La mayoría de los seres humanos tiende a recordar y homenajear a los muertos, ya sean familiares o bien personas comunes pertenecientes a una comunidad. El ser humano es el único ser viviente que "entierra a los muertos", y de ahí el nombre que nos caracteriza. Además de enterrarlos, se los recuerda, como se dijo. Pero hay excepciones, como la que observamos en la Argentina, ya que no existe en ninguna parte una placa recordatoria en la que aparezcan los nombres de los 1.094 asesinados por la guerrilla cubano-soviética de los años 70. Entre esas víctimas del terror hay niños, jóvenes, empresarios, empleados, policías, militares, etc. Muy pocos de ellos tenía incumbencia en cuestiones de política.
Cuando recientemente se organiza en Buenos Aires un homenaje recordatorio de esas víctimas inocentes, los sectores de izquierda tratan de boicotearlo y descalificarlo, siendo justamente quienes compartían sus siniestras ideas los que provocaron tales asesinatos. Sería esperable que algunos de ellos mostraran cierto arrepentimiento por la violencia por ellos iniciada. Aunque ello no es de esperar por cuanto ni siquiera aceptan que alguien recuerde a esas víctimas.
Algunos ilusos esperan que alguna vez se cierre la grieta que separa a los argentinos, siendo algo improbable por cuanto resulta imposible ponerse de acuerdo con quienes ni siquiera aceptan que se hagan homenajes a simples ciudadanos argentinos. Cuando desde la izquierda política se habla de "derechos humanos" debe entenderse que se refieren a derechos exclusivos de quienes apoyan al marxismo o al kirchnerismo, mientras que el resto sería para ellos "no humanos", no dignos de recibir homenajes aún después de ser asesinados infamemente.
Cuando se habla del siniestro pasado del marxismo, con sus decenas de millones de víctimas, resulta frecuente escuchar que tales matanzas "fueron necesarias", es decir, la instauración del socialismo significa para ellos algo prioritario, incluso por sobre la vida de millones de inocentes.
Para encontrarle cierta explicación a tal conducta, debe tenerse presente que la "moral marxista" es muy distinta a la moral natural o cristiana, ya que el "no matarás" es selectivo para el marxista, siendo el bien todo lo que favorece el advenimiento del socialismo (incluso el asesinato de opositores). El mal sería la oposición al socialismo, por lo cual eliminar la oposición sería un bien. Si nos ubicamos imaginariamente en tal visión de la realidad, podemos encontarle cierto sentido a la conducta marxista. Octavio Derisi escribió: “El Materialismo dialéctico e histórico de Marx ha hecho del conocimiento y de toda la actividad humana un producto de la materia que, a través de los medios de producción da origen a los diversos tipos de sociedad; la cual, a su vez, engendra las «ideologías» correspondientes a ellas: el derecho, la filosofía, la moral, la religión".
"La moral, pues, no tiene ningún sentido absoluto en el marxismo, sino que es simplemente un modo de obrar para amparar cierta forma de sociedad y, en última instancia, determinados medios de trabajo y producción. Más aún, como todo conocimiento en el marxismo, también el de la moral no se logra como aprehensión de un ser o verdad absoluta, en la que no cree -agnosticismo-, sino como praxis o actividad práctica que «resulta» o tiene éxito. En tal sentido, la moral del marxismo es la moral de los medios, una suerte de maquiavelismo llevado hasta el fin: buena o mala es la acción que conviene a la sociedad y, más concretamente, la que favorece o entorpece la realización del ideal de la sociedad, que es el comunismo”.
"La moral marxista se reduce también a un amoralismo absoluto, que desemboca en un inmoralismo desenfadado: buenas son todas las acciones que ayudan al advenimiento o arraigo del comunismo y, en tal sentido, nada es ilícito; y malas las que a él se oponen. Las reglas supremas de la moral y del derecho las determina el partido comunista" (De “Los fundamentos metafísicos del orden moral”-Editorial El Derecho-Universitas SRL-Buenos Aires 1978).
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1 comentario:
El marxismo es determinista, prejuicioso y antihumanista porque no deja elección a los individuos, estando éstos al mero servicio de una presunta realidad ontológica e histórica de la que no deben ni pueden escapar.
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