Por Juan Luis Pérez Francesch
En la conferencia sobre la libertad en la antigüedad sostiene la importancia
de la libertad, defendida por pocos de manera sincera. La libertad
no es una cuestión de legislación sino de ideas, del espíritu, ya que las mismas
instituciones pueden mantenerse variando el contenido. Lo que importa
son las ideas, las creencias, la fe en las instituciones y en las personas. Lo
que le interesa es el pensamiento y la mentalidad de los hombres. Así, afirma:
«Por libertad entiendo la seguridad que todo hombre será protegido en
el cumplimiento de su deber contra las influencias de la autoridad, de las
mayorías, de las costumbres y de la opinión», en una línea que recuerda
a J. S. Mill. El Estado tiene un límite evidente en la libertad personal
y debe proteger a las minorías. Pero además la libertad es la «condición
esencial y el guardián de la religión», porque lo que importa es la libertad
de conciencia. Sostiene que el Estado moderno interviene excesivamente en
el ámbito de la libertad personal.
Ahora bien, en todo caso, la libertad llegó con el cristianismo, que introdujo
el iusnaturalismo (obedecer primero a Dios que al César) y la gracia de
Dios hizo posible la libertad, porque la verdadera libertad es obedecer los
mandatos de Dios. Así, a diferencia de los tiempos anteriores, se desarrolló
el gobierno representativo, la emancipación de los esclavos y sobre todo la
libertad de conciencia. Unas palabras finales resumen a la perfección la concepción
que expone Lord Acton: «Todo lo que Sócrates pudo hacer como
protesta en contra de la tiranía de la democracia reformada, fue morir por
sus convicciones. Los estoicos aconsejaron al hombre sabio que se mantuviera
apartado de la política, guardando la ley no escrita en su corazón. Pero
cuando Cristo dijo: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios", palabras dichas en su última visita al Templo, tres días antes de
su muerte, dieron al poder civil, bajo la protección de la conciencia, una
santidad como nunca había disfrutado, y unos limites nunca conocidos, y
fueron el repudio del absolutismo, el comienzo de la libertad. Pero Nuestro
Señor no sólo dictó el precepto, sino que creó la fuerza para su ejecución.
Mantened la necesaria inmunidad en una esfera suprema, reducid toda autoridad
política dentro de límites definidos, dejando de ser una aspiración
de pacientes pensadores, y el cambio será para siempre y surgirá la institución
más poderosa, así como la asociación más poderosa del mundo. La
nueva ley, el nuevo espíritu, la nueva autoridad, daba a la libertad un significado
y un valor que no había tenido en la filosofía o en la constitución de
Grecia y de Roma antes del conocimiento de la verdad que nos hace libres»
En la conferencia sobre la libertad en el cristianismo analiza el
mundo romano, con el fin de afirmar que la libertad era una libertad republicana,
una libertad frente al poder establecido pero también garantizada por
el poder, que se vio rota por las invasiones germánicas en Occidente y por el
despotismo de Bizancio. La consecuencia fue que el poder político se aprovechó
del cristianismo y de la Iglesia con el fin de iniciar un proceso de conversión
de los ciudadanos según la voluntad del gobernante. El cristianismo
que había nacido ligado a la libertad acabó en manos del gobernante.
El feudalismo si bien multiplicó el dominio sobre las personas, también experimentó
un poder de la Iglesia en ocasiones refractario a colaborar o a dejarse
subordinar al poder de otros señores. Esta tendencia, afirma, es la que ha hecho
posible el resurgimiento de la libertad. La Iglesia, aunque a veces se ha
aliado con el poder también ha sido un freno o un contrapoder, como en las
monarquías absolutas. En todo caso defiende el derecho del pueblo a sublevarse
contra el rey tirano, en una tesis contractualista que abraza tanto Santo
Tomás de Aquino, Marsilio de Padua como la revolución whig.
Le preocupa la limitación del poder, el consentimiento de los gobernados y los derechos
de las personas y de los grupos, valorando altamente el pluralismo medieval.
Afirma que hay una verdad política, que es el gobierno representativo y que
se expresa en la máxima que no hay pago de impuestos si no hay representación,
aspecto nuclear de los avances de la Edad Media: «La política de la
Edad Media era un sistema de Estados en los cuales la autoridad se quedaba
limitada para la representación de las clases poderosas, para asociaciones
privilegiadas y por el reconocimiento de deberes superiores a los impuestos
por los hombres».
Pero el cimiento religioso medieval se fue diluyendo en la Edad Moderna,
a medida que se consolidaba la razón de Estado. Maquiavelo consagra su
«maquiavelismo», el del fin que justifica los medios y la autonomía de la
política en relación con la religión y la moral. En cambio, la diferencia
entre la política y la moral se convierte para nuestro autor en un vínculo
entre la moral pública y la privada. Por contra, la razón de Estado fue
construyendo el edificio de la monarquía que subordinaba la Iglesia al Estado
como nos muestra el caso inglés.
La reforma luterana tampoco pudo hacer frente a la fuerza asimiladora entre
el Estado y la Iglesia. Lord Acton critica la utilización política de la religión,
que ha hecho que a menudo los conflictos políticos o de meros intereses económicos
sean bautizados como religiosos, lo cual es una falsedad. La tensión que ha provocado
la división entre católicos y protestantes en la Edad Moderna y Contemporánea
fue impulsada desde el poder político, para asimilar la sociedad. «Nadie
creía, sinceramente, en la política, como en una ley sobre lo justo o
injusto; nadie intentó establecer una serie de principios que pudieran servir
más allá de cualquier cambio religioso».
La religión en el sentido más profundo siempre ha estado del lado de la
libertad y ha dado criterios y argumentos para entender que el poder político
no viene de Dios sino del respeto y consentimiento de los ciudadanos, que no es
absoluto sino limitado. Llega a afirmar: «Los principios que discriminan en política
entre el bien y el mal, y hacen a los Estados dignos de perdurar, todavía no se han
encontrado». Incluso, más que unos principios morales derivados
de una religión determinada sostiene los principios morales, por medio de
los cuales Dios ilumina la conciencia de los hombres.
Siguiendo a Grocio, considera que hacen falta unos principios de derecho
internacional que sean realmente universales, una ley común que permita convivir
a diferentes Estados que tienen intereses diferentes. Sostiene la libertad de conciencia y
la libertad religiosa, como un punto de llegada de la humanidad. A partir del
siglo XVII se descubrió —afirma— que «la libertad religiosa es el principio
generador de la libertad civil, y que esta libertad civil es la condición necesaria
de la religión». Defiende la revolución americana y afirma que las únicas formas de
libertad civil y política conocidas son la República y la Monarquía constitucional.
La libertad de conciencia
Lord Acton defiende la libertad de conciencia como primera manifestación
de la idea de libertad. Cree en un hombre racional que sabe escoger entre
el bien y el mal, y que tiene a Dios (más que en la Iglesia) su referencia.
Así, considera que hay que respetar la libertad de conciencia de todo el mundo
y que la vulneración de este elemento tan básico y elemental es radicalmente
inaceptable. La libertad humana fundamental es la libertad de conciencia.
Aquí empieza todo edificio social y político que quiera ser respetuoso
con la libertad.
El drama personal de Lord Acton fue querer ser católico y liberal, en un
momento, la segunda mitad del siglo XIX, donde la propia Iglesia católica no
acababa de asumir los principios liberales e incluso en ocasiones los condenaba,
y en un país, Inglaterra, donde el anglicanismo era la religión oficial
del Estado. Los católicos, eran mayoritarios en Irlanda, pero estaban marginados
en Inglaterra. Tenemos que recordar, por ejemplo, que para estudiar
en las Universidades de Oxford y de Cambridge se exigía la confesionalidad
anglicana.
La situación privilegiada de la Iglesia de Inglaterra se mostraba
en un impuesto específico para financiarla que tenían que pagar todos los
ciudadanos. Sin embargo, estamos en un momento en el que en Inglaterra se
abre paso un trato más favorable a los no anglicanos: se permite ejercer el
derecho de voto (1832), se reconoce el matrimonio no anglicano, se crean
nuevas instituciones universitarias, etc. El progreso del catolicismo fue considerado
por algunos como una «agresión de los papistas». La situación era
realmente incómoda.
La consecuencia que de esta situación extrajo nuestro autor fue defender
el derecho a la libertad de conciencia como la base de toda sociedad libre. Si
criticaba el anglicanismo por la alianza con el poder político no podía en
pura lógica defender otra cosa que igual de mala era la alianza del catolicismo
con el Estado como se propugnaba desde Roma. La religión no era una
cosa del poder sino una referencia moral de las personas, y la sociedad y el
poder político establecido tenían que constituirse sobre la base de la libertad
personal, la primera de las cuales era la de conciencia.
La libertad de conciencia es un núcleo duro de la libertad personal, mucho
más íntimo e insobornable que la libertad religiosa o de cultos. La intolerancia
había sido practicada tanto por católicos como por protestantes.
Ante esta situación, el reconocimiento de la libertad de conciencia y la separación
entre la Iglesia y el Estado, en una línea que recuerda la famosa carta
de la tolerancia de Locke, es la propuesta que hace nuestro autor.
La libertad civil
Entendiendo por libertad civil la que tiene que existir en la sociedad, a
fin de que ninguna persona se encuentre marginada o desvalida en el ejercicio
de sus derechos, Lord Acton se preocupa de las minorías y que éstas no
sean disueltas en el gran magma social de la mayoría. Preocupado por el desarrollo
del nacionalismo y de la democracia, recurre a la historia como cimiento
con el fin de encontrar elementos de cohesión y principios morales
comunes. Acton sostiene la necesidad de huir de la uniformidad y de permitir
a cada uno realizar plenamente sus principios morales y religiosos. El desarrollo
de la religión, por lo tanto, necesita de la libertad. La religión concebida
como algo ligado a la libertad personal, pero también como libertad colectiva,
como libertad de cultos.
El liberalismo de Acton le lleva a defender que el Estado y la sociedad
son dos ámbitos diferenciados, y que las iglesias no pueden disfrutar de privilegios
tutelados por el primero. Pero tampoco le parece admisible que una
religión mayoritaria impida el desarrollo de las otras o quiera imponer sus
criterios a toda la sociedad. La libertad de conciencia, tiene que coexistir con
el proselitismo eclesiástico, las convicciones personales se pueden expandir,
pero nunca imponer. Sólo así queda a salvo la libertad de conciencia, individual
y colectivamente considerada.
La libertad política
La libertad política es la que se establece entre cada uno de los ciudadanos
y de los grupos en que se integra y las instituciones políticas establecidas.
Aquí el principio liberal se manifiesta en la idea que el poder político es
malo por naturaleza mientras que la vida social es el ámbito de la libertad.
Una libertad sin embargo, que no es la libertad natural, sin normas y reglas
sino precisamente con éstas. La libertad política es, en consecuencia, la libertad
constitucional. De aquí que nuestro autor, como hemos comentado,
valora la constitución inglesa, que ha establecido límites al poder, progresivamente,
a lo largo de la historia. En efecto, una «ancient constitution», una
«happy constitution», que tendría que desarrollar todas sus potencialidades.
Frenar la fuerza del poder es establecer el sistema de contrapoderes: separación
de poderes y garantía de las libertades fundamentales (freedom) manifestadas
en los textos constitucionales. En esta tendencia, la iglesia anglicana
tiene un encaje difícil de explicar, a no ser por la propia historia de Inglaterra
y la consideración de los papistas o católicos como clase extranjera.
Por eso, sostiene que el catolicismo no puede ser ultramontano, más papista
que el Papa, sino que tiene que convertirse en liberal, en tolerante, predicando
con el ejemplo.
El catolicismo liberal predica, en efecto, una ejemplaridad:
no se puede imponer una identificación entre el Estado y una Iglesia
concreta. Eso puede ser una convicción pero es también una estrategia, para
mostrarse más inglés, más parte de la sociedad relevante de su tiempo, para
integrarse más en la sociedad inglesa y desde ahí poder dialogar con las otras
iglesias. Como él mismo lo había hecho, militando en el partido whig y manteniendo
una fiel amistad con Gladstone, o como él mismo consiguió al ser
nombrado asesor de la Reina Victoria.
(Extractos de "Lord Acton y la historia de la libertad")
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1 comentario:
La libertad de conciencia es pieza clave en la defensa que tiene que hacer todo Estado que se diga democrático del concepto mismo y de la efectividad de la Libertad. Así, quien quiera conservar o transmitir sus creencias debe hacerlo sin prevalerse de los resortes de coacción psicológica o institucional que el Estado puede amparar legal o fácticamente. La enseñanza regular debe incluir el estudio de las religiones como fenómenos históricos, los enfrentamientos que han protagonizado entre sí, y los debates que sobre la fe y la existencia de Dios, el alma y la naturaleza de ésta se han venido produciendo a lo largo del tiempo.
De esta forma se contribuye a que el hombre pueda conocerse a sí mismo racionalmente y a que las personas puedan decidir sin ninguna coacción si existe o no un horizonte metafísico de trascendencia espiritual como eventual fundamento de la religión o si ha habido o no auténticas "revelaciones" en esta materia.
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