La emulación es, posiblemente, uno de los mecanismos que favorecen al proceso cultural adaptativo ya que implica adoptar como referencia a un personaje destacado en la ciencia, el arte, el deporte, u otra actividad, para tratar de llegar a ser algún día como él. En lugar de tener ideales un tanto difusos, respecto del futuro, el personaje considerado aparece como un ideal concreto. Jean de La Bruyère escribió: “Por relacionadas que parezcan la envidia y la emulación, hay entre ellas la misma distancia que hayamos entre el vicio y la virtud; ésta es un sentimiento voluntario, valeroso, sincero, que fecundiza el alma, que la hace aprovechar los grandes ejemplos, la lleva con frecuencia a superar aquello que admira”.
Los pueblos adoptan posturas similares a las de los individuos, existiendo también para ellos otros pueblos a los que podrán emular. Mariano Grondona escribió: “Defino «desarrollo» como la visión que se obtiene de las naciones desarrolladas desde la perspectiva de las naciones subdesarrolladas”. “Las naciones desarrolladas están en otra cosa que el desarrollo; es que ya lo tienen. Ellas no son modelos de ellas mismas porque aquello que buscan está más allá de ellas, alojado en un horizonte difuso que ninguna de ellas discierne todavía. Es que el mundo desarrollado vive una doble y perturbadora transición: en lo político, económico y militar, el paso de la guerra a la posguerra fría; en el plano más alto de la historia de las civilizaciones, el paso de la edad moderna a la edad posmoderna”.
“Las naciones subdesarrolladas tienen en cambio un modelo visible: el de las naciones desarrolladas. Quizás, en ocasiones, lo idealizan: la vida no es tan maravillosa en el Primer Mundo como se lo percibe desde el Tercer Mundo. El Tercer Mundo es aquella porción del mundo que idealiza al Primer Mundo. Pero esta idealización motiva y moviliza a las naciones subdesarrolladas. Pasa aquí lo mismo que en la relación entre las clases sociales dentro de una nación. En una vena similar a los famosos estudios de Thorstein Veblen sobre la clase ociosa, Ortega y Gasset ironizó una vez que ninguna clase es más productiva que la clase ociosa, ya que ella, al irradiar un estilo de vida brillante y placentero hacia el resto de las clases sociales, incita a éstas a trabajar duro y parejo para alcanzar un día el supuesto paraíso de la clase ociosa. El paraíso no es tal, pero la desilusión del que llega, cuando ocurre, no anula la inmensa productividad de su ilusionada búsqueda anterior; al contrario, probablemente el nuevo miembro de la clase ociosa refuerce aún más la ilusión de los que todavía no llegaron, escondiendo su propio desencanto para asegurarse la admiración de los demás” (De “La Argentina como vocación”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1995).
Por lo general, el emulador mantendrá la admiración por su referente aun cuando no pueda lograr plenamente sus objetivos, por cuanto nadie podrá asegurarle el éxito futuro, especialmente en actividades que requieran cierta creatividad. Esta es la actitud imperante en las ramas del conocimiento en las que la cooperación reinante permite la realización de una empresa conjunta capaz de aunar todos los esfuerzos individuales. Sören Kierkegaard mostró su propia actitud en el ámbito de la filosofía:
“A juicio mío, quien se disponga a escribir un libro hará muy bien en tener consideradas de antemano todas las diversas facetas del asunto que quiere tratar. Tampoco estará nada mal que, cuando ello sea posible, entable conocimiento con todo lo que hasta la fecha se haya escrito sobre el mismo tema. Y si nuestro escritor en ciernes se topa por este camino con alguien que de una manera exhaustiva y satisfactoria haya tratado una que otra parte del asunto, entonces hará muy bien en alegrarse como se alegra el amigo del Esposo, quedándose parado y escuchando con toda atención la voz de éste. Hecho lo cual, con mucha calma y con el entusiasmo propio del enamoramiento, que siempre busca la soledad, ya no necesita más. Nuestro escritor se pone definitivamente a escribir su libro, lo hace con el primor característico del pájaro que canta su canción –si hay alguno que saque provecho o encuentre placer en él, entonces miel sobre hojuelas- y lo edita sin mayores cuidados y preocupaciones, aunque también sin darse la menor importancia, pensando, por ejemplo, que ha agotado todo el asunto o que todas las generaciones de la tierra han de ser bendecidas por su dichoso libro. Porque cada generación tiene su tarea y no necesita cohibirse con la extraordinaria empresa de pretender serlo todo para las generaciones pasadas y para las venideras. Y cada individuo, dentro de la respectiva generación, tiene su propio afán –como también lo tiene cada día- y le basta y le sobra con cuidarse de sí mismo, no necesitando para nada abarcar toda la contemporaneidad con su paternal y pueblerina preocupación” (De “El concepto de la angustia”-Ediciones Libertador-Buenos Aires 2004).
El emulador es el que necesita el estimulo del medio social para construir su propia personalidad y su propio éxito. Por el contrario, el envidioso es el que renuncia al esfuerzo requerido para lograr sus ambiciones, por cuanto invierte su tiempo y sus pensamientos maldiciendo interiormente a quienes las alcanzaron. Incluso algunos autores designan como “resentido social” al que, para no tener que soportar los efectos nefastos de la envidia, degradan sistemáticamente todo aquello que implique éxito personal. De ahí que el socialismo sea el “paraíso liberador” del envidioso y del resentido, ya que suponen que la igualdad prometida anulará todo posible éxito individual, desapareciendo las causas aparentes de su malestar. Sin embargo, así como “el Reino de Dios está dentro de vosotros”, el Reino de la Envidia también “está dentro de vosotros”, por lo que ningún marco social permitirá eliminar los defectos propios de la personalidad. La envidia ante el éxito de los demás, se transformará en el socialismo en una actitud de venganza hacia los antes exitosos manteniendo vigente la envidia, esta vez hacia quienes lograron ascender a un peldaño superior en la escala de la burocracia estatal. Tal individuo se caracteriza por ser un calumniador social. Benjamín Constant escribió: “La calumnia es el asesinato moral”.
No existe para él palabra de mayor atractivo que “igualdad” ni palabra más detestable que “competencia”. Como se trata de alguien sumamente competitivo, pero que carece de suficiente confianza para competir exitosamente, anhelará la anulación de toda posibilidad de competencia, lo que le asegurará que no habrá posibilidades para los más capaces. Cuando pretende la anulación de la competencia en el mercado, promueve el surgimiento de monopolios, que perjudicarán principalmente a los sectores más pobres, advirtiéndose la contradicción esencial de quienes utilizan un disfraz que los hace aparecer como individuos que realizan sus vidas “a favor de los más pobres”.
La idolatría difiere de la emulación, ya que, mientras ésta implica motivos para la acción cooperativa, quien idolatra a un personaje comparte la alegría de sus éxitos y las penas por sus fracasos, aunque en ningún momento trata de llegar a ser como el personaje admirado. Cuando la idolatría entra en el ámbito de la política, se producen conflictos importantes. En realidad, la palabra idolatría proviene de la religión (adoración de imágenes de la divinidad, o bien, culto rendido a los falsos dioses), aunque la actitud se generaliza hacia las personas corrientes que tengan cierta popularidad.
También la imitación resulta negativa por cuando implica ser una falsa emulación. En el caso de los pueblos, consiste en adoptar posturas intelectuales, vestimentas o costumbres cotidianas de los habitantes de los pueblos a imitar, pero dejando de lado, en otras cosas, su laboriosidad y el respeto a las leyes. Agustín Álvarez escribió: “Proponerle, pues, a un individuo, a un partido, a un pueblo la imitación de otro reconocidamente mejor que él, es pedirle que vea las cosas bajo una luz que no es la suya, porque sólo viéndolas de la misma manera podría tomar en los mismos casos las mismas determinaciones de sus mejores. Darle esa luz es la cuestión, pues entonces hará lo mismo porque verá lo mismo, y lo imitará sin propósito de imitarlo. Por consiguiente, crear y aumentar por la educación la conciencia moral de todos o en la mejor parte de los individuos es levantar los individuos, los partidos y los pueblos, porque es levantar en la medida de lo justo, lo recto, lo honesto, lo noble y lo sensato. Lo demás, el temor al infierno, la mera ilustración, con vapor y electricidad, y prensa libre, y bicamarismo, y sermones, y ejemplos sacados de la historia, sólo puede conducir a las tropelías de guante blanco” (De “Ensayo sobre la educación”-Ediciones Peuser-Buenos Aires 1901).
Mientras que la imitación, en los adultos, no es una buena práctica, en el caso de los niños resulta recomendable. Jean Jacques Rousseau escribió: “Sé que todas esas virtudes por imitación son virtudes de mono, y que una buena acción sólo es moralmente buena cuando la hacemos como tal, y no porque otros la hacen. Pero, a una edad en la que el corazón aún no siente nada, es necesario hacer que los niños imiten los actos cuyo hábito queremos que adquieran, en espera de que puedan hacerlos por discernimiento y amor al bien” (Del “Emilio”).
Por lo general, los pueblos tienen en sus próceres históricos a las personas concretas a quienes emular, especialmente en su predisposición a la cooperación social, En la Argentina, tal lugar es ocupado por el Gral. José de San Martín, sobre quien es oportuno citar algunos de sus “renunciamientos personales a la gloria, al poder y a la riqueza”. Lamentablemente, su ejemplo es poco tenido en cuenta, incluso se ha incurrido en el sacrilegio de colocar su nombre al lado de tiranos y ladrones compulsivos que ocuparon la Presidencia de la Nación como consecuencia de ciertos “accidentes de la democracia”. El Gral. Carlos A. Salas escribió una lista más extensa de la cual se extraen los siguientes casos:
a) El Teniente Coronel D. José de San Martín, después de veintidós años de servicios en el Ejército español, renuncia a continuar su brillante carrera militar.
b) Renuncia a ocupar la casa que le tenía preparada el Cabildo de la Ciudad de Mendoza, cuando llega por primera vez a esa ciudad, para desempeñar el cargo de Gobernador Intendente de la Provincia de Cuyo.
c) San Martín, que ya había renunciado a la mitad del sueldo que por su grado le correspondía, no acepta que el Cabildo de la Ciudad de Mendoza, le abone la diferencia que dejaba de percibir, no obstante las necesidades que atravesaba.
d) El Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, después de la gloriosa jornada de Chacabuco, promueve a San Martín al grado de Brigadier de los Ejércitos de la Patria, ascenso que el Libertador rechaza.
e) San Martín renuncia al sueldo que tenía señalado como General en Jefe del Ejército de Chile y devuelve la vajilla de plata que le habían obsequiado.
(De “Renunciamientos del Capitán General Don José de San Martín”-Instituto Nacional Sanmartiniano-Buenos Aires 1973).
El prócer emulado debe ser accesible a la persona corriente, de lo contrario sólo podrá ser admirado. Si bien muy pocos estarán en condiciones de adoptar una conducta semejante, es necesario resaltar que tales renunciamientos se debieron posiblemente al amor propio, a la búsqueda de exaltar ante sí mismo su dignidad humana para poder mirarse en el espejo cada día teniendo la certeza de haber actuado como alguien que alcanzó los niveles éticos óptimos accesibles a nuestra naturaleza humana. Luego, intentó amar al prójimo como a sí mismo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario