Siendo la política la rama del conocimiento que describe los vínculos entre el Estado y el individuo, y considerando que toda rama de las ciencias sociales debe orientarse por los resultados que logra, corrigiéndolos cuando es necesario, se advierte que los mejores resultados se logran cuando el Estado orienta a los ciudadanos libres en lugar de gobernarlos tomando decisiones por ellos.
Este proceso, trasladado al conjunto de las naciones, implica que los organismos internacionales deben orientar a los diversos Estados nacionales para favorecer la paz del conjunto, evitando gobernarlos tomando decisiones por ellos. Esta situación ideal puede, en ocasiones extremas, requerir de excepciones, para luego volver a la normalidad.
En cuanto a los líderes religiosos, como es el caso de los máximos líderes de la Iglesia Católica, y por promover el cristianismo una ética identificada con la ética natural, casi está demás decir que la función eclesiástica debe limitarse a la orientacion conductual de todos y de cada uno de los habitantes del planeta, al menos como una posibilidad.
En cuanto un Papa, como el actual, toma partido por determinada orientación política y económica, y no por la que mejores resultados produce, desvirtúa el sentido y la misión original de la Iglesia, que es la de "salvar almas", en la simbología bíblica. Como tal salvación está asociada al cumplimiento de los mandamientos bíblicos, se concreta así la orientación hacia la ética natural, como se dijo.
Especialmente en épocas de caos y confusión, como ocurrió en la época de la caída del Imperio Romano y el inicio de la Edad Media, la presencia de la Iglesia fue necesaria para que Europa volviera a transitar épocas de orden y de paz. En la actualidad transitamos por etapas de decadencia moral generalizada, por lo que las puertas están abiertas a una orientación cristiana, que, lamentablemente, ha sido abandonada y desplazada por las actuales autoridades de la Iglesia.
A continuación se transcribe un artículo vinculado con la anterior introducción:
EL MUNDO Y EL PAPA
Por Gilbert Keith Chesterton
Algunos de los críticos contemporáneos de la fe, especialmente los protestantes, basándose en un análisis erróneo de la palabra divus, han acusado a los católicos de divinizar al Papa. Pero los católicos no describirían jamás al Papa como un dios.
En un cierto sentido reconocen alguna analogía sobrenatural entre el Rey de los reyes del universo y su vice rey aquí sobre la tierra, así como hay una semejanza entre Dios y el hombre creado a su imagen, entre un objeto y su sombra. Sin embargo, con el pasar del tiempo, no obstante todas las críticas, el mundo se encontrará en la posición de tener que decir; «Si el papado no existiese, habría que inventarlo».
Más aún, es imposible pensar en el hecho de que traten en efecto de inventarlo. La verdad es que muchas personas aceptarían sin problemas el papado. La idea general de una institución de este tipo -que correspondería exactamente al rol del papado en la historia- sería aceptada, sobre un plano moral y social, incluso por muchos protestantes y libre pensadores. Hasta que se diesen cuenta, con gran estupor y rabia, de haber aceptado lo arbitrado internacionalmente por el Papa.
Supongamos que alguno quisiese un día proponer esta vieja idea como si fuese una nueva idea, diciendo: «Sugiero que se instituya, en una gran ciudad, en uno de los países más civilizados del mundo, una oficina permanente que represente la paz y los presupuestos de los acuerdos internacionales. Es necesario que esta oficina sea super partes y en grado de juzgar los derechos y los errores de todas las naciones, como un juez imparcial que se basa en un códice ético y social. Además, debe ser completamente independiente de los intereses militares y tribales de los varios grupos, y también libre de las influencias de los reyes y príncipes. Debe, en fin, jurar de servir sólo a la humanidad en cuanto tal». Muchos verían con este perfil a la institución internacional ideal.
El problema es que si nuestra civilización no redescubre la importancia del papado, muy probablemente deberá inventar algo que le asemeje. Y sería verdaderamente irónico. El mundo contemporáneo crearía así un Anti-papa, si bien, como lo ha advertido monseñor Benson en su libro El Señor del mundo , el Anti-papa asumiría las características del Anti Cristo.
En todo caso, los hombres intentarán establecer alguna potencia moral independiente de aquellas materiales. Lo vemos en los tentativos, débiles aún cuando sean de buena fe, de instituir una corte internacional de justicia o un consejo mundial que de todos modos no alcanza a ser nada más que un microcosmos del macrocosmos que es el mundo, con todas las pequeñeces y las grandezas que lo distinguen.
Sin embargo, se puede observar cómo en el curso de la historia, especialmente durante el medioevo, el papado haya representado precisamente una institución capaz de intervenir en los intereses de la paz y de la humanidad. Propiamente, como los grandes santos se han interpuesto entre las espadas y las lanzas de las facciones en lucha.
La humanidad, en cuanto tal, no ha sido muy humanitaria. Si el mundo hubiese sido abandonado a sí mismo, por ejemplo en el periodo feudal, todas las decisiones hubiesen sido tomadas en el ámbito de un sistema social rígido y sin piedad. Había sólo una institución que podía transmitir aunque más no fuese un vago recuerdo de aquello que era la república y la ley romana. Si el mundo hubiese sido abandonado a sí mismo en el periodo del renacimiento y de los príncipes maquiavélicos, hubiese estado bajo el poder absoluto de los cortesanos y de quien los adulaba.
Había sólo una institución que podía repetir en todo momento: «No confiéis en los príncipes» (Sl 145,2). Si no hubiese existido, la consecuencia hubiese sido aquella de regularse según el dicho cujus regio ejus religio [la confesión religiosa del príncipe se aplica a todos los ciudadanos del territorio], con el resultado de que hubiese prevalecido el término regio, y hubiese quedado bien poco religio.
Sé que este ideal ha sido abusado. Quiero sólo decir que también aquellos que critican sus aspectos negativos, probablemente se meterán precisamente sobre las huellas de este ideal. Yo no sostengo, en realidad, que este tribunal espiritual deba operar como una corte de justicia o pueda tener el poder de interferir en los gobiernos nacionales. Estoy bastante seguro de que no aceptaría jamás vínculos materiales. Ni siquiera pienso que los tribunales actualmente existentes que operan por el interés de la paz internacional deban tener la facultad de interferir con las naciones y las libertades locales.
Pero si precisamente debería atribuir tal poder, preferiría darlo a un Pontífice y no a un político o un diplomático de aquellos que circulan en nuestros días. No es mi intención atribuir cosa alguna, y la autoridad en cuestión está bien lejos de aceptar un encargo de este tipo. La realidad de la que estoy hablando es puramente moral y no podría existir sin un cierto grado de fidelidad ética. Es una realidad de atmósfera e incluso de sentimientos.
No tenemos el espacio aquí para describir el modo en que una unión a nivel popular se pueda crear. Pero no hay ninguna duda de que un tiempo se creó alrededor de este centro religioso de civilización. Y este sentimiento no se podrá recrear, a menos que no surja otra institución con las mismas reglas de humildad y caridad que la pongan por encima de los criterios ordinarios del mundo.
Los hombres no pueden nutrir sentimientos de afecto por un emperador extranjero, y menos que menos por un político de otro país (muchas veces, ni siquiera del propio). Y no veo cómo pueda desarrollarse la unión hacia una institución, a menos que no vaya a tocar las cuerdas más íntimas de la naturaleza moral del hombre.
Sólo la ética puede unirnos y no porque es verdaderamente internacional, sino en cuanto es universalmente humana. Sin puntos de referencia no se puede llegar a un acuerdo, y ni siquiera litigar. En consecuencia, sólo una realidad que tiene una perspectiva más amplia que las normales instituciones del mundo, como la Iglesia, puede garantizar una paz verdadera entre los hombres.
(De "Nueva Lectura" Número 229-Buenos Aires Julio 2013)
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2 comentarios:
No veo por qué en un litigio entre un país de tradición católica y uno de tradición musulmana este último podría ver con buenos ojos la intermediación del Papa. O por qué en un litigio entre dos países de tradición protestante sería positiva la intermediación de una figura a la que están acostumbrados durante siglos a dedicar críticas severas. La intermediación debiera estar en manos de personas jurisconsultas, especialistas en derecho internacional y apartados del poder político y de la disputa religiosa o cultural.
Cuando dos individuos están por pelearse con intercambio de golpes, esperan que alguien los separe. De esa forma evitan las consecuencias de la lucha y evitan tener que huir de la contienda individualmente. Algo similar ocurre con los países. Gracias a la mediación papal, en los años 70, se evitó un conflicto armado entre Chile y Argentina, a punto de iniciarse.
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