En los fundamentos de toda teoría del conocimiento ha de encontrarse, seguramente, la secuencia ideas-actitudes-acciones, es decir, el conjunto de ideas y creencias depositadas en nuestro cerebro determinan nuestra actitud o predisposición a actuar de una manera previsible. La psicología social, justamente, es la rama de las ciencias sociales que estudia principalmente la secuencia mencionada.
Todo cambio asociado a nuestra actitud o respuesta característica, para bien o para mal, está asociado a la adquisición de nuevas ideas, o de ideas no existentes previamente en nuestra mente. De ahí la importancia creciente de la historia de las ideas, ya que implica la historia de las verdaderas causas del avance o del retroceso cultural de los pueblos y de la humanidad.
Recordemos la recomendación bíblica: "No se echa el vino nuevo en odres viejos...", es decir, no tiene mayor efecto sugerir reglas éticas nuevas cuando en la mente predominan ideas y creencias incompatibles con aquellas nuevas que se quieren transmitir.
Entre los requisitos necesarios para la adopción de ideas verdaderas, o compatibles con las leyes naturales, encontramos la coherencia lógica de las mismas; coherencia "heredada" de las leyes naturales. De ahí la expresión de Baruch de Spinoza: "El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas" ("Ética").
Posiblemente, el rechazo de la religión cristiana, por parte de numerosos sectores de la sociedad, se debe esencialmente a la incoherencia lógica de los dogmas y misterios asociados a la presentación de la ética de los Evangelios. No es una cuestión de mala voluntad, sino de una imposibilidad cierta de poder razonar sobre tales misterios. Solamente un personaje como Quinto Septimio Tertuliano pudo decir: "Creo porque es absurdo".
Uno de los historiadores que intenta comprender los acontecimientos del pasado a través de las ideas predominantes en los distintos actores, es José Luis Romero, quien escribió: "El campo de las mentalidades no es el del pensamiento sistemático sino el de ese caudal de ideas que en cada campo constituye el patrimonio común y del cual aquél es como una especie de espuma, en relación no siempre coherente".
"La mentalidad es algo así como el motor de las actitudes. De manera poco racional a veces, inconsciente o subconscientemente, un grupo social, una colectividad, se planta de una cierta manera ante la muerte, el matrimonio, la riqueza, la pobreza, el amor, el trabajo...Hay en el grupo social un sistema de actitudes y predisposiciones que no son racionales, aunque quizás lo fueron alguna vez, pero que tienen una enorme fuerza porque son tradicionales".
"Precisamente a medida que pierden racionalidad, a medida que se hace menos claro el origen de la norma, de la disposición, del juicio de valor, las actitudes se hacen más robustas, pues se va reemplazando el sistema original de motivaciones por otro irracional, que toca con lo carismático y que culmina cuando -casi expresamente- son retiradas de la discusión. Aquí, como en el caso del tabú del incesto, la irracionalidad y la fuerza de la actitud alcanzan su grado máximo".
"Las opiniones sobre lo que es bueno y lo que es malo, tan cambiante según los tiempos, se apoyan en actitudes difusas pero arraigadas y generan normas que dirigen la acción del grupo. Los orígenes de estas ideas suelen ser borrosos. Casi todas las ideas corrientes, por ejemplo los llamados prejuicios, son viejas ideas incorporadas desde hace mucho al grupo social, de manera racional, que luego han ido perdiendo precisión y vigor, desprendiéndose del sistema explicativo y transformándose en ideas vulgares. Este tipo de sabiduría, decantada y olvidada, se transforma en un sistema de pensamiento; es quizás más sutil y elaborado, pero no arrastra, como aquéllas, el concenso del grupo" (De "Estudio de la mentalidad burguesa"-Alianza Editorial SA-Buenos Aires 1987).
Todo cambio social, para bien o para mal, requiere de cierto tiempo ya que existe en todo grupo social y en todo individuo, cierta inercia mental que impide el cambio abrupto. Las sociedades son esencialmente conservadoras, en ese aspecto. De ahí que los cambios revolucionarios son, en realidad, cambios que se van gestando con bastante tiempo.
Nuestras ideas y creencias conforman nuestra personalidad. Y como, por lo general, las ideas han sido elaboradas o asimiladas con bastante esfuerzo personal, cuesta bastante renunciar a ellas, aunque muchas veces debemos admitir que son erróneas. La inercia mental mencionada está vinculada con este aspecto. Humberto Maturana R. escribió: “Nunca nos enojamos cuando el desacuerdo es sólo lógico, es decir, cuando el desacuerdo surge de un error al aplicar las coherencias operacionales derivadas de premisas fundamentales aceptadas por todas las personas en desacuerdo".
"Pero hay otras discusiones en las cuales nos enojamos (es el caso de todas las discusiones ideológicas); esto ocurre cuando la diferencia está en las premisas fundamentales que cada uno tiene. Esos desacuerdos siempre traen consigo un remezón emocional, porque los participantes en el desacuerdo viven su desacuerdo como amenazas existenciales recíprocas. Desacuerdos en las premisas fundamentales son situaciones que amenazan la vida ya que el otro le niega a uno los fundamentos de su pensar y la coherencia racional de su existencia” (De “Emociones y lenguaje en educación y política”-Ediciones Pedagógicas Chilenas SA-Santiago 1994).
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1 comentario:
Las premisas fundamentales sobre las que se asienta la mentalidad de las personas son difíciles de cambiar de ordinario, pero en la actualidad una campaña orquestada por grandes grupos de comunicación, que incluya prensa, televisión y cine (en todas sus variantes de distribución), en coyunda con la propaganda oficial, puede revertir cualquier idea preestablecida. Eso es posible, también, porque como bien se dice en el hilo, se tienen ideas y prejuicios de manera irracional, no razonada, sino heredada, sin esfuerzo o recuerdo de su justificación.
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