La caída del Imperio Romano, constituido por clases sociales notablemente diferenciadas, fue generando en su caída una sociedad más igualitaria; siendo un cambio producido principalmente por la difusión del cristianismo. La sociedad emergente caracterizó al feudalismo y a la Edad Media. Sam Lilley escribió: “Debe recordarse que arte, literatura y ciencia teórica eran en el mundo antiguo prerrogativas de unos pocos hombres ricos y ociosos. No constituían índices verdaderos del nivel de civilización. Si miramos más allá y consideramos la forma de vivir de la humanidad en general, descubrimos un cuadro distinto de la Edad Media: la apreciamos como una era de renovado adelanto, después de un prolongado periodo de relativo estancamiento. El nivel de civilización no ha de medirse sólo por sus picos de cultura intelectual, sino también por el nivel de vida de la totalidad de la población”.
En épocas de la disolución del Imperio Romano, comienza a vislumbrarse la nueva forma de producción que se acentuaría en el milenio siguiente, esto es, en forma de conglomerados autárquicos con pocos intercambios comerciales entre los mismos. Esta forma de autoabastecimiento, en oposición al mercado, se vio favorecida por el proceso inflacionario y confiscatorio que hizo que los productores agrícolas romanos optaran por esa alternativa. El citado autor escribió:
“La sociedad romana de postrimerías del imperio retornó, en efecto, a una forma de organización existente antes de la aparición de las sociedades esclavistas –un sistema de unidades locales autosuficientes, basadas en su propia producción agrícola, que realizaban sus propias y sencillas manufacturas en el mismo lugar, con escaso comercio salvo en unos pocos artículos esenciales como el hierro y la sal. Pero tal cambio significó una reducción en la severidad de las divisiones de clase: en vez de ordenarse desde un emperador «divino» hasta un esclavo «subhumano», los estratos sociales iban sólo desde el siervo –que, si bien ligado al suelo que trabajaba, tenía derechos muy definidos a determinada proporción del producido por su labor- hasta el señor del castillo, en contacto suficientemente estrecho con sus siervos como para contar con un conocimiento real de los procesos de producción” (De “Hombres, máquinas e historia”-Ediciones Galatea Nueva Visión SRL-Buenos Aires 1957).
En la temprana Edad Media, ante la ausencia de esclavos, se comienza a utilizar fuentes de energía que reemplazan el trabajo humano, como la hidráulica y la eólica. Otra de las innovaciones tecnológicas de la época fue un nuevo arnés para caballos, que impedía que el animal tendiera a asfixiarse como ocurría con el usado anteriormente, pudiendo mejorar su desempeño. “El caballo que movía ahora una máquina uncido de un arnés eficiente, equivalía a diez esclavos y una buena rueda de agua o un buen molino de viento hacían el trabajo de hasta cien esclavos. Atenas había tenido un esclavo por cada dos hombres libres, poco más o menos. En el año 1086, sólo los molinos representaban para Inglaterra un esclavo por cada cuatro o cinco habitantes”.
Los cambios tecnológicos medievales y la organización de la producción fueron el ambiente propicio para los inicios de la educación técnica, que se diferencia de una educación grecorromana que desatendía los aspectos cognitivos que no fueran netamente humanistas. José María Otegui escribió: “La historia de la humanidad, en medio de su trajinar tumultuoso y brusco nos ofrece a la Edad Media como un paréntesis de equilibrio y de orden”. “El cristianismo, después del derrumbe de Roma, va plasmando a la humanidad en la superación y en la dignidad social. El cincel para tal obra será la sublimación del trabajo. El ordenamiento cristiano pone en manos del hombre la fuerza arrolladora del trabajo como fuente de progreso y de alegría. La Roma imperial pensaba muy distinto al respecto, para ella el trabajo era símbolo de esclavitud, trabajaban los esclavos, ellos los romanos sólo utilizaban sus manos para domeñar pueblos y legislarlos en el más grotesco individualismo”.
“El arado, el martillo, la sierra, los telares y los libros comienzan a ser patrimonio del hombre, merced a la nueva legislación cristiana. Los obreros, verdadera vergüenza para la sociedad romana, se transforman con la «nueva ley», en hombres dignos y libres. Y es así, como a fuerza de romper los antiguos moldes, mediando tiempo y paciencia, se gesta el ambiente para la Edad Media”. “El trabajo imponía una estricta jerarquía de oficios: el artesano primero, el comerciante luego, y en último lugar, el financista”
El taller medieval no sólo tenía como función la producción, sino también la formación de los nuevos artesanos, pudiendo considerarse como el inicio de la educación técnica. “El maestro, los operarios auxiliares y los aprendices eran los protagonistas activos del taller, de la producción y de la enseñanza del oficio elemental. El maestro era en el taller-escuela, además de señor, un verdadero paterfamiliae. Tenía en sus manos el trabajo y el aprendizaje; la autoridad y la responsabilidad pesaban por igual sobre sus hombros. El nombre de maestro estaba aureolado por una fama intachable, tanto es así que el libertinaje y la inconducta podían determinar la pérdida de la maestría, la menor palabra indecente o incorrecta era causal de multa”.
“El aprendizaje comenzaba entre los 12 y los 14 años; el muchacho que deseaba ser aprendiz de un oficio se dirigía a la autoridad del respectivo gremio, y con su autorización, recién entonces, entraba en la casa de un maestro en calidad de aprendiz. Al lado del maestro se sustentaba y educaba, perteneciendo por completo a su hogar”.
“La educación del aprendiz debía ser completa y abarcaba tanto el aprendizaje en su faz práctica como conocimientos de cultura general. De esta forma el taller resultaba una verdadera escuela técnica en pequeña escala; el maestro, próximo al aprendiz, lo familiarizaba paulatinamente con los distintos procesos del trabajo”. “Terminado el periodo de aprendizaje, el aprendiz solicitaba la maestría y adquiría ya formalmente el titulo de aspirante. A partir de ese instante, se iniciaba una etapa de sucesivos exámenes. En este periodo debía probar sus aptitudes y ejecutar su obra maestra, consistente en la fabricación perfecta e irreprochable de los diversos objetos característicos del oficio que se proponía ejercer”.
“Generalmente, se dice que las magníficas catedrales del siglo XII respondían al sentimiento religioso que imbuía el espíritu de ese tiempo. Tal explicación se admite como una aspiración del hombre medieval. Pero el factor motriz fue el oficio, que contribuyó esencialmente a la creación del estilo gótico ojival, a cuyo impulso nacieron las grandes catedrales erigidas por los distintos ayuntamientos europeos”.
Los artesanos de los distintos oficios se organizaban en las corporaciones, que protegían a su sector y regulaban los ingresos a los mismos, impidiendo el desempeño de los trabajadores que quisieran hacerlo en forma libre e individual. Si bien la Edad Media fue una mejora respecto de la sociedad romana, carecía de posibilidades para la movilidad social a la que aspiraban los nuevos emprendedores. El incremento de los intercambios en el mercado permitió el cambio de la fisonomía de las sociedades feudales. José Luis Romero escribió:
“Fruto de la revolución burguesa que se había producido en el seno del mundo feudal, una sociedad feudoburguesa empezó a constituirse imperceptiblemente desde el siglo XII y creció de manera caótica que es propia de los grandes dislocamientos sociales. Mientras duró el proceso expansivo, desde aquella fecha hasta las primeras décadas del siglo XIV, una incontenible e incontrolable movilidad social había sido su principal característica, en virtud de la cual varió confusa y permanentemente la composición de la nueva sociedad y la relación recíproca entre sus grupos”. “Hubo quienes descendieron de la nobleza y la fortuna a la miseria o la mediocridad y hubo quienes ascendieron desde la mediocridad o la pobreza a la fortuna y al poder, acaso para volver a caer, según el ineluctable giro de la rueda de la Fortuna” (De “Crisis y orden en el mundo feudoburgués”-Siglo XXI Editores SA- Buenos Aires 2003).
La consolidación de la economía de mercado cambia las instituciones medievales, incluso la incipiente educación técnica. José María Otegui escribe al respecto: “El siglo XVIII se convirtió para las corporaciones en la etapa de decadencia; varios factores agrietaron los fundamentos de su estabilidad y su normal proceso. Desde tiempo atrás, ciertos comerciantes trataban de sustraerse a la legislación impuesta por el bien común para comerciar en aras de su propio y desmesurado provecho: de esta forma se comenzaba a gestar el mercantilismo liberal, sinónimo de destrucción para las corporaciones, para el taller artesanal y para el aprendizaje de los oficios” (De “La Escuela Técnica”-Editorial Don Bosco-Buenos Aires 1959).
La economía de mercado se vio limitada durante el siglo XX debido al surgimiento de los diversos totalitarismos que, en cierta forma, implicaron un retroceso hasta las épocas romanas. El socialismo, al abolir la propiedad privada de los medios de producción, ligó a los trabajadores a los medios de producción anulando toda posible movilidad social e, incluso, toda movilidad laboral, volviendo a las épocas de la esclavitud forzada. André Gide escribió:
“El obrero soviético está atado a su usina, como el trabajador rural a su koljhose o a su sovjhose, y como Ixión a su rueda. Sí, por cualquier razón que sea, porque espera estar un poco mejor (un poco menos mal) en otra parte, quiere cambiar, que tenga cuidado: regimentado, clasificado, prisionero, arriesga no ser aceptado en ninguna parte. Aun en el caso de que, sin cambiar de ciudad, deje la usina, se ve privado del alojamiento (no gratuito, por lo demás) tan difícilmente obtenido, al que su trabajo le daba derecho. Yéndose, si es obrero, le retienen un importante pedazo de su salario; el koljhosiano pierde todo el provecho de su trabajo colectivizado. En cambio, el trabajador no puede librarse de los traslados que se le ordenan. No es libre de irse, ni de quedarse donde le place: donde quizá lo llame o lo retenga un amor o una amistad” (De “Retoques a Mi regreso de la URSS”-Ediciones Sur-Buenos Aires 1937).
Otros totalitarismos comparten defectos similares. M. A. Cichero y R. V. Portela Barillatti escriben: “El socialismo de Estado, dirigiendo todas las funciones económicas, ahoga la iniciativa particular y el espíritu de empresa; restringe los esfuerzos de la actividad productiva y destruye los estímulos de la previsión; así ocurrió con el nacionalsocialismo en Alemania, el fascismo en Italia y el justicialismo entre nosotros. La misma acción colectiva pierde, bajo un sistema reglamentario y opresor, la eficaz potencia que tiene como asociación voluntaria” (Del “Manual de Economía Política y Argentina”-Librería El Ateneo-Buenos Aires 1969).
La educación técnica, en la actualidad, se presenta como la intermediaria entre la ciencia aplicada y el estudiante. Desprovista de los fundamentos éticos de sus inicios, sigue los vaivenes morales de la sociedad en la que está inserta.
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