Debido a que los principales países occidentales se hicieron poderosos en base al capitalismo, los marxistas, seguidores fieles de su profeta, denigran al capitalismo junto a aquellos países. Algo similar ocurre con el cristianismo, religión denostada por los marxistas por ser adoptada principalmente por Occidente.
Estos países capitalistas, al resultar exitosos, hizo que los marxistas sostengan que el “mérito” de ese éxito no se debió a los atributos del capitalismo, sino a la explotación de las colonias por parte de los países europeos y por parte de las empresas norteamericanas. Es la misma interpretación que se hace de los empresarios exitosos, quienes habrían triunfado gracias a la explotación laboral de sus empleados, y no por sus capacidades empresariales.
De la misma manera en que los empleados explotados laboralmente son considerados como virtuosos y exentos de defectos, los habitantes de las colonias, o ex colonias de los países europeos, también son considerados virtuosos y sin defectos, de manera de aumentar las culpas de los países de Occidente. Así se ha llegado al extremo de generar un auto-castigo moral por parte de muchos europeos, avergonzados por las fechorías de sus antepasados y exageradas por los marxistas.
Los marxistas se consideran “liberadores” de los pueblos por ellos administrados, como Cuba y Venezuela. Sin embargo, cuando esto ocurre, y mientras pueden, los capitales, las empresas, los profesionales y gente capacitada huyen hacia los países capitalistas, promoviendo el auge de los receptores y debilitando los países “liberados”. Los éxodos promovidos por los socialistas producen peores efectos que los producidos por los colonialismos del pasado.
En cuanto a los “sentimientos de culpa” que han sabido promover los “intelectuales” en los países europeos, Paul Berman escribió (respecto de Pascal Bruckner): “Su obra sobre dichas particularidades [culpabilidad inducida por marxistas] fue El sollozo del hombre blanco: Tercer mundo, culpabilidad y odio a uno mismo. El libro se publicó en 1983 y constituye ya todo un clásico de la literatura política”.
“Somete a examen crítico detallado un extenso catálogo de clichés de la izquierda europea sobre los pobres y los oprimidos en otras partes del mundo. Bruckner citaba a un intelectual francés u occidental tras otro poniéndose en evidencia constantemente, y aquellas citas demostraban claramente que, bajo la influencia del «tercermundismo», incluso los intelectos más privilegiados de Occidente habían demostrado ser absurdamente incapaces de reconocer personas normales y corrientes en lugares lejanos como lo que eran: personas normales y corrientes”.
“Era como si, al observar otras partes del mundo, los intelectuales occidentales no pudieran hacer más que parpadear y sucumbir a ensoñaciones. Las personas que vivían en lugares exóticos del mundo eran consideradas espiritualmente más ricas que las que vivían cerca. Eran inmunes a la avaricia. Eran generosas. Intuitivas en lugar de analíticas. Más relajadas sexualmente, o incluso indiferentes a los impulsos sexuales. Capaces de ocurrencias sagaces inaccesibles a las rígidas e inhibidas mentes occidentales. Materialmente pobres, pero moralmente ricas”.
“Para los intelectuales occidentales, los seres humanos más pobres de las regiones más pobres del mundo parecían ser, en suma, mejores que otros seres humanos, por más que carecieran de la sofisticación occidental o de otras complejidades. Eran los Salvadores Nobles. Fantasías, en resumen. Y los grandes intelectuales de izquierdas de los países occidentales nunca parecían darse cuenta de que, al invocar aquellas imágenes fantásticas de la gente lejana, acababan reproduciendo los peores y más horrendos prejuicios de los imperialistas europeos del pasado, sólo que en una versión que pretendía ser elogiosa, y no hostil. Los intelectuales se imaginaban a sí mismos como enemigos del racismo, pero de algún modo habían terminado siendo racistas. Despreciaban a la gente que era diferente a ellos, y revestían su desprecio de compasión. Los miraban por encima del hombro, pero afirmaban hacerlo con admiración. Pero ¿por qué lo hacían?”
“Bruckner detectaba un patrón conocido: la rebelión contra los viejos y vergonzosos valores que, de un modo u otro, se convierte en conformismo hacia los viejos y vergonzosos valores. Según su reflexión, el «tercermundismo» había nacido para expresar un sentimiento europeo, adecuado y correcto, de culpabilidad y arrepentimiento por los crímenes del imperialismo europeo. Pero el arrepentimiento se había endurecido hasta convertirse en dogma, y el dogma, por raro que parezca, había proporcionado placer. Era el placer del odio a uno mismo. Y el odio a uno mismo se había expresado alegremente elaborando una teoría utópica sobre las virtudes superiores y apenas humanas de las poblaciones exóticas que se creía que habitaban las regiones previamente colonizadas del mundo”.
“Un europeo que se odiara a sí mismo por los crímenes del pasado europeo podía regodearse en las satisfacciones de imaginar a unas sociedades superiores surgiendo entre las anteriores víctimas de Europa. Y las satisfacciones de aquel regocijo utópico conducían, de nuevo, a los placeres más íntimos e intensos del desprecio de uno mismo”.
“La clase intelectual, según el retrato de Bruckner, ha llegado a parecerse al clero medieval, una «casta penitente» que comunica su dogma de remordimiento exponiendo teorías multiculturales de culpabilidad occidental inexpiable, y que busca siempre nuevas formas de demostrar su propia humildad” (De “La huida de los intelectuales”-Duomo Ediciones-Barcelona 2012).
Cuando el citado autor se refiere a los “intelectuales occidentales”, puede traer a la memoria lo que ocurrió en la Argentina en los años 70, y en casi toda Latinoamérica, con los “intelectuales” de esa época (que son casi los mismos de ahora). La cuestión es que en la Argentina, el 80% de los libros editados en esos años, referidos a la política, estaba a favor de los terroristas de izquierda (Montoneros y ERP). Debido a que constituyeron el primer eslabón de la cadena de la violencia, pueden considerarse como los grandes terroristas de la época.
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1 comentario:
Esa visión idílica de las poblaciones de los países que fueron colonias de las potencias europeas queda en entredicho cuando se comprueba que los jóvenes de esos países intentan emigrar por todos los medios a las zonas más desarrolladas del planeta, sin que aprecien ventaja alguna en quedarse en sus países de origen cuando ya no están bajo la influencia directa de las antiguas metrópolis.
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