La construcción de una verdadera sociedad humana se ha de establecer a partir de la conformación moral de cada uno de sus integrantes. Para favorecer el bien y evitar el mal, disponemos de una secuencia que comienza con la acción de la conciencia moral individual. Por medio de ella podemos admitir la necesidad de intentar compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Todo ello buscando ser auténticos “hijos de Dios” o bien auténticos “hijos del orden natural”.
Esta actitud, o predisposición, ha de establecerse pensando primeramente en la felicidad propia, si bien necesariamente ello contribuirá a la felicidad del resto. Adviértase que casi siempre se promueve la idea de “hacer el bien” pensando en los demás, lo que pocas veces da buenos resultados. Sin embargo, el mejor resultado se logra cuando pensamos en nuestra felicidad, ya que es el propio orden natural el que ha “pensado” que de esa forma nos aseguramos que llegaremos a favorecer ampliamente a los demás en forma simultánea.
Si se ha llegado a esta situación, ya no hay necesidad de otra etapa adicional. Si esto no se consigue, será la familia del individuo la que ha de intentar adaptarlo hacia la predisposición empática. Si tampoco la familia lo consigue, será la sociedad (a través del sistema educativo, por ejemplo) la que intentará conducir al individuo por el buen camino.
Si tampoco la influencia social logra reencauzarlo, será la ley humana (proveniente del Derecho) la que finalmente intentará establecer la mejor orientación. Y aquí aparece la señal de que la ley natural, la que predomina en las primeras etapas de la construcción individual, debe tener una vinculación estrecha con la ley humana de la última etapa.
Estas ideas ya eran contempladas en plena Edad Media, si bien posteriormente se llega al absurdo de contemplar una ley humana desvinculada totalmente de la ley natural, con los pésimos resultados asociados a los diversos totalitarismos, cuando el hombre intenta ocupar el lugar de Dios. Al respecto, Otto von Gierke escribió: “Tomás de Aquino estableció las grandes líneas para los siglos futuros. Decir más sería innecesario, pues no obstante muchas disputas acerca del origen del derecho natural y el alcance de su fuerza obligatoria, todos estaban de acuerdo en que había un derecho natural, que por un lado surgía de un principio que trascendía el poder temporal y que por otro lado era una ley verdadera y perfectamente obligatoria”.
“Los hombres suponían por tanto que antes de existir el Estado, la Lex Naturalis ya prevalecía en su propio legítimo origen. Y los hombres también enseñaban que el más alto poder en la tierra estaba sometido a reglas del derecho natural. Éstas estaban por encima del Papa y del kaiser, por encima del gobernante y del pueblo soberano; en suma, por encima de la entera comunidad de los mortales. Ni un estatuto ni un acto del gobierno ni una resolución del pueblo ni de la costumbre podían romper los lazos así establecidos. Todo lo que contradijese los eternos e inmutables principios del derecho natural era enteramente nulo y no obligaría a nadie” (De “Teorías políticas de la Edad Media”-Editorial Huemul SA-Buenos Aires 1963).
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1 comentario:
El derecho debe dejar de basarse en idealismos más o menos razonables y pasar a estarlo en las premisas científicas, en el conocimiento proveniente de la experiencia histórica y social.
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