jueves, 22 de junio de 2023

¿Debería la religión adaptarse a la sociedad o la sociedad a la religión?

Cuando se transmite información desde un emisor a un receptor, como en el caso del maestro al alumno, debe existir una adaptación por ambas partes. Ello no se cumple cuando el maestro, por alguna razón, altera el contenido de lo que quiere transmitirse, o bien el alumno no respeta las reglas del establecimiento escolar, entre otros factores.

Cuando la religión deja de tener la influencia esperada en una sociedad, surgen quienes aducen que la religión debería adaptarse a la sociedad incluso cambiando los contenidos tradicionales, o adoptando nuevos contenidos aún cuando sean incompatibles con aquellos. Esto ha sucedido principalmente en la Iglesia Católica.

Para encontrar la esencia del cristianismo, o de las religiones bíblicas, conviene establecer cierta analogía con la física. Así, entre los principios que pueden abarcar toda la física aparece el "principio de la acción estacionaria" (siendo acción = energía x tiempo). A partir de tal principio puede deducirse toda la física conocida. De ahí surgen dos posibilidades para estudiar la física; el método histórico, que va desde las distintas ramas hasta el principio general, o bien el método deductivo: desde el principio general hasta las diversas ramas de la física.

En el caso de la religión bíblica tenemos el método histórico, que va desde el contenido del Antiguo Testamento hasta los mandamientos de Moisés, y luego aparece la síntesis cristiana cuando Cristo dice: "En estos dos mandamientos se contienen la Ley y los profetas", siendo tales mandamientos el amor a Dios y al prójimo, como síntesis definitiva de la ética bíblica (similar al principio general de la física).

Este principio es tan importante que, paradógicamente, pocas veces se tiene en cuenta, y aparecen largos y complejos planteamientos teológicos que lo ignoran casi totalmente. De ahí una de las causas de la pobre efectividad del cristianismo en el medio social.

Lo grave de todo esto radica en las intenciones de incorporar a las prédicas evangélicas algunas sugerencias o ideas ajenas o incompatibles con la ética sintetizada en tales mandamientos, recordando que el amor al prójimo implica compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, lo que implica el proceso de la empatía emocional, que es la ley natural más importante para establecer la supervivencia plena de la humanidad.

La gran cantidad de virtudes asociadas al ser humano no son más que derivaciones conductuales de la empatía emocional, de la misma manera que la gran cantidad de fenómenos físicos serían derivaciones del principio de la acción estacionaria.

El amor al prójimo no proviene de una revelación sino de un descubrimiento de algo accesible a la observación directa de los seres humanos. Es algo simple que requiere de cierta aptitud intelectual como para ubicarlo como fundamento de una ética natural. El orden natural exige a los seres humanos el mayor uso de sus capacidades cognitivas como precio que nos impone por nuestra supervivencia, lo que contrasta con la idea de una revelación de algo simple por parte del Creador. De ahí que pueda considerarse a la religión como una construcción humana que surge de la necesidad de adaptarnos al orden natural.

Entre los promotores de incorporar propuestas ajenas a la esencia del cristianismo, aparece Jacques Maritain, escribiendo Alfredo Saénz al respecto:

REHACER LA CRISTIANDAD

Frente al secular proceso del mundo moderno, o mejor, de la Revolución Moderna, caben diversas actitudes. Algunos se contentan con ser meros espectadores de los hechos, pensando que la historia tiene un curso poco menos que ineluctable, y que si se quiere ser "moderno" hay que aceptar el devenir de la historia, o dejarse llevar por lo que De Gaulle diera en llamar "le vent de l'historie". Cosa evidentemente nefasta, y que pareciera presuponer la idea de que la historia es una especie de engranaje que se mueve por sí mismo, independientemente de los hombres, cuando en realidad la historia es algo humano, la hacemos los hombres, y su curso depende de la libertad humana, propuesta, claro está, la Providencia de Dios.

Otros piensan que hay que aceptar las grandes ideas del mundo moderno, si bien complementándolas con elementos de la espiritualidad cristiana. Tal sería, en líneas generales, por supuesto, el proyecto de la "Nueva Cristiandad" esbozado por J. Maritain. Resumamos su posición, que ha tenido gran influjo en amplios sectores de la Iglesia.

Para Maritain, la civilización cristiana medieval fue una verdadera civilización cristiana, concebida, dice, sobre "el mito de la fuerza al servicio de Dios"; la futura que él imagina, también es verdadera civilización cristiana, pero en base al "mito de la realización de la libertad". La cristiandad que él sueña no brotará tanto del encuentro armonioso de la autoridad espiritual y del poder temporal, jerárquicamente asociados, sino de un futuro Estado laico o profano, al que la Iglesia le hace llegar algunas influencias.

Aquella unión, la del Medioevo, es para Maritain algo meramente teórico, irrealizable en la historia, una doctrina que vale como principio especulativo pero no práctico, no factible en la realidad. Ha expuesto tales ideas principalmente en sus obras Religión y cultura, El régimen temporal, Humanismo integral, Primacía de lo espiritual.

La tesis propugnada por Maritain se basa en un presupuesto fundamental, a saber, la valoración positiva de la Revolución moderna. Para el filósofo francés, el gran proceso histórico que va del Renacimiento al Marxismo implica un auténtico progreso en una dirección determinada, y si bien dicho progreso no es automático y necesario, en cuanto puede ser contrariado momentáneamente, lo es en cuanto que hay que creer, si no se quiere virar hacia la barbarie, en la marcha hacia adelante de la Humanidad.

Se trata, pues, de asumir el proceso de los últimos siglos. ¿Cómo hacerlo? A juicio de Maritain, junto al cristianismo entendido como credo religioso, hay un cristianismo que es fermento de vida social y política, portador de esperanza temporal, que actúa en las profundidades de la conciencia profana, e incluso anticristiana. Y así escribe: "No fue dado a los creyentes íntegramente fieles al dogma católico, sino a los racionalistas proclamar en Francia los derechos del hombre y del ciudadano; a los puritanos en América dar el último golpe a la esclavitud; a los comunistas ateos abolir en Rusia el absolutismo del provecho propio". Con ello quiere afirmar que la obra realizada por la Revolución Francesa y la Revolución soviética, al menos en algunos de sus principales logros, si bien ha sido llevada a cabo por racionalistas y comunistas, es en el fondo una obra "de inspiración cristiana".

Maritain piensa que la ciudad futura, la "Nueva Cristiandad", será una síntesis de la ciudad libertaria americana y de la ciudad comunista soviética. EEUU aportará su amor a la libertad, que ya existía en el espíritu de los Pilgrim Fathers , si bien corrigiendo su peligro de libertinaje y búsqueda de lucro, y Rusia aportará su comunitarismo y su mística del trabajo, si bien deberá corregir su totalitarismo colectivista. ¿No se parece esto al Nuevo Orden Mundial de que hablamos poco ha?.

Un cristianismo como fermento y no como credo: tal parecería ser la fórmula de Maritain en lo que hace al influjo de la Iglesia en la sociedad. Y ello entendido no como "tolerancia" de algo a lo mejor inevitable, sino como "bendición" de un mundo llegado por fin a su mayoría de edad. Su "Nueva Cristiandad" es esencialmente distinta de la Cristiandad medieval.

Huelga decir que no podemos compartir la posición de Maritain. A nuestro juicio, el gran proceso de la Revolución Moderna, que más allá de sus distintos jalones constituye una unidad, una sola gran Revolución, en diversas y sucesivas etapas, debe ser considerado en su conjunto como un proceso de decadencia, no de maduración. No se trata de un proceso dialéctico de negaciones sucesivas, sino de un desarrollo progresivo y sustancialmente en la misma dirección.

(De "La cristiandad y su cosmovisión" de Alfredo Sáenz S.J.-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1992).

1 comentario:

agente t dijo...

Maritain se equivocaba situando al marxismo como culmen de la Modernidad, pues constituía un tipo de reacción frente a ésta y Sáenz se equivoca cuando la equipara a decadencia, porque no todo lo sucedido en ella forma parte de un único proceso ni puede considerarse decadente en su mayor parte.