El análisis histórico de los totalitarismos, como el nazismo y el comunismo, muestra algunas semejanzas y también diferencias. Su conocimiento ha de ser de interés en el presente por cuanto, especialmente en el caso del segundo, la ideología que lo impulsa tiene todavía bastante aceptación. Podemos considerar los siguientes aspectos para establecer una comparación:
a) Necesidad del totalitarismo
b) Sinceridad o engaño respecto de sus objetivos
c) Resultados concretos
En cuanto a la “necesidad” que el totalitarismo despierta en algunos integrantes de la sociedad, parece provenir de la creencia de que sólo el Estado totalitario le puede poner orden a una sociedad caótica. Esto puede asociarse al caso de algunas personas con severa confusión mental que buscan establecer un orden meticuloso en su propio hogar, quizás para compensar la mencionada confusión. Jean-François Revel escribió: “En toda sociedad, incluidas las sociedades democráticas, hay una proporción importante de hombres y mujeres que odian la libertad –y, por tanto, la verdad-. La aspiración a vivir en un sistema tiránico, ya sea para ser partícipe del ejercicio de dicha tiranía, ya sea, lo que es más curioso, para sufrirla, es algo sin lo cual no se explica el surgimiento y la duración de los regímenes totalitarios en el seno de los países más civilizados, como Alemania, Italia, China o la Rusia de comienzos del siglo XX, que no era en absoluto la nación de salvajes pintada por la propaganda comunista”.
En cuanto a su difusión, encontramos una gran diferencia, ya que los nazis muestran sus objetivos inmediatos en una forma explícita, como es el caso de Adolf Hitler y el antisemitismo promovido mediante sus propios escritos. Por el contrario, los marxistas los revisten de un disfraz humanista que los hacen más peligrosos. El citado autor escribe al respecto: “Hay que distinguir dos clases de sistemas totalitarios. Aquellos cuya ideología es lo que yo denominaría directa y salta a la vista –Mussolini y Hitler dijeron siempre que eran hostiles a la democracia, a la libertad de expresión y de cultura, al pluralismo político y sindical-. Hitler, además, expuso ampliamente, antes de llegar al poder, su ideología racista y, especialmente, antisemita. Por ello, los partidarios y adversarios de esos tipos de totalitarismo se sitúan desde el primer momento a un lado y a otro de una línea divisoria netamente cruzada. No habido «decepcionados» por el hitlerismo porque Hitler hizo lo que había prometido. Su caída se debió a causas externas”.
“El comunismo es diferente de esos totalitarismos directos, pues utiliza la disimulación ideológica, que definiré recurriendo al vocabulario hegeliano, como «mediatizada por la utopía». Ese desvío a través de la utopía permite a una ideología y al sistema de poder que de ella se deriva anunciar sin cesar éxitos cuando ejecutan exactamente lo contrario de su programa. El comunismo promete la abundancia y engendra la miseria, promueve la libertad e impone la servidumbre, promete la igualdad y desemboca en la menos igualitaria de las sociedades, con la nomenklatura, clase privilegiada hasta un nivel desconocido incluso en las sociedades feudales. Promete el respeto a la vida humana y procede a ejecuciones en masa; el acceso de todos a la cultura y engendra un embrutecimiento generalizado; el «hombre nuevo» y fosiliza al hombre”.
“Pero durante mucho tiempo, muchos creyentes aceptaron esa contradicción porque la utopía se sitúa siempre en el futuro. La trampa intelectual de una ideología mediatizada por la utopía es, pues, mucho más difícil de desmontar que la ideología directa porque, en el pensamiento utópico, los hechos que se producen realmente no prueban jamás, a los ojos de los creyentes, que la ideología sea falsa. Francia ya conocía, incluso la había inventado, esa configuración ideológico-política, en 1793-94, con Robespierre y la dictadura jacobina. Esa sutil estratagema utópico-totalitaria ha sido desenmascarada en las obras de los escritores rusos disidentes con una precisión tanto más cruel cuanto que fue hecha por aquellos a los que quería alienar para siempre” (De “La gran mascarada”-Ediciones Taurus-Madrid 2000).
En cuanto a los resultados concretos, si se considera el número de victimas ocasionadas por uno y otro totalitarismo, se confirma que el que usa disfraz fue el más peligroso. En ambos casos se trataba de una criminalidad sistemática. El citado autor agrega: “En 1945, el fiscal general francés en Nuremberg, Françoise de Menton, decía, subrayando la motivación ideológica de los crímenes nazis: «No nos enfrentamos a una criminalidad accidental, ocasional, nos hallamos ante una criminalidad sistemática derivada directa y necesariamente de una doctrina». Esta definición de crimen contra la humanidad, enunciada a propósito de los crímenes nazis es válida palabra por palabra para los de los comunistas”. “Toda la historia del comunismo está jalonada de masacres y deportaciones sistemáticas de grupos sociales o étnicos por lo que son y no por lo que hacen. Por ejemplo, el 27 de diciembre de 1929, Stalin anunció «una política de liquidación de los kulaks como clase»”.
“El rasgo fundamental de los dos sistemas, es que los dirigentes, convencidos de estar en posesión de la verdad absoluta y de dirigir el transcurso de la historia para toda la humanidad, se sienten con derecho a destruir a los disidentes, reales o potenciales, a las razas, clases, categorías profesionales o culturales, que consideran que entorpecen, o pueden llegar un día a entorpecer, la ejecución del designio supremo. Por eso es muy curiosa la pretensión de los «socialistas» de hacer una distinción entre los totalitarismos, atribuyéndoles méritos diferentes en función de las diferencias de sus respectivas superestructuras ideológicas, en lugar de constatar la identidad de sus comportamientos efectivos”.
La aparente diferencia entre nazismo y comunismo, desde el punto de vista de sus posibles victimas, es la misma diferencia que advierte un ciudadano que teme caer en manos de la mafia china o de la siciliana. Las ambiciones de nazis y marxistas eran similares, aunque la derrota militar de los nazis favoreció el predominio del comunismo. Ludwig von Mises escribió:
“Los marxistas tuvieron que encarar el hecho de que, aunque el socialismo es en muchos países el credo de la gran mayoría, no hay unanimidad respecto a la clase de socialismo que debería ser adoptado. Han aprendido que hay muchas clases de socialismo y muchos partidos que se combaten acerbamente. Ya no esperan que un solo modelo de socialismo encuentre la aprobación de la mayoría ni que su propio ideal sea apoyado por todo el proletariado. Están convencidos de que sólo una elite tiene capacidad intelectual para ver la bienaventuranza del auténtico socialismo. De ello deducen que esa elite –la llamada vanguardia del proletariado, no la masa- tiene el sagrado deber de conquistar el poder por la violencia, exterminar a los adversarios y establecer el milenio socialista. En cuestión de procedimiento hay un perfecto acuerdo entre Lenin y Werner Sombart, entre Stalin y Hitler. No difieren sino acerca de quiénes forman esa elite” (De “Omnipotencia gubernamental”-Editorial Hermes-México 1946).
Jean-Françoise Revel comenta al respecto: “En su «Omnipotencia gubernamental» Ludwig von Mises…se divierte en relacionar las diez medidas de urgencia preconizadas por Marx en el «Manifiesto comunista» (1847) con el programa económico de Hitler: «Ocho sobre diez de esos puntos –observa irónicamente Von Mises- han sido ejecutados por los nazis con un radicalismo que hubiera encantado a Marx»” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).
Con la aparición del “Libro negro del comunismo”, que sintetiza la acción comunista en varios países, se esperaba de los marxistas un reconocimiento, al menos, del error ideológico y de sus nefastas consecuencias. Sin embargo, muchos de ellos se niegan a aceptar que han formado parte de un proceso de alta criminalidad. Stéphane Courtois escribió: “Podemos establecer un primer balance numérico que aún sigue siendo una aproximación mínima y que necesitaría largas precisiones pero que, según estimaciones personales, proporciona un aspecto de considerable magnitud y permite señalar de manera directa la gravedad del tema”. Luego de dar un listado de víctimas por país (URSS: 20 millones de muertos, China: 65 millones de muertos, etc.), concluye: “El total se acerca a la cifra de cien millones de muertos” (De “El libro negro del comunismo”-S. Courtois y otros-Ediciones B SA-Barcelona 2010).
El citado autor agrega: “Así, los mecanismos de segregación y de exclusión del «totalitarismo de clase» se asemejan singularmente a los del «totalitarismo de raza». La sociedad nazi futura debía ser construida alrededor de la «raza pura», la sociedad comunista futura alrededor de un pueblo proletario purificado de toda escoria burguesa”. “La diferencia reside en que la poda por estratos (clases) reemplaza a la poda racial y territorial de los nazis”.
A manera de ejemplo, puede mencionarse el proceso destructivo del Tíbet por parte de la China comunista. Jean-Françoise Revel escribió: “En el Tíbet, por ejemplo, se calcula en al menos 1,2 millones el número de tibetanos que han perdido la vida debido a la ocupación de su país por parte de China, tras la invasión. Y no es sólo la aniquilación o la esclavitud físicas del pueblo tibetano lo que el comunismo ha perpetuado, sino también su aniquilación cultural, con la destrucción de casi todos sus monasterios y bibliotecas, la prohibición, lograda en gran parte, de hablar y enseñar la lengua tibetana. El Tíbet cuenta actualmente con ocho millones de colonos chinos transportados a la fuerza frente a seis millones de tibetanos” (De “La gran mascarada”).
Otro aspecto coincidente implica las “lógicas totalitarias”, ya que en un caso se considera una lógica y una ciencia aria distinta de las “razas inferiores”, mientras en el otro caso se considera una lógica y una ciencia proletaria distinta de la burguesa. Ludwig von Mises escribe al respecto: “Hasta mediados del siglo XIX nadie se atrevió a discutir el hecho de que la estructura lógica de la mente es inmutable y común a todos los seres humanos”. “Sin embargo, Marx y los marxistas, principalmente el «filósofo proletario» Dietzgen, enseñaron que el pensamiento lo determina la clase a la cual pertenece el que piensa. El pensamiento no produce la verdad, sino «ideologías», palabra que en la filosofía marxista significa disfraz egoísta del interés de la clase social a que pertenece el individuo que piensa”. “Las ideologías no hay que refutarlas mediante el razonamiento discursivo; hay que desenmascararlas denunciando la posición y el ambiente social de los autores. Por eso los marxistas no analizan los méritos de las teorías físicas; se limitan a revelar el origen «burgués» de los físicos”.
“Los nacionalistas alemanes se encontraron con el mismo problema que los marxistas. Tampoco ellos podían demostrar la certidumbre de sus afirmaciones ni la falsedad de las teorías económicas y praxeológicas. Y se refugiaron bajo el techo del polilogismo que les habían preparado los marxistas. La estructura lógica de la razón, dicen, es distinta en unas naciones y razas y en otras. Cada raza o nación tiene su propia lógica y por tanto su propia ciencia económica, matemática, física, etc.”.
En nuestro siglo, se trata de extirpar de la sociedad todo tipo de discriminación, ya sea étnica, racial, social, económica, y de otros tipos. Sin embargo, persiste y se acentúa la discriminación marxista respecto del empresariado. Así, no faltan nunca los ejemplos reales y concretos que se utilizan para generalizar, y fundamentar luego, la discriminación social, aseverando que “todos” los empresarios son delincuentes. Para mantener vigente el “fuego sagrado” del totalitarismo socialista, es imprescindible la plena vigencia de esta “discriminación buena” que, junto con la difamación sistemática, son el combustible necesario para mantener encendida la llama de la revolución, para que no desaparezca la posibilidad de reeditar en el futuro alguna de las catástrofes sociales del siglo XX.
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