió:
“La mayoría [de los dirigentes seguidores de Cámpora] procesados o sentenciados por los más diversos delitos –especialmente asociación ilícita, terrorismo, asesinato, secuestro, asaltos y robos- lo que había desarticulado la acción de las guerrillas, detenido su crecimiento y en los hechos, casi paralizada su acción organizada. Éstas –especialmente el ERP- trataban de compensar esa decadencia mediante la intensificación de secuestros extorsivos –entre ellos una decena de niños y jóvenes- para aparentar una capacidad operativa que no tenían aunque y simultáneamente les servía para hacerse de dinero. Multiplicaban los operativos pero los guerrilleros comenzaban a caer y consecuentemente, a poblar las cárceles. Con ello, surgió el reclamo político para que el futuro gobierno los libere. Cuando Cámpora lo hizo, junto con el Congreso que convalidó el indulto presidencial con la ley de amnistía, se puso en marcha la nueva etapa terrorista que ensangrentó a la república, cuyas consecuencias todavía se pretende instrumentar políticamente. El túnel del tiempo existe en la Argentina” (De “Por amor al odio” Tomo II-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2003).
La segunda ocasión en que el país se orientó hacia un gobierno de tipo socialista fue en el caso del kirchnerismo que, aunque todavía no ha finalizado su gestión, pareciera que su ciclo está terminando. Si Néstor Kirchner no hubiese fallecido prematuramente, posiblemente la alternancia matrimonial en el poder se hubiese extendido por unos veinte años, intención que alguna vez manifestó, siendo un tiempo más que suficiente para quedarse con todos los medios de comunicación, con la mayor parte de las empresas y hasta con la “máquina para imprimir billetes”. Hubiese hecho realidad el lema “vamos por todo”, con lo que el país se hubiese parecido bastante a la Venezuela chavista y a la Cuba castrista.
En realidad, el país ya había caído, durante el peronismo de los 40 y 50, bajo un régimen totalitario con un masivo apoyo electoral. Es la etapa en que se va consolidando el subdesarrollo argentino con una pobreza en ascenso, por cuanto los gobiernos que le siguieron mantuvieron varios de los lineamientos básicos del peronismo. José Ignacio García Hamilton escribió: “En 1946 ganó las elecciones el candidato oficialista Juan Domingo Perón, quien asumió el poder y fue restringiendo las libertades y sometiendo a la oposición. En el plano económico acentuó las políticas intervencionistas iniciadas después de 1930 y nacionalizó el comercio exterior, los ferrocarriles, el transporte automotor urbano, los teléfonos, la energía eléctrica y el gas. La actividad privada quedó limitada a esferas determinadas y, en algunos casos como la industria azucarera cuyo epicentro era Tucumán, sometida a regulaciones muy estrictas”.
“Varias décadas después, aludiendo a que su política de nacionalizaciones había obligado a la empresa multinacional de origen argentino Bunge y Born a abandonar la comercialización de cereales y dedicarse a su fábrica de telas (Grafa), Perón se enorgullecía: «Los dejé fabricando sábanas», solía decir en alusión a dichos empresarios”.
“En 1947 el Poder Ejecutivo forzó a los propietarios de emisoras de radio a venderlas al Estado (mediante sanciones que prohibían difundir avisos, única fuente de ingresos de las emisoras) y formó cadenas oficiales a las que los partidos o políticos de la oposición no podían tener acceso”.
La mentalidad anti-empresarial predomina en los países subdesarrollados, mientras que, en los países prósperos, la economía se fundamenta en la existencia de un plantel adecuado de gente emprendedora que favorece tanto la producción como la oferta de puestos de trabajo. Cuando en los primeros se calumnia al empresario, por el solo hecho de serlo, se logra favorecer la dependencia económica respecto de las empresas extranjeras, aunque la propaganda “nacional populista” afirme todo lo contrario. El citado autor escribió:
“Mi educación primaria y secundaria se desenvolvió en el Colegio del Sagrado Corazón, de sacerdotes lourdistas de origen francés, y recuerdo que nuestro maestro de tercer grado (era 1952 y yo era un niño de ocho años), mientras me miraba particularmente, dedicó toda una hora de clase a explicar que los ricos eran malos, a menos que regalaran parte de sus bienes a los pobres”. “Desde ese momento percibí en el colegio un ambiente contrario a la labor empresarial y a la ganancia en las actividades privadas”. (De “Por qué crecen los países”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2006).
Debe advertirse que en los países económicamente exitosos, los empresarios otorgan puestos de trabajo que favorecen la producción nacional, mientras que en los países subdesarrollados entregan limosnas a los pobres en forma ocasional, o bien es el propio Estado que se ve obligado por las circunstancias adversas a tener que ayudar a una gran cantidad de pobres luego de haber perjudicado y limitado la labor empresarial. “El gobierno utilizaba las escuelas para adoctrinar políticamente a los niños y fui obligado a realizar trabajos sobre el libro «La Razón de mi Vida», firmado por Eva Perón, la esposa del presidente de la nación”.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a la bonanza del comercio exterior, la población tuvo que decidir electoralmente entre afianzar económicamente al país, buscando acentuar el desarrollo económico por medio de una economía libre, o bien orientarse hacia el “nacional populismo” encarnado en el peronismo. El apoyo electoral favoreció esta última alternativa. “Al finalizar la guerra mundial, en la cual la Argentina había vendido cereales y carnes a los dos grupos contendientes, el país nadaba en la abundancia y era acreedor de las naciones europeas. Había un clima de riqueza y el gobierno alentaba un proceso de redistribución de ingresos con una retórica en contra de la «oligarquía», término que comprendía a los grandes empresarios pero que también podía alcanzar a los comerciantes medianos e incluso pequeños. El peronismo celebraba actos masivos y la marcha partidaria mencionaba que el partido y el gobierno «combatían el capital»”.
Recordando la elección del color de los Ford T, se dice que la empresa recomendaba al cliente: “Usted puede elegir cualquier color, siempre que sea negro”. Análogamente, en la Argentina existe un tácito acuerdo de que todo político con pretensiones de llegar al poder tiene que adherir al “nacional populismo”, en alguna de sus variantes, de lo contrario será rechazado electoralmente. Sin embargo, la mayoría pretende que alguna vez se reduzca la creciente cantidad de pobres e indigentes, aunque para ello ha impuesto el requisito de que la única forma de realizarlo será a través de la “redistribución estatal de las ganancias empresariales” sin contraprestación laboral (justicia social), en lugar de la distribución del trabajo productivo vía mercado y empresarios. Jean-Françoise Revel escribió: “Habría que acordarse de que, durante los nueve años de su dictadura (1946-1955) Juan Perón transformó un país que, en 1939, tenía la misma renta per cápita que Gran Bretaña en un país subdesarrollado. Alabar esta hazaña que golpeó sobre todo a los pobres revela un extraño concepto de lo que es una política social” (De “La gran mascarada”-Taurus Ediciones-Madrid 2000).
En la Argentina, bajo la creencia de que la “fe mueve montañas”, se supone que aun con los métodos económicos que fracasaron en todas partes, se cumplirán todos nuestros deseos. No se tiene en cuenta que, para toda mejora social, se necesita adoptar un nivel moral adecuado y que los distintos populismos se basan en alguna forma de falta de respeto a la moral elemental.
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