Cuando alguien miente sobre una persona o cuando lo ataca injustamente, y el difamado o atacado responde en forma similar, el que inicia el conflicto ve limitado su derecho a la protesta, a menos que no reconozca su error. También existen casos en que el que apoya la violencia nunca se arrepiente de haberlo hecho, y aún así tiene la desfachatez de victimizarse de manera de seguir agraviando al previamente atacado.
Entre los casos más conocidos se encuentra el del periodista Jorge Fontevecchia, quien desde la revista Noticias, unos días antes de la segunda vuelta electoral, para la Presidencia de la Nación, hizo colocar enormes carteles publicitarios con la tapa de la revista, en la cual aparece una foto del candidato Milei obtenida en un momento de ofuscación, mientras que en la publicidad se lo caracteriza como loco, trastornado, que habla con los perros, etc. Posiblemente este anuncio fue el que más votos le hizo perder a quien finalmente salió electo.
La tendencia destituyente de la revista mencionada sigue en plena vigencia. De ahí que el actual presidente, en una entrevista televisiva, afirmó (fiel a su estilo) que preferiría que la revista Noticias cerrara sus puertas (ante comentarios de estar en una situación económica nada buena). Lo interesante del caso es que el propio Fontevecchia se siente “agraviado” ante tal expresión, olvidando un tanto que la libertad de expresión es válida tanto para los periodistas como para los presidentes.
En una situación algo similar, el periodista Jorge Fernández Díaz califica a Milei como “populista” y menciona su opinión sobre el economista Rothbard, ideólogo seguido por el actual presidente. Al sentirse ofendido por lo que considera una opinión injusta y mentirosa, Milei descalifica al periodista en forma pública. Nuevamente surge un periodista que se siente víctima de una agresión verbal presidencial.
En cuanto a un diputado del Frente de Izquierda Gabriel Solano, al preguntarle el periodista Eduardo Feinmann: ¿Es delito de lesa humanidad poner una bomba en un colegio o en un cine?, respondió: “Depende de quién la ponga”. (De www.laprensa.com.ar). En este caso no existe una mínima hipocresía ya que se trata del cinismo típico de los izquierdistas.
El sector que todavía sigue criticando la reacción militar de las Fuerzas Armadas, olvidando que ellos mismos constituyeron el primer eslabón de la cadena de la violencia y del terrorismo de los años 70, es el constituido por los “sacerdotes” tercermundistas. Como ideólogos marxistas-leninistas, despertaron un odio incondicional en muchos jóvenes que integraron luego el grupo terrorista Montoneros. Convirtieron a cientos o miles de jóvenes en criminales y luego en cadáveres. Al respecto, el nacionalista católico Alberto Caturelli escribió en esa década: “Todo católico medianamente instruido sabe que la Iglesia ha condenado al capitalismo liberal y al socialismo marxista. Pero el pseudo profetismo que me ocupa parece identificar todas las formas políticas no coincidentes con el marxismo bajo el rótulo de capitalismo (al cual condena) y no se acuerda ni una sola vez de condenar al socialismo marxista”.
“Esto es una constante. En efecto, la reducción del Mensaje Evangélico a la inmanencia del mundo, ha conducido a la necesidad de partir de la «realidad económica, social y política del país» y a la necesidad postulada de «definirse personal y colectivamente». Pero esta definición tiene más de la acción y compromiso exigido por los marxistas a sus aliados, que de la entrega de amor silencioso y cotidiano del hombre cristiano; por ese motivo, como se ha propuesto en una reunión de sacerdotes cuyos nombres son, por lo común, mantenidos en el anonimato, cada delegado diocesano debió exponer «un cuadro socioeconómico de su región y las situaciones de sometimiento que padecía la población»”.
“Este cuadro socioeconómico es siempre explicado por la dialéctica (en el fondo tan facilona) de oprimido-opresor; es lo que pasa con la educación explicada por la «contradicción educador-educando» superada en la «liberación en comunión» de los hombres entre sí, mediatizados por el mundo, como dice el marxista brasileño Paulo Freire, cuyos libros, particularmente Pedagogía del oprimido se venden por centenares en Universidades católicas y nacionales”.
“A partir del espectro «socioeconómico» del medio, siempre explicado por la dialéctica oprimido-opresor (en pugna con el Evangelio) reaparece (en la cada vez más increíble terminología que sustituye al verdadero pensamiento creador) la necesidad de «mentalizar» a la gente, reconociendo que en aquel cuadro existen diversos «niveles de concientización»”.
“Pero lleguemos al meollo del propósito no siempre denunciado y sobre el cual bien podrían «profetizar»: el objetivo del nuevo monofisismo [herejía medieval] es la instauración de la sociedad socialista y, por tal, entiéndase el socialismo marxista; en efecto, en un documento de sacerdotes publicado con motivo del secuestro y asesinato de un ex presidente argentino, y la destitución de otro, los hechos mismos, sostiene, deben ser explicados por «las contradicciones internas» del sistema; por eso (supuesta la realidad como contradicción) no se trata de sustituir unos hombres por otros, sino de un «cambio radical de todas las estructuras sociopolíticas y económicas, sustituyendo al sistema capitalista vigente por un auténtico socialismo», poniendo el poder en «manos del Pueblo»”.
“Como semejante cambio (de las relaciones de clase diría un marxista) puede implicar la violencia («vía de las armas») el más vulgar terrorismo es considerado como una actividad ejercida por «elementos sanos y limpios de una juventud revolucionaria». En toda la historia del pensamiento, solamente el marxismo propone esa explicación que supone la realidad social como oposición de contrarios; además, salta a la vista que al atroz abstractismo del socialismo marxista (que tanto horroriza a Marcel) que se constituye luego en verdadero opresor y destructor de la persona; salta a la vista, en efecto, en la exaltación de la palabra «Pueblo» (con mayúscula siempre); semejante «Pueblo» no ha existido nunca (como no existe «la masa») sino esta comunidad concreta constituida por cada una de las personas en las cuales debo reconocer la imagen de Dios. Todo lo demás es, para un cristiano, meras abstracciones que tienen la mala costumbre de fagocitarse a la persona concreta”.
“Sostengo que el «hombre nuevo» que anuncian los nuevos «profetas» no es ya el hombre cristiano, sino el hombre marxista que aparecerá al final de este proceso de «liberación» (o desalienación) como se expresa el utopismo de Marx y sus «cristianos» y tardíos discípulos de hoy. Así, pues, se hace necesaria la revolución como paso de un tipo de sociedad antiguo (capitalismo) a otro nuevo (socialismo). Esta revolución debe destruir el sistema que no es otro que el «sistema liberal capitalista»”.
“Pero para esta sustitución del liberalismo no se propone, ni de lejos, la doctrina social de la Iglesia que Ella ha enseñado a sus hijos con todo el peso de su Autoridad, sino la sociedad socialista; para que ello sea posible «consideramos necesario erradicar definitivamente y totalmente la propiedad privada de los medios de producción» (27 de Junio de 1969, Documento de los Coordinadores Regionales del Movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo). Hacía el marxismo (sin decirlo claramente) se encamina este nuevo monofisismo; no otra cosa será el proféticamente esperado «socialismo latinoamericano»” (De “La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy”-Editorial Almena SRL-Buenos Aires 1974).
En cuanto al anti-liberalismo de la Iglesia, debe aclararse que el liberalismo actual no pretende constituirse en un sistema que ha de resolver todos los problemas humanos, sino tan sólo en ser el mejor sistema económico apto para traducir la demanda de bienes y servicios en una producción que la satisfaga. De ahí el error de muchos católicos al repetir consignas del pasado sin intentar conocer la verdad al respecto; incluso repitiendo el error de “conocer” el capitalismo a través de las burdas descripciones de nazis y marxistas.
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1 comentario:
Todas las construcciones intelectuales maniqueas como el marxismo o la Teología de la Liberación obedecen a objetivos políticos y militares, careciendo de suficiente rigor intelectual y científico. Por consiguiente, también adolecen de moralidad (sana) al hacer encajar a la fuerza sus postulados y esquemas inamovibles con una realidad compleja y cambiante, pues no proceden de la multiplicidad de los datos observados y su racionalización sino de los prejuicios subjetivos que los originan.
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