La felicidad se consigue cultivando los atributos personales considerados "buenos", es decir, que conducen al bien, o a lo que es deseable. Al bien individual como al bien colectivo los asociamos a una actitud favorable a la cooperación social (empatía emocional) y por la cual sentimos la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias. Esto implica que seremos felices con la condición de que compartamos nuestra felicidad con los demás. Esto no constituye un ideal propuesto por algún ser humano, sino descubierto por varios seres humanos al observar detenidamente cómo funciona el proceso asociado a nuestra naturaleza humana.
Supongamos por un momento haber nacido en un mundo en el cual la felicidad habría de obtenerse con la condición de que no deberíamos compartirla con los demás y, por lo tanto, que tampoco deberíamos compartir penas y alegrías ajenas; entonces tal sociedad sería el reino de la soledad. No existiría, en realidad, lo que denominamos "sociedad" y, seguramente, nuestra supervivencia individual y colectiva tendería a desaparecer. Ello no significa que habríamos de morir todos, ya que por "supervivencia" deberíamos entender la continuidad y plenitud de todos nuestros atributos naturales (emocionales, intelectuales y corporales).
Al primer caso mencionado podemos asociarlo a la "ciudad de Dios" y el segundo a la "ciudad del hombre", según la simbología propuesta por San Agustín. Toda tarea de mejoramiento moral puede sintetizarse como el trabajo necesario para pasar de la ciudad del hombre a la ciudad de Dios, o a la sociedad que contempla y se adapta a las leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales.
Los antiguos estoicos asociaban la felicidad a la virtud, casi en forma independiente de lo que le ocurre a nuestro cuerpo. Esto contrasta con la etapa actual de la humanidad en la que interesa tanto o más lo que le ocurre a nuestro cuerpo que lo que atañe a nuestra actitud emocional. T. H. Irwin escribió: "El joven Jeremy Bentham sufrió una experiencia bastante desagradable en su primer encuentro con las doctrinas estoicas sobre la virtud y la felicidad: «No había yo aún cumplido los trece años cuando en Queen's College, Oxford, se me impuso la tarea de verter al inglés la obra de Cicerón conocida con el título Tusculanae disputationes. El dolor, aprendí allí, no es un mal. La virtud es de por sí suficiente para conferir la felicidad a cualquier hombre que esté dispuesto a poseerla en esos términos»" (De "Las normas de la naturaleza" de M. Schofield y G. Striker-Ediciones Manantial-Buenos Aires 1993).
Respecto de la visión de los estoicos, Troels Engberg-Pedersen escribió: "La base de esta interpretación del papel de la Naturaleza en la ética estoica la constituye la visión teleológica estoica de la Naturaleza como divina, artística, providente y racional, y por ende, buena. Vivir conforme a la naturaleza es bueno. Los humanos (únicos entre los animales) son racionales; como la propia Naturaleza es racional, los humanos tienen una relación especial con la Naturaleza. En virtud de esta relación especial, el bien para los humanos, a saber, vivir conforme a la Naturaleza, consiste en obedecer deliberadamente la voluntad de la Naturaleza" (De "Las normas de la naturaleza").
Si en el discurso estoico cambiamos la palabra "Naturaleza" por la palabra "Dios", encontramos una semejanza cercana al cristianismo. Ello deriva de identificar al Creador con su obra; el que cree en la bondad y habilidad del Creador, cree también en la bondad y grandeza de su obra.
No sólo existen las dos "ciudades" antes mencionadas, ya que en el siglo XX se puso en vigencia la "ciudad de Marx y Lenin", es decir, la sociedad que, en base a la fuerza y el engaño, y en contra de las voluntades mayoritarias, impone el vínculo de los medios materiales (los medios de producción) para unir a los seres humanos. Dichos vínculos, en realidad no unen, sino que atan a los seres humanos imponiéndoles una esclavitud forzada, limitando y buscando la anulación de los principales atributos propios de la naturaleza humana, como la libertad, la realización personal y el alcance de sus potencialidades individuales. Al intentar borrar los rastros de la naturaleza humana, se trata de poner en evidencia la creación del "hombre nuevo" y la "sociedad nueva" de Marx y Lenin.
Debido a que el hombre-masa sólo advierte la existencia de objetos y valores materiales, muchas veces desconociendo valores emocionales e intelectuales, compartir tales medios de producción significa para él ser "socio" del resto de la sociedad en cuanto a la propiedad de los mismos (de ahí la idea básica del socialismo). Aún cuando esta idea pueda parecer inofensiva, las experiencias de su puesta en práctica advierten consecuencias catastróficas a las que puede conducir.
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1 comentario:
Más que la propiedad de los medios de producción el hombre masa cree que la democracia, el voto universal e igualitario, es su forma de control sobre el Estado y lo que éste puede proporcionar en forma de beneficios morales (igualación envidiosa) y materiales (bienestar a precio módico).
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